Llegamos al mirador. El sol se hundía con solemnidad. Varias parejas, esmeradas en el beso, de espaldas a la magia cotidiana. Un milagro sólo para nosotros... Ella, Yo y la insolencia de nuestros veinte años. Ella, un cofre repleto de sueños. Yo, una copa llenándose. Nuestros veinte años, radiantes.
De pronto, su cabeza (nido de alegrías), en mi hombro. Luego, su voz de mar:

- Sueña.

Mi voz asustadiza:

- Yo no sé soñar.

Gira, me sueña, me ofrece el deleite de sus labios. Bebo la dicha hasta perder el aliento.

- Sueña algo – insiste.

Escucho la limpia canción del mar y sueño...

- Escribiré un libro – me ato a su cintura de fuego-. La Tierra le habrá dado una vuelta completa al Sol cuando volvamos aquí. Yo con mi libro bajo el brazo y tú con mi mano en tu mano.

El viento barranquino acariciaba nuestros cabellos como a las olas. La cubrí con mis brazos para que nadie me la quitara.


Un año y un viento verde te había llevado. Te fuiste de mis manos, mi preciosa cometa. Te fuiste sola a pescar las estrellas. Llegaste a un camino y tiraste una llave.
Y yo con el libro bajo el brazo y con la camisa triste y el reloj triste. Un libro con mi nombre en la portada y con el tuyo acurrucado entre las primeras páginas.
En Barranco, mirando el mar y leyendo mis poemas al viento, recién instituido mensajero.¿Sabes?, aún nos une un fino hilo de sueños detenidos en el tiempo.
Mil gracias por enseñarme a soñar.
Media vuelta. A mi cuarto, a escribir...