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Franco esperó tener al hombre frente a frente y cuando ello ocurrió, desnudó el arma que tenía oculta entre las páginas de un periódico y le descerrajó un balazo en medio de la frente, tal y como había leído que se mata a las bestias feroces. El herido cayó al suelo y quedó tendido inerte y desangrándose mientras se producía un desbande generalizado. Franco fue apañado por dos tipos fornidos, mientras sentía de corazón que se había quitado un tremendo peso de encima.

Adán Molina se erigía como un contestatario dirigente que erizaba los cabellos de sus opositores con sus desmadres e invocaciones patrioteras. Poco a poco, el hombre se fue erigiendo como el líder de la clase obrera y esa popularidad logró catapultarlo como un serio candidato a las presidenciales de ese año.

Rolando estudiaba en su cuarto y había pedido a su padre que no lo interrumpiese por ningún motivo puesto que al día siguiente rendiría un examen complicadísimo. El muchacho estaba bastante avanzado en su carrera y sus deseos de superación le impulsaban a sacarla adelante a toda costa. Franco admiraba la tenacidad de su hijo y apoyaba como podía estos arrestos ya que su sueldo era muy escaso. Padre e hijo vivían en una pequeña casa que arrendaban y se comprendían a las mil maravillas ya que existía entre ambos una gran afinidad que permitía que surgiera una comunicación muy fluida en la cual ningún tema era dejado de lado. Conversaban de esto y lo otro, riéndose cada uno de las ocurrencias del otro.

Adán Molina representaba los intereses de mucha gente pero algunos sectores le consideraban un soñador sin destino. Sus principales planteamientos eran reivindicar a la clase trabajadora, conseguir mejores salarios, lograr un mayor incremento de la producción y el urgente rescate de algunos territorios supuestamente usurpados por los países vecinos. Sus encendidos discursos, plagados de consignas y dichos patrioteros, concitaban la multitudinaria presencia de sus cada vez más crecientes admiradores, quienes, seducidos por su palabra enérgica y sin el lirismo rebuscado de otros políticos, ya lo imaginaban llevando a cabo una reestructuración ideológica que por fin sacara a su país de un casi endémico estado de pobreza.

-Hay algo que no comprendo. Este país tiene una imagen exterior demasiado feble y eso se debe a este atado de políticos light y faranduleros que ceden a todo y a todos con el fin de presentar un perfil agradable- comentaba Rolando a su padre.
-Son tiempos de paz, hijo- respondió Franco, mientras ambos hacían sobremesa –Hoy por hoy, vivimos bajo otras premisas y mientras sea así, no deberíamos preocuparnos.
-¡Por supuesto que hay mucho de que preocuparse! Nuestros vecinos están dispuestos a meter bastante bulla con el único objetivo que las organizaciones internacionales le brinden su apoyo! Y está ese candidato del pueblo, que lo único que desea es declararle la guerra a nuestro país.
-¿Estás loco? ¡Eso es imposible! Si existe un país que está pésimamente preparado para la guerra es justamente el de ese demagogo loco, ya que en estos momentos se vive el peor momento de su historia, la institucionalidad está hecha trizas y el desorden y el caos son el pan de cada día.
-No sabes de lo que son capaces de conseguir estos patrioteros cuando son apoyados por naciones interesadas en fomentar la guerra. Ese tipo es de cuidado. Te vas a acordar de lo que te digo-repuso Rolando.

Adán Molina figuraba como favorito para ganar las elecciones. Su caballo de batalla era la recuperación de los territorios ocupados. Esto se conseguiría o bien por la vía diplomática o por medio de una guerra, la que sería apoyada por algunos aliados estratégicos. Los países vecinos comenzaron a preocuparse de tales dichos. ¿A que desatinado personaje podría ocurrírsele algo más sin sentido que una conflagración? ¿Acaso no medía aquél personaje las horribles consecuencias que acarrearía una acción de esta naturaleza? Los gobiernos de dichas naciones reaccionaron de inmediato, tratando de encontrar cauces para un diálogo profundo. El mandatario del estado beligerante, se declaró incompetente para encontrar una solución en el corto plazo, pero prometió hacer todo lo posible para estrechar relaciones con dichos países. En el fondo, todo quedó en el terreno de las palabras.

-¡No quiero ir a la guerra! ¡No me siento capacitado para matar defendiendo una causa que no me identifica! ¡Mucho menos estoy preparado para rendir mi vida por servirle a unos cuantos que ostentan el poder!- bramaba Rolando. Su plan de vida contemplaba otros derroteros pero estaba convencido que la guerra se aproximaba a pasos agigantados. No, el no sería carne de cañón y quizás aceptara ir a las filas sólo en caso que a su lado luchara codo a codo por la patria uno de los hijos de los omnipotentes, cosa que estaba seguro que jamás sucedería.
-Te comprendo hijo, no sabes cuanto. Tampoco a mí me agrada la idea de verte partir hacia una guerra estéril. No deseo que rindas tu vida por ideales que quizás en otros siglos pudieron ser primordiales pero que en esta época carecen de sentido. No son los más o menos territorios los que les darán grandeza a nuestras naciones sino la adecuada inserción en una sociedad que hoy es cada vez más competitiva.
-Mira estas encuestas. El tipo cuenta con el sesenta por ciento de las adhesiones. Si sale elegido presidente, en menos que canta un gallo nos veremos involucrados en una sangrienta contienda. ¡Esto es angustiante! ¡Adiós sueños de grandeza! ¡Adiós a mis proyectos!

Esto, que puede sonar a egoísmo, era el clamor de muchos jóvenes que veían amenazado su porvenir por servir a una causa que no les interesaba.

La prensa anunciaba a grandes titulares: ¡Adán Molina es casi seguro presidente! ¿Guerra? ¿Es inevitable la confrontación con nuestros vecinos si Molina es elegido?
Una gran inquietud se apoderó de Franco. Veía a su hijo imbuido en sus estudios, tejiendo sueños, proyectándose en el futuro. ¿Acaso el debería dejar de lado todos sus anhelos sólo porque a un loco se le ocurría destruir todo aquello que tanto trabajo había costado cimentar?

Franco tomó el primer avión hacia esas lejanas tierras. Adujo que impostergables negocios exigían su presencia inmediata. Rolando, sumamente extrañado, le pidió a su padre que se cuidara y este sonriendo, le dijo que no se preocupara.

Tras seis largas horas de viaje, Franco se embarcó para la ciudad de XX en donde se realizaría una importante concentración. Efectivamente, en menos de una hora el hombre se encontró rodeado de una masa vociferante que levantaba pancartas, entonaba himnos y se preparaba a escuchar a su máximo líder. Todos los concurrentes a esta manifestación eran personas muy modestas, seres esquilmados por el sistema que reflejaban en su rostro la miseria endémica de un pueblo postergado. Franco pensó para sí que esta gente sólo necesitaba el comburente de las palabras para inflamar su patriotismo y de este modo obedecer las más desatinadas órdenes. Abriéndose paso entre esa gente enfervorizada, alcanzó la primera fila. Pronto pasaría por allí Adán Molina, el abanderado del pueblo. Franco apretó contra su pecho el periódico y aguardó con el corazón anhelante. Cuando el líder estuvo frente a el, después de caminar despaciosamente entre aquella multitud que lo vitoreaba, extrajo su revólver y disparó con frialdad a la frente de Adán Molina, quien se desplomó sin proferir un solo quejido. Su muerte fue instantánea y en manos de la policía, Franco se congratulaba a sí mismo por el rotundo éxito de su empresa. Si otros hubiesen tenido la misma resolución suya a lo largo de la historia, acaso se habrían evitado terribles conflagraciones, con el resultado de millones de muertes. Si acaso…

Tres meses más tarde, el país beligerante le declaraba la guerra al país vecino.


Texto agregado el 18-10-2005, y leído por 282 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-10-2005 A veces al intentar escapar del destino vamos a caer precisamente en sus manos... yoria
 
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