Ya estaba decidido.

Y aunque su motivación era más una decisión intelectual que la propia experiencia, no podía pasar más tiempo aceptando su cobardía. Sabía de detenidos y de torturas en calabozoso que no tenían nombre. Se había informado de valerosos actos que acababan en tragedia (lo que a su modo de ver, y a fin de cuentas, los hacían más valerosos aún. Siempre había sospechado que si Ghandi hubiera muerto de apendicitis, o el Che de una pulmonía, no tendrían ni la mitad del nombre que tienen ahora).

Ya estaba decidido y ahora solo quedaba fijar el plan de acción. Lo de la militancia no le preocupaba mucho porque siempre existiría algún caritativo revolucionario que le presentaría a las personas correctas. Tampoco se sentía temoroso a las consecuencias, pues solo teme el que algo tiene que perder. Y frente a ese argumento, más perdería conservando su apatía acostumbrada que en un enfrentamiento con la represión. Incluso hasta podría ganar.

El verdadero problema, el que no lo dejaba tranquilo y lo inquietaba durante largas noches antes de dormir, era el nombre que utilizaría. Revisó mentalmente durante varios días todos los nombres conocidos. Se imaginó a sí mismo asistiendo a secretas reuniones donde debía responder a ese nombre. Y no solo responder a él, sino que presentarse a si mismo como ese otro sujeto. Lo inquietaba no encontrar el adecuado y no hay nada peor que morir con un nombre que no dice nada. Sería un seudónimo que mantendría durante todos los años que estaría en clandestinidad y no quería equivocarse en algo tan importante. El nombrar "seudónimo" al nombre de combate, lo hacía sentirse más intelectual, pero demostraba a las claras que su motivación no podía desprenderse de la literatura.

Finalmente lo encontró. Un nombre con historia pero todavía abierto a recibir más pasado. Un pasado que él se encargaría de escribir y de llenar de futuros y presentes. Un nombre que lo conduciría hasta un glorioso camino cubierto de hechos heroícos. Se llamaba a si mismo de esa manera para acostumbrarse, y hasta pensó que no sería mala idea colocar sus nuevas iniciales en algunas prendas de vestir para no levantar sospechas.

Ya decidido, ya valiente, ya despierto, llamó a su madre para darle la nueva noticia. Con temblor en los labios pronunció su nuevo nombre esperando una reacción que consideraba el comienzo de una cadena de nuevas miradas sobre él. Y se sentía preparado para ello.

Lo que vino fue superior a sus fuerzas. Como en una película pasada en cámara lenta y atento a todas las respuestas verbales o fisiológicas que podría dar su madre, vio con creciente emoción que ella comenzaba a modular su nuevo nombre. Lo dijo una vez, dos veces, y hasta tres. El estaba exitadisimo. Escucharse llamar, escucharse nombrar, le aseguraban más aun su propia decisión.

Su madre, ya más segura del nuevo capricho y utilizando el nuevo nombre, lo mandó a comprar pan.

El supo que ese nombre había sido asesinado en ese instante.