(Primera Parte)
Preusan Hilindro, festeja con alborozo el momento en que recibe de manos de su padre el Cetro de Cabecera. Su anciano progenitor le concede ceremoniosamente la simbólica coraza que desde ahora en adelante utilizará bajo sus vestimentas. Ello significa que Preusan está facultado para tomar las decisiones del pequeño clan conformado por su padre, Guiliac Hilindro, Tomso su hermano menor y él. Para ello, se dirigen en el bólido de Preusan -un coche emblemático en el cual el muchacho ha ganado diversas carreras en las pistas de Acromenón- a la calle de los eventos, lugar consagrado a las diversas celebraciones de la sociedad de Santolialla.
Se trata este de un largo callejón en que por un lado se alinean los escenarios en los cuales se muestran diversos espectáculos y por el otro las numerosas mesas atiborradas de seres que celebran alborozados sus particulares fiestas. Todo esto es monitoreado desde las pantallas establecidas en una sala de guardias, dispuestos estos a intervenir en caso de algún desorden. Pero esto casi nunca es necesario porque la gente ha aprendido a comportarse y porque los científicos han eliminado de todo licor, los elementos que inciden en la violencia desmedida.
Preusan ha elevado su copa agradeciéndole al padre por sus años de sacrificio y lo desliga así de toda obligación ya que desde ese preciso momento, él será su proveedor. El anciano, luego de besar la mejilla derecha de su hijo y firmar el decreto con este gesto, se emociona y está a punto de llorar pero se traga sus lágrimas. Le tortura el hecho de pasar a ser una carga para su hijo pero así son las leyes y estas se han hecho para ser acatadas. Tomso contempla todo esto con una expresión de tedio en su rostro varonil. Es el rebelde de la familia, el ser distante, ajeno a ritos y convencionalismos. Respeta más a Preusan que a su propio padre y a menudo se escapa del hogar para emprender extrañas aventuras.
Teliusan, el truhán, está reunido en su madriguera con sus compinches, todos individuos de mala calaña. El hombre se dedica a desvalijar viviendas completas, las que revende a bajo precio. Aún así, ahora es un hombre poderoso, temido y respetado incluso por la policía que nunca encuentra las pruebas necesarias para encarcelarlo. El individuo también gusta de las carreras pero su gran rival y el ser que más odia es Preusan y su máximo deseo es robarle su coche para desmantelarlo y dejarlo de este modo fuera de competencia. Ello serviría para que el muchacho acudiese a su madriguera y estando ya allí, Teliusan cobraría su derecho de eliminarlo por violar su privacidad. Pero Preusan es demasiado astuto e ignora todas sus ofensas ya que jamás le dará en el gusto.
Mielka, la novia de Preusan, no está autorizada para presenciar la ceremonia de cambio de coraza porque esto es asunto de varones. Sin embargo, respetando la tradición, aparece una hora más tarde, escoltada por sus padres y entonces los felicita a ambos y le regala un pañuelo verde a su novio y una espiga dorada a su suegro. Todos celebran, menos Tomso, quien le solicita el coche a Preusan para salir a dar una vuelta. Este, regocijado como está, le concede esto y sigue celebrando junto a su padre y a los alegres convidados.
Lo que Preusan ignora es que su hermano está a punto de traicionarlo, llevando el bólido a la madriguera de Teliusan, en donde se lo entregará a cambio de unos cuantos bonos. Tomso sabe llegar donde el forajido y luego de varias vueltas y contra vueltas ingresa a una calle larga y polvorienta en donde se hacinan las más diversas calañas de bandoleros. Ese es el barrio maldito, un lugar que no figura en los planos. Allí se llega para quedarse y sólo lo abandonan los Judaines, espías infiltrados en la sociedad. Tomso no lo es, pero lo aparenta, poniendo en riesgo su existencia ya que si es descubierto por los maleantes, será ejecutado en el acto y su piel se utilizará como tapiz para los asientos de sus feroces vehículos.
Teliusan contempla babeante el lujoso vehículo y le guiña un ojo a Tomso. Ha llegado el momento que esperaba y acaso puede ser que mate dos pájaros de un tiro si toma de rehén al muchacho. Pero luego de pensarlo mejor, descarta esa idea. Es mejor que Preusan sepa por boca de su propio hermano que fue él quien se ha apoderado de su valioso bólido. Primero, como es de rigor, dos matones aprisionan al muchacho y un tercero le abofetea hasta hacerlo sangrar. Es el precio que se paga por cada delación y el pase de salida para no despertar sospechas. Teliusan le entrega más tarde una buena cantidad de bonos a un adolorido pero alborozado Tomso, quien ahora deberá decirle a su hermano que el preciado coche está en poder de su peor enemigo.
La celebración ha continuado en perfecta armonía. En los escenarios ha desfilado todo tipo de artistas entregando sus más variadas rutinas. Es una noche perfecta, a la luz de las estrellas y con una suave brisa correteando por entre las mesas. De pronto, aparece Tomso sangrante, quien, para causar un mejor efecto, se desploma delante de todos. Preusan, alarmado, se arrodilla para auxiliar a su hermano. Este, simulando estar semiinconsciente repite sólo una cosa: el nombre del forajido.
Este asunto termina por arruinar el final de la celebración. Luego de ser encaminados a su domicilio en el vehículo de su futuro suegro, Preusan, cura las heridas de Tomso y le indica a su padre que vigile su reposo.
Corriendo veloz en su moto, Preusan se juramenta recuperar el coche y de paso darle una buena lección al maleante. Sabe que este es demasiado astuto por lo que se ha disfrazado para camuflarse cuando llegue a las inmediaciones del barrio maldito. Antes que aparezcan las primeras siluetas de seres oscuros, Preusan deja la moto oculta en unos matorrales y se dirige a ese antro carroñero. Escupiendo y profiriendo maldiciones, se interna por los oscuros laberintos, eludiendo a los tipos que duermen su borrachera en el piso y a las prostitutas que se le ofrecen por unos cuantos bonos. El sabe en donde se encuentra la guarida de Teliusan y hacia allá se dirige aparentando ser un Judain.
Ya en la entrada del maloliente antro, se dirige al lugar en que un guardia que vigila con cierta desaprensión. En un barrio de forajidos, cuidarse de ellos parece ocioso ya que en ese lugar se establecen sus propios pactos de no agresión. Paradójicamente, un robo o un atentado son asuntos impensables entre esas alimañas ya que su guerra es con la sociedad y no entre ellos. Sólo Teliusan es desconfiado y para evitar cualquier sorpresa desagradable, siempre tiene a un hombre de punto fijo. Preusan se acerca al tipo y le solicita un cigarrillo, el delincuente le hace un gesto obsceno y le indica que se retire del lugar. Preusan se da vuelta aparentando acatar la orden pero gira con rapidez y golpea con violencia al sujeto, quien cae inconsciente al piso.
(Concluirá)
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