Los pobres siguen esperando
Imagino si el Padre Hurtado hubiese vivido durante la década pasada probablemente le habrían calificado de comunista por su acción social.
Existe un submundo que nos pertenece, por el que el Padre Alberto Hurtado habló y trabajó incansablemente. Hoy, muchos debiésemos hacer algo similar. Más que hablar acerca de él, nos corresponde actuar como él, sobre todo la casta de sofistas que cada cierto tiempo sale a buscar votos. Aunque nos cueste creer y entender, la sociedad tiene un submundo que pena y suplica. Por diferentes motivos, he llegado al centro de la pobreza, donde habitan mis hermanos, gente igual a los que leen esto, pero con escasas oportunidades. Por muy diversas circunstancias, ellos no han podido salir de la miseria. Los índices estadísticos los convierten en un número y el chorreo no los alcanza a tocar.
Al adentrarse en este submundo uno conoce todo lo que no desearía que existiera. La noche es eterna y el día infernal. El agua escasea y la olla cuesta llenarla. Simplemente, hay días de “adorno”. La pereza corrompe y degrada. La ociosidad es la reina del barrio. Cuánta impotencia provoca ver esto y cuán desesperante debe resultarles a quienes viven a diario esta rutina. Muchos terminan por asumirla, otros por rebelarse y romper con el mal llamado pobreza. Sin duda, cuando nacieron no pidieron o imaginaron que estarían donde les tocó. Están lejos de ser productivos, con instrucción. Carecen de un horizonte mejor. La máquina los condenó, como por ley del equilibrio, a ser sometidos a esta miseria sin freno.
En un viaje de Valparaíso a Santiago abordo del auto de un honorable, lo escuché jactarse porque su vehículo era importado de Estados Unidos y su valor superaba los 80 mil dólares. ¡Qué poco criterio!: mientras un Chile se muere de hambre, otro arrastra vehículos con valores de insensatez. La pobreza es un problema que nos reclama y debemos asumirla. Estuve entre los marginados para saber qué es vivir con una esperanza, una ilusión que se agota o no llega, un cambio que se hace en la mente y no en la práctica, una mirada mentirosa, una palabra hipócrita, una frase estéril, una promesa indolente, un grito acusador, una puerta cerrada, una casa sin muebles, un piso de tierra, un techo que es la lluvia o el sol, según la época del año.
Esto no existe para un gran número de compatriotas. A otros les da lo mismo. Los menos no pueden contra el sistema que hemos creado, desigual y cruel, que se come a esos seres humanos que son parte de la sociedad. No sé dar una respuesta, menos en temas tan delicados. Mi fin es relatar esto a quienes no ven y no desean asomarse y sólo se permiten reprochar a esta gente o lavarse las manos después de saludarlos. Estamos a las puertas de dar a Chile un santo, un hombre que no sólo conoció la pobreza, sino que la combatió en todos sus frentes y buscó soluciones. Alberto Hurtado es un ejemplo para todos. Veo cómo una cantidad no despreciable de gente viajará al Vaticano a la santificación. Los medios hablarán de este insigne chileno y muchos candidatos estarán presentes para la foto o usarán el tema para sus discursos, pero no basta. Hay que hacer vida el mensaje. Imagino si el Padre Hurtado hubiese vivido durante la década pasada probablemente le habrían calificado de comunista por entregarse a la acción social. Hoy le rendimos homenajes y lo recordamos como el símbolo de nuestros tiempos. Ojalá Providencia, que llena calles y avenidas con pendones con la figura del santo, cambiase el nombre de la Avenida 11 de Septiembre por Padre Alberto Hurtado. Sería un gesto ennoblecedor de las autoridades.
Deseo hacerles parte de algo que nos pertenece, responsabiliza y compromete. No crean que nada les ha de afectar porque si mañana o ahora mismo les intimidan los harapos sin duda deben ser los rebeldes que no aguantan más la forma subhumana de vivir y desean dar un vuelco. Este cambio no pasa por la reflexión o leer columnas.
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