Capítulo 1. Reencuentro
-Y… ¿quiénes son mis padres, Dave? –preguntó una chiquilla tierna de unos cinco años sentada en un sofá.
El chico de su lado, no muy alto y con lentes, no le prestó atención por un momento. Tendría unos catorce años entonces y estaba leyendo un libro al tiempo que oía música con sus audífonos. Antes de quitárselos vio a la niña con fastidio.
-Okay –comenzó-. Mira, Reichel, hay algo conocido como álgebra. Es difícil de estudiar, y créeme, cuando tengas mi edad…
-…voy a comprender que no todo es tan fácil como parece –recitó la niña para completar el discurso.
A diferencia del chico, de piel clara y pelo castaño y lacio, la niña tenía piel morena y cabello casi negro y rizado. Con una muñeca que cargaba en la mano, la niña se puso de pie y salió de la sala, sin que su pregunta obtuviera una respuesta.
Fue a sentarse a un columpio grande del jardín, tras la sala al atravesar una puerta de cristal. Se puso a meditar su pasado y a tratar de recordar a sus padres. Porque, a decir verdad, ella ya tenía tres padres y tres madres. A los biológicos no los recordaba, pero sospechaba que en algún lugar de su mente tenía un recuerdo vago de ellos, y no cesaba de buscarlo. Sí sabía, en cambio, que uno de sus antecesores era un fantasma, al que llamaban el “Fraile Gordo”. Y desde que fue abandonada, casi recién nacida, vivió con la familia Hagrid. Pasó con ellos los tres o cuatro primeros años de su vida, que le sirvieron para aprender a no discriminar a las personas diferentes, y a conocerlas porque cada quien es lindo y bueno a su manera (bueno, casi todos). El caso es que todo esto no hubiera pasado si su madre adoptiva, la Sra. Hagrid, no hubiera hecho gigante.
Su padre era una persona normal, incluso se podría considerar de baja estatura. En cuanto su hermanos, eran de gran altura -lo único que su madre le había dejado antes de irse- y estudiaban en un colegio llamado Hogwartas. Allí residía el Fraile Gordo, su antepasado, pero como ella no podía pasar, nunca le había preguntado sobre su familia. Su padre le enseñó siempre muchas cosas mágicas y muggles.
Sin embargo, todo cambió desde la muerte de su padre. Ni Rubeus (de unos once años), ni Arthur ni Pitonisa podían cuidar de ella. Lo más que pudieron hacer es conseguirle un buen hogar a la niña.
Fue una familia canadiense, también mágica, la que la adoptó inmediatamente. Ellos tenían dos hijos, un niño (llamado David) y una hija (Julie). La niña se llamaba Reichel pero en su nueva casa la llamaban Reich. Julie se hizo rápidamente amiga de la niña, sin embargo el chico era muy huraño con ella. Decían que desde que llegó ella se había vuelto más irritable, o tal vez fue la adolescencia. Ella no adquirió el apellido de esta familia, sino que conservó el de Hagrid porque muy seguido los visitaba. Y sus hermanos cada vez eran más grandes y diferentes…
Julie rodeó con sus brazos a su hermano, luego de que uno de sus amigos lo dejara de abrazarlo en consuelo. Ella ya se había calmado, pero Dave, que toda la noche anterior no había derramado lágrima alguna, ahora no paraba de hacerlo y sollozar.
-Tranquilízate. Ella está mejor. Ella va a estar con nosotros siempre. Será mejor que nos vayamos de una vez, ya sólo está su familia aquí. Además no quiero preocupar a mis papás más de lo que ya están por lo de Reichel.
-¿Y que yo no importo, o qué? Tan sólo dame un tiempo para ir con su mamá, aunque me odie.
-Está bien, pero apúrate por favor.
-¿Apurarme? ¿Para qué, para estar muerto dentro de cinco minutos como Rachel? –Dave dijo eso casi sin pensarlo y en voz un poco alta. Al escucharse comprendió sus palabras y agachó la cabeza caminando con los papás de su recién fallecida amiga, Rachel. Su hermana no dijo nada para no herirlo más.
-Cielos… -dijo Julie camino a casa, un poco más tarde- Creo que la tragedia viene detrás de nosotros… primero tu hermana…
-No es mi hermana –interrumpió Dave.
-… tu hermana Reichel casi muere y ahora esto. ¿Hace cuanto murió el papá de tu amiga Rose?
-En febrero.
-Sí… muchas muertes este año. Y han pasado muchos desastres que han dejado muchas muertes. ¿Recuerdas de Chernoville, hace casi diez años?
Dave asintió con la cabeza. Julie no siguió insistiendo en una conversación y se resignó a un apoyo moral silencioso. Llegaron a la casa, vacía, pues sus padres no llegaron hasta noche desde el hospital. Dave fingió estar dormido para no verlos, y de hecho tardó casi una semana en encontrarse a su hermana frente a frente, sólo para notar algo diferente.
-Mamá –gritó el chico, viendo ala niña a la cara- ¿Reichel no tenía los ojos… color verde? –terminó extrañado.
-Ya se lo explicamos a tu hermana –contestó su madre desde la cocina-, creí que te lo había dicho. Lo que pasa es que cuando le aplicaron los conjuros de curación y las pociones, eso quedó como efecto secundario. Fue muy grave lo que sucedió, casi muere, pero gracias a Dios la tenemos aquí todavía…
Dave la terminó de examinar sintiendo algo extraño en eso ojos cafés, algo extrañamente conocido y que lo inquietó un poco, haciéndolo decidirse a permanecer lo más alejado de Reichel que pudiera.
-¡Hermano! –gritó Reichel desde el jardín.
-¡Que no soy tu hermano! –contestó Dave, desde la sala. Pero entonces ella llegó corriendo y llorando desconsoladamente. El chico se asustó un poco al verla y al verle una herida leve en su pequeña rodilla. Se iba a levantar hacia ella pero se detuvo. En cambio Reichel sí fue a sentarse a su lado.
Instintivamente, todavía con miedo, David la puso sobre sus rodillas y comenzó a hablarle en voz baja. Reichel guardó silencio, sin que las lágrimas dejaran de correr por su cara, para oírle.
Él tartamudeaba, estaba un poco nervioso. Ella se acurrucó en el pecho del chico hasta quedarse dormida.
David sintió un escalofrío que le heló la sangre. Por un lado, quería soltarla. Por otro, y más asustado que nunca, quería quedarse con ella entre sus brazos para siempre, que ella nunca se fuera.
-Yo no soy tu hermano –susurró titubeando Dave.
La dejó en el sofá y salió corriendo desesperado. A algún lugar donde nadie pudiera verlo, donde nadie sintiera su desdicha, y donde nadie, absolutamente nadie, sufriera su llanto como él lo hacía.
-¿Acaso no entiendes que no me agradas? –le gritó Dave a Reichel, perdiendo los estribos- ¡Déjame en paz! ¡Vuelve con tu familia!
Ya no sabía que hacer para que ella lo dejara solo. Por Dios, quería que lo odiara. Que lo aborreciera para que no soportara estar cerca de él. Pero cada vez que el la ofendía, ella lo perdonaba; cada vez que él se alejaba, ella regresaba; y cuando él la hería, ella lo consolaba. Porque ella era la única que veía sus lágrimas sin estar presente y sabía que se ahogaba aunque su voz no se oyera diferente.
Pero esta última vez no sería igual, porque ella sí iba a regresar con su familia. No se lo había dicho a David, nadie se lo había dicho. Lo miró con tristeza y sólo pudo decir algo antes de que se le quebrara la voz.
-Te extraño.
Dave tardó un momento en captar el mensaje, pero lo hizo increíblemente bien. Supo en ese momento que ella se iba a ir, y que nunca lo iba a olvidar. Ella dijo “Te extraño” en tiempo presente, de forma que en cualquier momento y en ese preciso instante ella lo iba a estar extrañando. No era una promesa que no pensara cumplir, sino era un sentimiento del cual no se podrían deshacer. Ninguno de los dos.
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