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Todo ésto sucedió hace ya mucho tiempo,pero cuando cierro los ojos y lo recuerdo, me parece que todo sucedió hace apenas unos instantes, pues fué tan grande la felicidad vivida en aquellos momentos, que no quisiera que terminara nunca.

El verano estaba terminando. Tú y yo nos habíamos conocido en aquel pequeño pueblo de pescadores, donde nuestras respectivas familias habían coincidido para veranear, y desde un principio habíamos congeniado, sintiéndonos atraidos mutuamnete, por álgo que parecía más que una simple amistad.

Tus padres se habían ausentado un par de días, a fin de ir preparando el regreso al hogar, ya que las vacaciones se terminaban, y estabas sola en aquella casa de la playa, donde me invitaste a cenar.

Yo llegué sobre las nueve de la noche, portando una botella de cava para corresponder a tu invitación, pues era mi primera cita a solas contigo, pero al abrirme la puerta, me diste la primera sorpresa de la noche.

Saliste a recibirme vestida con un largo caftan negro, abotonado de arriba a bajo con unos minúsculos botones de pasamanería de hilo dorado, al igual que los bordados de dibujo arabesco que adornaban los puños y ribetes del resto de tu exótica vestidura. Tu pelo negro y reluciente caía sobre tus hombros y espalda como una cascada de azabache, tus ojos verdes y de forma ligéramente almendrada, que habías pintado para la ocasión, daban a tu cara un aire felino y misterioso que me dejó impresionado.

Con una seductora sonrisa, me invitaste a pasar, y al instante me sentí rodeado por una atmósfera embriagadora, a causa del perfume de sándalo y jazmín que flotaba en el salón, completando el ambiente la suave música de unas mantras hindúes que salía de un equipo de música, oculto en algún rincón de aquella estancia.
Volví a mirarte nuévamente, y me pareció estar viviendo alguna escena de "Las mil y una noches".

Nos pisimos a cenar y, nuévamente, me sorprendiste, al servirme unos platos de los que álgo había leido en libros de recetas de cocina de lejanos países, pero que nunca había probado ni creí que lo haría nunca.
No sé si fué aquella sopa de tomate con paprika, el pollo fuértemente especiado, la dulce repostería de los postres, elaborada a base de almendras y miel, o el fresco y suave vino blanco que bebimos lo que poco a poco empezó a hacerme sentir como flotando en aquél exótico ambiente.

Después de cenar, salimos un rato a la terraza donde, a la luz de la luna, cuando quisimos darnos cuenta, nos abrazamos el uno al otro, juntando ávidamente nuestras bocas, como preludio de lo que se avecinaba entre los dos.

"Vuelvo enseguida"- me dijiste, mientras entrabas de nuevo a la casa.
Cuando reapareciste, al cabo de unos momentos, traías en la mano una copa, que me ofreciste, al tiempo que me invitabas a beber.
El recipiente era de un tamaño más bien grande, con un rojo y brillante fresón incrustado en el borde, que aparecía ribeteado de azúcar.

Como en una boda hebrea, yo bebí un trago de aquel agridulce y refrescante cóctel, a continuación bebiste tú, y así nos fuimos alternando hasta vaciar la copa. Finalmente, cogiste el fresón y lo pusiste entre tus labios para, con una sonrisa entre pícara e ingénua, buscar mi boca, uniéndola a la tuya, en un nuevo y apasionado beso.
Sentí como aplastábamos entre los dos aquella jugosa fruta, notando el dulce sabor de su jugo en nuestras bocas, al tiempo que nuestras respectivas lenguas se buscaban la una a la otra,jugueteando ambas de una forma lasciva y provocadora.

Pasamos a la habitación que solían ocupar tus padres, y allí me llevé una nueva sorpresa, ya que la alcoba estaba iluminada muy ténuemente por una serie de velas, estratégicamente colocadas, que al arder despedían un fragante perfume, mezcla de azahar y albahaca, que nos envolvió totalmente en pocos instantes, desatando en nosotros una pasión hasta esos momentos reprimida.
Dice un proverbio: "El hombre es fuego, la mujer estopa, llega el Diablo y sopla". Y éso es lo que sucedió entonces.
Comencé a desabrochar, uno a uno, los dorados botoncillos de tu caftan, hasta que, resbalando sobre tus hombros, cayó al suelo, quedando tu cuerpo al decubierto y, otra sorpresa, pude ver que no llevabas puesta ninguna prenda de ropa interior.

Ya en la cama, desnudos ambos, iniciamos una apasionada batalla por la conquista de lo que, en esos instantes, considerábamos el placer supremo.
Al principio, la violencia de tus orgasmos era tan fuerte que me asustaba, pero al mismo tiempo me hacía sentir enormemente excitado, contribuyendo a ello tu provocadora sonrisa, apoyada por un lascivo brillo de tus ojos verdes y el suave contacto de la piel de tu cuerpo, que mis manos no paraban de recorrer con avidez y frenesí.
Una y otra vez volvimos a la carga, como si el mundo fuese a terminar en pocos instantes y no quisiéramos abandonar aquella sensación de felicidad extrema, hasta que al final nos durmimos, agotados, abrazados el uno al otro.

Me despertó el frescor del amanecer y te vi durmiendo a mi lado. Tu pecho subía y bajaba suavemente, al compás de tu respiración, tranquila y relajada. Tu negra cabellera, del color del ébano, aparecía extendida por la almohada, mientras una sonrisa de felicidad se veía dibujada en tu rostro.
Movido por un extraño instinto, mezcla de pudor y ternura, quise tapar suávemente tu cuerpo con la sábana, lo que hizo que te despertaras.

Me miraste a la cara, con aquél enigmático y a la vez pícaro brillo de tus ojos que tanto me gustaba. Nuévamente prendió en nosotros la llama del deseo, que hacía que toda tú ardieras entre mis manos, mientras sentía tu boca sobre la mía, moviendo acompasádamente nuestros cuerpos, buscando la mayor felicidad que podíamos lograr, hasta que llegó en forma de un gran estallido de placer, que ambos compartimos, sumiéndonos después en una gran sensación de paz, hundidos en la cual volvimos a dormirnos.

El sol estaba ya en lo alto cuando volví a despertarme, al sentir en mi frente el jugoso y tierno contacto de tus labios. Abrí los ojos y te vi, junto a la cama, ofreciéndome un humeante vaso de té, que estaba muy caliente y dulce.

Como el que ahora estoy tomando.

Alzo la vista y te contemplo mientras te veo regar las plantas del jardín. Tu negra cabellera está surcada por miles de hebras de plata, y cientos de arrugas cubre ya tu cara. De vez en cuando miras hacia mi mientras me sonríes. Entonces, por unos instantes, vuelve a aparecer ante mi el rostro de aquella chica, joven y atractiva, que me hizo vivir una noche oriental.

Texto agregado el 18-10-2005, y leído por 197 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-10-2005 El amor unge con la imagen presente, toda una vida de satisfacción. Su miel suavisa las miradas, los gestos. Que buena forma para comprobar que es el amor el que hace la felicidad. Muy bueno. Reconcomiosapiens
23-10-2005 Excelente.***** peinpot
19-10-2005 Refinado, erótico, rico en detalles, me pareció sentir el calor del té en mi boca. Me gustó muchísimo. Un abrazo. LIli lilianazwe
 
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