Tarde de encuentro, de melancolía. Junto a mi madre revivo situaciones del pasado con seres que ya no están y otros que permanecen muy lejos de nuestras vidas. Desempolvo unos long play que me parecen excesivamente grandes y mezquinos. Hago funcionar el fonógrafo y de inmediato el chicharreo me retrotrae a antiguas tertulias, tiempos esfumados que ahora regresan con Vivaldi, Mozart, Beethoven, Albinioni y Rodrigo. Más tarde Werner Müller y sus sofisticados arreglos, Henry Mancini, Fausto Papetti, sonidos que resucitan vigorosamente a un ayer que permanece oculto en la memoria. Renacen seres que ya habíamos olvidado, silencios que adquieren voz, imágenes que se desenvuelven en el ecran forzado de nuestras mentes, ayer irremediablemente perdido que regresa a horcajadas de compases, de invocaciones y de coincidencias. Más tarde, terminado este gratificante viaje, devuelvo los discos a sus fundas y los guardo cuidadosamente en un estante con la férrea convicción que estoy colocando a buen recaudo algunos jirones de mi vida que fueron muy significativos y fundamentales, pasado que fue forjando lentamente este presente de dulce y agraz, sabor esencial de esta existencia que de un modo nos emparienta a todos…