En flagrante delito de ausencia fue descubierta sin que el remordimiento hiciese asomo.
Aguijón en el estómago coronado de náuseas la despertó antes de lo previsto; mientras, en las ramas más altas, como tul traslúcido, un enjambre de libélulas diminutas, azul claro, casi transparentes, se posaron.
Bien conocido era de los habitantes del lugar el papel que desempeñaba.
Sin embargo, sería por el agobio de la rutina que ya comenzaba a hacer mella en su alma sutil, sería por un olvido, menos probable, o dios sabe por qué, lo cierto es que no estaba allí.
Un potente chasquido traspasó la barrera de su sueño, penetrando ensordecedor la sutil puerta de la consciencia. Comenzó a despertar todavía lejos de su alrededor. Sofocada por la angustia de tan repentino viaje de vuelta, abrió ligeramente los párpados al tiempo que la sombra de un gesto recorrió tímida su rostro.
El primero en darse cuenta de su llegada fue Tinus, su pubertad le tenía literalmente colgado de cualquier cosa que estuviese o volase a más de tres metros del suelo. En esta ocasión, fruncido su entrecejo por el contraluz del atardecer, vio aparecer sobre la rama del árbol paraíso, entre flores lilas, el hada Chispi y gritó entusiasmado anunciando su llegada a todos sus convecinos.
Un poco ausente todavía, posó sus pies de cristal rosado sobre unas ramas, al tiempo que se sujetaba con las manos en otras. Miró hacia abajo, acabando de despertar, cuando vio arremolinados junto al paraíso los gnomos de su colonia.
Atónita abrió más sus ojos, brillantes azabaches en una cara donde la piel se disputaba con la luna y los pétalos de rosa su color y suavidad. En un gesto entre infantil y femenino, con la gracia de una alondra entre las ramas, avisó que ya bajaba.
Saltó en triple pirueta asustando a las libélulas que se expandieron, explosión de puntos luminosos que le acompañaron en su descenso hasta posar sus pies menudos sobre la grama. Saludó con reverencia y sonrisa seductoras ante la mirada alegre de la mayor parte de los vecinos de aquel rincón del bosque. Dos familias con sus ancianos y ancianas cariacontecidos se aproximaron, guardando entre ellas una distancia prudente.
A un gesto de Chispi se adelantaron los dos ancianos respectivos y, señalando con la mirada, sin perder la sonrisa, miró al del gorro frigio marrón quien, sin más espera, expuso su versión de los hechos.
• Caminaba ayer por un claro del bosque, cuando las risas de una pareja de enamorados me sobresaltó. Consciente de mi invisibilidad ante ellos, me divertía mirando sus juegos.
Aprovechando sus retozos sobre la hierba, quise hacerme con uno o varios de los cabellos de oro de la doncella, virgen a todas luces. Justo lo que necesitaba para la pócima que podría menguar algo la hinchazón de huesos de mi esposa.
Estaba en el trance de adueñarme de alguno, cuando apareció Russ pretendiendo una lágrima de risa, también para un ungüento.
Disputamos largamente por ver quién la vio primero y, cuando aún no habíamos llegado a acuerdo alguno, se levantaron tan raudos como llegaron, dejando tierra y árboles por medio. Claro, con esas piernas tan largas...
Los blanquísimos marfiles de su boca brillaban con el sol de atardecer, dando luz a una sonrisa amorosa que quitaba el menor deseo de enfadarse con nadie. El hada miró al oponente.
• Yo los vi primero.- Dijo con los ojos caídos.
Necesito el ungüento para la espalda de mi esposa que suena al doblarse y el dolor le acobarda.
Se apiadó Chispi y con unas briznas de hierba y un poco de barro que hizo con tierra y saliva, preparó la medicina que aliviaría a las dos ancianas.
No espero a que se lo agradeciesen. Batió sus alas y un millar de libélulas celosas de su belleza la siguieron en pleno vuelo hasta desaparecer entre gladiolos silvestres rosados y blancos.
Y los gnomos, que habían estado muy atentos al desenlace del juicio, se retiraron felices todos por la sabia solución.
A todos los niños
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