Descienden de mi alma cataratas de sueños, hundidos, mutilados, trastornados.
Decoro aquì imàgenes de un mar inmenso y en el reflejo desbordante de su maravilla siento invadir esta ilusiòn contenida en un suspiro. Respiro un rumbo sin caminos y añoro la libertad de aquel momento, màs que nunca. Cambiarìa vida por revivir ese instante, en que la paz se encontro còmoda en mì y la vista dejò de sufrir por lo que veìa.
Estaba inmòvil, como dormida, como navegando en su infinito, eternizando el poder de su inmensidad.
El viento me abrazaba el pelo con fuerza y cada segundo viviò màs que muchas horas.
El silencio pego un par de alaridos calmos en mi espìritu y, ùnica, la brisa empapò mi rostro con tantas ganas que cumpliò el crìmen de disecar la emosiòn de mis làgrimas.
Era de noche, pero tu hechizo tenìa luz propia.
Supe que habìa perodido y que volverìa a perder, pero no me importò porque aquella sensaciòn comprimiò el tiempo sin valor y le robò importancia. Ese maldito traidor suele escaparse cuando lo ignoro. Entendì que solamente me ayudarìa yo a ser màs felìz con mis actitudes, dependìa de como prestàra mis ideas, de como observara los momentos; mis ojos podrian ir a donde yo los mandara y digerir mis sentimientos atavès de mì, eso sì serìa bueno; y si bien cruzarìa, seguramente, paisajes marchitos, deberìa domar mis instintos y sumergirme nuevamente en la inmortalidad de ese recuerdo, su fortaleza no podrìa dejarme caer jamàs...
Agustina |