Eco, el Grande
Todo comenzó cuando leí El Péndulo… fue entonces cuando me adentré en un pasaje literario de indecibles proporciones del que jamás saldría siendo el mismo. En ese lugar de quinientas setenta y nueve páginas descubrí a Umberto Eco. Obras, autores y años de comparación han pasado desde entonces, pero me es imposible dejar de calificar a El péndulo de Foucault como la obra cumbre del alessandrino nacido en 1932.
Tengo un número incalculable de razones para explicar porqué considero a Eco uno de los mejores literatos, pero no me atrevería a contarlas todas para no aburrir al lector: estoy seguro de que no son necesarios los panegíricos para reconocer lo obvio: en el mundo de los vivos, ocupa un lugar especial.
Si bien es cierto que todo comienza con El nombre de la rosa, y sus impresionantes descripciones de una época, de un mundo, de un monasterio, o de una biblioteca, El péndulo… concentra una vastedad de conocimientos formidable: difícil de asimilar en la lectura inicial, y sin embargo, aún cuando uno termina de leer por vez primera, se maravilla ante una trama tan profunda como compleja, emotiva e intrigante: tres intelectuales resucitan un plan imaginario, lo maquillan y reconstruyen por el puro interés de entretenimiento, pero terminan por entramparse, ellos mismos, en su propia creación.
Confieso que en esa primera ocasión, a mis dieciocho o veinte años, lidié para abordar una historia y un tema totalmente nuevos para mí. No fue sino en la medida en que la trama inundaba mi mente que absorbí y acabé por creer a pie juntillas el plan. Tanto esfuerzo de comprensión se derrumbó y terminé decepcionado al saber que habían jugado conmigo: a hacerme creer y luego desmentirme, tan fugazmente como quien pasa un cepillo sobre las migajas y borra todo rastro de lo que ahí existió. Días me habría de durar la desilusión de saber que el secreto fuese que no hubiera secreto, y que eso era, precisamente, lo que nadie sabría.
Pero más apabullante aún, fue imaginar la investigación necesaria para elaborar la obra: el dominio de Eco sobre la orden de los Caballeros del Temple, la mitología celta, las órdenes druídicas, la francmasonería, la cábala, los movimientos “secretos”, el ocultismo, la historia y la lógica de las matemáticas, son dignas de llamar a este autor un verdadero genio.
Sin duda alguna, los personajes son más que borgesianos o carpentieranos: pertenecen a un nuevo cuño de escritor, son Eco-sianos. Su Belpo es la suma de la historia de la Italia de los años cuarenta, el sarcasmo y la sagacidad del filósofo, y el otro yo de Casaubon, el personaje principal. Todo lo que éste último no puede decir o hacer es llevado a cabo por Belpo: sus fantasías -el pin-ball, los sueños frustrados-, sus infortunios de niño, su relato del tío Carlo como ejemplo de la “Caballería Espiritual”, la aparición de la tecnología en las editoriales… pero qué decir del resto de protagonistas: Aglié -Conde de Saint Germain- Cagliostro- Rakosky- figura milenaria, perspicaz y entendida de los secretos del submundo oscurantista; Amparo, la brasileira -clásica estudiante latinoamericana refugiada en el primer mundo-, con sus humanismos y esoterismos.
Qué decir de Diotallevi, “El hombre que quiere ser judío”, que conoce la cábala, que se esfuerza en descifrar el nombre de Dios y formular el plan que dé respuesta a las dudas milenarias: el tipo retraído que muere solo en la cama de un hospital, víctima de una enfermedad rara, de tres letras, mientras sus compinches son perseguidos para que develen el misterio del plan que no existe.
Salón, Garamond, Bramanti, Lorenza, Gudrum, el Coronel Ardenti… y Lía, la mujer-conciencia, la definición de fémina-verdad: quien te devuelve a la realidad que no quieres reconocer hasta que es demasiado tarde para salir de ella. La única que perpetuará la historia y el secreto: la que tiene la información y el hijo que en treinta años desentrañará de Abulafia y del fichero mágico el misterio dejado por un padre que, optimista siempre, juró enseñarle a tocar trompeta y clarinete si nacía con dos cabezas…
Ignoro si Eco sabía que creaba el mayor sueño de Borges: el libro infinito. Comienza casi al término de la historia y ésta termina justo donde inicia, con un espectador que narra y narra sin finalizar su reflexión, ni morir en ello: uno puede abrir el libro en la página trescientos y comenzar ahí mismo la lectura.
O hacer como yo: la tercer ocasión que lo leí, comencé casi a la mitad y, faltando unas cincuenta páginas, mezclé los capítulos: el 113 y luego el primero, luego el 114 y así, de forma que cuando culminé el texto ya estaba de nuevo en el 6, emocionado porque Casaubon había encontrado la contraseña de Abu y sorprendido una vez más por la historia de la trompeta de Belpo y el plan que contaba Bramanti.
Siempre, en cada lectura, descubres una nueva relación, una frase célebre: una pista que no habías notado, un Eco (¿eco?) que no deja pasar detalle y unos personajes de humor negro europeo: la Tripodología Felina, la Urbanística Gitana, la Gramática de la Anomalía, Hípica Azteca: todo lo necesario para establecer una facultad de trivialidad comparada a través de las bromas de muy alto nivel que pasan imperceptibles al primer llegado: capaces de hacerle a uno desternillarse de risa inmediatamente después de haber leído la triste historia del amor platónico belpiano: Cecilia.
¿Quién es Eco? ¿Cómo hace para sintetizar a Borges, García Márquez, Fellini y no sé cuántos más en esa prodigiosa mente?
Su nombre podría explicarlo todo, o ser la clave secreta: Umberto, como un Eco, reverbera, retumba como el sonido en el acantilado de un enorme cañón, lo que escribe nunca se extingue.
Sí, después vendrá la Isla del día de antes, luego Baudolino, unos ensayos y más recientemente La misteriosa llama de la reina Loana, que mucho parece haber encontrado a Casaubon, años después, en su misma Italia, tapiado detrás de unas gafas de bibliotecario y un pretexto de amnesia que le permite decir a quien lo encuentre: “no, no soy más el Sam Spade de la literatura, ni Argos, el perro de Ulises; no soy Casaubon: dicen que me llamo Arturo Gordon Pym o Giambattista Bodoni…”
Por todo esto y por cada frase que tengo que leer y releer una y otra vez hasta comprenderla, imaginarla, aplicarla y adaptarla, mi libro de cabecera, mi biblioteca total, será El Péndulo de Foucault por muchos años más. Gracias Don, Sir, Excelentísimo, Apreciado, Respetado, Admirado, Umberto, por ser una muestra de cultura, emoción, aventura, humor negro y memoria de la memoria.
Original 2002, reescrito 2005.
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