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Llevaban horas caminando bajo el ardiente sol del Sahara, deteniéndose apenas para descansar sus molidos cuerpos y sus exhaustos pies.
Las tres siluetas apenas resaltaban en la inmensidad del desierto, y de vez en cuando una ráfaga de viento levantaba una capa de arena que los cubría totalmente, haciéndolos invisibles durante unos pocos minutos. Casi no hablaban mientras caminaban, quizás para ahorrar energía, pero principalmente porque no tenían nada que decirse, después de que la avioneta que los llevaba a su destino se encontrara con una misteriosa tormenta de arena, o Khamsin, como la llaman los lugareños. Al estrellarse el avión, sólo ellos tres lograron salir con vida; sus cinco compañeros, más el piloto y el copiloto, la perdieron en el accidente.

Ninguno lo decía, pero mientras el ardiente sol, desde su sitial en medio del cielo, los abrasaba, los tres deseaban haber tenido la misma suerte que sus compañeros: una muerte rápida y casi indolora, en vez de morir asándose de a poco, y muy dolorosamente.
Silenciosamente, se acercaban a una inevitable muerte, o al menos eso pensaban…

Uno de ellos, llamado Sayid, se rió de repente, y, por extrañas razones que ninguno comprendió, los otros dos empezaron a reírse también. Cuando terminaron, Anwat, otro viajero, dijo:

-¿Por qué te reíste, Sayid?
-No lo sé, simplemente, me vino a la mente una imagen muy graciosa.

En ese momento, el tercer caminante, Habib, habló con furia, aunque, quizás, con desesperación:

-¡¿Y qué puede ser tan malditamente gracioso ahora, por Alá?!

Un incómodo silencio siguió al repentino exabrupto de Habib. Con miedo, aunque, quizás, con seguridad, Sayid dijo:

-Solamente imaginé…imaginé que…qué pasaría si justo ahora nos rescataran, en…en un helicóptero, y…y llegáramos a casa.
-¡Idiota! ¡Es imposible que nos rescaten ahora, o en cualquier momento! ¡¡Imposible!!...¡Es más fácil que llueva aquí en el desierto a que nos rescaten!

Justo cuando Habib terminó de hablar, un lejano trueno retumbó en sus oídos. Un sonido como el crujir de hojas se acercaba por el cielo, y la arena bajo él se oscureció por las negras nubes de tormenta que cubrieron el firmamento. Luego, las nubes empezaron a deshacerse, y sus pedazos a caer al suelo, en forma de una lluvia mágica y bendita.
Mientras las gotas recorrían las caras de los tres caminantes, un ruido diferente llegó a sus oídos: un motor, y hélices cortando el aire, acercándose a ellos.

Texto agregado el 15-10-2005, y leído por 87 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-01-2010 casi pude sentir el calor del desierto, me pareció muy bueno tu escrito, sigue asi. eliz
22-10-2005 muy bueno el final. destellitos
15-10-2005 Nada es imposible, aunque las probabilidades sean pocas, existen, te leí y te dejo estrellas, porque apuntas a la esperanza en este cuento***** Goyo
15-10-2005 enrredado elforastero
 
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