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Nada me gustaría más que olvidar este horrible recuerdo que me asalta al cerrar los ojos, detrás de cada sombra, y esperando bajo cada recodo en mi condenada vida; y sólo espero que los sordos oídos del papel sean suficientes para acallara el tenue murmullo de terror que acosa mis pensamientos.

La profunda inmensidad de la noche era la única testigo de mi tortuoso devenir por los fríos suelos de una anónima ciudad, y uno que otro ruido citadino, cual estertor final de un hombre agonizante, interrumpían la serenidad de la jornada en cuestión.
Mis piernas me transportaban sin rumbo por las estériles venas de la ciudad, y mi alma gozaba tranquila del vagabundaje, habiendo pasado la noche en culposa juerga.
Mi adormecida mente se entretenía en ociosos pensamientos sobre una misteriosa fémina que cautivaba mi imaginación desde hacía un tiempo, cuando un lejano retumbar perturbó mis cavilaciones, y pronto una lluvia fría bañó la ciudad.
Rápidamente intenté proteger mi cuerpo del agua y el frío, y corrí hacia un edificio al otro lado de la calle.
La ciclópea estructura se encontraba como un cadáver descompuesto, o la osamenta de un grandioso animal, en medio de la silenciosa urbe. Vacío y silencioso, parecía el escondite perfecto, y un lugar donde podría descansar. Me dispuse a recorrer mi refugio, al ver que la lluvia proseguía con inaudita furia, y podría durar toda la noche ¡Oh, si tan solo hubiera retrocedido en ese momento! Pero los Hados ya habían decidido mi camino, y no estaba en mi poder deshacerlo.

Largas sombras se extendían de las paredes, cubriendo todo el edificio, y de la oscuridad surgían débiles gemidos, como si la noche misma estuviera intentando hablarme en un arcaico lenguaje, de cuando extraños seres caminaban por la Tierra, y el sol todavía no nacía para deshacer las milenarias tinieblas.
Por dentro, mi refugio estaba habitado por lóbregas alimañas, ratas, cucarachas e incluso murciélagos, como pequeños diablos alados, los cuales pululaban alrededor de todo el lugar, emitiendo sonoros lamentos y chillidos, que formaban una horrorosa cacofonía de pesadillas: el estruendo de gruñidos, gritos, llanto y golpes, turbaba a cada segundo mis pensamientos. La luna se alzaba en el cielo como el gigantesco ojo de un dios pagano ya olvidado, y las mortecinas luces que surgían de ella jugueteaban con la lluvia y las estructuras de la ciudad, formando sombras de monstruosidades ancestrales, y pesadillas que nos acechan desde los sueños de los infantes.

En ese momento, el más horrible aullido que jamás había oído, perforó la noche y paralizó mis sentidos, dejándome indefenso y poseído por un miedo mortal, un miedo primordial de aquel que siente cercana su muerte. Tan horrible lamento me perforó como mil cuchillas heladas, pero alimentó mi curiosidad. ¿Qué criatura pudo haber proferido semejante chillido? ¿Qué la habría impulsado a hacerlo?

¡Ay de mí, y de mi pobre alma, condenados ambos al sufrimiento eterno por un simple segundo de curiosidad, que me lanzó al abismo en que ahora me encuentro! ¡Preferiría mil veces desconocer los oscuros secretos de este mundo que creemos nuestro, y todavía tener la paz de la ignorancia!

Esperé a calmarme un poco antes de explorar el edificio donde me encontraba. Cada paso que daba era acallado por el sonido de la lluvia y las bestezuelas, pero me acercaba inexorablemente a la fuente del infernal llanto. Al irme acercando al corazón del edificio, oí otro chillido como el anterior, pero esta vez más cercano. Esto me dio una extraña fortaleza, y seguí adelante, hacia las oscuras entrañas de mi refugio, y mi condenación.
A unos pocos metros de donde estaba, se asomaba una escalera, apenas visible a la luz de la luna. Me dirigí hacia ella temblando de miedo, pero con una extraña resolución. Descendí al subterráneo del edificio, y al llegar ahí, un tercer grito desgarró la noche, y quebró mi vacilante paso. Estuve quieto unos segundos, sin saber qué hacer, si huir de una vez, o terminar con la duda que perforaba mi mente, y descubrir la fuente de todo aquello.
Decidí seguir, bajando finalmente las escaleras, y llegando a un pequeño cuarto, totalmente oscuro: ni la luz de la luna penetraba en ese sacrílego lugar, pero a través de la oscuridad se oía un débil gemido, como el de una bestia herida de muerte.

En ese momento, desde afuera se escuchó un crujir y un retumbar, y pronto se oyeron truenos en la superficie.
¡Maldigo mil veces el rayo que cayó en ese momento! ¡Maldigo al Destino, que me llevó hacia ese punto, en ese momento, para mostrarme a la horrible criatura de la noche!
La momentánea luz me reveló lo que buscaba en ese lugar, y, aún ahora, cuando recuerdo ese momento, mis manos tiemblan, y mi mente se pierde en el horror de la memoria.
Encadenado a una pared, con grilletes en los pies y las manos, se encontraba un horrible ser, de forma casi humana, pero con unos pocos jirones de piel descompuesta cubriendo su carne, la cual estaba a la vista, como un animal desollado, aunque todavía vivo. Por su cara parecía tener cientos de años: cabellos blancos colgaban de su cabeza, pero no tenía orejas, ni nariz, sólo agujeros. Delgados hilos de músculos cubrían su cráneo, dejando ver, en ciertas áreas, partes de la calavera que había debajo. Pero eran sus ojos los que más me llamaron la atención: eran totalmente humanos, de un verde claro, y aparentaban conciencia de lo que les sucedía, incluso parecían tener inteligencia.
La vista de ese horrible despojo de humano me provocó un horror indescriptible, y un impulso de huir, de correr, me poseyó.

¡Si tan solo hubiera muerto en ese mismo instante! ¡Si el rayo revelador me hubiera fulminado en ese momento! Ahora tendría paz, y mi alma reposaría lejos de las pesadillas que hoy me aquejan. Mientras huía, logré escuchar, con el borde de mi conciencia, la última frase de la bestia, que me sumió en la más profunda desesperación, de donde todavía no puedo salir:

- ¡Libérame; libérame chico, y te daré la eternidad, tal como mi maestro me la regaló a mí!

…Todavía hoy, mientras permanezco recluido en un sanatorio, oculto y protegido, temo por mi alma, y temo a mi reflejo, en el cual no veo más que aquella bestia eterna, y el premio que me otorgó, cuando, fuera de mí y de mi sanidad, corté sus cadenas, y huí…

Texto agregado el 15-10-2005, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-10-2005 Muy buen cuento, un poco larga la parte desciptiva, pero finalmente atrapas al lector con el suspenso, te dejo estrellas para que iluminen la noche de tu eternidad.***** Goyo
 
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