Los trajes de neopreno, por lo general, son fastidiosos. Te anulan gran parte de la agilidad y tus movimientos se vuelven lentos y perezosos. Pero son imprescindibles si tienes que entrar en aguas procedentes de glaciares.
Así que me dejé llevar por la ligera corriente del Riu Fred, flotando en sus aguas panza arriba, contemplando las formas caprichosas en que el paso del tiempo ha esculpido en ambos lados de la montaña por la erosión, formando así pequeñas grutas en su margen y ovaladas curvas en sus mohosas paredes.
A sus alrededores y siguiendo el curso del afluente, una hostil vegetación acompaña en todo momento, brotando de las rocas y de la piedra caliza, insinuándose, amenazadoras, a las tranquilas aguas del angosto río, cubierto siempre por una espesa neblina que lo mitifica, si cabe.

En el ya frío otoño, los Pirineos todavía siguen siendo el mejor destino para escaparte del estrés y la sinrazón de Barcelona. Esa furia descontrolada, esa competitividad incontrolable, se funde, se evapora en las heladas aguas del Riu Fred, colándose de vez en cuando por las roturas de mi traje, retorciéndome con espasmos, no se si de frío o de placer.

Bajando lentamente por su curso, ya nadando, ya caminando, infinidad de truchas cortas de edad se deslizan bajo mis pies. Sus cristalinas aguas me ofrecen este espectáculo, pero a su vez, me enseñan el camino a seguir, siempre obstaculizado por piedras y rocas resbaladizas que dificultan continuamente la marcha. Pero la madre naturaleza siempre es justa y,sabedora de tu esfuerzo, te ofrece momentos estelares en forma de toboganes, de los que te deslizas aceleradamente junto al agua sobre lecho seguro, rememorando aquella niñez perdida en aquel parque junto al colegio.

Otras veces, te incita a saltar, a perder el miedo, provocando a la gravedad, para recogerte después en sus profundidades y cubrirte con sus aguas de todo mal, mimándote, jugando contigo y ofreciéndote un soplo de aire fresco una vez llegado al exterior.

El Riu Fred sigue su camino sin descanso por unas inhóspitas tierras. Me sigue enseñando sus dominios no mal logrados por la mano del hombre. Me enseña sus recodos inexplorados, sus secretos por descubrir, hasta dejarme, unos metros más abajo, en las orillas cercanas a un puente romano. Aquí acaba mi trayecto y empiezan unos dominios descuidados en las que el río se avergüenza y no quiere mostrarme.