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A no dudarlo, la independencia de un país tercermundista es un hecho mucho más simbólico de lo que parece. Tras la vanagloria de los pabellones ondulando al viento y de los ritmos folclóricos encendiendo los corazones, persisten la impagable deuda externa, la completa sumisión a los mercados extranjeros, la dolarización de la economía y el sometimiento a las dictatoriales reglas de las empresas transnacionales que tienen el control de los insumos básicos de la población. En términos más ligeros, la moda que viene de los países poderosos se adopta con acatamiento ciego, la música y las artes en general reciben la influencia de cultores del primer mundo, atesoramos las preseas que se les entregan a las mascotas, somos los líderes del consumismo, nos seducen con espejitos y baratijas y a cambio les entregamos nuestras valiosas riquezas. Somos libres pero no soberanos, sabemos convivir con la pobreza, despotricamos contra nuestros gobernante pero basta que escuchemos dos compases de nuestro himno nacional para que se nos caigan las lágrimas. Adoramos a nuestros héroes pero no seguimos su ejemplo, estamos más preocupados de los hitos fronterizos que de los hitos históricos, cada año que pasa, somos más hijos de las grandes potencias…
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Texto agregado el 17-10-2005, y leído por 293
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