Te recuerdo con una sonrisa, con un gesto de sencillez en el rostro, con una palabra amable y sincera en los labios, con una caricia protectora en las manos, con un susurro cariñoso que me hechizaba... Tu presencia era para mi mucho más que apreciar mi existencia, era como no ser yo, sino una parte de ti.
Tus abrazos eran tan profundos que sentía que mi lugar del puzzle era tu pecho, y allí pasaba largos ratos escuchando el eco de tus latidos, el murmullo de tu voz saliendo melodiosamente de tu boca hasta mis oídos impacientes.
¿Existía más felicidad que todo aquello? Para mi no, desde luego. Mi vida sólo era vida cuando tú estabas allí, mirándome, rodeándome con tus sonrisas tiernas y haciéndome sentir especial cuando tus ojos brillaban y me embriagaban de dulzura.
Cuando me veías a lo lejos, tu rostro se entornaba alegre y soñador, con una paz tan profunda que se respiraba en el aire.
Tu mano, mucho mayor que la mía, jugueteaba con mis dedos y dibujaba corazones en mi palma, causándome cosquillas tan agradables que no me cansaba de sentir esa sensación.
El tiempo pasaba tan rápido que era como despertar en un iglú después de varios meses sin haber despertado ni un instante, y pensaba que quizá al despertar todo hubiera sido un sueño, y tu existencia hubiera sido sólo un magnífico sueño, pero no fue así, antes de terminar mis pensamientos más tristes, aparecías ahí, sin decir nada, pero haciéndome sentir plena de vida al tenerte a mi lado.
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