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Sancalisto

Esta es la situación: dos amigos en un bar, en el bar; en el único bar al que pueden ir. Hablan de cosas adorablemente sin importancia, miran alrededor. Hay un poco de gente. La mayor parte está afuera; gustan sus bebidas sentados en las mesas de plástico verde pendientes de que otras personas los puedan ver, listos a saludar con la mano a algún busto conocido que pase por el otro lado del cerco de matas. De pie hay muchos otros, buscan a alguien conocido que esté sentado en las mesas de plástico de este lado de las matas. Otros están adentro, al lado de la caja hay una gran concentración de ellos. Piden y pagan alcohol al cajero que da las vueltas antes de recibir el dinero. Detrás de él hay billetes de todo el mundo y afiches de equipos de fútbol con uniformes completamente pasados de moda.
En la sala de al lado todo es un poco más tranquilo, posiblemente porque hay poca visibilidad: no se ven muchas personas y hay pocas posibilidades de ser visto. Algunos están sentados y otros hacen fila para ir al baño. Pasa un hombre de delantal con una caja de cartón llena de aserrín y una escoba en la mano, evidentemente es un empleado del bar, se salta toda la fila y entra al baño. Cuando sale las personas parecen haber perdido las ganas y la fila se deshace misteriosamente. Un grupo de alemanes habla muy fuerte, parece como si sus sillas de plástico verde fueran muy pequeñas; de vez en cuando viene un mesero y se lleva otras tres botellas vacías de cerveza. Hablando en otro idioma hay otros dos que discuten con las cabezas tambaleantes muy cerca una de la otra; señalan algo inexistente en el aire y tratan de mirarse a la cara. Las conversaciones se confunden y hay un poco de humo. La sala parece llena pero en realidad las personas que están ahí van al baño y vuelven a las zonas del local con más movimiento. Nuestros dos amigos se han sentado en una de las mesas de plástico (verde) en un rincón que parece un poco alejado del tráfico hacia el baño. En algún momento los dos miran a un hombre que los esta mirando. No es seguramente una persona limpia, podría parecer uno de esos turistas alemanes que viene por un verano y se queda por años (sin cambiarse nunca de ropa), sin embargo podría ser simplemente un indigente, alguien que vive en la calle. Tiene un gran saco de lana abierto y sin botones que alguna vez fue rosado y azul, unas botas de cuero muy usadas con los cordones eternamente desamarrados. En su mesa un bloque de hojas alguna vez fueron un libro o un cuaderno, las esquinas florecieron por el uso y le hicieron perder la forma. El hombre los mira hasta casi hacerse notar, coge el libro y lo abre partiendo en algún modo el sucio objeto, sobre la mesa hay algunos colores y esferos; con unos traza quirúrgicamente una línea, delicadamente, despacio; casi temblando por la tensión del acto, acerca mucho el cuaderno a la cara, lo mira de cerca, respira cerca de la página, mira en todas las direcciones su mínima creación, su línea; después de estar seguro o satisfecho de algo apoya el libro, cruza la pierna y sigue mirando alrededor. A veces vuelve a mirar a nuestros héroes pero sólo en el recorrido que hace su cabeza por el local. Se recuesta en su silla verde con el pulgar encima de los labios, mira todo desde muy atrás de su nariz, el pelo rubio quemado por el sol, mueve el pie de la pierna cruzada en giros circulares continuos, lentos. Su actitud podría parecer soberbia si alguien lo notara, pero es flaco y pequeñito y ocupa poco espacio en su rincón con su mesa y una sola silla, la gente en viaje hacia el baño le pasa cerca pero no lo nota, él los mira desde la bajeza de su silla, los sigue con la mirada que es siempre más lenta que el paso de los urgidos usuarios del baño. No parece tener ninguna intención precisa, ningún horario, su vaso está vacío hace horas, el licor en el fondo se ha secado, queda solo una capa azucarada. De vez en cuando coge disimuladamente uno de los colores, sin mirarlo, como si controlara que nadie lo descubriera, lo toca y lo aprensa con una mano, con la otra abre el libro y señala otra línea que puede ser una curva o un signo; antes de cerrarlo le da vueltas y lo inclina, inclina también la cabeza, hace otra línea o una curva. Uno de los dos amigos alcanza a robar algunos centímetros de página por menos de un segundo, lo que ve es una estructura de colores, un diseño que no se puede llamar sólo geométrico, los colores se tejen en líneas que no dibujan figura alguna, sólo ocupan el plano de la página como si fueran la fracción contenible en ese pedazo de papel de una trama ajena, la piel colorada de algo; ocupa un plano pero no es plana, parece tener una profundidad a varios niveles, como si desde diferentes ángulos se pudieran notar grados más bajos o más lejanos de la superficie cartácea. El informe cuerpo color mugre que alguna vez fue un cuaderno encierra una sofisticada arquitectura de tinta y color dentro de sí. De pronto el libro pierde la ingenuidad que merecía, se convierte casi en un recipiente que al abrirlo proyecta una imagen que no puede simplemente contener.
Los dos se dan cuenta que es solo un dibujo hecho por el hombre sucio de la mesa del rincón, está también un poco sucio, hecho con los mismos colores sucios que el hombre colecciona, pero es inevitable notar que es el resultado de un proceso para nada simple, la trama de líneas parece seguir las reglas de un arte compleja, el resultado es demasiado impactante para estar conservado en un libro de ese tipo; o tal vez el cuaderno sea antiguo y conserve todas las muestras de la extraña disciplina de plasmar las estructuras de color. La cosa más evidente de la técnica usada es que las líneas se trazan una a una y con intervalos consistentes entre una y otra. Lo único seguro es que la situación es fascinante, ya no pueden dejar de pensar en el arte misterioso del hombre del rincón, comienza una sucesión de hipótesis entre los dos...
Pierden interés por cualquier cosa que no sea el artesano misterioso, tal vez pasan horas y ellos tratan de inventar las cosas más absurdas y al tiempo verosímiles, construyen historias completas y mundos paralelos para el hombre del rincón, cada nueva explicación tiene un propio periodo de gestación en el cual alguno de los dos cree tener la iluminación, es posible que empiece solo como una idea vaga, a veces es sólo una imagen que el iluminado va puliendo hasta presentarla al otro; entonces casi siempre hay una pequeña discusión donde se define mejor la nueva teoría, generalmente la opinión del otro hace notar debilidades no vistas por el descubridor; si la interpretación tiene éxito ocupará por unos minutos la conversación, hará buscar con la mirada algunos detalles específicos. Generalmente buena o mala que sea la nueva idea después de algún tiempo llegará otra más nueva, tal vez nacerá como interpretación de una vieja, o puede ser nueva completamente, a veces algunas vuelven a aparecer después de un tiempo debido a que nuevas informaciones o suposiciones las revalorizan.
Mientras tanto el protagonista de la polémica abre pausadamente el libro y hace una línea o una curva, mira a las personas que pasan pero sin fijarlas, cruza la pierna y parece pensar y meditar sobre algo que los demás no pueden entender, hace mucho que el mesero se llevó su botella vacía de cerveza pero él sigue ocupando tranquilo su mesa verde, su ángulo de estudio sobre el local; la fila para el baño a veces se hace larga, como una especie de hora de punta de las necesidades fisiológicas, después todo está tranquilo, alguien se para a mirar con un vaso de grapa en la mano los afiches de equipos de fútbol con jugadores casi todos ya muertos. A veces alguien lo mira, aunque esté siempre en su rincón a veces da en el ojo de alguien, tal vez este alguien haya también notado el fenómeno, el loco del rincón como si nada sigue haciendo sus liniecitas sin ocuparse de nada y sin hablar con nadie.
Aunque nuestros investigadores estén fascinados y completamente absorbidos por las conjeturas nunca olvidan pararse por turno a la caja a cambiar las botellas calientes y vacías por alegres botellas radiantes de frío de nevera, cada vez que es necesario alguno renueva el patrimonio con una nueva botella que va a llenar los mismos vasos ya marcados de huellas y palabras. De todos modos no es el alcohol que los hace hablar por horas del mismo tema, realmente se sienten héroes investidos del deber de descubrir el misterio del artesano sucio del color, responsables de revelar la nueva dimensión que abriría el viejo cuaderno.
La gente sigue pasando, yendo al baño, rozándolos y a veces atropellándolos levemente, al fondo la caja sigue cambiando billetes y monedas por recibos para reclamar más bebidas, muchas conversaciones les pasan cerca, conversaciones de borrachos pero también conversaciones estúpidas y de gente que va al baño, muchos urgidos ya ni hablan y odian en silencio al que se demora mucho en salir. Nuestros protagonistas tienen un límite como todos y por más que quisieran resolver el enigma es claro que sería inútil preguntarle directamente al maestro sucio del color; aunque parezca increíble los dos tienen cosas para hacer mañana y lo máximo que pueden hacer es salir pasándole muy cerca para tratar de espiar algo del cuaderno. Salen tambaleándose un poquito y pasan muy cerca de la mesa verde de la esquina, el hombre parece mirar al piso y no los nota. Desde la calle por la vitrina uno de ellos ve como hace alguna línea justo después que salen.
Meses después uno de nuestros investigadores vuelve al bar a tomarse una cerveza, va a su sala preferida cerca del baño, no hay mucha gente porque es un día poco concurrido; se sienta y ve en una esquina al alemán loco, parece que no se hubiera movido de ahí nunca, hasta el vaso vacío parece el mismo. Nuestro hombre recuerda todas las cosas que habían pensado hace tiempo, renueva todo su interés. Esa noche saliendo del bar habían prometido seguir con las investigaciones seriamente, habían prometido buscar al hombre por toda la ciudad, seguirlo y averiguar todo; en los días que siguieron la monotonía, las excusas y la sobriedad habían borrado todos los buenos propósitos. Sin embargo ahora veía renovado todo su entusiasmo, pensó en llamar a su amigo y hacerlo venir para resolver juntos el caso; mientras tanto siguió tomándose su cerveza sin perder ni un detalle, el hombrecillo parece un poco inactivo esta vez, se mira los zapatos y las manos sobre la mesa pero no usa su cuaderno que está siempre en el mismo lugar; pasan los minutos y finalmente parece iniciar el ritual, el hombre escoge un color y lo coge muy femeninamente con dos dedos, abre el amasijo de hojas viejas y marca sobre una de ellas una línea, una sola línea corta y firme. Después de un rato el solitario héroe se para y va a la caja para el habitual cambio de billetes por botellas; mira al cajero y luego al artesano de los lápices, abre la boca para decirle algo al cajero pero éste se le adelanta: “No le dé más gusto, ese loco dibuja una línea por cada estúpido que lo mira por más de diez minutos”.

Texto agregado el 17-10-2005, y leído por 199 visitantes. (0 votos)


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