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-Te dije ya que te quiero.
-No sé por qué pero noto un cierto enfado en la entonación de tus palabras.
-¡Te quiero!
-Redundante, no noto la pasión.
-¡Pero te amo!, ¿cómo quieres que te lo diga?
-¿Me quieres o me amas?
-Lo que sea, pese a tu majadería manifiesta, te repito: estás en mi corazón, invoco tu nombre a cada instante, eres mi obsesión y mi destino, ya no puedo con esto y ahora te lo confieso.
-¡Hum! No confío en los hombres con tanta retórica. Además, debo confesarte que me simpatizas, que de alguna manera lo paso bien contigo, pero tus palabras no me llegan al corazón.
-Te hablo con la mayor sinceridad, créelo.
-Permíteme que sea sincera. Te esfuerzas demasiado.
-Sea.
-¿Te entregas?
-¿Y qué quieres que haga? Te niegas a todo.
-Es tarde ya. Te veo mañana.
-Hasta mañana.
La mujer se dio vuelta en la cama que compartía con ese hombre y pronto se quedó dormida. Él hizo lo mismo y se quedó despierto por largas horas. Existen seres que necesitan definirlo todo con claridad. Y otros, que desconfían hasta de su alma. Y curiosamente, son los que mejor duermen
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Texto agregado el 18-10-2005, y leído por 286
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