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Era una noche tranquila y fría, de esas en las que el silencio se puede oír. Un par de jóvenes paseaban sin rumbo en un auto, el patrullero rondaba vigilando la tranquilidad inmutable, las hojas de los árboles se quejaban tímidamente cuando una pequeña brisa las despertaba, el quiosquero atendía a bostezos a sus últimos clientes de la noche; un perro paseaba por la calle céntrica buscando diversión, pero sólo se tuvo que conformar con correr unos segundos a un pequeño gato que cruzaba sigiloso la calle. Nada interrumpía la monotonía habitual de una noche de semana del apacible pueblo.
Un sonido a cristales en la escuela primaria quebró la clama, pero nadie lo advirtió. Al cabo de media hora un joven que iba camino hacia su hogar observó que un vidrio de una puerta lateral de la escuela estaba roto, pero prolijamente. Notó que no se trataba de una pedrada, la cual sería causa de una travesura de algún niño, sino de algo bien hecho. Se quedó inmóvil con la mirada fija en el techo, y de reojo trataba de ver si algo sospechoso ocurría dentro de la escuela. En eso vio un movimiento en una de las ventanas que daba a un aula cercana, aventurado ingresó a la escuela por el hoyo de la puerta rota.
Ya adentro avanzó hasta la puerta opuesta del hall de entrada y de allí espió hacia el patio principal, pero no pudo divisar nada. Buscó algún elemento que le pudiera servir de arma, pero nada había. Siguió por el borde del patio hasta la primer aula, entró en busca de un borrador de pizarrón que le serviría de ayuda por si el intruso lo atacaba. Luego cruzó para ver de lejos el aula en donde había visto el movimiento, siguió lentamente contra la pared para buscar una mejor visión. En eso escuchó un ruido violento en la dirección, al otro lado del patio, y se abalanzó sobre el aula en cuestión en busca de refugio. Y ahí pudo ver, entre los débiles rayos de luz que entraban por la ventana, un mensaje escrito en el pizarrón; el cual decía:
- No tendrías que estar acá...
Sin duda alguna ese mensaje estaba dirigido a él, y obviamente lo entendió, pero no le inspiró suficiente miedo como para desistir e irse del lugar. Sobre todo era la intriga lo que lo hacía permanecer ahí dentro y tratar de averiguar qué estaba ocurriendo.
Se quedó esperando escuchar algún indicio de dónde estaba el sujeto; al cabo de 15 minutos toda la escuela se iluminó de repente, y ya no pudo soportar la vigilia en el aula y se marchó por donde había entrado, con mucha cautela para no ser visto.
Se dirigió hacia la comisaría, pero en el camino sintió un fuerte golpe en la nuca que lo dejó inconsciente.
Cuando logró despertarse y recobrar el conocimiento estaba dentro de la escuela, con las manos manchadas y a su lado una lata de aerosol. Se encontraba en la dirección; se levantó y vio todas las paredes con mensajes agresivos, y todo el papelerío tirado por doquier. Intentó ir a la comisaría otra vez, pero sería culpado de los destrozos, ya que era la única persona que supuestamente ingresó y además sus manos lo involucraban directamente, así que decidió buscar alguna pista de que lo lleve al delincuente. Miró, buscó, revolvió todo, pero no pudo encontrar nada. Caminó hacia el patio principal y, en ese instante, llegó la policía y lo detuvo.
Nadie le creyó y fue a parar al calabozo. A las 48 horas lo largaron, y nunca más fue tocado el caso.
Ahora sigue su vida normalmente. Pero cada martes a la misma hora que aconteció el incidente le llega una fotografía distinta de esa noche.

Texto agregado el 16-10-2003, y leído por 224 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-10-2003 Intrigante, muy bien llevado. Saludos y estrellas. marimar
 
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