¿Me preguntáis de qué forma llegué aquí joven lector? Pues espero que tengas tiempo, silencio y todas las condiciones que requieras para escuchar esta apasionante y larga historia que este viejo marinero tiene para contaros, pues aunque ahora os parezca que sólo soy un añejo y aburrido viejo, de juventud jamás carecí, e infiel al mar nunca fui.
En ese entonces yo tenía tan solo 16 años, para serle sincero mi querido amigo, era bastante torpe para mi edad, especialmente cuando de chicas se trataba. Hasta entonces ninguna había sido atraída por mis encantos, más bien por que carecía de ellos, por lo que sin darme cuenta, decidí olvidarme de ese tema e interesarme por el mar y todo lo que tenía que ver con este. Por lo que ese mismo año, en vísperas de Semana Santa, agarré mi botecito de pesca y me dejé arrastrar por mi instinto y, por supuesto, el bello mar. Y así sin darme cuenta, comencé lo que sería la más grande de mis aventuras…. Y la única.
Luego de tres días de viaje, ya comenzaba a sentir la fatiga del viaje, la sed y el hambre comenzaban a realizar su función. Y no fue hasta el quinto día, cuando ya me sentía casi muerto, cuando desperté acostado en una playa, cómo llegué ahí… aún no me lo explico. Tan sólo con conocimiento sobre las faenas de la pesca y motivado por mi instinto, sobreviví dos largos años.
Pero tú, mi fiel oyente, te preguntarás que demonios sucedía con mi familia, pues creo mi deber contarte que mi madre murió cuando yo tan solo tenía 2 años, y mi padre… para mí fue asesinado antes de que yo naciera… ¿Por quién? Pues por el asesino de siempre… el alcohol.
Y bueno… tuve que esperar exactamente 684 días para poder escapar de esa maravillosa isla, que a pesar de haberse convertido en mi prisión al haber hecho desaparecer mi botecito a remos, le había adquirido mucho afecto, ya que me ayudó a mantenerme vivo, con sus manantiales y roqueríos que facilitaban mi labor diaria de pesca. En eso estaba, pescando mi desayuno en el lugar de siempre, cuando a lo lejos divisé una embarcación. La silueta era borrosa, y al principio no me produjo gran emoción, ya que de las cientos que había visto pasar, no había logrado captar la atención de ninguna. Pero este barco no era como aquellos, al parecer se acercaba cada día más, por lo que al cabo de un mes, ya estaba yo amarrando el barco para no dejarlo escapar.
Esté ángel regalado por el mar, estaba todo desecho, tenía todo cubierto de cenizas y de un oscuro color, como si hubiese sido quemado. Las velas ya no servían de nada y al parecer había sido ya abandonado hace varios meses. Pero sorprendentemente y afortunadamente para mi, el casco estaba intacto, lo cual me hizo ver que realmente era una ofrenda del mar, para este hombre que tanto le ha amado.
Y así me decidí a reconstruirla, y a base de mi ingenio, al cabo de tres meses estaba listo para dejar aquella isla, y luego de reunir todas mis pertenencias, juntar provisiones y despedirme como se debe del que fue mi hogar por casi dos años, estuve listo para zarpar en mi “Ángel Azul”.
Y tú lector y seguidor de mi historia te preguntarás ¿Pero que piensa hacer este joven desprovisto de dinero en la sociedad? ¿Acaso venderá su barquito?
Pues para empezar, este no era sólo un barquito, era mi Ángel, un regalo de los dioses por lo que yo le tengo mucho afecto. Y bueno, el primer punto, a base de mi ingenio, logré superarlo. Tres días antes de llegar a tierra, me dediqué a realizar sólo tres acciones durante el día; primero ver si mi rumbo era el correcto, segundo alimentarme y tercero dormir. Pero esto no lo hacía de holgazán, como tal vez te imagines, más bien era por una causa fija. Cuando sólo faltaban dos noches y un día de viaje para llegar a tierra, dispuse todas mis redes alrededor de mi Ángel, y estuve pescando las dos noches (es bien sabido que de noche se puede pescar más fácilmente especies como la albacora) y el día que me quedaba de viaje.
Al llegar a tierra, me di cuenta de que había ido a parar en un pueblo un tanto adinerado, por lo que me fue fácil vender toda mi mercancía. Luego de comprar lo que me faltaba me dispuse nuevamente a zarpar, esta vez a un pueblo muy pobre que quedaba a sólo un par de lunas de viaje.
Al llegar a destino mi querido lector, me dirigí de inmediato a la taberna y conseguí información sobre gente dispuesta a zarpar en busca de embarcaciones adineradas; estaba ansioso de cumplir el sueño de toda mi vida; ser el pirata más temido que surque el bello mar.
Y así fue como al cabo de tres días, luego de haber ido a buscar persona por persona, logre juntar una manga de rufianes dispuestos a zarpar en mi “Ángel”.
Pero como a muchos hombres respetables ha sucedido, mi sueño me traicionó, y al cabo de tres días de viaje, mi embarcación se rebeló en contra mía, y robándome el oro que me había sobrado luego de haberles pagado a esos truhanes, me arrojaron por la borda en pleno mar, y así fue como vine a parar aquí, a las profundidades del océano, donde vienen sólo los que han venerado como se debe al “Bello Azul”.
Ha y antes de terminar mi relato, me gustaría atar el último cabo que falta; pues a los dos días de la traición, mi “Ángel Azul”, se hundió y desapareció en el fondo del mar como si nunca hubiese existido. Y pasados tan sólo cien años, me aventuré a ir en su búsqueda, y en su lugar había una concha de mar gigante, apunto de morir y en su boca, una perla que estaba quebrándose…
Y así hemos pasado los últimos 4684 años, esta bella sirena que ven a mi lado y yo, contando nuestra historia a los fieles marineros que han caído aquí; a la Tierra de los Marineros Caídos”. |