AL DESPERTAR MAÑANA
I
Después de haber pasado buena parte de la noche discutiendo con su novio el problema que representaba la represión y de cómo soñaban con cambiar el mundo, Amelia se había ido a dormir de madrugada, para despertar a las once de la mañana con el timbre del teléfono.
—¿Diga?—preguntó al levantar la bocina.
—Hola compañera—saludó una voz masculina al otro lado de la línea—soy Juan Carlos, Carla nos presento el otro día en al reunión de Margarita ¿te acuerdas?
—Aja
—Pertenezco al comité de organización del movimiento estudiantil y quiero invitarte al mitin de esta tarde—dijo.
—¿Y estas llamando uno por uno a todos los de la prepa?—quiso saber ella.
—No, claro que no. Carla, tu amiga, me dio tu número. Ella cree que te gustaría venir—aclaró Juan Carlos.
—Ah, ya veo—dijo Amelia— ¿Es el mitin que harán en Tlatelolco?
—Sí, justo ese ¿vendrás?— preguntó él— Será completamente pacífico, cero violencia—aseguró—comenzara entre las cinco o cinco y media.
—De acuerdo—aceptó Amelia—Allí estaré.
Cuando Amelia abrió los ojos ese dos de octubre creyó que sería un día como cualquier otro.
***
Claudia se frotó los ojos por debajo de los anteojos, estaba cansada. Había estado despierta toda la noche preparando panfletos y soñando despierta con el final, feliz, de todo este movimiento.
Tenia la esperanza de que al final de aquel día hubieran dado un paso más en su lucha. A las cinco de la tarde estaba previsto un mitin en la Plaza de las Tres Cultura, en Tlatelolco. Ella estaba metida hasta el cuello en el movimiento y necesitaba, de veras necesitaba, que se resolviera para poder volver a la escuela a terminar sus estudios e ingresar después a la Universidad. La literatura era su pasión y Letras clásicas la carrera que pensaba estudiar.
Cuando Claudia se recostó a dormir un rato lo hizo pensando que aquel dos de octubre sería un día de grandes cambios.
***
Los padres de María odiaban que ella fuera la novia de Rodrigo, ese hippie mugroso y sin futuro como solían llamarlo. Lo que ellos no sabían y mucho menos entendían era que Rodrigo le había abierto los ojos a la realidad, a esa realidad donde los jóvenes eran reprimidos por tener ideas, por seguir una filosofía, por exigir justicia, por tratar de vivir en libertad y seguir siendo fieles a sus ideales.
Amor, paz, libertad, cultura, libre expresión. Parecían conceptos difíciles de entender para ese gobierno cerrado, corrupto y manipulador que escondía la verdad y publicaba falsedades. “El milagro económico mexicano”, las Olimpiadas, el supuesto crecimiento del PIB. Todo eso no era más que caretas que el gobierno, encabezado por Díaz Ordaz, quería mostrar al mundo para hacerle creer que México, país históricamente subdesarrollado, salía adelante y que estaba a punto de convertirse en potencia primer mundista. Mentiras, sólo mentiras.
Por eso María gritaba consignas por las calles, agarrada del brazo de sus compañeros, de sus amigos. Por eso María planeaba asistir, sin el consentimiento de sus padres, al gran mitin pacifico que se realizaría aquel día en Tlatelolco.
Cuando María salió de su casa para buscar a su novio pensó que ese dos de octubre encontraría, junto con muchos otros, respuesta a sus reclamos.
***
Abril había llegado a la Ciudad de México hacía tres años con la intención de estudiar. En el pueblo donde había nacido no existía una preparatoria y ella definitivamente no deseaba quedarse solo con la secundaria, deseaba, añoraba y necesitaba estudiar una carrera universitaria que le abriera muchas puertas. Sabía el futuro que le esperaba si se quedaba. Casarse, tener hijos y vivir atada a un hombre que no la tomara en cuenta nunca.
No, ese no era el destino que ella quería, por eso se había arriesgado a viajar a la capital, sola, con poco dinero, sin ningún apoyo, con el único aliciente de lograr su sueño. Pero ahora, con la huelga, veía su futuro desmoronarse poco a poco. Ese era el motivo por el que había tomado la decisión de participar en el movimiento, para ver si con una par de manos más se terminaba todo más rápido. Sí, ese eral motivo, al menos al principio porque Abril acababa de descubrir que se sentía muy a gusto siendo parte del movimiento, militar junto a sus compañeros, mujeres y hombres, sobre todo hombres, que la trataban como a una igual.
Abril miró el reloj; eran las dos treinta y cinco y ella tenia que encontrarse con sus amigos en Garibladi a las tres. Caminarían todos juntos hasta Tlatelolco para asistir al mitin que se realizaría en la Plaza de las Tres Culturas.
Cuando Abril salió de su empleo de medio tiempo pensó que aquel dos de octubre no era más que otro día en el calendario.
II
La lluvia caía como a cubetadas. La lluvia de agua que caía del cielo y la de balas que venia de todas partes. Eran como las ocho de la noche, o tal vez las diez, o las doce ¿Qué chingados importaba? Lo único que importaba era saber que se podía morir.
Claudia podía ver como el agua corría mezclada con sangre. Estaba metida en un hueco entre la iglesia y las ruinas de pirámides aztecas. Estaba allí escondida porque alguien había decidido que la mejor forma de responder a las palabras pacificadoras y de aliento de sus lideres era con balas y las balas habían decidido que su mejor recompensa era la vida de esos jóvenes que no hacían nada más que exigir un país justo.
—¡Maldito Díaz Ordaz! ¡Maldito gobierno de mierda! ¡Malditos militares!—murmuro muy bajito mientras trataba de contener las lagrimas.
Junto a ella, apretándose el brazo herido, estaba Amelia, llorando muy quedito y pegadita a la pared, rezando para que no la vieran.
Había sido de las primeras en recibir balazos. Estaba hasta enfrente, de la mano de su novio, cuando cayeron las bengalas del cielo y después…hubiera querido no saber nunca que paso después pero, cada que cerraba los ojos aunque fuera por un segundo, veía la imagen de Rubén tendido en el suelo, ensangrentado y con una bala en la cabeza.
Estaba viva. Había corrido y estaba viva. Había corrido sin saber muy bien a donde, había saltado el barandal de la zona arqueológica y ahora estaba allí en ese hueco, escondida con otras tres. Otras tres que, como ella, estaban lastimadas, mojadas y aterradas. Pero estaban vivas.
—¡Chingada madre con estos pendejos!—susurró Abril con la voz quebrada, sin saber muy bien si era por el miedo o por el coraje.
Había escuchado a los helicópteros, visto los tanques pero ella, pobre ilusa, había pensado “Solo son por precaución” ¿Y la mirada turbia de los soldados? Se asustó pero no la entendió. Después fueron las bengalas cayendo sobre sus cabezas. A su lado un hombre se puso un guante blanco. ¿Y sus amigos? Quién sabe. A lo mejor muertos. ¿Y ella? Escondida como un perro miedoso, asustada y mojada. ¡Pinches pendejos los del guante blanco!
—Estaban mezclados con nosotros—se dijo Abril—Esto estaba bien planeado desde hace mucho.
—¿Quiénes estaban mezclados? — preguntó María, como saliendo de un shock.
Cuando llego estaba emocionada, eufórica. Gritaba más fuerte que nadie, incluso más que su novio y es que estaba contenta. El movimiento era fuerte, con valores, con ideales. La hacia sentir libre. Pero no sabía que había pasado después. Solo vio como caían luces verdes y luego escucho gritos; Todos se echaron a correr pero el dirigente dijo “No. Es solo una provocación” Y ella se quedó allí quietecita con su novio al lado hasta que alguien la aventó y cuando se levanto ya no lo vio. Entonces corrió y dio con este lugar. No sabía que tenia que hacer.
—Los del guante blanco—contestó Abril—Yo vi a uno ponerse el guante. Estaba junto a mí.
—Nos vamos a morir aquí— dijo Claudia
—No seas pesimista— pidió Amelia
—Yo vi a mi novio muerto. Y nosotras también nos vamos a morir— insistió.
—Sólo si no se callan— indicó María, asustada.
Se miraron a los ojos. A lo mejor tenía razón. A lo mejor no.
III
Ya no se oían los balazos, ya nada más algunos gritos aislados. Estaban las cuatros bien pegaditas a la pared, cuidando que no se les viera ni un solo cabello. Seguía lloviendo pero ya no tan fuerte. Las voces de los soldados y el sonido de sus botas las hacia saltar cada vez que los escuchaban cerca.
Abril fue la primera en hablar porque la asustaba más el silencio que los gritos.
—Me llamo Abril—dijo— Soy de la cinco.
—Yo soy Claudia y soy del CCH sur.
—Amelia, de la voca siete.
Hubo un momento de silencio cuando escucharon pasos sobre sus cabezas y luego un grito que venia de lejos pero que a ellas les puso la piel chinita, como si les hubieran gritado en la oreja.
—Yo me llamo María y soy de la prepa 7—Concluyó. De nuevo el silencio.
IV
Otra vez las ráfagas de metralleta. Arriba de ellas un chavo suplicaba por su vida. ¿Qué hacer? Ni como ayudarlo. Arriesgaban sus vidas. Las arriesgaban más.
Ahora si estaban calladitas por que escuchaban como los malditos asesinos caminaban entre los cuerpos, y sabían que había cuerpos y muchos, pateándolos, buscando alguno que se les escapara vivo, picando con la bayoneta, dando el tiro de gracia.
“¿Cuántos serán?” Se preguntó Abril “¿Cuántos? ¿Y la sangre? ¿Cómo lavarían la sangre de tanta gente?”
“Los niños” pensó Amelia, ella había visto niños, muchos. “¿Los habrán matado igual? Ni que ellos tuvieran la culpa, ni que fueran del movimiento”
“Me voy a morir aquí. Me voy a morir aquí. Me voy a morir aquí” se repetía María una y otra vez “No, estoy junto a la iglesia, no me pueden matar junto a la iglesia” Pero los habían matado frente a la iglesia, justo en la puerta porque no la habían abierto, no habían ayudado. Y había hombres en el techo, ella los había visto antes de correr.
“¿Cómo le van a hacer para esconder esto?” Quiso saber Claudia “Son muchos muertos, son muchos muertos. Esto se va a saber, esto no lo pueden callar. Son muchos muertos”
—Ya no se escucha ningún ruido—se aventuró a decir Abril—Ya no se…
El corazón de las cuatro latió más rápido que nunca en sus vidas cuando escucharon la voz de un hombre vestido de civil que manejaba una nueve milímetros y usaba un guante blanco en la mano izquierda. Estaban perdidas, ahora si ya estaban muertas. Todo sea por la causa.
—¿Conque escondidas, no? Ya se las llevo la chingada mamacitas—dijo el hombre.
¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!
Ahora sí, a cerrar los ojos que mañana hay que despertar temprano.
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