Inicio / Cuenteros Locales / gui / El triste sino de Benicio
Benicio llegó a Santiago
porque quería ser otro
se vino en microbús
llegó pronto a la Capital.
El era un hombre sencillo
que en el campo vivió siempre
muy poco sabía de números
y mucho menos de letras.
Se deslumbró con los edificios
que sólo conocía por fotos,
tan grande encontró todo esto
se sentía como un chicuelo.
Encontró pronto la residencial
que le había recomendado un primo
allí tendría cama asegurada
y comida una vez al día.
Benicio se sentía libre
dentro de esa pajarera
al día siguiente saldría
a conseguirse un trabajo.
No fue tan fácil ocuparse
acá había mucha gente
y todos querían lo mismo:
un trabajo para poder vivir.
Pasaron rápidas las semanas
el dinero se iba acabando
tenía que conseguirse una pega
para pagar el alojamiento.
Varios meses pasaron
Benicio barría las calles
y con las pocas monedas
comía en un restaurante.
Un tipo le vio fornido
y le ofreció un empleo
tenía que cuidar la puerta
de un lupanar de barrio.
Como la situación apremiaba
Benicio aceptó la oferta
todo trabajo es honrado
más indigno es pedir limosna.
Pasó el tiempo y Benicio conoció
a las mujeres de la noche
algunas eran simpáticas
otras, unas verdaderas víboras.
Una de estas le enamoró
y cuando Benicio quiso vivir con ella
la mujer lo despreció
y se burló de su inocencia.
Eso el nunca lo perdonó
aunque lloró muchas noches
poco a poco se fue curando
de este amor no correspondido.
El ambiente maleó a Benicio,
se transformó en un pendenciero
pronto se hizo el cartel
de custodio de la niñas.
Aprendió que a la mujer
no se le ruega, se le exige
no le dolieron las manos
cuando las castigó.
Benicio, el hombre duro
venido de tierras soleadas
pronto se llenó sus bolsillos
a costa de las prostitutas.
Se vengó de la despreciadora
le exigió mucho dinero,
y le ordenó mucha sumisión,
finalmente ella fue su hembra.
Pero la mina era chúcara
y a sus espaldas urdió
algo que para Benicio
acabaría en sorpresa.
Benicio dormía tranquilo
junto a la potra sin riendas
la luna brillaba inmensa
sobre el pecho del campesino.
La mujer alzó el puñal
buscando cegar los latidos
pero Benicio había aprendido
a dormir con un solo ojo.
Hubo un rápido forcejeo
en que el hombre salió triunfante
ahora la luna alumbraba
dos ojos espeluznados.
La noticia se esparció veloz
asesino cobra su víctima
después de saciar sus instintos
y ahora llora a gritos en la cárcel.
Que triste sino Benicio,
más vale que no hubieras venido
y te hubieses quedado tranquilo
en tu campo de sol y espigas.
La condena fue tremenda
nadie defiende a los pobres
Benicio cambió la tierra
por una celda de cemento.
Sus padres no se convencen
que el muchacho sea reo,
los años pasan volando
pero se llevan a los viejos.
Así acaba la aventura
de un campesino aguerrido
que por querer ser importante
ahora florece en el presidio…
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Texto agregado el 19-10-2005, y leído por 273
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