Gonzalo no sabía soñar. No tenía idea que significaba eso de internarse en mundos surrealistas para interactuar con seres que se parecían a sus familiares, personajes de faz movediza que tan pronto eran la madre, la hermana o un ser inespecífico, ambiguo e inabordable. No se imaginaba estar en medio de una hecatombe y salvar indemne, ver aviones chocando en el aire y luego constatar que el piloto era algún tío, que ahora le sonreía desde otro escenario. La mecánica de los sueños no estaba incorporada en su mente y sus noches eran sólo un ininterrumpido desmayo del cual despertaba mustio y desolado.
Fue así que le contó de aquella carencia a su padre, quien, por el contrario, se solazaba en la cineteca de Morfeo, gustando y degustando de inverosímiles argumentos que lo transportaban a los escenarios más diversos. El despertaba animoso, sonriente, abismado con sus correrías oníricas y deseando regresar pronto al punto de partida de las imposibles historias que se desarrollaban cada noche en su mente alucinada.
-Quiero aprender a soñar, lo necesito-dijo Gonzalo a su padre. Este sonrió malicioso y le repuso:
-Quien no vive de ideales, carece de sueños.
-¿Dices que no tengo ideales? Deseo estudiar, tener una profesión, un hogar, esposa, hijos. ¿No son esos sueños, valorables?
-También deseas un estéreo, un Televisor gigante y una casa deslumbrante. Hablas de inventarios, hijo, no de sueños. Mira, te diré una cosa. Cuando esta noche te acuestes, antes de dormir repite varias veces la palabra jardín, hazlo por favor y mañana me cuentas.
Así lo hizo, Gonzalo, repitiendo la palabra tal si fuese un mantra, hasta que su mente se fugó en una somnolencia profunda. Desde la inmensidad de las sombras apareció una imagen furtiva, una manchita diminuta teñida acaso de verde, un verde que oscilaba del esmeralda al nilo y de este al jade.
A la mañana siguiente, Gonzalo despertó más animoso que de costumbre. Su padre notó esta diferencia y le preguntó a que se debía su radiante lucidez. Gonzalo, sonriendo le dijo: -Padre, he estado pensando que cuando tenga mi casa, la rodearé de hermosos jardines en donde se escuchará el canto de las aves y el viento silbando por entre los mullidos árboles.
Su padre sonrió al comprender que su hijo había sido un buen discípulo suyo ya que comenzaba a despertar a los sueños, los que muy pronto lo transformarían en un hombre realmente dichoso…
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