... Fue el lunes 3 de octubre del año 2005, alrededor de las once de la mañana. Ya hacía mucho tiempo que se informaba a través de los medios de comunicación de la proximidad de un acontecimiento extraño, muy raro de ver, se trataba de un eclipse anular de sol, una clase de eclipse solar que no se había producido en la Península Ibérica (España y Portugal) desde hacía casi un siglo y el anterior más de dos siglos. En un eclipse anular el Sol no se oculta del todo, sino que queda un anillo de luz porque la sombra que proyecta la Luna no puede taparlo por completo.
Hacía días que lo decían en la radio y la televisión, aparecía en toda la prensa y hasta las autoridades académicas habían aconsejado que se protegiera a los alumnos no saliendo al patio a la hora del recreo, ya que se produciría justo en ese momento. En algunos colegios se habían organizado actividades paralelas que permitieran conocer lo que estaba pasando, sin exponer a nadie a los peligros para la visión de cualquier persona que se arriesgara a verlo sin las debidas protecciones. Y qué difícil resultaría estar con los niños y las niñas en el patio y que hicieran caso de las prohibiciones de mirar al cielo que les ofreciera el magisterio, aunque fuera por su propio bien. Los adultos saben demasiado bien, que las prohibiciones suelen provocar lo contrario del que se pretende con ellas.
El maestro les había explicado que un eclipse se produce cuando el Sol, la Luna y la Tierra se ponen en línea recta y consiste en la desaparición durante un tiempo corto –de tres o cuatro minutos– de un astro (Sol o Luna) por parte de cualquier observador, motivada porque el otro se situaba en medio de los dos y la sombra que proyecta le tapaba, bien de una forma parcial o totalmente. Les había dicho que hay de dos clases, el eclipse solar y el eclipse lunar. En el primero es la Luna la que se pone entre el Sol y la Tierra y en el segundo es la Tierra la que se pone entre el Sol y la Luna.
Eclipses solares se producen cada cierto tiempo, a veces hay varios dentro de un mismo año, pues al girar la Tierra alrededor del Sol y al mismo tiempo la Luna sobre la Tierra, es fácil que en más de una ocasión los tres astros se coloquen en línea recta.
Dice en una página de Internet que “se da la gran casualidad cósmica de que los tamaños del Sol y la Luna vistos desde la Tierra coinciden: aunque el disco lunar es 400 veces más pequeño que el disco solar, la Luna está 400 veces más cerca de nosotros que el Sol, razón por la que se pueden producir los espectaculares eclipses totales de Sol”.
¿Y qué pasa cuando la gente sabe que se produce un eclipse? Pues, todo el mundo quiere mirar al Sol y no perderse nada de lo que pasa. Mirar al Sol directamente en cualquiera momento puede producir lesiones en la retina y ceguera, por lo tanto es muy peligroso, pero resulta que algunas personas usan medios de protección que creen correctos y no lo son, como cristales ahumados, películas de fotos veladas (negativos), radiografías, CD-roms, etc., que aunque parece que protegen, no lo hacen porque dejan pasar unas radiaciones que dañan la retina del ojo.
Al final, llegaron al aula tres pares de gafas especiales, las únicas aconsejadas para visionar el acontecimiento celeste, obsequio de una óptica y, de una forma más o menos ordenada los alumnos podrían observar durante un tiempo mínimo –derivado de la escasez de material seguro– el conocido fenómeno.
El eclipse anular duró menos de lo que cuesta comerse un bocadillo y los alumnos pudieron comprender un poco los misterios del universo, esos misterios del cielo que normalmente se reservan para seres vivos especiales, para humanos privilegiados, para estudiosos de la ciencia y otros que tienen afición por la astronomía. Esa ciencia que se ocupa de las estrellas, los planetas, los satélites, los cometas,... y que se estudia en las clases de conocimiento del medio.
Todos los niños y niñas pudieron observarlo durante algunos segundos y su vista no padeció ningún peligro. La experiencia fue enriquecedora y en algún lugar, en alguna “estantería de su memoria”, quedará grabada como una cosa importante aquella aventura del espacio vista sin moverse de aquí.
El próximo eclipse anular de sol no llegará hasta que los alumnos que ahora tienen ocho años cumplan casi los treinta y uno, allá por el mes de octubre de 2028, cosa que no dejará de ser un privilegio para aquellos que puedan gozar de él, pues el anterior al que ahora hemos podido observar pasó hace noventa y tres años.
Tal vez, en eje tiempo del futuro, algún alumno o alumna de los de ahora se acuerde de cuando iba al colegio público “Almazaf”, con aquel maestro de pelo y barba blanca que se llamaba Cecilio y de cómo explicaron estas ideas para que todos pudieran comprender de la mejor forma aquello que no parece fácil de entender para unas mentes de solo ocho años.
|