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Soy el segundo hijo y llegué al mundo en una fecha que es relativamente fácil olvidar. Recibí más críticas que elogios y desde que estaba en mi cuna me sentí comparado. Por lo mismo, mi llanto fue más suave y si alguna vez, mi garganta traspasó los umbrales de lo permitido, la culpabilidad se aposentó en mí. Fui presa de los espantosos celos de mi hermano, crecí, por así decirlo, en juicioso silencio, heredando a gusto o a disgusto los desechos suyos, mi carácter se fue moldeando cauteloso, mis padres me entregaron cariño, ni más ni menos, sólo el justo y mientras lo recibía, leía en los ojos del primogénito la cruda sentencia por haber intentado usurpar su reinado. Mi hermano era demasiado inteligente y eso lo aprovechaba para fortalecer aún más el evidente favoritismo que le profesaban nuestros familiares. Supe también adaptarme a esto y la prudencia fue la vereda sombreada por la que elegí transitar. Mientras mi hermano abría las puertas del mundo a patadas y empellones, yo solía golpear y aguardar con resignada paciencia.

Hermano, déjame decirte que te quiero, que perdono todas tus tiranías y traiciones, que olvido de una buena vez y para siempre de ese antagonismo despiadado del que acaso ni tú ni yo somos responsables. Jamás fue mi intención herirte, aunque así lo creas. Comprendo tu angustia al intuir que mi presencia significaría que perdieses el cariño de nuestros padres, sentí tu enfermizo odio cuando nuestra madre me acunaba, me daba de beber de esos pechos que tu considerabas de tu exclusiva pertenencia, monopolicé durante mucho tiempo su atención y tú, sin tener noción alguna de las matemáticas, aprendiste de la manera más dolorosa lo que significaba dividir en dos partes ese amor filial que poco antes había sido todo tuyo. Entonces acometiste con furia, mostrándome tus afilados dientecillos y te atragantaste en inútiles rabietas al verme profanando esa cuna que había sido tuya.

Hasta ayer, aún pensaba que continuabas odiándome y cuando me extendiste tus brazos, imaginé que me atraparías entre tus brazos fornidos hasta quitarme el aliento. Me extrañó, sin embargo, la inusitada calidez de este abrazo, la extraordinaria dulzura que emanó de aquel encuentro. Todo esto no fue sino el preámbulo de una amistad que nunca imaginé que podría nacer entre nosotros, la palabra hermano adquirió una nueva connotación al ser pronunciada con una particular acentuación.

Claro, no soy tonto. Se que en algún momento surgirá una nueva disputa por cualquier trivial motivo, que nos trenzaremos en disidencias domésticas y nos escupiremos mutuamente barbaridades sin sentido. Mas, todo volverá al punto de equilibrio que forjamos en ese instante de resplandor en el cual decidimos que ya no viviría opacado por tu sombra sino bajo tu fraterno alero…















Texto agregado el 19-10-2005, y leído por 280 visitantes. (0 votos)


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