I
Aún no terminaba de transcribir las papeletas ni de acabar de contactar a los clientes, cuando el tedio y el aburrimiento invadieron mi mente, quise salir fuera de la oficina a tomar un poco de aire, ya que el que se respiraba en la oficina era denso y desagradable, me senté en la acera contemplando los autos que pasaban mientras me fumaba un cigarrillo, vi la gente pasar durante un par de horas, una señora robusta me miró extrañamente, como si algo de mí llamase la atención de ella, a su vez, con un inmenso sentimiento de indiferencia, preferí ignorarle y mirar hacia otro lado, un hombre me preguntó si me encontraba bien, a lo que yo respondí que solo tomaba un poco de aire fresco, que mas bien estaba espeso, asimismo que el de la sala donde me encontraba con anterioridad; me gustaba mirar a los ojos a cada individuo que se cruzase por mi vista y hacerle sentir invadida, provocándoles algo de paranoia. Inconscientemente se llevaban las manos a la cabeza y se sacudían, como si me riese de sus cabelleras, en realidad me reía, pero de su estupidez, de su autopersecución.
El cielo estaba lúgubre, mi alma proclive a cualquier pensamiento suicida o autodestructivo, era uno de esos días, en que la monotonía altera hasta el punto de volver loco. No todo estaba perdido, no todo fue terrible, pese a que a cada roce de mis labios con el cigarrillo mas triste me sentía, vi lo mas maravilloso en mi vida, que refulgió nuevamente mi espíritu, en medio del cielo
nublado y el humo de los automóviles vi pasar a una hermosa niña, creo yo que de unos diecisiete años, ocho menos que yo, de estatura mediana, cabello ondulado y negro azulado que llegaba hasta sus caderas, su piel morena fue lo primero que llamó mi atención, su belleza excitaba mis nauseabundos ojos, no era en sí su belleza física, no, lo
que conmovió mis emociones y me hizo temblar, llegando al clímax, fueron sus ojos, sus grandes, redondeados y finamente delineados ojos, la profundidad de su mirada, la tristeza oculta que reflejaban sus pupilas cristalizadas. Caminaba cabizbaja con las manos en los bolsillos de su chaqueta, una hoja cayó sobre su cabeza y ella de manera grácil la quitó de sus cabellos rizados, miró durante unos instantes la hoja de arce rojiza y la guardó en su morral. Su imagen permaneció en mi mente durando varios minutos, sin poder reaccionar, cuando recuperé la lucidez, vi en mi reloj la hora, y me di cuenta que había transcurrido bastante tiempo, que tenía trabajo sin concluir, entonces regresé a la oficina, retomé lo que había dejado de hacer y terminé a eso de las once. Estaba bastante oscuro y ya tenía hambre, pasé a un servicentro camino a casa y comí papas fritas con un vaso de jugo de naranjas, mientras veía por el ventanal evocando aquella aparición que pasaría a ser la experiencia más dulce de mi vida. Algunos postes de luz, camino a casa estaban apagados, sentí miedo, por primera vez en mi vida sentí miedo a ser asaltado, ya no deseaba morir en medio de la calle, ahora, tenía un pequeño motivo para llegar vivo a casa todos los días, aquella muchacha de ojos silentes.
Durante la mañana, la primera imagen que se avecinó a mis pensamientos fue la de ella; no dejé de pensar en su rostro, no olvidaba ni el mínimo detalle de sus facciones, su nariz era respingada y sus labios igual que sus ojos, anchos y delineados, sus pestañas largas, crespas, sus hombros huesudos, algo encorvados, tal vez fue lo que más llamó mi atención. Su sencillez al vestir, al caminar, al mirar, porque a los ojos de las demás personas superficiales, pasaría totalmente desapercibida, no era más que un simple ser vivo, pero ante ojos de personas como yo, no, por el contrario. Su mirada mostraba toda la belleza comprimida en su interior, su cuerpo emanaba efluvios de extrema pureza y candidez, tan solo bastó contemplarla unos segundos para darme cuenta de ello, y mientras yo la miraba, ella levantó la vista por más de treinta segundos, nuestras pupilas se entrecruzaron de manera febril y dulce, tierna y apasionada, mezclando las diversas emociones que nunca nadie me había hecho sentir, inexplicablemente dulce y excitante, mi corazón se llenó de felicidad, sentimiento que no había experimentado del todo, ahora, el sentido de mi existencia se basaba en ella, a partir de ese minuto, pasaría a ser mi todo, en primer lugar, tenía que averiguar como se llamaba, a toda costa.
Llegué a mi casa exhausto, casi sin ganas de efectuar movimiento alguno, me preparé un té de anís, con galletas de avena y chocolate, encendí el televisor, buscando algo decente y me tendí en la cama, con un brazo sobre mi cabeza y el otro sobre mi abdomen, era sólo cosa de cerrar los ojos para quedarme dormido profundamente.
En la mañana, a eso de las siete menos treinta, la modorra no permitía que moviese tan sólo un dedo, intenté quitar las sábanas lentamente de encima, me desvestí y tomé una ducha de agua helada mientras tenía la radio a todo volumen escuchando el sister de sonic youth, no lo escuchaba hacía tiempo y el día estaba ideal como para reproducirlo, ese disco que había adquirido hace dos años atrás, cuando todavía estudiaba en la universidad, aún no gustaba mucho de la banda, o mejor dicho, aún no conocía mucho de ella, sólo había escuchado 'green light' y 'tom violence', sólo esos temas me
transmitieron que la banda realmente valía la pena, entonces junté dinero y cuando creí tener la cantidad suficiente fui a una disquería, pero lamentablemente no se encontraba nada relacionado con lo que buscaba, no llegó nada durante cinco meses, me dejé llevar por la tentación y gasté el monto que había reunido con tanto sacrificio en futesas, objetos de los cuales no tengo la menor idea de su paradero. Una tarde, al salir de la universidad, veo resplandeciente dentro del escaparate la carátula del cd del sister, los ojos, ya cansados de tanta cátedra y tanta lectura, se llenaron de lágrimas. Emocionado fui a ver mis ahorros en un cajón con llave en mi pieza, pero no encontré más que un par de monedas de escaso valor, un abrelatas y un par de libros de biología y economía. Pedí un préstamo de diez mil pesos a mi madre, o al menos lo intenté, pero mi petición fue denegada por el simple hecho de que estaba arriesgando una asignatura y podría perder la carrera, entonces me dediqué de lleno a dos cosas: a estudiar para no tener que dar examen y a juntar dinero para tener en mis manos y haciéndola parte de mi propiedad, esa joya cuyo fulgor
deslumbraba mi miraba, pero que inadvertido pasaba delante de la mayoría de los demás jóvenes. Aunque me daba igual si mas personas le gustaba la banda, excepto por el hecho de que lo comprasen antes que yo, poco a poco se fue transformando en mi mayor objetivo adquirir ese disco, más que las asignaturas de mi carrera. Caminaba desde la facultad a mi casa y hacia donde fuera me transportaba caminando, sin necesidad de gastar en locomoción, sin importar tampoco la distancia que fuese, me había sacrificado dejando de comer alimentos de locales, me quedaba con los vueltos
de cuando me mandaban a comprar el pan u otras cosas, mientras todas las tardes pasaba a contemplar la única copia del disco y asegurarme que aun nadie lo había adjudicado para sí, de vez en cuando lo escondía por entremedio de las cosas que nadie se acercaba a mirar. Llegó el gran día, llevé mi dinero envuelto en un pañuelo que me regaló mi abuela un par de meses antes de que amaneciera muerta boca abajo en la cama. Fue un día 22 de Mayo en que me lo obsequio, yo lo recibí emocionado, porque ahí supe que siempre había sido su nieto predilecto, realmente el único, porque mi madre no había tenido hermanos, pero me quería de una manera especial y por motivos especiales, en esa ocasión, lo guarde en mi cajón con llave haciéndole la promesa que lo utilizaría solamente para casos importantes, y no para el uso común de los pañuelos, era uno rojo con líneas azules, no era femenino, es como si lo hubiese comprado sólo para mí. Desde esa fecha quise aún más a mi abuela, y fue doloroso enterarme de su trágica muerte. Habían intentado asaltarla en su propia casa, al poner resistencia, un cuchillo se
deslizó sobre su espalda produciéndole alrededor de una hora de agonía, según lo que oí, su cuerpo devastado por los años de angustia y soledad temblaba como un cachorro, para después perecer sobre su cama. Su cuerpo fue encontrado dos días después, casi putrefacto, y fue lo más terrible que me tocó presenciar, pues yo fui quien vio su cadáver descompuesto sobre la colcha, rodeada de sangre, y con el arma a su izquierda, la tristeza inundó mi rostro y pensé en buscar al autor del homicidio para darle muerte de la manera más despiadada que fuese, pero nuca se supo de ellos, o de él, más, la policía cerró el caso, inconcluso, ya que no contaba con los medios para llevar a cabo una investigación. No apelé, para no manosear la muerte de mi abuela, por ello había determinado mi venganza, pero, pensando mejor las cosas, a la madre de mi madre no le hubiese gustado tener un nieto homicida. Intenté hacer algo positivo, y en su honor, confirmé la idea de usar el pañuelo para algo necesariamente importante, y esto era necesario, estaba destinado para aquella ocasión tan solemne como era el día que "compraría el sister", esa mañana escuché varias veces "schizophrenia" y "kotton krown".
Quise reproducir nuevamente el disco compacto, pero se me hacía tarde, los minutos transcurrieron más rápido de lo habitual, sin programar mi tiempo, me había sentado en el sofá, relajado, escuchando una canción de alice in chains que se titula 'grind' y, al verme realmente apresurado, preparé un café sin azúcar, ya frío, debido a que el agua había quedado hervida sin recalentarla. Mi demora se debía, además, por el desperdiciado tiempo que ocupé, en
hacerle un nudo en la corbata, que al final igual había quedado grande y deforme. Luego me fui a la oficina a iniciar el molesto, tedioso y rutinario trabajo que día a día más me hastiaba, tenía los dedos acalambrados tanto teclear nombres, datos, números telefónicos, llamar a clientes para ofrecer los servicios de la empresa y un montón de funciones que cumplía por tres empleados más, el salario, el mismo, una no despreciable suma de cuatrocientos mil pesos, que, bien, no me daba grandes lujos, aunque tampoco me complicaba, porque me alcanzaba para sobrevivir.
Me dejaba la vista algo tensa y cansada por estar todo el día frente a un monitor, pendiente de no equivocarme en las cifras que traspasaba a la base de datos, el ruido, las risas, el brillo de la pantalla que daba frente a mis ojos, las miradas de los demás trabajadores me era molesto, padecía una migraña que apenas podía mantener abiertos los párpados.
Esa tarde salí temprano, y me ubiqué en la acera esperando volver a ver esa figura perfecta que cautivó mi vista, maravillando enteramente mis sentidos, mi piel estaba adormecida por el frío, más yo estaba sólo con camisa y un suéter encima, pero no importó, esperé hasta contemplar su fino rostro. Sorprendente era que alguien recordase una persona con todo sus rasgos, hasta sus más mínimos detalles físicos, era sólo cosa de cerrar los ojos, tomar un poco de aire e imaginar sus cabellos rodando delicadamente sobre sus delgados y tiernos hombros, su piel morena y tersa, su cuerpo alto y esbelto, y la manera en que me miró el día anterior, sus ojitos melancólicos, sus labios rosados y carnosos incitando a ser besados.
Tampoco era comprensible que me enamorara a primera vista, ni a mí me cabría en la cabeza, el hecho de haber visto a alguien y quedar anonadado con su belleza, porque realmente se veía preciosa, me era tan difícil permanecer tranquilo, sin poder arrancarla de mis pensamientos ni un segundo, a partir del momento en que la divisé. Pero no era su belleza física la que me enamoró. No. Era su alma, estaba completamente enamorado de su alma, tan sólo bastó un lapso de treinta segundos, para descubrir que sin ella mi vida no tendría sentido alguno, su alma la conocía a través de sus pupilas cristalinas, puras y transparentes.
Por otro lado, además de sentir esa sensación maravillosa que es la de estar enamorado e inmensamente atraído, mi interior sentía miedo, miedo a que fuese una obsesión, que me mostrara frente a ella algo así como un psicópata o una maníaco - depresivo, aunque para ser sincero, no me importaba perder la cordura por ella, en
realidad no me importaba perderlo todo si era por ella, incluso, no me importaba llegar a perder la cordura, sólo me importaba no mostrarme así ante sus ojos, pero si estaba cuerdo o loco, me era totalmente indiferente.
Estuve detenido en la calle alrededor de una hora y media, mirando los árboles, sintiendo el aire frío por mi rostro, veía los grupos de personas que transitaban, con suma atención por si podía ver su imagen, esperé un largo período de tiempo por si la veía, pero no fue así, esa tarde no pasó, una sensación de tristeza corroía mi mente y mi corazón escarchado latía con lentitud, respiré lentamente, oprimí mi puño y exhalé. Me dirigí a casa con la
garganta hecha un nudo amargo, el que me impedía tragar bien, respiraba con dificultad.
Me senté en el sofá y escuche R.E.M, que era lo único que mis oídos podían sentir aquellos días de incertidumbre y ligera tristeza, tan sólo escuchar "love is all around me" podía calmar el dolor que me invadía esa noche, llevando a mis tímpanos a un estado de completo adormecimiento y deleite, luego, entre tres o cinco minutos más tarde, tras la caída de la lámpara al piso, me percaté que tenía tres llamadas perdidas en mi teléfono, me pareció extraño que llamaran a alguien como yo, no sabía quién era el demente que tenía la osadía de llamarme, impresionado, por no decir, terriblemente impactado. Al encender el visor, la luz verde indicó que las tres llamadas eran de Antonia, mi primera y prácticamente única novia, eso sería cuando tenía unos dieciséis años, y nuestro "noviazgo" no duraría más de un año.
No podía creer el hecho de que me llamase después de tanto tiempo, ha pasado casi una década de que no he visto su rostro, según lo que he oído ha cambiado bastante y para mejor. Recuerdo que tenía los cabellos rubios, larga y lisa su cabellera, sus ojos verdosos grisáceos y grandes, estatura baja y delgada, físicamente, totalmente opuesta a la niña que vi, pero igual de hermosa, todos la contemplaban, quien pasase frente a sus ojos voltéabase a mirarla sin ningún recato, cada persona que miraba a Antonia desataba explícitamente la lascivia condensada en su interior, al mirar en la profundidad de su cuerpo, lo que evidentemente me molestaba, pero yo no estaba con ella solamente por su hermosura, o por su bello
cuerpo; su mirada dulce y triste despertó sentimientos de amor en mí, su manera de mirar a los ojos mientras hablaba, tan intimidante y esquiva a la vez, su vocecita de flauta dulce cuando susurraba cosas tiernas a mi oído, el brillo de las flores de sus labios, todos esos detalles eran lo que me tenía enamorado. Pero todo ese sueño se destruyó cuando un día 27 de Julio, a eso de las tres de la tarde, me encaró en una plaza cerca de donde estudiábamos, para decirme: "Christian, no puedo seguir más contigo porque me enamoré de otra persona", en un principio quede enmudecido, pero después reaccioné y sentí que aquellas palabras penetraron en mi alma como una daga que desgarraba todo lo que se encontrase en mi interior y cortaba el vacío de mi espíritu como trozos de papel, fue lo más terrible que había escuchado, en realidad lo único más terrible que me había sucedido en mi vida monótona y rutinaria, y esa había sido mi primera y única relación amorosa, y más encima fallida, después, producto de aquella situación, mis labios sintieron temor de dirigirse a una mujer.
Me parecía extraño que intentase saber de mí después de tanto tiempo, varios años habían transcurrido, y yo ya no quería saber nada de ella, no por despecho ni rencor, sino que simplemente
ya no era parte de mi vida, y si lo analizara, tal vez nunca lo fue, a estas alturas, Antonia ya me era completamente indiferente, no me ligaba nada a ella.
Dejé el teléfono a un lado, cerré mis ojos escuchando "love is all around me", había retrocedido e iniciado de nuevo la canción, ya que la caída del artefacto y las llamadas perdidas, habían
interrumpido aquel momento de relajación, más que relajación, de reflexión. Me detuve, pensando en su larga cabellera tapando sus ojitos de perla negra en bruto, mientras rascaba con el dedo índice y el pulgar mi mentón áspero, porque me estaba creciendo la barba, luego, salí a mirar por la ventana que daba hacia la calle impulsado por los deseos de observar las estrellas; entremedio del vacío de la noche y la tranquilidad de la acera, increíblemente vi lo que no pensé ver esa noche. Eran alrededor de las once menos quince de un día Miércoles, y por fuera de la casa de enfrente, una vivienda color blanco invierno, rodeada por una reja alta color verde musgo, el fondo era opaco, pero con el brillo de su moreno rostro lo iluminaba, en ese momento, vi a aquella hermosa muchacha secreta y reservada, aún no estaba seguro, pero algo en mi interior me gritaba con fuerza que era ella, mi corazón latió como nunca, mis venas se recargaron de dulce euforia circulando por todo mi cuerpo, sentía cada reacción, cada sinápsis en mis neuronas, cada hormona que liberaba por la acumulación de emociones, era imposible dar cabida a más felicidad dentro de mí, pensé salir, pero me acobardé y preferí mirarla por la ventana entre las cortinas. Ahí estaba su carita alargada y delgada, sus cabellos largos y sus grandes ojos, los huesos de sus pómulos se marcaban a través de su piel. Vestía con una polera verde oscura, un polerón gris con cierre que le quedaba suelto, cuyo gorro era sostenido por su espalda semi encorvada, de sus orejas colgaban unos aros de plata y piedras negras que hacían juego con el collar, pero inevitablemente miré un poco más debajo de éste, el polerón estaba a medio cerrar y el escote de su polera
permitía ver sus huesos que nacen desde el cuello, por encima de ésta sus pechos pequeños conducían mi vista a que los mirase, a imaginarme un sinnúmero de cosas, pero el más obvio pensamiento eran las ganas de acariciar sus senos de manzanas pequeñas, recorrerlos con mis manos y besarlos lentamente, ese era un sueño que me volvía loco, sentí que el cuerpo entero se me paralizaba, tan sólo por imaginarme aquel acto de locura y éxtasis. Su sonrisa era hermosa, bellísima, ella era la perfección. No podía existir criatura más perfecta en este universo, no ante mi alma, ni mis ojos, simplemente su esencia era símbolo de supremacía.
De pronto sonó estrepitosamente el teléfono, preferí ignorar, desentenderme y seguir contemplando la hermosa y delicada figura de aquella hermosa mujer, pero el ruido se hacía insoportable y decidí contestar, decir que me encontraba ocupado y que después llamara.
- ¿hola?.- ¿quién es?.
- ¿Christian?.
- Si, ¿quién es?.
- Soy yo, Antonia, ¿te acuerdas de mí?
- Si, claro, como podría olvidarte, tanto tiempo.
- ¿Estás ocupado?
- La verdad es que sí, te podría llamar en un cuarto de hora más si estás de acuerdo -hablábale lo más rápido posible, no quería desperdiciar ni un segundo, moría por seguir viendo a mi niña-
- Mmmm, ¿estás con tu novia?
- En realidad no, pero estoy sumamente ocupado, te llamo después, si así lo deseas.
- Está bien, espero tu llamado, un beso.
- Adiós.
Corrí hacia la ventana nuevamente, esperando no haberme perdido de mucho, pero su sombra ya no se veía, al parecer ya se había marchado. Era tarde, alrededor de las doce con diez minutos, hacía más frío aún y mi extraña niña habíase ido, lo que me dejó con una profunda sensación de tristeza, me quedé observando un rato las estrellas escarchadas surcadas en el gélido firmamento azulado pero con algunas nubes oscuras y espesas tapándolas. No podía sentir resignación, solo pensaba en ella, y me quedaba el amargo consuelo de que por lo menos sabía donde estudiaba, el día anterior andaba con el buzo de su colegio. Después de analizar sus pro y contras, estaba completamente decidido a ir al otro día por la tarde a eso de las cinco, en una de esas podía encontrármela, nadie lo sabía, quizás Dios, pero extrañamente me sentía bajo el efecto de una dosis inyectada de esperanza. Puse conciliar el sueño tres horas más tarde, su imagen permanecía clavada en mí, y a medida que respiraba, exhalaba en forma de suspiro.
A la entrada del establecimiento, a pocos pasos de la puerta, se encontraba un hombre de alrededor de cincuenta años, calvo y de contextura delgada, con un delantal azul, y una escoba barriendo y con una pala sacando la basura, y tarareando una canción antigua, supuse que podría ser un auxiliar a quien me dirigí con gracilidad y disimulo. Durante la mañana me afeité la barbilla para aparentar
menos edad, así también, fui a cortarme el cabello, para verme un poco más presentable.
- disculpe, ¿usted podría decirme a qué hora sale la enseñanza media?.
- ¿para qué desea saber?.
- Es que aquí estudia una niña que ando buscando, me gustaría saber cuál es su horario de salida, creo que está en tercero o cuarto grado.
- Mire joven, los primeros y los segundos salían a las cuatro, los terceros y cuartos en media hora más. ¿Eres el novio de alguna niña de acá?
- No, aún no. Muchas gracias.
Tenía la esperanza de que estuviese en un curso mayor, ya que los otros se habían marchado y no tendría posibilidad alguna de verla, durante todo el mes, por mis horarios de trabajo. Volteé y compré una bebida de naranja en el almacén que se ubicaba en la esquina, mientras observaba atenta y sigilosamente quienes ingresaban y quienes salían. A la hora de salida, la vi caminar, para mi sorpresa con Andrea, la hermana menor de Antonia. Mi hermosa adolescente, a la cual, buscó su padre en vehículo, tomó delicadamente su mochila y se despidieron, Andrea cruzó la calle, rápidamente, ya que el semáforo había cambiado de color, ella se dirigía hacia el paradero, supongo. Sentí la satisfacción, de, al menos, haberla visto nuevamente.
Corrí un poco y saludé a la hermana de mi ex novia.
- Hola Andrea, tanto tiempo.
- Tanto tiempo Christian, ¿qué ha sido de ti?.
- Acá trabajando y haciendo prácticamente nada, pero bien después de todo. ¿y tú? -ese "y tu" era más que nada por costumbre, un mal hábito hipócrita, no era mucho lo que me interesaba saber acerca de su vida, pero pregunté para que no se sintiera, nada más por eso-
- Acá estudiando, con miles de exámenes, sin tiempo para hacer nada, ni siquiera salir.
- ¿Y quién era esa muchacha que te acompañaba? -pregunté esperando saber algo de aquella persona-
- Una amiga, se llama Natalia, ¿bonita no?.
- Hermosa. -dije extasiado imaginando su rostro-
- Mmmmm.... parece que tienes ganas de conocerla.
- Es lo que más quiero. La vi, y de inmediato sentí algo por ella -di un suspiro espontáneo y desvergonzado.
- ¿Te la presento?.
- Aún no.
- ¿Cómo que no?
- Aún no es el momento, necesito saber más de ella
- ¿Pero te gusta?.
- Creo que sí.
- Entonces, mira, el día Viernes por la noche, en casa de una compañera, hay un asunto en la casa de una compañera, pásame a buscar a la casa y vamos.
- ¿Y tu crees que ella vaya?
- En eso estoy, tratando de convencerla.
- ¿Mañana por la noche?. ¿A qué hora paso por ti?.
- Como a las nueve y media, cuídate que estés bien.
- Gracias, adiós. -Andrea hizo desde lejos un gesto de despedida, levantando el brazo izquierdo para enfatizar-.
Di otro largo suspiro diciéndome a mí mismo "mañana es el gran día", "puede salir todo como lo esperas, o puedes echarlo todo a perder", yo sabía que esta noche no iba a dormir, y en efecto, no
dormí más de cuatro horas, la emoción me impedía controlar mis actos.
Ese día fue el más acelerado que haya tenido desde que egresé de la universidad, pero sabía que todo valdría la pena, y todo gracias a la hermana de la persona que frustró mi vida amorosa. Me desperté a las cinco menos veinte de la mañana, escuché el "a thousand lives" de "sonic youth" y repetí el track "sunday" más de cuatro veces, me afeité, llamé a la oficina para informar que me tomaría el día libre, y salí de compras. Fui a una tienda y me compré una camisa roja, pantalones negros y una corbata verde limón, bastante extraña la combinación, pero me daba lo mismo, luego fui a comprarme un perfume y un buen desodorante dentro del centro comercial, fui a ver libros, quedé detenido mirando "el lobo estepario" de Hermann Hesse, lo había leído varias veces, pero no tenía la oportunidad de tenerlo en poder, así que lo compré para releerlo una vez más, luego pasé a ver discos de música, y se encontraba el "facelift" de "alice in
chains", cómo perderme el disco en el que encontraría temas como "man in the box, "sea of sorrow" y "we die young", lo adquirí por nueve mil pesos. Más tarde fui a almorzar a un restaurante cerca del centro de la ciudad, pedí un trozo carne asada acompañado de papas doradas y una copa de vino tinto, en realidad dos. Al girar la copa veía las burbujas desplazarse, y no dejaba de pensar en lo raro que era el hecho de que en tan pocos días una persona pudiese a enamorarse, pero a la vez era una exquisita sensación que me hizo rejuvenecer y sentirme ocho años más joven, como un adolescente, como ella.
El día se me hizo largo, casi eterno. A eso de las cinco de la tarde vi una película recostado en el sofá para calmar mi ansiedad, pero no pude poner atención en el filme, ni siquiera recordaba cómo se llamaba ni cuál era su temática, mientras pensaba en obsequiarle algo cuando la viera, tal vez el disco que había adquirido, pero sería muy notorio, decidí no darle nada.
Eran las nueve menos diez, acababa de ducharme y arreglarme, me había afeitado cuidadosamente para la ocasión, era sólo cosa de tomar el auto e ir a buscar a Andrea, pero quise demorar para no dejar en evidencia mi estado de nerviosismo, estaba dispuesto a usar la camisa y la corbata, pero se trataba de algo informal y me puse una polera manga larga, un chaleco café encima y unos jeans gastados. Observé mi rostro en el reflejo del espejo, por primera vez, sentía agrado por mi imagen, algo era diferente, un brillo especial nacía de mis pupilas, era la dicha de sentir amor, de sentirme, por primera vez, realmente vivo, de dejar atrás aquella sensación de
vacío que día a día me consumía, por fin, mi vida encontraba un sentido, y mi rostro no tardó en expresarlo, los rasgos en mi rostro eran diferentes, me asombraba el cambio que había experimentado tan sólo por una persona. Luego de contemplarme, decidí partir, hice partir el vehículo, recorrí cerca de media hora en él, llegué a su casa a las diez, golpeé la puerta y me abrió Antonia, su aspecto, era totalmente diferente a la última vez que la vi, de eso, ya habían pasado unos buenos años, cerca de diez. Sorprendida por mi llegada, me preguntó en tono distante y sarcástico:
- ¡que extraño que estés por acá!. - echó una carcajada absurda y fuera de contexto - No me llamaste después, supongo que si vienes a hablar conmigo, es imposible, porque en verdad que no puedo, verás, mi novio está acá, es una persona muy celosa y francamente no quiero tener problemas con él, espero que me entiendas.
- Bueno. Está bien. La verdad es que no venía por ti. Respondí con una pequeña sonrisa sardónica.
- ¿ y entonces por qué vienes?.
- Vengo a buscar a tu hermana.
- ¿no crees que estás un poco mayorcito como para relacionarte con ella? ¿no sabes acaso que está sancionado por la ley salir con niñas menores? ¿o acaso lo haces porque pretendes sacarme celos?
- Ella me invitó a una fiesta, sólo vine a buscarla. - definitivamente había cambiado, y para peor, no exactamente como me habían
contado, la voz ya no era de flauta dulce, más bien era chillona como una flauta desafinada, atiné a dar esa respuesta por modorra, me daba flojera gastar saliva en cosas innecesarias, menos a ella.-
Nuestra "conversación" se dio por concluida cuando apareció Andrea, diciéndome "vamos", aquella palabra fue como salvación para mí, estaba hastiado de escuchar a Antonia decir estupideces como "está penado por la ley". Se subió al auto, mientras yo observaba la rabia concentrada en los ojos de Antonia. Nunca me había alegrado tanto verla así.
Llegamos a la casa, cerca de las doce con treinta minutos, estacioné el vehículo cerca y entramos con Andrea. El recinto estaba algo sobrecargado de humo de incienso de menta, cigarrillo, de marihuana, y de gente, lo que me impedía ver si se encontraba por algún lugar, estuve mirando por más de media hora cuando una muchacha, alta, de contextura gruesa pero de rostro amable se me acerca y me dice:
- ¿quieres algo de tomar?
- ¿qué hay?
- Vino tinto, cerveza, pisco, ron, vodka y tequila.
- Mmm, vodka tónica por favor.
- No hay agua tónica, pero sí jugo de naranja.
- Ah, entonces un vodka naranja.
- Te he estado observando desde que llegaste, ¿es idea mía o tu estás buscando a alguien?.
- Si, pero no le digas a nadie por favor.
- ¿ y se podría saber de quién se trata?.
- Natalia.
- Ah, la niña del cabello crespo, está tomando cerveza sola en la esquina. Mira, caminas hacia el pasillo, te encuentras con un dormitorio y en la esquina está ella.
- Gracias. No sé cómo agradecértelo.
- No se, quizás dándome tu número de teléfono.
- Si, por supuesto, es 267899.
- Ya, ¿y cómo te llamas a todo esto?.
- Christian. ¿Y tú?.
- Francisca. Anda ver a tu niña antes de que se vaya
- Si iré, gracias.
- Allá te llevo tu vodka.
Fui rápidamente hacia la esquina, y en efecto, ahí se encontraba, apoyada en la pared, encorvada, tomando cerveza, lentamente acercaba el vaso hacia su boca, abriendo sus labios para tomar un sorbo, parecía estar algo mareada y un poco deprimida, ya
que estaba aislada, además, tenía su cabeza pequeña afirmada en el muro, en un principio dudé en acercarme, eran ya las dos de la mañana, en cualquier momento podía irse y saldría todo mal.
Finalmente me armé de valor y me acerqué. Me quedé de pie a su lado dos o mas minutos sin hablarle, mientras silenciosamente tomaba el olor de su cabello que se mezclaba con el humo y cerraba los ojos, cuando ella se volteó y me quedó mirando.
- ¿no te molesta que me encuentre al lado tuyo?.
- No, para nada. -respondió algo cortante.
En ese momento estaba decidido a irme y olvidarlo todo, pero pensé mejor por unos segundos mientras esperaba mi vodka. Tomé silencio y escuché un murmullo inconfundible, estaba cantando para sí "change" de blind melon. Me regocijé y me di cuenta, que esta muchacha, por evasiva que fuese, valía la pena, y no me importaba cuantas veces me rechazara, algo me decía dentro de mí que tarde o temprano la conquistaría, entonces le dije.
- Es buena esa canción.
- ¿Te gusta blind melon? -dijo con tono tímido, pero entusiasmada, la voz apenas se le oía por el estridente ruido de la música, las voces de las demás personas en la casa, y la voz suave que poseía aquella niña.
- Más o menos, o sea, tuve el blind melon y el Nico, deben estar por ahí, es que en realidad me gusta más sonic youth. -sus ojos se abrieron y sus pupilas lentamente se dilataron por el comentario que había hecho, entonces, recién la conversación se tornó interesante, yo le contaba ansioso y de manera rápida para no enredarme ni se me olvidara la idea, mientras ella colocaba atención en cada palabra que pronunciaba, como nadie jamás lo había hecho. Miró hacia el fondo de mis ojos sin despegar su vista durante varios minutos.
- ¿qué canciones te gustan?.
- Tom violence, schizophrenia, kotton krown, teenage riot, varias.
- Es bueno el grupo, yo siempre lo escucho, aunque no me da el tiempo por las clases.
- ¿Tienes clases todo el día?.
- Si. -tuvo que responderme de manera breve ya que su celular estaba sonando, era su padre quién le decía: "Naty, estoy afuera
esperándote", mis ojitos se pusieron tristes, pero cargados de ilusión por haber intercambiado algunas palabras, y además coincidir en los gustos musicales, estaba emocionado.
- Me tengo que ir, mi papá está esperándome afuera.
- Si escuché -sonreí-, espero volverte a ver.
- Yo también lo espero, para que hablemos más acerca de música. -me dio un beso en la mejilla y me dijo "pero por lo menos sabes mi nombre".
- Si, tu nombre es muy lindo, Natalia. -al mismo tiempo sonrojé y miré hacia otro lado para que no se diera cuenta.
- Me voy, pero estoy segura que nos volveremos a ver.
- Yo también lo creo.
- Me alegra haberte conocido.
- A mi también-
Eran las tres y media de la madrugada, tenía sueño, tenía mi polera impregnada con el olor de los humos y del alcohol, me la quité en cuanto llegué a casa, exhausto, pero a la vez feliz de haber hablado con ella, tan feliz de haber visto y oído pronunciar la frase "me alegra haberte conocido", era hermosamente tierno que se
alegrara, pero por otro lado, tal vez sólo lo decía por cortesía, aunque no me importaba, esperaba con ansias verla nuevamente. Después de salir de la casa donde era la fiesta, tomé las llaves del auto, recorrí la ciudad durante dos horas y cuarenta minutos, y casi ocasiono una colisión con una camioneta, la cual iba conducida por un grupo de jóvenes ebrios, después de dar el paseo, me fui a mi
casa, y escuché "change" de blind melon, me tendí en el sofá y me quedé profundamente dormido.
Esa noche nunca llegó el vodka naranja, fumé un cigarro, la
angustia era tal que mordí tabaco, hasta llegar al filtro, mi boca expedía un olor a hoja quemada, no me importó y no me lavé los dientes. A la mañana siguiente desperté mareado, cansado, con extrañas naúseas y nada me importó, tome algo de champagne e hice ejercicios, unos cuantos abdominales y troté media hora por el sector donde vivía, me acosté para no despertar en tres días más.
II
Pasaron solamente tres días, y toda mi vida dio un giro de trescientos sesenta grados, nada era lo mismo, las miradas de aquellas personas parecía quemar cada célula de mi cuerpo, todos los que me rozaban me miraban con un sólido aire de indiferencia, nadie me hablaba, era invisible para todos, todos eran invisible para mí, sentía asco, asco de todas esa personas viviendo una existencia tan básica, superflua y tan ligada a normas y cosas que sólo la "humanidad" podía haber pensado, me sentía tan marginado y diferente al resto, mi alma colérica reclamaba respeto, pedía atención, más mi exhaustos ojos no pedían nada, sólo repudiaban cada elemento, cada objeto, cada ser que se atravesase por mi vista, o por mi mente, la misma gente siempre se me aparecía, me sofocaba su presencia, sentí odio y amor corroyendo mi sangre como ácido transformándola en la más pura y venenosa bilis, no concebía ni toleraba el vacío en la mirada de cada ser hipócrita, no era como ellos. No, en definitiva, no era ser humano, o al menos, no para haber nacido en este planeta.
El paisaje se tornaba sombrío cuando yo pasaba, las sonrisas de la gente se les borraba al presenciar mi rostro nauseabundo, aunque ya me daba exactamente lo mismo.
Durante esa trágica semana intenté no pensar un solo instante en Natalia, en algunos instantes de triste lucidez lo hacía, mi mente estaba centrada principalmente en otros asuntos, había uno que sabía
deliciosamente triste y patético, no me desagradaba en absoluto, por el contrario, me daba fuerzas para vivir lo que me quedara de existencia, estaba estudiando detenidamente la idea de quitarme la vida, el problema era de qué manera, me cuestioné y me lo planteé durante toda una noche, la gran interrogante era cómo sería mi final. Estuve despierto hasta las seis de la mañana pero no llegué a concluir nada. Luego, después de una breve ducha, fui a la oficina, con los ojos rojos y entintados de ojeras a entregar mi carta de renuncia, la cual tenía pensado enviarla hacía meses, pero la mera necesidad de alimentación y empleo eran un gran obstáculo, ahora, ya no necesitaría nada de ello, tenía plena libertad de decir lo que deseara, hacer lo que deseara, ya que, en tan sólo unos días, desaparecería de este planeta, ya no requeriría lo terrenal.
Al acercarme a conversar con el jefe acerca del asunto, el cual me respondió febril frente a ello: "tu estás despedido hace bastante tiempo". Antes de que alcanzara a abrir con sorpresa mis párpados, éste repitió la frase, pero sarcásticamente, yo reí, absurdamente, para luego encararlo con la misma ironía mientras sepultaba el chicle de menta que extraía de mi boca, ya desteñido e insípido de tanto masticarlo, enterrando el pulgar sobre éste, levanté la vista y le dije: “me alegra que lo haya hecho, al menos recibiré indemnización”, di media vuelta y me fui, no quería seguir presenciando los ojos llenos de furia de aquel hombre. Antes de abandonar el lugar por completo, di una fuerte patada en el escritorio derribando todo lo que se ubicaba allí arriba, me miró con ojos saltones y coléricos, la goma de mascar permanecía adherida a la mesa, me marché. No despegó
su vista de mí hasta que desaparecí por completo, sentía una gran sensación de alivio, finalmente me atrevía a descargar mi ira, con alguien que realmente era merecedor de ella.
Caminé durante cuatro horas por la ciudad, sentí hambre y fui por una porción de verduras y una copa de vino blanco a una hostería cerca del centro, luego tomé un taxi y paseé por la ciudad contemplando cada detalle, nunca había dedicado tiempo para ver la ciudad de noche, y esta vez, tenía que ser así, porque sería la última vez que tomaría un taxi, la última vez que miraría la luz de las estrellas refulgiendo sobre mi cabeza, la última vez que bebería vino y comería verduras, la última vez que sentiría el aire chocar en mi rostro, también sería la última vez que pensaría en ella. Nunca había apreciado la belleza de la ciudad cuando el cielo oscurecía, nunca había saboreado la tranquilidad en mi interior, me sentía sereno, puesto que sentía que me iría en paz con mi alma, a pesar de la creencia que establecía con respecto a ella.
Lo malo es que no sabía cómo hacerlo, pensé en inyectarme aire en las venas, pero solté una carcajada porque es algo burdamente gracioso, además no tenía conocimiento alguno acerca de agujas y jeringas. Luego, se asomó al conjunto de ideas, lanzarme de un alto edificio, pero pensé un poco en el esfuerzo de mis familiares y de los forenses al intentar juntar cada parte dispersa por el suelo, y la mancha de sangre y entrañas estarían plasmadas en la calle durante días, semanas, quizás meses, sería aquella calle recordada como "ahí se suicidó un hombre, se lanzó de un edificio y ahí quedan restos de sus tripas, y su sangre", era una muerte muy
catastrófica y bastante egocéntrica. Lanzarme del auto por un barranco no era la más propicia, me aterraba el fuego, no quería morir calcinado, además si mi destino era arder en el infierno eternamente por qué habría de morir ardiendo. Ahorcarme, una grácil manera de quitarse la vida, me producía cierto encantamiento, pero lo descarté por el mito de que horas después, el cadáver expulsa todos los residuos gástricos y fluidos, era asqueroso; cortarme las venas, una dulce tragedia medieval, romántica, dolorosa, pero una muerte digna, pese a que aquellas dos formas de morir me parecían lógicas, la que realmente me excitaba era la idea de ingerir tranquilizantes y adormecerme para siempre, lentamente sintiendo como las náuseas me llevaban paulatinamente al otro mundo. No recordaba bien si en mi casa habían tranquilizantes, o algún fármaco nocivo, parecía que sí, era sólo cosa de buscar, tenía una botella de gin y una de vodka, sin duda bebería la de vodka y si me quedase vida y estómago comenzaría la de gin, también sería mi gran y última borrachera, disfrutaría y sufriría a la vez los efectos de ese cóctel de químicos.
Al llegar a mi casa, mojé la cara, el cuello y el resto de mi cabeza, sumergí el rostro por el lavamanos durante unos segundos para así, experimentar la sensación de asfixia, me resultó placentero, incluso, pensé en ahorcarme, pero la decisión ya estaba tomada, miré mi rostro detenidamente durante unos minutos, no me gustaba lo que veía, en aquel rostro “regocijado” había penetrado la oscuridad, era el mismo de antes. Me asusté. Me dirigí al baño a buscar las pastillas, tras una ardua búsqueda, encontré un frasco con
Cuarenta y dos, y una caja con diez, eran dos clases diferentes, nunca supe cómo se llamaban, ni para qué servían exactamente, sólo eran para subir el ánimo, después de esta dosis, definitivamente mi ánimo estaría por la nubes.
Puse el "evol" de "sonic youth", rindiendo un pequeño homenaje a Natalia, porque ese día, no me la saqué de la cabeza un solo instante, además, era un disco digno de escuchar antes de emprender vuelo hacia el otro lado de la vida, pensé en Natita, hacían varios días que no sabía nada de ella, por eso tomé la determinación de escribirle una epístola, lo más breve que fuese para no atormentarla demasiado, para no hacerla responsable de un suicidio en el que yo mismo tenía culpa, poniendo al reverso la dirección del colegio y su curso para que después de mi muerte se la hicieran llegar, en algún momento dudé en escribirle, destruyendo varios papeles que había iniciado, casi al llegar a la quinta hoja extraída de un cuaderno de anotaciones, luego de esbozar palabras vagas y cargadas de un dolor excesivo, las destruía, lanzándolas al tarro de la basura, ya que mis pretensiones no eran hacerla sentir mi propio sufrimiento, sin, darle a conocer y a entender lo mucho que la amaba, que recordara por un tiempo, al menos, que alguien que murió, se enamoró perdidamente de su esencia y de la especial bondad que emanaba. Estaba totalmente convencido de redactarle una carta, pese a que había intercambiado tan sólo algunas palabras conmigo. El fin se acercaba, eran mis últimos momentos, no había tiempo que desperdiciar, tembloroso y cargado de nervios, tomé la lapicera y escribí.
Niña hermosa:
No imaginas lo que estoy sintiendo en este momento, estoy agonizando en vida, luego mi agonía irá adormeciéndome lentamente hasta morir, pero no es ése el motivo por el que te escribo, no quiero atormentarte, tan sólo decirte que desde la primera vez que vi tus ojos melancólicos, tus cabellos acariciando tus hombros, tu sonrisa, tu boca y tu alma, me enamoré perdidamente de ti, por eso fui al colegio, por eso fui a la fiesta, por eso te hablé. Se que soy un perfecto desconocido, y no te pido nada, porque para cuando la leas yo estaré unos cuantos metros bajo tierra, sólo deseaba hacerte saber mis sentimientos, y créeme que nadie te amará de la manera en que yo lo hago, y podrán pasar siglos y milenios, pero mi amor hacia ti permanecerá intacto, en mi corazón, en mi alma y en todas partes, tocando el tuyo desde dónde sea, vigilaré tus sueños por la noche y por el día te protegeré, sólo no me temas, porque así podré estar a tu lado. No se que más decirte, siento unas inmensas ganas de llorar, sólo recuerda que alguien te amó, sin que tu supieras.
Adiós y te amo.
Christian.
Mayo, 6, 1999.
Finalicé la misiva, sintiendo apretar un nudo en mi garganta, el que me cortaba la respiración, después, la envolví en un sobre y la dejé junto al velador, con la lámpara encendida, tenía el disco en pause, ahora presioné lentamente play, para empezar a escuchar "green light", mientras volteaba el frasco sobre la cama, y por cada
píldora tomaba dos sorbos de licor, estaba mareado, algo ebrio, relajado, seguí ingiriendo hasta que acabé con el envase, me quedaba la caja aún, el tiempo se hacía lento pero transcurrían los segundos más rápido que nunca, me puse de pie para mirar por última vez el cielo desde la ventana, las nubes tapaban la luna y todo estaba lúgubre, escuchando "Tom violence" sentí ardor en mi estómago, nauseas insoportables, y caí, de frentón al piso, golpeándome el rostro. Aún estaba consciente, pero era incapaz de levantarme, vomité, vomité en gran cantidad, al verlo sentí asco y más ganar de vaciar lo que tenía, derramé por la boca otro poco de flujo y olor del vómito me hizo adormecer.
III
"Oye tú", "oye muchacho"... "Nunca había visto a alguien revesar de esa manera".
Abrí los ojos, una luz blanca apuntaba mi cabeza, me dolía la vista.
- esa luz me hace mal.
- ¿quieres que la quite de encima?.
- Por favor, si fuese posible.
- vodka y un frasco de tranquilizantes, ¿te gusta deleitarte con ese tipo de cócteles? - díjole con sarcasmo -... puedes irte a la cárcel por atentar contra tu vida.
- ¿Ah sí? -pregunté sardónicamente. -¿así que estoy vivo?, más bien parece estar sumido en un absurdo sueño, en el cual, un hombre me critica.
- Lo que hiciste fue pernicioso para tu salud, tarde o temprano presentará secuelas tu acto irresponsable.
- Ah, en realidad no me interesa.
- Lo que te debe interesar es que para no ir preso, estarás bajo mi cargo.
- ¿quién eres?.
- Soy tu psiquiatra, Óscar Raskolvovich.
- ¿Ruso?
- Croata.
- ¿Socialista?
- Más bien comunista. No me evadas Christian, tengo algo que te pertenece, que le debía pertenecer a otra persona, pero tenías que dar tu consentimiento antes de darla.
- ¿Es la carta?
- Si, deseas dársela a Natalia?.
- Je je, a estas alturas no tiene sentido, ¿estoy vivo no lo cree? Pregunté con arrogancia.
- Mmm, tienes razón, entonces la conservaré.
- ¿No me la va a devolver?.
- Me temo que no, es mi garantía de que seguirás el tratamiento.
- (ese cerdo infeliz me tiene forzado a asistir a sus estúpidas terapias- dije para mí). Está bien, me someteré a su tratamiento.
- En todo caso no tenías otra opción. Te quedarás aquí una semana en observación, luego te irás a tu departamento.
El médico Ruso, o de nacionalidad que fuese, me inspiraba una extraña simpatía, cosa que muy pocas personas logran producir en mí, de alguna manera estaba excitado, tendría mi primera sesión en un par de horas, no podía creer que me encontraba en un hospital psiquiátrico, era emocionante pero a la vez turbio, ¿estaba realmente loco?, nunca lo supe, pero me sentía excitado, enormemente excitado, en cuerpo y alma, saborear en mi paladar y en mi mente la idea de que estaba enloqueciendo me agradaba. Recorrí los pasillos de la clínica para conocer bien físicamente el lugar donde me hospedaría durante una semana.
En mi primera sesión hablamos casi tres horas, charlamos del sentido de la vida, el amor, la gente, la indiferencia, lo que yo sentía al respecto, las miradas que me dirigían las personas, y todas esas típicas cosas que se hablan frente a un loquero, pero principalmente, mi amor por Natalia, le parecía extraño que me hubiese enamorado en cosa de días, pero lo que mi alma sentía hacia ella era superior al "amor" que suelen entregar o sentir el resto de los humanos, no le entraba en su limitada mente humana, y yo no perdería mi tiempo en discutirlo con una persona a la que conocía hace unas cuantas horas, quizás unos cuantos días, no tenía una noción clara del tiempo, tampoco le pregunté cuánto tiempo había transcurrido desde mi frustrado intento por arrebatarme la vida, aparte que me daría por más loco aún, y quizá hubiera decido amarrarme con camisa de fuerza y encerrarme bajo vigilancia en todo momento, o tal vez meterme en una de esas habitaciones acolchadas por si pretendía darme de cabezazos contra la muralla, por otro lado, tampoco supe quien me encontró en mi casa, el médico dijo que una mujer, me imagino que pudo ser Antonia, no le di mayor importancia.
En lo que refería a Natalia intenté describirla sin saltarme el mas mínimo detalle, memorizaba cada lunar y cada milímetro de su morena y pálida piel, Raskolvovich miraba con asombro mis facciones al expresar cada palabra dirigida a ella, parecíale que le conocía de toda una vida, o que ya entre nosotros existía un lazo fuerte, tal vez nos conocíamos de poco, pero el lazo ya existía, siempre existió, desde tiempos remotos, ya me sentía ligado a su
persona, aunque tan sólo habláramos una noche y la haya visto unas cuantas veces. También me dijo que no podía darme un diagnóstico inmediato, tenía que analizarme más, pero el brillo de sus ojos verde ocre, devastados por el tiempo y la sicosis, me decían que sabía cuál era mi problema, y que de cierto modo le entusiasmaba, probablemente nunca había tratado con gente tan enferma como yo, pero tenía que esperar, por lo menos, un par de sesiones más, según su ética profesional.
Esa noche fue la primera de las más insomnes en mi vida, no cerré los ojos en ningún momento, sentía algunas voces sobre mí o dentro de mi cabeza, una de ellas era muy parecida a la de Naty; me dolían insoportablemente las sienes, como quien atornillase dos piezas metálicas calientes en mis parietales atravesando impetuosamente el cráneo y la masa encefálica, abemolé antes de hablar para que nadie oyese, para luego repetir constantemente "deseo dormir, pero ustedes con sus vocecitas y sus susurros me lo impiden" me di vuelta una infinidad de veces, sudé como nunca, me levanté, tomé un vaso con agua, encendí la luz, leí Hermann Hesse, me recosté boca abajo, aguanté la respiración unos segundos, sentí hambre, sentí frío, sentí sed, tenía algo de fiebre, me dolía la cabeza, la garganta, seguía escuchando esas malditas voces, el sol estaba apareciendo y por fin logré dormir.
Desperté con los mismos síntomas de un borracho al día siguiente, quise vomitar, pero me negué, comí un trozo de pan para
evitarlo, me miré al espejo durante unos minutos, mi piel estaba pálida y debajo de mis ojos me rodeaban ojeras verdosas y azuladas,
mi cabello estaba sin brillo por haber pasado en vela la noche, el mismo aspecto que tenía el día de mi cuasi – auto aniquilación. Tomé una ducha, y volví a escuchar las voces, que se mezclaban junto con el ruido del agua que caía sobre mí, pero esta vez eran menos intensas y por menos tiempo, desayuné.
Di un paseo por el jardín, estaba floreado, verdoso, con una gran cantidad de orquídeas blancas, me sentí un Dorian Gray paseando en aquel plácido lugar, el aroma estival de las flores me hacía imaginar una vida feliz, o por lo menos, menos triste. Pude ver
mas "locos", un hombre parecido a mí estaba sentado en un banco, todos temían acercársele, porque a veces era un tipo cándido y otras más febril de lo que se imaginaban, se tornaba colérico frente la más mínima fruslería, y golpeaba todo lo que estuviese a su alcance, sin tener consideración ni con mujeres ni con niños. Se encontraba unos trece metros hacia la izquierda, una muchacha de unos diecinueve años, leyendo Dostoievski concentradamente, tenía los ojos redondeados, de pupilas anchas, su piel era morena y sus cabellos largos, su naturaleza física me era similar a la de Natalia, se llamaba Marcela. El recinto estaba repleto de gente joven, principalmente esquizofrénicos, paranoicos, maniáticos, sicóticos, y gente que aparentemente no presentaba signos de desorden mental, había un joven, encerrado bajo autorización de sus padres, que no parecía loco, que estaba en aquel lugar por introvertido, no hablaba con nadie, bordeaba los dieciséis años, se llamaba Juan Pablo, me llamó la atención desde el primer momento que lo vi, sentí ganas de conversarle, me acerqué lentamente y me ubiqué a su lado, era como
estar al lado de nada, su presencia pasaba inadvertida donde fuese, pero era acogedora, pese a no sentirla físicamente, podía sentir una sensación de calidez invadiendo mi ser.
Decidí preguntarle.
- ¿por qué estás aquí?.
- ¿cómo?
- ¿por qué te encuentras en este lugar?
- Ah, por introvertido, por retraído y sarcástico, al menos, esa es la opinión de quienes me rodean.
- Pero esos no son motivos para encerrar a una persona, además, no pareces una persona irónica..
- Pero para mis padres sí. Soy su vergüenza.
- No lo creo.
- Yo quisiera no creerlo.
- ¿cómo te llamas?.
- Juan Pablo, oye y tú por qué te encuentras aquí?
- Por intentar suicidarme.
- ¿cómo lo hiciste?
- Ingerí tranquilizantes con una botella de vodka.
- ¿lamentas haberlo hecho?
- En realidad me da lo mismo. Es lo mismo estar vivo que estar muerto.
- De verdad tienes valor. El valor que nunca he tenido.
- No digas eso, tú eres muy joven, además lleno de vida, no estás loco.
Juan Pablo me observó durante unos segundos, parecíamos tener rasgos parecidos y nuestra manera de ver las cosas era casi la misma, nuestras mentes eran como dos gotas de aguas, era como mirarme en un espejo, en un oscuro y tétrico espejo. El muchacho me miraba fijamente a los ojos, haciéndome sentir por momentos intimidado, pero lidiaba contra eso mirándole también directo a sus pupilas grandes y bordeadas por una delgada línea púrpura, ambos teníamos los ojos enrojecidos, sin embargo, ninguno despegaba la vista fija en el otro. El color de sus ojos los mezclaban todos en una
paleta, tenía amarillo, verde, azul, violeta, naranjo, bajo un fondo grisáceo, al que luego denominé "el niño de ojos grises".
Esa tarde, la pasamos juntos hablando de libros, de la vida, la muerte, la locura y de muchachas, él, según lo que contaba, se sentía
profundamente atraído por Marcela, yo lo suponía, porque si nuestros caracteres eran iguales, se fijaría también en alguien como Natalia, era deduciblemente obvio. La joven estaba interna hace unos seis meses, él, hace año y medio. Ojos grises estaba leyendo un libro grueso, de alrededor de quinientas páginas en la sala de espera, a minutos de su sesión con Oskar, por la entrada de la izquierda ve entrar una muchacha misteriosa mirando hacia el suelo, con el cabello hacia los ojos, y las manos en los bolsillos de adelante del pantalón, Marcela lo miró por unos instantes, como suplicándole que la sacase de ahí, pero él nada podía hacer, sonrojó, y dirigió nuevamente su vista en el libro, leyó dos páginas, pero no las entendió porque su pensamiento se inclinaba hacia aquella nueva persona que estaría interna, una leve sensación de culpa abordaba
sus pensamientos, por no haber hecho nada al respecto, y bajar cobardemente la vista. Durante un tiempo salían a fumar hierba en el sótano de la clínica, la cual se la conseguían con uno de los trabajadores, a cambio, éstos, hacíanle favores en cuanto a intentar hundir a una persona, no era mucho lo que trabajan por pagar el favor, se trataba de un hombre de cuarenta años aproximadamente, que, había intentado seducir a una interna, la cual tenía amoríos con el empleado, la idea, era, inventar algo, para que finalmente el hombre sintiera desencanto hacia la enferma y la dejara libre, nada tan insano, sólo hasta ahí se supo. Todo iba bien con las fumadas a escondidas, hasta que un incidente les impidió que siquiera se miraran, pese a que ambos se sentían atraídos. Juan Pablo no me quiso contar que incidente fue, pero seguramente fue algo grave como para que ya no hablaran, aunque la indiferencia era emanada por Juan Pablo.
Raskolvovich pronunció mi nombre, en un lapso de menos de un segundo, me acerqué a paso lento y entré a su consulta, me preguntó cómo había pasado mi primera noche interno en un hospital para locos, en un principio dudé si relatarle todo, le expliqué lo de las voces y mi problema para dormir, éste quedó pensativo unos minutos como si estuviese corroborando algún diagnóstico, anotaba incesantemente en una libreta, en tanto, mirábame de reojo. Me preguntó además qué sentía hoy por Natalia, yo le respondí: "lo mismo que ayer, lo mismo que hace una semana, lo mismo que antes de conocerla, lo mismo desde siempre, siempre la he amado, su alma siempre ha sido mía", el ruso echó a reír, y le
recalqué, en tono febril, que estaba hablando en serio, cambiando éste, la tonalidad en su voz inmediatamente, al momento en que le reparé. Me recetó unos medicamentos, tenía que llevarle la receta a la enfermera para que ésta me suministrara los comprimidos de manera gratuita, según sus horarios, la idea me pareció buena, porque yo era pésimo para acordarme de horarios, además me daba flojera calcular a qué hora me tocaba cada medicamento. Mi tratamiento farmacológico consistía en ingerir unos antidepresivos que influirían en mi ánimo, y una alta dosis de somníferos. Mañana me diría cuál es mi problema sin hacerme esperar más, di media vuelta y fui a tomar agua, luego partí hacia mi habitación; y ahí estaba, ahí se encontraba aquel adolescente recostado en mi cama escuchando "slide away" de oasis, con las manos en la cabeza mirando hacia el cielo. Yo entré y por unos segundos me parecía ver a Natalia, su imagen era igual, e inconscientemente sentí ganas de besarlo, para tres segundo más tarde darme cuenta de que se trataba de Juan Pablo, pero los deseos persistían, pese a que sabía quien tenía frente a mí. Al cabo de seis o siete minutos, aquellos deseos desaparecieron, dejándome una extraña sensación de vacío interno e insaciable, extrañando con nostalgia a alguien que tal vez tomara mi cabeza y dejase deslizar sus manos sobre ella, y recordaba que no tenía a nadie, que estaba completamente solo, solo y aislado en un álgido e impersonal hospital psiquiátrico en medio de una ciudad con las mismas características. Sabía a la perfección que nadie en el mundo estaba dispuesto a velar por mí, tan sólo necesitaba la protección de alguien para sentirme vivo, me sentía tan desvalido e
insignificante, que tenía constantes e impulsivas ganas de llorar, frente a Juan Pablo, sin importar perder mi orgullo, sin importar mostrarme débil ante otra persona, la soledad calaba tan hondo dentro de mi alma, que un par de lágrimas nacieron de mis carúnculas lacrimales.
Nos quedamos un cuarto de hora en silencio, él recostado en el borde de la cama, escuchando un disco de oasis, yo al borde de la ventana, con la cabeza sepultada en mis manos, mirando por entremedio de los dedos, las estrellas, y a su vez, evocando a al platónico amor de mi vida.
Por la noche dormimos juntos, yo soñé que le acariciaba el pelo a Natita, que mis dedos tocaban sus labios, para luego hacerlos topar con los míos, involuntariamente pasé mis dedos por la cabeza de Pablo, aún entre dormido, al despertarme las retiré con disimulo, algo en mi interior me decía que Juan Pablo había sentido mi mano sobre él, de hecho, se acomodó para que mi mano lo cubriera. Desperté a las cinco, me dolía la cabeza, levemente oí un par de voces, pero no me preocupó, lo que si crispó los músculos de mi cara por los nervios fue que vi una sombra tras de mí, o al menos la percibí, intenté dormir, pero no podía. Eso me recordaba que hace algún tiempo me sucedía lo mismo en mi casa, pero lo resolvía todo con un tranquilizante.
Por la mañana seguía ojeroso, Pablo me pidió disculpas por ocupar mi cama anoche, o por haber deseado pasar la noche junto a mí, pero le sonreí para no hacerlo sentir ni incómodo, ni mal educado, en el fondo era una formalidad, porque ni él, ni yo lo
sentíamos, estaba bien, no importaba. La compañía de Juan Pablo, me hizo olvidar muchos de los problemas que me agobiaban, fue una estancia positiva en el aspecto anímico, pero mi mente, escuchaba voces sin interrumpir, voces lejanas, otras desde más cerca, ya podía distinguir, y nombraba a cada uno de acuerdo a un color.
IV
Mi diagnóstico era el siguiente: tras un prolongado tiempo se espera supe finalmente lo que padecía. El médico sospechaba de antes mi enfermedad, no quiso dar afirmaciones, buscando hechos que lo comprobaran realmente, o simplemente por hacerme esperar, bastó contarle lo de las voces y lo del insomnio para decirme que tengo paranoia. Luego me mencionó con voz lastimera que era un mal que mucho tenían, que era controlable, algo como la diabetes, pero que si no tomaba mis pastillas podía empeorar, su sinceridad devastadora me asustó, tras un rato me fue inverosímil, un médico no podía diagnosticar en cuestión de días las consecuencias de un mal que era propio, de nadie más. No le creí. Sabía que la paranoia era como tener esquizofrenia, aun no descubría sus diferencias, tal vez, los paranoicos son menos agresivos, tal vez más, tal vez la diferencia era que los esquizofrénicos olvidaban el medio externo para adentrarse en el propio ignorando y desplazando todo sentimiento que interrumpiese su estado, en cambio, los paranoicos, estaban todo el día alerta, escuchando voces y sintiéndose perseguido por sus propios miedos representados en las demás personas, en las sombras, llegando al extremo de sentirse completamente invadidos, hasta pensar que alguien le colocaba una cámara en el pelo para vigilarlo, o simplemente, sentir alguna presencia sobre los hombros, pendiente de cada acción, cada movimiento que efectuase, y cada pensamiento que pasara por su
cabeza, minuciosamente, hasta que eso que persigue te aniquile por completo, vigilándote, esperando su momento de acabar con la vida del paranoico, lo que sí sabía, era que es un mal crónico, el que me perseguiría hasta el día de mi muerte, literalmente hablando.
Los demás días transcurrieron rápida y monótonamente, vaya contradicción, en realidad, no sucedió nada interesante, sólo la presencia de Juan Pablo alivianó el pesar que intentaba evadir, las mismas faces, los mismos locos, los mismos medicamentos amargos que elevaban tu autoestima hasta el punto de hacerte sentir realmente "feliz", para luego decaer y sentir la miseria en tus huesos, entonces, al suceder aquello, era momento de ingerir otro comprimido, lo hacía, sin consultar la opinión de Raskolvovich. Las noches insomnes con intensa sudoración, las vocecitas chillonas nominadas como los colores, nada más fuera de lo "común". El día de mi salida al mundo prometí a Juan Pablo venir a verlo seguido, quizá una vez por semana, y él me prometió contarme la próxima vez que viniese cuál había sido aquel suceso que impedía el contacto entre él y Marcela, el ofreció sincerarse sin que yo se lo pidiese, mas, acepté gustoso, puesto que su situación me interesaba sobremanera. Le di un abrazo y partí. Volví a mi lugar antiguo, a vivir mi vida como enfermo, como un loco, a enfrentar todas aquellas mentes enfermas que torcían violentamente la mía, a creer cada estupidez que se veía y se vivía. Además prometí al psiquiatra no atentar contra mi vida nuevamente al llegar a casa, de todas manera no tenía intención de hacerlo, sentía modorra y daba igual seguir muerto en vida que vivo en muerte, sentiría exactamente lo
mismo, sólo que tenía que dar cuentas a un par de "espíritus", energías, santos, o fuerzas "religiosas" o lo que fuese, pero en definitiva, estaría destinado a vagar y vagar por no se donde, o a arder en abrasadoras llamas para el resto de los días, sin consumirme por completo, padeciendo una agonía eterna, en la que cada segundo es una misma eternidad.
Quise saber de Natalia, pero estaba tan exhausto que tan sólo bastó que apoyara mi cabeza en el sofá para quedarme dormido, luego llamé a Andrea para que me diera noticias de ella, me dijo que en un par de ocasiones había preguntado por mí, eso ya era algo. Las esperanzas volvieron a mi vida, tenía que verla nuevamente, pero no ese día porque tenía flojera.
Pasaron dos semanas desde que intenté suicidarme, nada ha cambiado, inasistí a mi primera sesión con el psiquiatra porque estuve buscando empleo, lo que Oskar encontró positivo y fui "perdonado".
Una de esos nublados días, donde el sol no alumbra pero tuesta tu piel y te hace pensar en cosas irremediablemente hermosas y dulces aunque en la más oscura de sus fases resulten ser las más amargas y trágicas de las agonías en vida. Era aquella muchacha que tan sólo pensando en ella se me cortaba el aire, adormecía y paralizaba mi cuerpo, sentía un golpe eléctrico desde mis piernas hasta mi cabeza, haciéndose intenso en la punta de los dedos, sintiendo acalambrados mis sentidos, saliendo mi espíritu fuera de mí y viéndome desde las alturas con lástima y simpatía, era la sensación más deliciosa que se pudiese sentir, todo gracias a ella.
Ese día, decidí ir a mi sesión. Al entrar al hospital, vi a Juan Pablo hablando para sí y dirigiendo su vista hacia el cielo, preferí hacer como si no lo hubiese visto, desvié mis pupilas hacia las baldosas grises y brillantes, las cuales, reflectaban mi rostro. A la vuelta pensaba saludarlo, unos cuantos metros más allá vi a Marcela, su presencia, me hizo recordar con tristeza a Natalia, pero tragué una bocanada de saliva amarga y espesa, para luego, seguir caminando, ahí estaba, la consulta de Oskar Raskolvovich, frente a mí, una gran puerta verde, incitándome a colisionar mis nudillos sobre ella, varias veces, intermitentemente. Aún era tiempo de arrepentirme, de dar media vuelta y no volver jamás, vacilé unos minutos, no obstante opté por golpear, ya que ese sujeto, tenía en su poder algo que me pertenecía. Primero di un par de golpes silenciosos, para irse acentuando de a poco.
El médico me recibió alegre, - me extrañó bastante, ya que es un hombre relativamente serio - y me preguntó entre qué estados oscilaba mi "ánimo". Me quedé en silencio unos segundos, miré el suelo, una hormiga negra transitaba por las baldosas blancas, en curvas, desorientada y solitaria, arriesgado su diminuta vida, a que algún imbécil reventara su frágil cuerpecillo, igual que yo.
- ¿qué miras?.
- La hormiga. Sonreí sarcásticamente.
- Jeje, veo que te interesa mucho.
- Si, es como yo.
- ¿Cómo eres tú?.
- Solitario e indefenso.
- ¿te has sentido así últimamente?
- Me he sentido así siempre.
- ¿has querido suicidarte de nuevo?.
- No, ya no me interesa.
- Ah, que bien.
- Da lo mismo, estoy muerto en vida, qué más da.
- ¿y esa chica, Natalia?.
- No la he vuelto a ver.
- Mmm, bueno. ¿te has tomado tus medicamentos?
- Si.
- ¿sientes algo diferente?
- Sueño.
- El proceso es lento, ten paciencia, la paranoia es tratable, no desesperes. Recuerda la frase de Franz Kafka. “No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.
La frase me parecía buena, mas no coherente, no venía al caso. En cierto modo tiene razón, al hablar de las “nuevas fuerzas”, yo lo interpreto como las voces, las cuales, son las que me hacen sentir vivo, pero que a su vez, me perturban. No recuerdo mucho el resto de la conversación, mis pensamientos estaban dirigidos hacia otra parte, mi alma estaba sobrecargada de cavilaciones e ideas, pero algo obstruía, no podía vaciarlas, preferí silenciarme y pensar en alguna manera de extraerlas, y al verme incapacitado, esa extraña
sensación de angustia comenzó a invadirme, tuve que tragar saliva para no llorar, el nudo en la garganta volvía a atragantarme de esa manera espantosa y mortal para el alma, difícil me resultaba poder contener el llanto, ya que mi intención no era mostrarme débil ante el médico, tampoco inspirar lástima, entonces, como una manera de evadir a Raskolvovich, miré hacia el suelo, a la pequeña hormiga que estaba detenida, tal vez muerta, finalmente pude controlarme y salir con la frente en alto.
Al terminar mi sesión, emprendería camino al colegio a ver a Natalia, necesitaba oír su voz, algo que nutriera el vacío que se reabría cada vez que me sentía asfixiado. Al salir de la consulta Juan Pablo me tomó el brazo, me contó que ahora se hablaban con Marcela, se estaban empezando a acercar más, cosa que me alegró, pero tenía flojera de darle una manifestación de alegría, sólo le dije "suerte hombre, eres una gran persona", el efecto de las pastillas me hacían perder la coherencia en mis palabras así que decía cualquier estupidez, además de esa tristeza comprimida que en cualquier momento haría manifestación, sólo esperaba no tener que mostrarme así frente a Natita.
Caminé durante media hora por la ciudad, aproveché que era mi día libre en mi nuevo empleo, el cielo seguía nublado, no se apreciaba luz alguna, sólo un manto gris a punto de escupir la ira de algún ser superior contra la humanidad, tal vez por la noche llovería, me senté un instante, y seguí caminando a paso lentísimo hacia el colegio. Sentí penetrar el aire húmedo por mis poros, para, después, enfriarse y no ser más que un montón de hielo andante.
Llegué justo a la hora de salida, un montón de niñas salían del establecimiento, no podía distinguir una de la otra, pero estaba tranquilo, porque ella sabría distinguirse de entre las demás, y así fue, su luz, cegaba al resto, tan sólo ella podía verse dentro del montón.
Salía a paso lento, y al cruzar la calle me acerqué a ella.
- ¿te acuerdas de mí?.
- Si, si me acuerdo. ¿qué había sido de ti? -respondió con una voz algo floja y cansada.
- Ni te imaginas. - la quedé mirando a los ojos unos segundos, lo que ella también hizo.- muchas cosas me han sucedido.
- ¿Podrías contarme algún día?
- Si me das la oportunidad.
- Claro que te la daría. -agachó su cabeza y su rostro torno a un rojo bermellón pastel.
- ¿quieres ir a algún lado?
- Me gustaría mucho, pero mi papá quedó de venirme a buscar.
- ¿tienes teléfono?
- Si, -lo anotó en un papel y me lo entregó con sus delgadas y delicadas manos morenas.- me tengo que ir, ahí está mi papá, cuídate y espero verte nuevamente.
Me besó en la mejilla y corrió hacia el auto. Mi faz dibujó involuntariamente una gran sonrisa, y casi como un acto de reflejo, puse mi mano en mi rostro, para después, sentir en mi mano, el
aroma de sus labios, no podía creerlo, tenía su número de teléfono, estaba emocionado, no sabía como expresar el júbilo que invadía todo mi ser, deseaba gritar, llorar, golpearme, saltar, sin embargo, tomé un poco de tierra y lo inhalé.
La emoción era tal que me emborraché esa noche, con vino blanco y ron dorado. Llamó Antonia, a eso de las once, me dijo llorando que había terminado la relación su novio y que no tenía a quien recurrir, como yo había parte importante de su vida, sintió la confianza para contarme lo que le estaba sucediendo, pero en realidad eso no me incumbía y manifesté cierto desinterés, hasta que rompió en llanto, aún más fuerte que los sollozos que emitió al comienzo, le dije que estaba ebrio, que no podía ir a verla, pero que al día siguiente iría sin falta.
Mi nuevo empleo me resultaba cómodo en cuanto a trabajo y tiempo, salía temprano, no cumplía horas extras y me pagaban un poco más que en el anterior, no era mucho tampoco lo que tenía que hacer, estaba sentado en una oficina, en condiciones más decentes, frente a un computador, y algunas carpetas, pero era bastante relajado ya que podía escuchar música, y el asiento era blando, su respaldo firme, y era giratorio. Salí ese día a las tres un cuarto de la tarde, y me junté con Antonia en una cafetería cerca de donde estaba la oficina. Comimos un pastel y ella se sirvió un café expreso, sin azúcar, me habló de que Daniel la había golpeado en el hombro, dejándoselo morado e hinchado, además de oprimirle el cuello con sus gruesas manos masculinas, y amenazando con matarla si le comentaba a alguien lo de la golpiza, o si la veía con otro hombre,
sin duda, estaba arriesgándose, y por el hecho de hacerlo, quise ayudarla, aunque todavía no se me ocurría la manera de hacerlo. La consolé durante un rato, acariciándole el pelo, mirando al cielo, en realidad, no tenía la más mínima idea de cómo consolar a alguien, Antonia lo percibió, y agradeció mi intención con un beso en la mejilla. Después del café, fuimos a dar una vuelta por un parque, contemplando los árboles de cuyas ramas bifurcadas nacían pequeñas hojas verdes con la punta amarilla, algunas de color marrón, otras rojizas, el día estaba favorable para aquello, y sin duda lo repetiría con Natalia, pero sería más especial, ya que compartiría el aroma y el clima otoñal con el ser del cual me había enamorado perdidamente. Tras haber paseado con Antonia, la fui a dejar a su casa, me despedí de ella con un abrazo y le dije que la llamaría en los próximos días. Al llegar a mi casa., a eso de las nueve y media, tomé el teléfono y la llamé a Natalia. La voz me temblaba y mi garganta estaba asfixiada debido a la fuerza con la que latía mi corazón, al contestar, respiré profundamente ya que en un principio me costó pronunciar las palabras.
- ¿Se encontrará Natalia?.
- Si, soy yo.
- Hola, ¿tu sabes con quien hablas?
- Ehhhh, tengo una idea, pero mejor dime.
- Soy Christian.
- ¿Hola como estás?.
- Bien, ¿oye tu puedes juntarte un día de éstos?.
- Ehh, pasado mañana tengo prueba, así que mañana no podría, ¿pero el Jueves tu puedes?
- Si, ¿a que hora nos vemos?
- Tu podrías pasar por el colegio como a las cuatro y media.
- Si, claro. Ahí nos vemos, cuídate.
- Tu igual
- Adiós.
- Adiós.
El jueves me encontraría con ella, me sentía tan emocionado que tenía la necesidad de hacerle un regalo, lo que fuese, quise ir a comprarle un disco de algún grupo, pero al ser costoso, pensaría mal de mí, así que preferí hacerle darle un obsequio sencillo, entonces, busqué la carátula del Nico de blind melon y decidí dibujar el rostro de Shannon Hoon, tardé tan sólo unos minutos, mi modestia impedía encontrarlo igual, lo me parecía una imagen distorsionada y amorfa, pero al consultarle a un vecino que escuchaba esa música dijo que tenía bastante parecido y me lo pidió prestado para sacarle fotocopia.
V
Tuve un pequeño retraso. Me hicieron trabajar de más. No era tan fantástico mi empleo nuevo después de todo, pero en fin, gajes del oficio y había que soportarlo todo en esta vida (que falsa ironía, en el fondo no sentía interés por justificarlo, pero tampoco deseaba amargarme ni cuestionarme, por eso ideé esa "explicación"). El atraso preferí perdonármelo, pero lo que no pude fue haber olvidado el dibujo que había hecho con tanto esfuerzo de Richard Shannon Hoon sobre mi cama. Pensé que se molestaría conmigo y que no desearía verme más.
Corrí sin detenerme hasta llegar al colegio, me había demorado exactamente diez minutos y muy pocas niñas estaban circulando por la entrada y las calles de alrededor. Temí no verla, pero en una esquina se encontraba, con sus cabellos en los ojos, su cabeza gacha y sus manos cruzadas sobre su vientre, mi corazón explotaría del amor que lo llenaba, estaba excitado, tan dichoso, sólo deseaba abrazarla y tocarla. Me acerqué lentamente y la saludé con un suave beso en el rostro.
Sus pequeños labios se ensancharon delicadamente, formando una pequeña y dulce sonrisa, y sus ojos no se despegaban de mis pupilas algo dilatadas por el nerviosismo y la tensión, sudaron mis manos y bajé la vista, escondí mis manos en los bolsillos del pantalón. Mi rostro se enrojeció, y me dijo tiernamente "qué dulce eres", yo, aún más tenso, respondí que iba a ponerme más rojo, y así
fue, entonces, ambos reímos durante unos minutos, sorprendentemente sentí su cálida mano sobre mi rostro, pensé que iba a desmayarme.
Dimos una vuelta por otro parque, ambos íbamos cabizbajos, nuestras cabelleras rozaban nuestros rostros, con las manos en los bolsillos mientras conversábamos, en instantes nos mirábamos fijamente con una sensación de regocijo. Y en un momento no pude contener mi emoción. Ella miró a mis ojos, luego bajó la vista y rió, pero no sarcásticamente, sino con dulzor. Sus dientes blancos, la expresión de su cara me emocionaron. Quería besarla, pero era demasiado pronto, así como darle la imagen de Hoon, además, yo sabía que no era fácil, y que tal vez se decepcionaría de mí si se lo pedía. Decidí esperar. Esperar, a que al menos, ella mostrase un poco de interés en mí, tenía la esperanza de dejar de ser un desconocido para ella, de significar algo en su vida, y para ello, lo único que necesitaba era tener paciencia, perseverancia y tratarla con respeto.
Pasó algún tiempo, no recuerdo con exactitud, mi existencia variaba drásticamente en cuanto a emociones, algunas noches me sentía pleno y colmado de felicidad, satisfecho y agradecido de la vida que llevaba, sin embargo, otras, eran dolorosamente melancólicas en las cuales llegaba a colocarme frente al espejo bajo el filo de una navaja, apuntando mi cuello, dejando fundirse el arma en mi piel, haciendo sangrar los capilares, pero sintiendo finalmente temor y abandonar la idea, lanzando el arma al suelo, colocando mis manos sobre mi cabeza, para luego hundirla en el lavamanos, dando
paso al agua, mojándome por completo, rompiendo en llanto por la falta de valor y recurría a beber, para tal vez pensar en lo bello que podría llegar a ser mi vida si tan sólo centrara mi yo interior en Natalia, me engañaba vanamente. Fluctuaba mi vida entre la cordura y la locura, las voces de mi mente no desaparecían aún en mis momentos de aguda lucidez.
Pasaron cinco semanas después de relatar aquellos sucesos que me hacían gritar hasta ensordecer las paredes que me rodeaban, y me encontraba relativamente feliz, aún oyendo murmullos, pero feliz, si
bien mi espíritu carecía de felicidad, la imagen de aquella joven la recobraba, y eso me lo dio a entender Oskar y Juan Pablo. Oskar decía que mi condición psico - paranoica iba superándose y que tal vez nunca más oiría esas palabras. Dentro de mí no era lo mismo. Sólo estaba bien cuando ella se encontraba a mi lado, cuando podía
contemplarla, no obstante, ocasionalmente sentía las vocecitas chillonas que me impedían escuchar las frases que me dirigía Natalia, pidiendo que las repitiese y aún así no encontrándole sentido alguno, no me importaba, sólo faltaba que pasara algo entre nosotros, aun no la besaba y sentía que era tiempo, aunque no quise apurarme.
En una de mis sesiones en el asilo mental, encontré a Juan Pablo con los brazos ocultando su rostro, me acerqué a él, y me detuve a su lado permaneciendo durante algunos minutos en silencio, podía oírlo gemir, y sentir aquella respiración asfixiada, la misma que presento cuando se me forma el nudo que me sofoca impidiendo cualquier acto que realice con mi boca o mis fosas
nasales, cuidadosamente y con voz suave le pregunté qué motivos lo tenía así de afligido, tocándole el hombro.
- ¿qué te ocurre hombre?.
- Es tan complejo lo que me pasa, Christian, no lo entenderías. -una lágrima recorrió su mejilla derecha-.
- Le tome las manos y le repetí la pregunta.
- No se. - El niño de los ojos grises sonrojó y miró hacia otro lado, intentando esquivarme. -
- Vamos, ¿hace cuánto que me conoces?, sabes que no te reprocharé.
- Es por amor.
- ¿Todavía quieres a Marcela?.
- No. Es aún peor.
- Dime entonces. -sospechaba algo, por eso mismo le respondí serenamente para inspirarle confianza y así pudiese desahogarse.-
- Hace algún tiempo... un mes y medio, llegó alguien a internarse, no se qué pasó, pero desató en mí sentimientos que nunca había desarrollado, un deseo impulsivo de tocarle, de besarle, y eso me
persigue desde hace un mes, impidiéndome dormir, haciéndome llorar secretamente, y le amo, le amo tanto, es una persona maravillosamente interesante, cada noche, se aparece en mis sueños.
- ¿y por qué no vas y le dices?.
- Es imposible.
- ¿por qué imposible?.
- Porque la persona de la que te hablo es hombre. - mis sospechas eran ciertas, Juan Pablo se sentía enormemente atraído por otro hombre y la desesperación le hundía lentamente en lo más oscuro de la angustia-.
- Yo te ayudaré.
- ¿cómo?, es imposible, Ignacio nunca se fijaría en mí, nunca.
- Quién es?. -me condujo por el pasillo y me dijo silenciosamente al oído-
- Ese que se encuentra a la izquierda dibujando.
- Parece tener unos veinte años.
- Tiene veintiuno. -era un joven moreno, pelo liso, ojos verdes y labios perfectamente delineados, tenía un leve parecido a Natalia, y lo entendía, entendía tan bien a Juan Pablo, tal vez si hubiese seguido interno también me habría enamorado de ese muchacho, pero mi alma la llenaba por completo aquella muchacha.
- No tengas miedo, acércate a él.
- Si me he acercado, somos buenos amigos.
- ¿y por qué no lo besas?
- Me da miedo, me aterra, podría acusarme con el psiquiatra, éste decirle a mis padres sobre mi conducta, ¿te imaginas si ellos se enteran?.
- Atrévete, o si no, lo lamentarás por siempre.
- Lo haré ahora.
- No, ahora va a ser muy notorio, además, está mirando hacia acá, creo que no le caigo bien. Eso es un buen indicio.
- Gracias.
Le di un abrazo a mi único amigo, deseando sinceramente que fuese correspondido, sabía realmente lo que era amar en secreto, y esperaba, desde el fondo de mi alma, que no sintiera el dolor que yo viví. Su confesión, me hizo recordar mi única inclinación homosexual, fue a eso de los quince años, en el colegio aún, me gustaba un muchacho de dieciséis, del mismo colegio al que iba, un curso más arriba, todo el tiempo nos mirábamos, pero nunca pasó más de eso, me resigné y comprendí que no era del todo correspondido, sufrí, ya que lo vi con otra persona, pero al cabo de un par de meses pude olvidarlo, para luego, un año más tarde, enamorarme perdidamente de Antonia. Y desilusionarme. Cuento ya relatado. Y superado.
Esa noche, habíamos quedado de ir a una fiesta en su colegio, por el aniversario, según lo que me contaba antes de salir, aquella tarde, había bebido vino tinto en el baño de su colegio, sin haber sido sorprendida. A eso de las once y media, después de una ducha de una hora, y observar mi rostro detenidamente en el espejo, fui a buscarla a su casa. Al golpear la puerta, ella me abrió y se veía hermosa, aún sus ojos mostraban destellos de embriaguez, lo cual me atrajo de inmediato, sentí en ella algo especial, más aún.
Usaba un suéter verde, poco más oscuro que el verde manzana, le llegaba hasta las caderas, y cubría sus manos casi por completo, cuyas mangas estaban agujereadas para introducir ahí, ambos dedos pulgares, también vestía unos jeans, algo gastados, parecidos a los que usaba Kurt cobain pero no eran muy juntos en la parte de abajo, usaba un cinturón negro que lo sostenía, ya que le
quedaba ancho; su cabello estaba húmedo, ya que se había bañado y lo tenía peinado hacia el lado, dejando su suave y moreno cuello al descubierto. Nos dirigimos hacia el colegio, al llegar, un grupo se nos acerca, estaban invitándonos las niñas del otro curso, el que egresaría ese año, a una fiesta en una casa, y fuimos sin dudar, en el auto del papá de una compañera de ésta. Conocí a sus dos mejores amigas, y compartimos toda la fiesta, me parecieron simpáticas y alegres. Cuando nos ofrecieron qué tomar, Paula pidió gaseosa de frutilla, Carolina pisco con coca – cola, yo cerveza, y al momento de preguntar a Natalia, ella también pidió cerveza, esperando la decisión que yo tomaría. A ratos, nos aislábamos y derramábamos cerveza en las plantas, después nos dirigimos a una mesa, y nos comimos todas la galletas que ahí se encontraban, sin saber a quien pertenecían, nos habíamos aislado porque volteamos una cerveza en la mesa, y una niña, del mismo curso de Natalia, se había sentado, mojándose entera. Recuerdo que esa noche llovía torrencialmente, después nos fuimos a un servicentro a comer helado con sus amigas, las pasé a dejar, y fuimos casa de Natalia. Ella abrió con llave, ya que todos dormían, subimos a hurtadillas al segundo piso y encendió la estufa, me pidió la chaqueta y me la secó, fue un gesto demasiado hermoso, luego -a oscuras, tan sólo con la iluminación del artefacto calórico-, nos sentamos, conversamos durante un largo rato, nos miramos fijamente, luego ella
- Mi pelo se enredó con la lluvia.
- Yo te desenredo.
Comencé a tocar sus cabellos rizados negro azabache, deslizando mis dedos suavemente sobre su rostro y su cuello, Natalia cerró los ojos, y pasé las yemas de mis dedos por sus labios, ella respiraba algo excitada, me acerqué lentamente, puse mi mano por el lado de su mentón, e hice juntar mis labios con los de ella.
Podía sentir que su corazón latía con la misma intensidad que el mío.
VI
Esa tormentosa noche, Christian llegó a su casa, quitó su chaqueta y la colgó en el sofá donde solía sentarse a leer y a reflexionar, se dirigió a la cocina a beber un vaso de leche helada, que más bien sabía agria ya que había dejado la caja abierta un par de días atrás, y tampoco estaba tan helada porque había olvidado refrigerarla, sin encender la luz de la lámpara, se recostó sobre la alfombra, de espalda y de abdomen, su boca comenzó a resecarse, la saliva anidada en sus glándulas y en su lengua se petrificaba, sintiendo un terrible malestar agudo que iniciaba debajo del esternón y bajo el vientre, pero no era físico el dolor que sentía, no era intoxicación, ni nada parecido; era algo paranormal, insólito; era su alma maligna que estaba dándose a conocer dentro del cuerpo del muchacho, moviéndose de arriba hacia abajo chocando contra las paredes de su cuerpo febrilmente intentando huir, causando dolor por todas partes, en algunas partes del cuerpo, causóle heridas, hasta hacerle perder el conocimiento, su alma antigua desapareció o se escondió en algún sitio, llevándose consigo las voces que lo desesperaban, todo ese malestar, acompañado del dolor de sienes.
Parecía un niño derribado, sin señales de vida ni fuerzas, su cálida alma dulce y bondadosa, pero enferma, estaba circulando por la ciudad esa noche, o quien sabe por donde, mientras la otra, la perversa bola de energía que tras violentar el cuerpo, se tornó
lentamente y se inmiscuía con sus entrañas, causándole dolor agudo y punzadas, pero ahora estaba en todas partes, y comenzó a salir, evacuaba por cada poro de su piel, por cada átomo de sudor que segregaba fácilmente, además de drenar por su boca y fosas nasales sangre rojiza, brillante y en abundante cantidad, fluía con fuerza y violencia, al igual que las punzadas, ya que en ese momento, Christian estaba medio muerto, sólo su cerebro tenía función, y en su cabeza, él sabía que las voces con las que ya estaba aprendiendo a convivir se habían ido, y que él se encontraba lleno de nada, sin esa cosa que todos tienen y que al momento de morir, es destinada a la dicha eterna, a arder bajo las llamas de un lugar sombrío y tétrico, o simplemente, a vagar por el universo, su mente sabía perfectamente que algo, maléfico y espantoso quería posesionarse de él como fuese, tragándose todo lo benigno que éste poseía. Tenía deseos de llorar, gritar, destruir todo lo que estuviera a su alcance, pero su cuerpo estaba inerte, muerto, no tenía derecho a efectuar movimientos, sólo a razonar, a cavilar.
En sus pensamientos existía una mezcla de ideas felices y gratificantes, como aquel encuentro con Natalia, e ideas funestas y desoladas, como la tristeza que le invadía, la confusión nublaba su memoria, se encontraba totalmente desorientado en cuanto a espacio y tiempo, ya perdía sus fuerzas debido al inútil intento por ubicarse, parecía estar en transformación, ya se había fatigado su cerebro y lentamente dejaba de funcionar, como una máquina a la cual se le acaban lentamente las baterías, sus neuronas fenecían una por una, liquidándolo lentamente, para finalmente quedar muerto por completo.
En el transcurso de la noche, esa masa que de modo fácil había podido escapar, agujereando toda su piel, dejándole marcas horrorosas, que se transformarían pronto en cicatrices, ahora intentaba sin éxito penetrar en aquel cuerpo que fue escogido por una fuerza superior, algún Dios o algún demonio la tenía destinada para él, mientras, aquella alma paranoica, pero de naturaleza dócil y tranquila observaba cada movimiento, desde el cielo. Aún era de noche, aún el cuerpo estaba vacío, su alma se había bifurcado entre la enferma y buena, y la enferma y sádicamente maléfica, nunca más se volverían a unir, nunca más Christian volvería a ser la misma persona, sencillamente por que la esencia de su espíritu ya no era igual, y en aquel cuerpo, había cavidad tan sólo para una, tan sólo una podía hacer ingreso, entonces, comenzaron a pelear por el espacio. La lucha entre ambas duró horas, días y semanas, dañando su interior, e insondablemente el cadáver del joven no se descomponía, cada parte, cada órgano se encontraba en la misma posición que aquella noche, sin expeler ningún hedor, por ningún lado, por ningún orificio del cual derramaba la sangre, el sudor y otros líquidos extraños, por el contrario, aún se mantenía el mismo aroma de perfume que había utilizado la noche en que vio por última vez el rostro de la joven.
Finalmente al concluir el estrepitoso enfrentamiento paranormal, Christian, recupera la conciencia, levantándose sin poder recordar lo que vivió, sólo se dio cuenta que había transcurrido un par de semanas, revolvió ambas manos en sus ojos, los cuales, casi ciegos, derramaban una que otra lágrima en señal de
modorra. Haciendo enormes esfuerzos por mantenerse en pie, se dirigió al teléfono para realizar una llamada y se encontró con unas llamadas perdidas de Natalia. Miró unos minutos la pantalla, recordándola perfectamente, llamó para su casa, pero la muchacha estaba molesta con él.
- Natalia, disculpa por no haberte llamado antes.
- Christian, han pasado dos semanas, si estabas arrepentido por lo que sucedió el otro día entre nosotros tan sólo podrías habérmelo comunicado.
- No estoy arrepentido.
- ¿Entonces por qué no llamabas?
- Algo extraño sucedió.
- ¿qué cosa?.
- No se, esa noche cuando llegué me sentí mal, me recosté en la alfombra y de ahí no recuerdo que sucedió.
- ¿cuál es la necesidad de mentir?, ¿para qué inventas cosas?.
- No estoy inventando nada, te lo juro.
- Estás enfermo, cada día peor.
- En serio piensas eso?
Natalia enmudeció, su intención jamás había sido tratarlo de loco, se sentía despechada y recurrió a ese tipo de ofensa, para luego
sobrevenir el arrepentimiento en su consciencia, y lloró unos minutos. En el fondo creía en las palabras de Christian, pero se negaba a tener fe en algo que podía ser una invención, en algo que
era irreal. Pero más que eso, lo que verdaderamente sentía en su
corazón la muchacha era miedo, temor a que Christian se riera de ella, de sus palabras, de su virginal beso, de todo lo que Natalia le había hecho entrega aquella noche.
- Qué sucede, por qué lloras?
- Disculpame.
- Por qué, no entiendo.
- Te llamé enfermo.
- Lo estoy, no necesitas disculparte, luego hablamos...
- No, no cortes por favor, Christian, necesito verte, siento algo profundo por ti, no he podido arrancarte de mis pensamientos en todos estos días..
- ¿cuándo deseas que nos veamos?.
- Mañana.
- Mañana paso por ti.
Aquel día, Natalia y Christian tuvieron su primer encuentro tras haber sido poseído por el alma malévola. Permanecieron en silencio absoluto por unos minutos, mirándose fijamente a los ojos, diciéndose todo mediante ellos, sus pupilas brillaban con distinta intensidad, algo en ellos se vinculaba y ninguno sabía qué era, había algo existente en los dos muchachos algo que llameaba, inextinguible, algo que se incrementaba cada segundo que transcurría, mientras mirábanse fija y profundamente, ninguno se
disponía a hablar, sus lenguas se encontraban adormecidas, habiendo perdido el poder del habla por unos minutos, hasta que Natalia se acercó a Christian y lo abrazó fuertemente.
- Christian, no se lo que siento por ti.
- Yo tampoco. Pero provocas algo más fuerte que el amor.
- Te creo.
- ¿Me crees? ¿En serio?. Pensé que creías que estaba delirando, que era un desquiciado.
- No lo estás. Algo en tu mirar me dice que es verdad, tus ojos no brillan con el mismo fulgor que otras veces, estás cambiado, pero mi corazón aún así...
- Eso significa...
- Significa que te amo. Como seas. Te amo.
- .....nnnooooo lo puedo creer -dijo con esfuerzo y tartamudeando.
- No puedo arrancarte de ninguno de mis pensamientos, y tu rostro, tu rostro no desaparece de mí, ya te has transformado parte de mis sueños, por más que intenté arrebatar tu imagen de mi interior, es completamente imposible.....
- Yo..... te amo. Te he amado desde toda la eternidad. El destino fijo mi amor por ti desde mucho antes que tu y yo naciéramos, tu no imaginas lo que siento por ti, es tan inexplicable, tan hermoso, cada vez que te veo he sentido incontrolables deseos de estrecharte contra mí, tocarte y besarte, sentir tu olor y tu respiración, Natalia, de verdad que estoy enamorado, como nunca lo había estado.
Natalia tomó delicadamente con sus dedos morenos y delgados el rostro de Christian y lo miró con ternura, mientras Christian tomaba su cintura oprimiéndola cada vez con más fuerza pero con delicadeza, mientras sus labios volvían a unirse como la primera vez, en la casa de Naty; sus lenguas se unieron haciéndolas frotar entre sí, intentando saciar aquella necesidad de entregarse el uno al otro, deseábanse inmensamente, y todo ese deseo se reflejaba mediante aquel beso. Pasearon durante horas por el parque, tomados de la mano, por primera vez Christian se sentía feliz y olvidó por completo el incidente de hace dos semanas atrás. Natalia confesó que había sido el primer hombre a quien le regalaba un beso, nunca había sentido el sabor de otra boca, nunca había probado el sabor de otra saliva, y nunca había respirado otro aliento, luego su rostro moreno se fue enrojeciendo cayendo una lágrima de emoción, bajando tímida y avergonzada la vista, para luego apoyar su cabeza, en el pecho de Christian, la que acariciaba con ternura y nerviosismo, mientras su mano, otra mano temblorosa tomaba su espalda algo encorvada.
Pasaron a una cafetería que quedaba cerca de la plaza y desde allí contemplaban a las aves que se posaban en las ramas de los árboles, junto con las palomas que recorrían a paso lento e histérico la plaza. Contemplaban todo en aquel lugar, detenidamente, al vendedor de algodones, a los niños que perseguían las palomas, a los ancianos que les arrojaban migas, a los mendigos que estaban recostados esperando alguna ayuda. Al terminar de beberse el capuchino, se dirigieron a una librería, y ambos exclamaron al
mismo tiempo, sorprendidos, que estaba la edición más reciente de "la peste" de Albert Camus, ambos hablaron con tristeza la parte, donde se describe la agonía de un menor, desde que ingresa al "hospital" hasta que su último paroxismo; fuera de comentar la crónica, mencionaron otras de sus obras, como el extranjero, y el mito de Sísifo, y otro libro que Natalia deseaba leer pero que no lo encontraba en ninguna librería, Christian le prometió recorrer todas las librerías del país con el fin de encontrarlo, la muchacha, agradeció el gesto con un beso, para después comentar las obras de Hermann Hesse. Y recordaban la clásica frase que era empleada en Demian, el cual, se la enviaba a Sinclair.
" El pájaro rompe el cascarón, el cascarón es el mundo. Quien quiera nacer tiene que destruir un mundo. El pájaro vuela hacia Dios, el dios se llama Abraxas".
Pero.... ¿quién era Abraxas?, según la realidad se trata de un personaje divino en el cuál creen los agnósticos, y según la novela, era el ser, más bien, el dios que mezclaba la divinidad y pureza junto con la maldad, algo así como un ángel y un demonio en uno solo, donde todo estaba permitido, cualquier pecado era tomado con la más absoluta normalidad, incluso matar. Era, en cierto modo, el Dios de la gente que poseía el pecado en sus almas. Al seguir hojeando la novela, también se acordaron del final, en que Demian,
por encargo de Frau Eva, hace rozar sus labios con los de su amigo Emil Sinclair en un pequeño y dulce ósculo de amistad y amor; tras haber sido herido, para después no volverlo a ver nunca más, salvo en su corazón y dentro de sí mismo, de su oscura alma. Notable desenlace que ambos comentaban con entusiasmo mientras cada uno se convencía que aquella persona que se encontraba frente era el amor de su vida, todo lo tenían en común, más no podían parecerse, eran verdaderas almas gemelas.
Al finalizar la tarde, cuando el cielo tornábase opaco y mezclábanse en él colores rojizos, anaranjados y amarillentos, bajo la lúgubre y tibiamente enternecedora brisa, el sol se ocultaba y emergían las primeras estrellas, insertas sobre el firmamento crepuscular. Christian, inquietamente deprimido, ya que para él, las horas habían transcurrido demasiado rápidas. Dejó a Natalia en la puerta de su casa, sobre el cemento por el costado del césped, ambos bajo un farol negro que comenzaba a encenderse, éste, acariciándole el rostro con mirada sobreprotectora y cálida, haciéndole la promesa de que sería la única en su vida, la primera y única mujer que realmente amaría y estrecharía en sus brazos, toda la situación se hacía similar a lo que expresaba la letra de la canción de "the smashing pumpkins" "by stralight"... era precisamente todo lo que decía esa canción, definitivamente. Christian recordaba fragmentos del tema, los que se los interpretaba dulcemente susurrándole delicadamente en el oído, mientras que cada palabra que emitían sus labios, iban intensamente acompañadas de un suspiro tímido y colmado de ternura..
"a la luz de las estrellas te besaré y prometeré ser tuyo y el único....." "ojos muertos, ojos muertos... eres como yo? Porque sus ojos estaban vacíos como los mares" " a la luz de las estrellas te conozco tan preciosa como un deseo concedido, mi vida ha estado vacía, mi vida ha sido ficticia y sabe ella quién soy realmente?... me conoce por fin?".
Esa era parte de la letra que expresaba la relación que ese día habían iniciado Natalia y Christian, una relación tan repentina, tan llena de espontaneidad, de dulzura, una relación iniciada entre dos personas casi iguales, con la misma manera de ver las cosas, los mismos gustos, la misma experiencia amorosa, pese a que Christian era algunos años mayor que Natalia, pero era tan fácil percibir cómo se complementaban recíprocamente. Tras ese momento de ininterrumpida ternura, Christian despidió con un largo y calmado beso en los labios de la menor, aún susurrándole palabras dulces, aún acariciándole el cabello, enredando sus dedos en los rizos negros, aún diciéndole cuánto la quería, se desprendían sus bocas lentamente, a medida que la pequeña hacía ingreso a su casa, el joven, retrocedió, y desde la calle, emitía gestos para Natalia, mientras le miraba con ternura hacia su dormitorio, ésta salió y se contemplaron durante media hora. Al notar que el cielo se oscurecía aún más, se fue alejando.
Al llegar a casa, ya de noche, haciendo frío, el joven dejó su chaqueta en una silla, fumóse un par de cigarrillos y recibió un llamado telefónico de su madre, le hizo mención de un paseo, más
bien, un congreso o una junta, que ella realizaría a las montañas, por el lado Argentino, y de favor pedíale si él podía hacerle compañía, ya que todos los de su trabajo iban a ir con sus hijos y su familia, Christian respondió algo vacilante pero de manera afirmativa, aunque no deseaba realmente hacer ese viaje. Al finalizar la llamada, el joven comenzó a escribir una carta, la cual le haría entrega a Natalia en alguna ocasión especial, en la que dijera cuánto la amaba y lo inexplicable que eran sus sentimientos hacia aquella niña, las cosas que atrajeron obsesivamente a este hombre, tal vez mayor, pero igual de inexperto que la dulce y delicada florecilla que amaba con locura, esa misiva se le haría entrega en alguna oportunidad verdaderamente especial. Sin concluir la epístola, la guardó en el
cajón con llave y recordaba por algunos instantes a su madre y todo lo que le tocó vivir.
La madre de Christian, Elisa, era una mujer joven, había dado a luz a su hijo de siete meses cuando ella era sólo una adolescente frágil e inexperta, ignorante de la vida, tenía tan sólo dieciocho años, y dieciséis cuando conoció al padre; un hombre de unos 28 años, estatura alta, contextura delgada pero a su vez maciza, muy similar a Christian físicamente y en algunos de los gestos que a veces el muchacho hace. Ella trabajaba desde muy niña en el restaurant de su padre, un hombre ya de edad, de unos sesenta y algo, jubilado de la marina, y subsistiendo de la pensión y las pocas ganancias que dejaba la hostería, quien había abandonado a su esposa, reapareciendo años más tarde para, poco antes de morir obsequiarle un pañuelo a su nieto.
Osvaldo, el abuelo, era un hombre estricto y controlador, quien no dejaba a su hija ni a sol ni a sombra, siempre vigilándola aún cuando se dirigía al recinto donde estudiaba, a toda hora estaba bajo la supervisión del padre, incluso, descuidando su empleo, por lograr aquel objetivo; nunca se supo sus verdaderas intenciones para con ella, sólo dejaba en evidencia que nunca permitió que la muchacha tuviese novio.
Una mañana, casi al llegar la hora de almuerzo, un hombre de chaquetón café y boina marrón, con algo de barba color ceniza en el rostro, decíase que ejercía hace poco como periodista en el diario local, entra, inmediatamente, se queda mirando fijamente a Elisa, pese a la aparente diferencia de edades, la muchacha le sirve un café
cargado sin azúcar tal como lo había pedido el hombre, y éste le toma disimuladamente la mano, iniciándose una fuerte atracción recíproca. Éste la cita y ahí comienza una relación, lo extraño era que él prefería que todo fuese a escondidas, y la excusa era precisamente para que su manipulador padre no se enterara de que su hija tenía un romance, y menos con un hombre mayor. Al pasar alrededor de un año y aún estudiando, Elisa descubre que está encinta, y a su vez, descubre otra cosa: al dirigirse al lugar donde solían juntarse, descubre que aquel hombre, Tomás, estaba casado y tenía dos hijos. Elisa, aún siendo una niña, estuvo al borde de la desesperación, ¿qué haría una pequeña adolescente con un bebé? ¿Cómo mantendría aquella criatura que no tenía culpa de la situación en la que se vería involucrada? ¿Cómo enfrentaría a un padre autoritario? ¿cómo le diría a ese hombre que esperaba un hijo
de él?. Eran tantas las interrogativas y ninguna la respuesta, pensó en varias soluciones, incluso el aborto, intentó quitarse la vida, pero no dio resultado, pero, para su gracia, apareció su madre, en el momento más crítico de su existencia, y le da el apoyo que nunca antes había recibido en su vida, le da el valor gracias a sus consejos y se atreve a encarar y decirle la verdad a su padre, quien la echa de la casa, tomándole el brazo, tal cual como pensaba que sucedería, dándole insultos, tratándola con los peores sinónimos que pudiese tener la palabra "fácil", todas las señoras miraban con ojos malintencionados y comentaban entre sí, estaba y se sentía completamente sola en el mundo, tenía las esperanzas centradas en que Tomás se hiciera cargo del hijo que venía en camino, aún así sentíase abandonada, pese a que el hogar ya no era un problema, porque estaba su madre, y estaba dispuesta a ayudarle en lo que fuese, incluso a criar al bebe. Por otro lado, cuando la joven decidió contarle a Tomás, éste la rechazó, de la misma manera que su progenitor, humillándola en plena calle y diciéndole en tono fuerte para que las demás personas Escuchasen y quedara mal parada... "escúchame bien, soy un hombre casado y tengo hijos, no te me acerques más, además dudo que ese hijo sea mío, eres una cualquiera", para luego tomarle febrilmente del brazo y decirle en voz baja "si te atreves a decirle algo a mi esposa, te juro que no voy a responder, y tu hijo, al nacer, pagará las consecuencias... eso si es
que nace", luego la tiró y la lanzó, aún de cinco meses de embarazo, sobresaliendo el vientre con el feto residente, presenciando y sintiendo la violencia con que eran tratados él y su madre, estaba
con riesgo a perderla, cayóse al suelo húmedo, afirmando sus lozanas y pequeñas manos sobre el cemento mojado, dejando casi estilando sus vestidos, la gente que transitaba por ahí quedó mirando morbosamente sin prestarle ayuda a la pequeña embarazada, más, unos viejos mendigos, de barba larga y blanquecina, algo ebrios, bebiendo vino en la plaza, la miraban con malas intenciones, con deseos mórbidos de poseerla, las señoras "respetables" quedaron ofendidas por tal conducta, no concebían que una muchacha esperara un niño, a los ojos de la sociedad era mal visto e inmoral, y con mayor razón si no había un padre, un hombre que la apoyara, las gente murmuraba mirando con odio a la joven, diciéndose al oído "otro bastardo a este mundo".
Elisa se puso de pie y corrió llorando hacia el puente, desde allí miraba el agua y veía su juvenil rostro reflejado en ella.... "no puedo quitarme la vida, no puedo ser egoísta con este ser que viene al mundo, él no tiene la culpa, tampoco podría abortar, es una marca que me quedaría para toda la vida", fue a casa de su madre aún afligida y nunca más volvió a ver ni saber de aquel despreciable hombre.
VII
Al finalizar la larga conversación telefónica con su madre, Christian se sintió profundamente emocionado con aquella invitación, y a la vez importante, porque acudirían todos los que tenían cargo en la región, gente de diferentes provincias se reuniría en una especie de congreso que duraría dos días, se sentía orgulloso de que su madre quisiera ir con él y presentarlo como su hijo ante las autoridades. Emocionado, Christian llamó de inmediato a Natalia para contarle la noticia, y la joven, se alegró por el muchacho deseándole suerte y diciéndole que le extrañaría, con voz dulcemente acongojada.
Por la mañana, al día siguiente, fue al hospital psiquiátrico a dar explicaciones de por qué no había asistido a las sesiones. Pero no quería contar lo del incidente, además no era mucho lo recordaba, tan sólo dijo que se encontraba de viaje y había regresado hace unos pocos días. Oskar no estaba convencido del todo, pero fingió creer la argucia, mientras que Christian estaba consciente del disimulo de éste, pero sin dar importancia, le era indiferente si le creía o no, él, ya había cumplido con excusarse. Al salir de la consulta, vio a Juan Pablo, pero ésta vez conversando con un muchacho, que le parecía
haberlo visto antes, pero no podía acordarse, pensó un instante y llegó a la conclusión de que se trataba de Ignacio, espero a que
finalizara su conversación para acercarse al joven de los ojitos grises.
- ¿cómo va?
- Bien, he descubierto muchas cosas. ¿Y tú?
- Bien, he experimentado muchas cosas. ¿qué has descubierto?.
- Pues bien, después de mucho pensar, creo que, no soy homosexual.
- ¿Y cómo descubriste eso?
- Porque lo conocí mejor, no niego que me agrade su personalidad, ni que tiene tema de conversación, además es un chico muy simpático, pero no es amor, tal vez es admiración, no sé, pero estoy completamente claro en cuanto a mis sentimientos hacia él.
- ¿Pero estás seguro que es eso?
- En lo absoluto.
- Tu te mostrabas totalmente convencido, no entiendo por qué ese cambio.
- He reflexionado. En realidad lo besé, y me correspondió. Pero a ninguno de los dos nos gustó. Decidimos ser más que amigos, pero no pareja, ¿me entiendes?
- Algo. ¿Pero qué relación existe entre ustedes?
- Amistad. Pero una amistad pura, incomparable, deliciosamente incondicional, más que la hermandad. Y dime, ¿qué has experimentado tú?.
- La bifurcación de mi alma.
- ¿Cómo es eso?
- No recuerdo bien. Sólo he descubierto que tengo una horrorosa cicatriz en el dorso. –desabotonó lentamente la camisa y mostró en la espalda, una gran marca color café que se ubica por la zona de la columna.
- ¿y cómo fue? -dijo extrañado, ya que no presenciaba ninguna cicatriz, siguió preguntándole para no hacerlo sentir como un demente, pero en realidad, no existía tal cicatriz, su espalda estaba lisa y brillante-
- Una noche, sentí nauseas y malestar, caí al suelo y no recuerdo nada más.
- ¿y cómo sabes que tu alma sufrió cambios?
- Porque lo siento en mi cuerpo. Mi alma se ha escindido entre el bien y el mal; y una de ellas se ha adentrado en mí.
- ¿y cuál ha sido?
- No lo sé aún, ambas vagan, no sé, no podría mentirte. Aún estoy confundido con aquel suceso, pero créeme, en cuanto sepa el origen de esta bifurcación te lo diré, aunque más bien, yo pienso, que todo esto, es una minuciosa y bien planificada obra del demonio.
- ¿Del demonio?
- Si, seguramente desea apoderarse de mi alma y adentrar una realmente perversa en mi cuerpo, desea obrar por intermedio de mí.
- ¿cómo tienes la certeza?
- Fácil. ¿Te ha pasado a ti?
- No.
- Entonces, es sencillo, el demonio me escogió, puede que no tenga la seguridad de que se trate del mismo, pero es una fuerza maléfica extraña, fuera de esta dimensión, que quiere destruir el mundo.
- Ya veo, puede ser, lo imagino. -dijo Juan Pablo escéptico, fingiendo poner atención y creer fervientemente en el discurso de Christian
- Es así. y lo peor de todo, es que seré yo quien lo destruya.
- ¿Y deseas destruirlo?
- No sé. He reflexionado mucho sobre ello, el mundo merece sufrir como he sufrido yo; merece caer bajo las garras del mal y sentir verdaderamente el dolor penetrar por sus huesos hasta llegar a sus almas; las cuáles tras largas horas de agonía caerán en pedazos en la gran hoguera que ha de esperar por todas ellas.
- ¿Deseas matar?
- No lo tengo claro del todo, pero si es aquella la voluntad, entonces no tendré mas opción que cumplir con lo que se me encomienda.
- ¿Y acabar con la vida de Naty? -tras un momento de absoluto silencio, Christian tragó saliva, sacó aire desde lo más profundo de sus pulmones para decir.
- Ella me ayudará a cumplir los mandamientos que se me otorgan.
- Estoy asustado.
- No temas, amigo, te irás al reino de las tinieblas con nosotros. Es hora ya de irme, piensa en aquello. Suerte.
- Para ti igual.
Al terminar la conversación que llevaba con Juan Pablo, el muchacho quedó aterrado por el grado en que la vesania apoderábase de él, tanto así, como predecir el Apocalipsis siendo él
"el gran asesino", era una de sus crisis imaginarias, donde Christian sentía cada palabra que decía como real y preparábase para aquel gran día, decidió dejar una serie de cartas póstumas, las cuales nunca inició.
Christian se juntó con Natalia, antes de viajar a las montañas, tomaron un helado de crema con trozos de dulces damascos por encima y salieron a leer a una plaza, sin separar sus dedos entrecruzados.
Aquella noche, Christian, tuvo dificultades para dormir, despertó a eso de las tres y media de la mañana, encendió el televisor y al no encontrar nada interesante la apagó, luego, bebió leche, no calculó cuanta, pero eran más de dos cajas, salió al patio trasero, en pijama, sin bata y descalzo, a fumar un cigarrillo mientras miraba el cielo nublado con una que otra estrella brillando con poca intensidad, la nubes trasladábanse de un lugar a otro, cambiando su azul pétreo de tonos, aclarando y oscureciendo, llamaba ínfimamente su atención, abrió el ventanal y entro a su cuarto. Al regresar a la cama, intentó cerrar los ojos, pero le era imposible, algo indescriptiblemente extraño le impulsaba a mantenerlos abiertos. Miro hacia el techo durante media hora, leyó unos folletos de campañas políticas izquierdistas sin manifestar atención, pese a que tenía tendencia al movimiento comunista, colocó su cuerpo boca abajo y volteó la cabeza hacia el lado del muro, unos pequeños rayos
de luna atravesaban la ventana a medio cerrar, y con sus manos, podía hacer sombras, estaba intranquilo, tal vez nervioso, la ansiedad recorría sus venas electrizándolo, hacían dos o tres semanas que no ingería los medicamentos, comenzó a sudar helado, tuvo que sacarse la polera porque a la vez se sentía acalorado, un agudo dolor en la espalda le impedía moverse, estaba rígido, tosió bastante con ruidos bronquiales, sintió mareos, juntó sus párpados para calmar aquellas nauseas que lo agobiaban, respiraba con dificultad y por la boca, ya que las fosas nasales, la cuales estaban completamente obstruidas, el corazón parecía estar a punto de explotar.
Eran alrededor de las cinco un cuarto de la madrugada y no había podido dormir, sentía dolor en todo el cuerpo, e hinchazón en el dorso, puso sus rodillas bajo su abdomen en posición fetal, tomando sus piernas con sus manos, llegando, en momentos a clavar sus uñas y sacarse gotas de sangre, las punzadas en su espalda se hacían cada vez más fuertes y su estómago revuelto daba señas de querer vaciar lo que contenía; y no podía moverse; sudaba cada vez más, la transpiración que brotaba de los poros de la piel era de aspecto más espeso con un acentuado sabor ácido y gélido como un témpano de hielo, su piel estaba lívida, sus ojos desorbitados y enrojecidos, y la espalda parecía inflamarse más, mordía sus labios hasta romperlos y hacerlos sangrar para no gritar, sus labios estaban resecos, la lengua adheríase al paladar, los maxilares perdían movimiento adormeciéndose, no había más que un hilo largo y grueso de saliva transparente tornándose blanquecina colgando,
mientras daba uno, dos, tres o mas gritos de desesperación, el viento penetraba por la ventana junto con los rayos de luna y de sol, su dolor había sido inmenso, tan fuerte que su cuerpo terminó por anestesiarse y logró conciliar el sueño, perdiendo la conciencia por el lapso de tiempo en el que permanecería dormido, se encontraba inmóvil sobre su cama.
Cuatro horas más tarde, Christian abrió los ojos, algo mareado y fatigado, levantó dificultosamente su cabeza, y encuentró que las sábanas están empapadas de sangre y sudor, sin concebir qué parte de él hubiese derramado aquel flujo, se levantó, y miró fijamente la cama durante unos minutos, el líquido espeso era de color rojo bermellón brillante, aún estaba fresco, se amontonaba en posas en algunos sectores de la cama, y en los que no ocupaba espacio, se veía húmedo, por la sudoración, traspasaba de las sábanas al colchón. Desde la sangre era posible sentir su viveza, el movimiento de cada hematíe, era como si alguna parte viva de él estuviese frente, y se miraban, Christian y la sangre, aún sin resolver de dónde provenía, aún así parecía tener vida propia. Se dirigió al baño a mirar por el espejo su cuerpo, y descubrió que su llaga se había abierto alrededor de dos centímetros de profundidad, pero no concordaba con la cantidad de flujo sanguíneo en su alcoba, la cantidad derramada era como para quitar la vida de un ser humano, varios litros al parecer, incluso más de los que tiene una persona, porque se dice que en el hombre circulan 3,5 litros, y la cantidad que encontrábase doblaba aquella cifra, y ni siquiera se sentía débil, sólo algo cansado por su insomne noche, pero nada más. Pensó unos
instantes en el modo de remover aquel líquido que ya formaba enormes coagulaciones, entonces decidió, ir por una cubeta, y con un jarrón de medio litro, tomaba la sangre y la vaciaba allí. El balde casi estaba repleto, y lanzó la sangre por el lavamanos, dejando correr el agua de la llave para que éste no quedara manchado, pasó un trapo húmedo por los bordes, y con otro, limpió las gotas que habían caído, formando pequeños coágulos.
Miró la llaga formada por el doloroso proceso de escisión, y ésta ya se había cicatrizado, sin haber sentido siquiera juntarse ambos extremos de la piel entreabierta, no se figuraba de dónde había salido tanta sangre, y cómo aquella herida cerró de manera tan rápida, sin apreciar ni costra ni cicatrización, tan sólo una profunda marca color café que notábase a simple vista..... ¿era acaso una nueva disputa entre sus almas?.
Durante la hora de almuerzo, Christian comió papas con verduras y un trozo de carne al horno, que había quedado del día anterior, sin recalentar, silenciado intentaba recordar aquel incidente matutino que le había perturbado enormemente. Tomaba lentamente el tenedor y dirigía a la boca algún pedazo bien cortado de carne, mientras reflexionaba y aún no le quedaba lo suficientemente claro. Repentinamente se puso de pie y fue hacia la habitación a quitar las sábanas manchadas, y más extraño aún, la sangre no estaba, en realidad no recordaba bien si había cambiado la ropa de cama, el cansancio le impedía recordar los sucesos al pie de la letra, tan sólo no podía explicarse cómo derramó semejante cantidad de acuosidad, y cómo seguía vivo tras haberse desangrado, entró en duda. No sabía
si contarle a Natalia, pero no era por falta de confianza, sino, porque no quería perturbarla con sus incertidumbres, pensó calmadamente las cosas, y una vez que le encontrase lógica a la situación, se lo haría saber.
Volvió a la mesa, y su trozo de carne estaba frío, más helado que cuando lo empezó a digerir, lo ingirió igual, sin importar que éste le afectaría estomacalmente. Escuchó por la radioemisora las noticias de la semana, en un resumen que daban casi todos los días. No se oía nada interesante, a excepción de un suceso que le llamó la atención, trataba de un hombre que ultrajaba a una menor en un autobús al terminar su recorrido, al finalizar la violación, tomó el brazo de la muchacha y la arrojó fuera, la cual pasó la noche bajo el frío y a la mañana siguiente yacía muerta por hipotermia, fuera de la relevante noticia que angustió a Christian, hablaban de choques, la lucha constante entre el gobierno y la oposición, el país era un caos, pero "el mejor abastecido" en Latinoamérica, simplemente considerarse chileno a Christian no le enorgullecía en nada, tampoco le avergonzaba, simplemente le daba igual, nada habíale proporcionado aquella nacionalidad como para sentir orgullo, el dinero que ganaba mensualmente era a través de su esfuerzo, por ende, los bienes que adquiría también. Centraba sus pensamientos y preocupaciones en su problemática principal, la cual era averiguar el origen de aquella sangre que cubría el dormitorio, aquella que bañaba en rojo el lecho donde reposaba su cuerpo durante las noches, para así descubrir el origen de la metamorfosis que había sufrido hacía algunas semanas.
Siguió escuchando atentamente, incluso los avisos publicitarios, ninguno parecía llamarle la atención, parecía estar en un estado donde todo lo que se encuentra alrededor está vacío, miraba donde se ubicaba la radio pero en el fondo no estaba oyendo ni las noticias, ni los avisos, su mirada también lo estaba, la neutralidad rodeaba el comedor, continuó su almuerzo, más silencioso aún, no acarreaba ningún alimento a su boca, tenía sostenido el tenedor con la mano sin llevarlo hacia arriba ni hacia el plato, seguían dando las noticias por la emisora, pero terminaron hartándole, apagó el aparto, todo se encontraba en el más aterrador mutismo, pero éste no duraría mucho tiempo, ya que aparecieron, las indeseables voces, lánguidas a veces, chillonas en algún momento, otras veces manifestando lamento y amargura, emitidas por diferentes personas, al escuchar cada vez, ibánse familiarizando para él cada una de ellas, y se acordó, que en medio de los síntomas que presentaba la noche anterior, también había oído un par de voces, las mismas del almuerzo, que oprimían sus sienes con rabia y
furia hasta hacerlas desangrar.... ¿serían sus sienes las que explotaron dejando su huella?.... imposible, si se le ve del punto de vista racional, pero lo que sucedía traspasaba todas las barreras de la razón.
Dejó su plato violentamente sobre la mesa y se recostó sobre la alfombra para intentar dormir, apoyando su cabeza en el cojín del sofá, al día siguiente tenía que levantarse temprano para acompañar a su madre a ese congreso. Pensó en Natalia, pero pronto cerró sus párpados. Adentrándose en un sueño profundo, inexplicable, en el
que aparecían sombras verdes, azules, violetas, rojas, amarillas, todas persiguiéndole, y cada una de ellas representaba cada una de las voces.
VIII
Despertó a eso de las siete menos veinte, abrió sus párpados lentamente y restregó sus puños por encima de ellos, sin importar que sus ojos se anidaban en aquel hueco, sin importar que los lastimaría con la violencia y la fuerza con que sus nudillos oprimían el rostro. Permaneció recostado, hasta que se puso de pie casi de manera involuntaria, mecánicamente. Se vistió con prendas gruesas y abrigadoras, y de inmediato cepilló su dentadura mientras arreglaba las maletas, cayendo, de vez en vez, escupos blancos de pasta dentífrica sobre las camisas, chaquetas y pantalones, al cabo de algunos segundos las manchas endurecían, haciendo casi imposible, el poder removerlas. Pese a que casi completaba su bolso, se encontraba indeciso por lo que llevaría, mas, tenía claro que no debía olvidarse de un libro de anotaciones, el que llevaba oculto y del que nadie sabía de su existencia. Ahí había escrito frases aquellos días de tristeza infinita, de malestar agudo, de desesperación, donde lo abordaban el odio, la furia, la ira y la demencia, llevándolo a desear cometer homicidio, sin importar de quien se tratase, tomándose muy en serio la misión encomendada por Satanás con respecto a la especie humana y el mundo, de manera egocéntrica, ya asumía aquel rol como propio. Antes de introducirlo, releyó algunas páginas, extrayendo de él, la última cita, escrita pocos días antes de haber visto la sangre por su cama, de haber vivido el caos:
"de mi oscuro interior surge la miseria que he llevado guardada desde años, ahora, sólo deseo coger una navaja y atravesarla por el cuerpo de alguien hasta verlo morir, y oír desde el fondo de sus pupilas, provenientes de su cerebro latiente, los aullidos inconstantes de la agonía, y en su último paroxismo dibujar una irónica y maligna sonrisa"
Leyó y releyó la anotación de su cuaderno, casi aprendiéndosela, después de guardar aquella libreta secreta, se desvistió nuevamente, tomó una ducha rápida, colocándose una de sus tenidas más casuales que tuviese, unos jeans celestes junto a una polera roja y por encima un vestón negro, desmereciendo la importancia que tendría el congreso, y el frío que haría en la cordillera, emprendió camino hacia el aeropuerto, para ir al otro lado de las montañas, por el lado Argentino. Su madre era una de las representantes de la embajada chilena en Buenos Aires y era menester que estuviese, pero más que un viaje de negocios era para hacer vida social, y tal vez figurar en alguna de esas revistas de farándula, donde dejan más de cinco páginas sólo para poner fotografías de gente de la alta sociedad, y adolescentes rubios, despeinados, quemados por el sol de las termas costosas o tanto solarium, lo que a Christian le parecía asqueroso por decir lo menos, y era un punto en contra para el paseo, pero estaba seguro que vería algo interesante, fuera de lo común, y precisamente era eso lo que le impulsaba a ir, más que querer pasar un par de días junto a su madre, a quien no veía desde hacía meses, debido a su condición de salud
mental y el trabajo de ésta, aunque de igual manera sostenía que era absurdo y asqueante, que, tal vez, todo el dinero que se gastaría en esa futilidad, equivalía al sueldo de un obrero de unos tres meses, que con el dinero utilizado en la compra de whisky costoso, comidas exóticas y lujos innecesarios podíase alimentar a una centena de niños, que diariamente perece por desnutrición, y la falta de caridad de los más adinerados, tenía que resignarse y disfrutar de la superfluidad del viaje.
Antes de pasar al aeropuerto, fue a su empleo a presentar una carta de renuncia, prefirió irse dignamente, a llegar descaradamente y pedir indemnización como lo había hecho en el trabajo anterior, más que por dignidad fue por ética, aunque no le importaba en lo más mínimo recibir indemnización. No recibió más dinero que su salario atrasado desde dos meses atrás, tampoco le importaba si lo recibía o no. Deseaba, desde hacía tiempo, desligarse de responsabilidades y conseguir un oficio que no le absorbiese demasiado tiempo, fuese cómodo y no se desgastara.
Llegó cinco minutos tarde, y ahí se encontraba Elisa, esperándolo pacientemente, manteníase bastante bien para sus cuarenta y cuatro, o cuarenta y cinco años de edad, tenía el pelo aún claro, con una que otra cana sobre su cabeza pero que pasaban inadvertidas, ni grandes arrugas, conservando los mismos rasgos de cuando era una niña. Se abrazaron durante quince minutos, ambos con lágrimas en los ojos, cuando su madre preguntó cómo estaba su salud, Christian prefirió silenciarse y responderle lacónicamente "bien", sin preguntar ni decir por cortesía "¿y usted?". Elisa se dio
cuenta de que las cosas no andaban bien, cuando miró los ojos enrojecidos de su hijo, pero escogió preguntárselo después de que llegaran al hotel.
Volaban en primera clase de un avión ejecutivo, sus asientos eran forrados en cuero de cocodrilo y el piso y las murallas alfombradas, era un aeroplano pequeño, pero muy elegante, sin duda, Christian se sentía importante y a su vez repugnantemente idiota, aunque a decir verdad, no prestaba mayor importancia a cómo se sintiera y se limitaba a mirar desde el ventanal las espumas blancas mezcladas con unas oscuras, sostenidas en un fondo celeste coruscando en sus bordes, pequeños rayos de sol, cada cierta cantidad de tiempo aparecíanse bandadas atravesando las nubes. El calefactor emanaba aire tibio, el que chocaba con sus rodillas, mas, no prestó atención a la corriente que se anidaba en sus huesos y siguió observando el cielo desde la ventanilla.
Christian tomó un café cargado con crema amarga para no quedarse dormido, pero vencióle el sueño minutos antes de aterrizar en el aeródromo en Buenos Aires, luego se dirigieron a las montañas, en una furgoneta de la embajada, desde los vidrios polarizados se apreciaban los pinos derribados, y de ellos, los troncos que yacían bajo la nieve cristalizada sobre sus hombros. El paisaje era hermoso, todo bajo el manto blanco del hielo.
Al llegar al hotel, mientras unos practicaban ski o snowboard, otros, bebían whisky y charlaban acerca de sus fortunas, Christian y su madre salieron a dar una vuelta tomados del brazo, contemplando las montañas, y los árboles de los cuales, ya ni se veía su verdor a
causa de la nieve. Elisa miróle a los ojos con aire de preocupación y preguntó directamente.
- Algo anda mal Christian.
- ¿Algo de qué?
- Me llamaron por teléfono desde el hospital donde estuviste interno, intentaste suicidarte. ¿por qué no me llamaste? ¿Por qué lo hiciste?.
- Por nada.
- ¿Cómo que por nada?
- Madre. Estaba harto de mi vida, lo estoy todavía, pero menos que antes, harto de toda esa miserable existencia con la cual he tenido que lidiar todo este tiempo, aunque encontré una pequeña luz en medio de toda está lóbrega e infinita soledad.
- ¿Ah sí? ¿Y qué es?
- Una mujer. Una niña.... una adolescente mejor dicho, tiene diecisiete.
- Está saliendo con alguien menor?
- Se llama Natalia, es el amor de mi vida, la conocí hace un tiempo atrás, estábamos destinados el uno al otro, creo que le he amado desde el inicio de los tiempos -el brillo de sus ojos y la convicción con la que pronunciaba cada palabra causaba más preocupación en su madre, sabía que no estaba bien, pero no había modo de ayudarle, no tenía la certeza de lo que era, pero presentía que era algo malo.
- hijo, estoy preocupada por ti.
- Preocúpese mejor de su viaje, que yo estoy bien, créeme que lo peor ya pasó.
- No lo estás. Hijo, tu sabes mejor que yo que estás enfermo.
- Si lo estoy, pero es un mal incurable -dijóle con lágrimas en los ojos, oprimiendo su mano izquierda contra la chaqueta y mordiendo sus labios con más intensidad para no romper en llanto como un niño indefenso.
- ¿qué haces? ¿qué ves? ¿qué sientes?
- Son muchas las interrogantes, y temo no poder contestarte ninguna.
Elisa se dirigió hacia donde estaba el resto de la embajada, y dejó solo por unas dos horas y media a Christian, éste, escaló un rato para pasar el frío, y también para mirar desde lo alto la vegetación nevada. Al llegar a la cúspide de una montaña, quedó fijamente atento al movimiento de impetuoso viento que se desataba, cogió un poco de nieve en intentó hacer algunas formas, escuchaba mentalmente "got me wrong", deseaba tanto poder estar físicamente con su amada, la extrañaba enormemente, pero sus dulces pensamientos se vieron interrumpidos, cuando se aparece frente a él, un muchacho de unos catorce años, delgado, con la mirada fría y risa sardónica, su rostro pálido no se enrojecía por el frío y vestía completamente de blanco, unos pantalones de tela gabardina, un suéter sin mangas con una camisa del mismo color por debajo, éste caminó hacia él delicadamente y le observó por más de cinco minutos, acercó sus dedos a los ojos de Christian, y éste intentó
palparlo con sus manos, dio un profundo suspiro y se alejó de joven, el muchacho siguió derecho, no haciendo caso de las advertencias de Christian, quien le gritaba que no se acercara más porque podía caer, y era una altura considerablemente elevada, sin éste responder ni obedecerlo, caminó unos cuantos pasos más hasta al acantilado, se detuvo unos segundos, giro su cabeza para mira de este a oeste, tomó aire y se lanzó.
Christian dio un grito pidiendo auxilio pero nadie le contestó, fue hasta la cima, de donde se había tirado el niño, pero no se veía nadie, ni rastros de sangre, nada.
Media hora más tarde, llegó uno de los ejecutivos a preguntar el origen de los gritos, a lo que, aún exaltado, Christian respondió.
- Ha muerto. Un menor, de unos catorce años, se ha tirado desde aquí, - señalando con los dedos el lugar desde donde habíase lanzado el menor - llamé hace treinta minutos y nadie me respondió.
- Pues yo no he visto jovenzuelo alguno dando vueltas por aquí, además, este sector fue reservado exclusivamente para el congreso, no tendría nada que hacer acá. Además, hay guardias vigilando el ingreso de extraños.
- Pero si yo lo vi, se posó en frente, me tocó los ojos y se alejó hasta arrojarse desde lo alto.
- Yo he estado merodeando desde hace un par de horas y no he visto a nadie, insisto, debes haber tenido una alucinación, o son ideas tuyas.
Alucinación.... ese era un término drástico, por primera vez, en mucho tiempo, Christian se sentía confundido, no consideraba que fuese una ilusión, porque todo fue tan real, sintió los dedos de ese muchacho rozar su faz, la tibieza que irradiaba su aura y su cuerpo, no podía ser irreal; pero por otro lado, el hombre, había merodeado por todo el lugar desde que llegaron a las termas, sin divisar ningún niño, menos con aquellas tan peculiares características. Su perturbación impedíale razonar con la mente fría, aún estaba asustado, su piel escalofriante tomaba un tono azulado, sería, tal vez, por las horas expuesto al hielo, no cuadraba ninguna de los dos sucesos, y eso teníale sumamente preocupado, absorto, espantado y preocupado, corrió hacia el hotel, necesitaba con urgencia encerrarse y pensar.
Tomó un baño termal y se sentó después sobre una roca, escuchó música mentalmente mientras leía un libro de poesía de William Blake que habíale prestado Natalia, sin lograr concentrarse en lo que tenía en sus manos, observaba la imagen junto al poema, y se le venía a la cabeza, la figura del joven. ¿Sería vesania lo que apoderábase de este hombre pobre de espíritu?, más no habían señales de lo contrario, ni tampoco le confirmaba, algo no andaba bien, no encajaba la serie de sucesos que lo abordaban, se encontraba bajo una extraña sensación de ansiedad mezclada con angustia, miraba hacia todos lados por lo que daba la impresión que lo vigilaban, intentaba adunar lo que ocurría, más, sereno e impertérrito, escribía férvidamente cargando su puño a ras de la hoja, deslizaba la pluma relatando cada imagen, cada detalle
ininterrumpidamente sin importar el frío de aquel lugar, sus piernas se habían adormecido por la gélida brisa de las montañas y la mala posición que había adoptado para apoyar su cuaderno. Al finalizar la escritura, casi anocheciendo, tomó su lapicera y libreta y fue a su dormitorio caminando, sin chaqueta que le cubriese del viento que se había levantado. Dentro del bar se realizaba un cóctel de bienvenida, al verle, la madre invitóle a celebrar junto a los empresarios y ejecutivos, además estaban los medios televisivos y la prensa escrita, esperando fotografiar y entrevistar a los presentes, para la parte social de las revistas y los programas faranduleros de la televisión abierta. Uno de ellos se acercó con la cámara encima de la asistente del embajador y su hijo, Christian miró perplejo, y al verse molesto retiróse de aquel lugar, sin antes beber unos cuantos vasos de ginebra tónica y whisky escocés y llevarse algunos canapés y hojarascas, además, llevó bajo el brazo una botella de vino blanco, mientras un insistente camarógrafo le seguía para captar al hijo de la colaboradora del embajador de Chile en Argentina.
Ebrio, comenzó a balbucear frases sin mayor coherencia, se tendió en la cama de su amplia y lujosa habitación, acercóse hacia el ventanal y salió al balcón para ver desde arriba los pinos cubiertos de nieve y la noche fría e insípida que terminaba de succionar el día, la luna estaba pálida y opaca, al igual que sus ojos, se miraban mutuamente, las estrellas se apagaban a medida que el viento aumentaba su intensidad y disminuía su temperatura, el hielo congelaba su rostro, hasta que Christian, harto del viento, aún más alcoholizado, reanudó sus anotaciones.
" Estar aquí es estar en el infierno mismo, no hay reflejo alguno de luz, todo es ficticio, el paisaje se ve hermosamente muerto y nada tiene brillo propio. Hoy se ha arrojado un niño en el acantilado quitándose la vida, vestía completamente de blanco, tocó mi rostro poco segundos antes de fallecer, nadie ha creído en mis palabras, ni siquiera yo, considero afanosamente la idea de que estoy alucinando, la esquizofrenia me está arrebatando la lucidez, sólo queda dejarme llevar por la locura y morir en paz. Quizás ese niño sólo existió en mi mente, lo más probable".
Aquel fragmento melancólico era parte del dolor e incertidumbre que lo invadían, hundió su cabeza en sus brazos y lloró desconsoladamente para después aferrarse a la almohada y empapar su rostro de las saladas lágrimas que había derramado. Al cerrar los ojos y dormirse, tuvo variados y bastantes sueños, de los que logra recordar alrededor de dos o tres.
En su primer sueño vio un fondo blanco donde un joven, alto, parecido a Christian, contemplaba el paisaje, tomaba aire y restregaba su boca con la manga de su camisa, se arrodillaba y lloraba lágrimas azules, verdes, anaranjadas, al igual que las sombras que emitían las voces en un sueño anterior, se ponía de pie y corría sin encontrar salida ni camino, en un espacio sin tiempo, al verse cansado, tiróse sobre el suelo emblanquecido y durmióse para siempre.
En su segundo sueño aparecíase Natalia y besóle en la mejilla suavemente, toma un autobús de color azul cadete, el cual no
iniciaba su recorrido, al pisar el último peldaño de la escalera cierra sus puertas, y un hombre de apariencia vulgar se le acerca comenzándole a tocar indebidamente el cuerpo frágil, juvenil y virginal de la joven, ultrajándola sin piedad, mientras Christian se encontraba al frente, sin poder hacer nada, sin moverse, sólo mirando con tristeza como un asqueroso, pervertido y malvado hombre desvestía con violencia a la niña a la cual él amaba, tomaba sus pechos aplastándolos, golpéabale su rostro, sosteniendo sus brazos por el borde de un asiento para bajarse los pantalones y penetrarle horrorosamente, el joven oía los gritos y sollozos que eran emitidos por Natalia, Christian estaba neutro, y miraba con dolor el hecho de que dañaban lo que el más amaba, sin hacer más que mirar, y derramar lágrimas colmadas de desgarro interior. Natalia lloraba desesperadamente, aquel maligno ser arrebatáble de la manera más asqueante, terrible y traumante que pudiese existir lo más preciado que ella conservaba, y con ello su alegría, pureza, inocencia y frescura juvenil. Al culminar la maléfica acción, el viejo, jadeante y transpirado, toma el exhausto cuerpo de Naty y lo arroja fuera del autobús, abrocha su cinturón y hace arrancar la máquina, dejando su cuerpo desnudo herido, amoratado y lleno de sangre. Christian no iba a ayudarla, y la niña quedóse ahí llorando amargamente penetrando, en su débil cuerpecito ráfagas de viento frío, las cuales la liquidaban lentamente.
Al finalizar su segundo sueño, Christian despertó sudado, con los ojos enrojecidos y un enorme malestar espiritual, lloró, lloró desesperadamente, y decidió llamar a Natalia, pese a que eran las
cinco y media de la mañana, aunque, por ser día sábado lo más probable era que sus padre hayan salido a alguna comida y sus hermanos estuviesen con unos tíos, Natalia estaría llegando de alguna junta, probablemente alcoholizada pero no borracha, ya que tenía la facultad de beber cuanto quisiera sin presentar síntomas de embriaguez. Marcó el número de teléfono, y en efecto contestóle ella.
- ¿Naty?
- Si, ¿eres tú Christian?
- Si. Disculpa que te moleste a esta hora, pero tuve una pesadilla contigo y me preocupé.
- ¿Qué soñaste?
- No puedo contártelo por teléfono, pero no era algo bueno, mi niña, te he extrañado tanto.
- Yo también. Acabo de llegar de la casa de uno de los del colegio que queda cerca de la plaza donde vamos.
- ¿Ah si? ¿Y cómo lo pasaste?
- Bien, supongo, tomé cerveza y no dejé de pensar en ti un solo instante, estoy muerta de sueño, pero contenta por haber oído tu voz antes de dormirme.
- Yo tampoco he dejado de pensar en ti. Te amo.
- Yo igual mi niño.
- Te dejo dormir princesita, espero que mañana no amanezcas con dolor de cabeza. Te amo. adiós.
- Adiós te amo mucho.
La conversación telefónica bastóle para sentirse aliviado, la pesadilla que había tenido no dejó de extrañarle y recurrió a su cuaderno de anotaciones para añadir:
" he tenido dos pesadillas terribles, en donde una aparezco muerto preso de las voces que me perturban, y el otro, donde un maldito y desgraciado hombre abusa sexualmente de Natalia, estoy más confundido aún. ¿Estaré sobrepasando los límites de la cordura?, ¿me estoy volviendo loco?; no tengo la más mínima idea, pero todo lo que ha pasado últimamente es tan extraño, y la única explicación que atino a darle es que el gran jefe maligno está trabajando por mí, me envía señales de muerte y dolor, de sangre y sufrimiento, para anticiparme los hechos que pronto opacarán sus miradas, desfigurarán sus sonrisas, y tanto él como yo, seremos gobernantes de este universo, Satán está cumpliendo su misión, ahora me toca cumplir a mí, pronto he de arrebatarles la vida a cada uno de los seres humanos, sin compasión he de acabar con su miseria".
Abrió la botella de vino que había llevado bajo el brazo durante el cóctel, tomó una copa, aún embriagado, sirvió licor y comenzó a beber.
Su cuerpo alcoholizado fermentaba con los intensos haces solares que filtraban por las cortinas verdes, sin polera y sin short, Christian tomó una ducha para luego bajar a desayunar; su primer día había estado cargado de hecho insondables, esperaba en cierto
modo vivir lo mismo, a excepción de la pesadilla con Natalia que lo había amargado enormemente.
Dieron una caminata a eso de las nueve y media de la mañana, para después dirigirse a practicar ski en la montaña, Christian tomó algunas fotos de árboles, que habían sido quemados por la ardiente llama de la nieve.
Iniciábase una conferencia de prensa, a la cual asistirían más autoridades aún y la prensa, algunos exaltados por la impertinencia de sus preguntas, otros relajados, sin prestar importancia y dando cualquier tipo de respuesta aunque tal vez, no tuviese nada que ver con lo que estaba tratando, era una conferencia netamente económica, con exposiciones de balanzas y cosas difíciles de entender por gente normal, gráfico y demás, todo un aburrimiento para Christian, quien, subió por el ascensor exclusivamente para encerrarse en el dormitorio, tomando su cuaderno de anotaciones e intentar innovar en cuanto referían su escrituras, no serían vivencias, tampoco sentimientos, esta vez no se plasmarían ideas, ni intenciones, ni sueños, nada de eso, intentaría innovar, al menos por esta ocasión, tomó firme su lapicera, y momentos antes de comenzar a escribir, abrió las puertas de su mente para ingresar en el interior de cuerpo, para averiguar y conocer las respuestas que lo tenían agobiado desde hacía días, su fin, era realmente saber la causa de su hemorragia fatal. Comenzó por la boca, en medio de la lengua y los dientes, aparecieron las glándulas salivales, las cuáles encogíanse y agrandábanse segregando grandes cantidades de ptialina y otras sustancias químicas que aportaban la acidez a la saliva, descendió
lentamente por el esófago, contraíase y laxábase rápidamente llevando consigo el torrente salival el que tomaba camino hacia el estómago, cuyo jugo gástrico, demolía, trituraba y descomponía todo objeto, líquido o alimento que ingresaba a éste, dejándolo completamente molido, sin encontrar ningún indicio de llagas, siguió por el aparato respiratorio, comenzó por los pulmones, anchos y esponjosos, los cuales se extendían y distendían rápidamente por el aire helado que penetraba hacia ellos, desde cada punta de alvéolo hasta los bronquios, pasando por los vasos, algo dilatados por el frío que los cubrían sin sangrar aún, llegó hasta las fosas nasales, recorrió paredes musculares, el interior semi - ahuecado del esqueleto, los ganglios, los riñones, cada nefrón cumpliendo sus funciones, todo estaba en normalidad, la vejiga, la masa bombeante, recorrió cada vena, cada arteria, cada vaso sanguíneo, cada órgano, todo funcionando adecuadamente, sin alteraciones todo en perfecto estado.
Siguió avanzando por su organismo hasta que encontró a lo lejos manchas oscuras, su hígado presentaba anormalmente ulceraciones leves, y sus capilares se ensanchaban estando a punto de colapsar, y así fue. Comenzó a mezclarse la sangre con la bilis produciendo intensos dolores en Christian, el cual, se hincaba pasando sus manos un poco más bajo de su vientre, sin contener las ganas de vomitar apuróse hacia el baño, y desde el fondo de su estómago, que comenzaba a ulcerarse por la acidez de la bilis y la sangre hepática lanzaba chorros de vómitos, blanquecino verdoso, los vasos dilatados de los pulmones se extendieron hasta derramar
sangre de ellos, provocándole tos y flemas cargadas de sangre, la respiración se aceleraba sin tener donde almacenar oxígeno, que en vez de hacerlo, almacenaba sangre. Y así, cada órgano empezaba a destruirse, formando poros o simplemente explotando, el hígado estaba deshecho, los huesos abríanse y transformábanse en cenizas, las astillas de los otros incrustábanse sobre los músculos, las costillas se quebraron enterrándose como lanzas, a los pulmones, en medio de todo el caos, el corazón latía con toda la vitalidad que poseía, bañándose externamente en sangre, parecía un bote remojándose en aguas tormentosas.
El dolor y el rompimiento de las partes del cuerpo aumentaban violentamente hasta ascender a nivel del cráneo, al occipital le era ya imposible sostener la masa encefálica y los demás huesos, partíanse
de a poco, cayendo restos de cráneo sobre el cerebro, abriéndose aún más las cisuras, como el terremoto provoca las aberturas en las tierras, las sienes comenzaron a arder, para acentuarse aún más junto con palpitaciones extremadamente dolorosas y molestas, haciendo que todo diera vueltas sobre Christian, mareándose y vomitar aún más, éste, echó a correr el agua de la llave para que ni el olor ni las manchas quedasen impregnadas en las alfombras y azulejos, sin soltar su cuaderno y escribiendo cada vez más palabras incoherentes sacando fuerzas de donde no habían.
los ojos, encontrábanse aún más desorbitados que aquella vez en que la cama amaneció empapada, con punzadas agudas en todo el cuerpo y sudor sobre sus cabellos, después de revesar volvió a su cama y extendióse ligeramente, circulando por su rostro las gotas
amargas y saladas de sudor, aún inquieto, mareado, nauseabundo y débil, sin separarse de su libreta, lentamente, su entorno dejaba de dar vueltas y todo se restablecía.
¿serían nuevas alucinaciones? ¿y si fuese así, éstas eran voluntarias o incontrolablemente jugarretas de su mente ya gastada?. Su cuerpo, exhausto por semejante lucha, tendido entremedio de las sábanas aún tibio por la exaltación vivida hace media hora atrás; su sudoración comenzó a helarse y la tersianas parecían impulsos eléctricos, con rasgos similares a la epilepsia, hasta que repentinamente cesaron.
Despertó seis horas más tarde, el sol ocultábase rápidamente dejando delgados rayos del crepúsculo que se disipaban ligeramente, tornándose el cielo azul violeta, la luna aparecía y refulgía con especial sardonia, contemplándola, Christian en medio de un mutismo interminable.
Luego, corrió hacia el baño a mirar en el espejo que colgaba de la pared, las ojeras que surcaban su rostro envejecido en tan sólo unos meses, se mantuvo quieto, impertérrito, sereno, todo le parecía tan habitual, que ya no se espantaba por el acontecimiento recién vivido. Mojó por completo sus pies descalzos debido a la exagerada cantidad de agua derramada en el piso, aun brillando los bloques de cerámica por la limpieza, y sin encontrar en la alfombra más que humedad por el agua caída. Nuevamente confundido observó durante un prolongado período de tiempo las cortinas del ventanal al lado del jacuzzi, el piso y los azulejos de los costados, todo en perfectas condiciones, sin manchas, sin sangre, sin vómito. ¿habrá
estado presente el servicio de limpieza durante su siesta?, no presentó mayor atención y bajó a acompañar a su madre. Al golpear la puerta de su cuarto ella le abre afligida.
- madre. ¿qué ha sucedido?.
- Vi.... vi a alguien que desea conocerte.
- No te entiendo. ¿de quién se trata?.
- Hoy, en la conferencia, vi a tu padre.
- ¿Mi padre?. ¿Y qué hace él acá?.
- Es reportero de noticias.
- ¿Y por qué nunca me lo dijiste?
- Porque no lo sabía.
- Bueno, ¿y que te dijo?
- Que deseaba saber cuál era su hijo, y que si tú lo decidías él pasaba a verte a tu dormitorio.
- Pues no lo deseo.
- Vamos, hijo, ¿ni siquiera sientes curiosidad por conocerlo?, ¿por saber quien es?.
- Con lo que nos hizo a ti y a mí no podría inspirarme más que repudio.
- Dale una oportunidad, yo lo he perdonado.
- Yo aún no.
- ¿Acaso deseas vivir con el odio morando en tu corazón por el resto de tus días, haciéndolos amargados, frustrados y penosamente infelices?
- Está bien, haré lo que pides.
- Yo lo llamó y le digo que pase a verte.
Christian marchóse a su cuarto, realmente, no deseaba ver a la persona que lo engendró, pero el hecho de ver feliz a su madre lo llevó a dar una respuesta afirmativa, no quedaba otra que fingir, y si las cosas se daban, plantearle el odio y la rabia que anidaban en su alma durante años, desde el día que nació, quizás de esa manera desahogaría toda su rabia, y su locura de paso.
Un grave "toc toc" tragó el silencio de aquella habitación, perturbando la meditación de Christian, el cual se levantó a abrir la puerta, desde el otro lado, un hombre alto de cabellos canos, nariz respingada y un pequeño bigote, apreciábase bajo un sombrero costoso envuelto en un abrigo largo y oscuro, Christian, vacilante, abrió la puerta hasta atrás.
- tu eres mi hijo.
- ¿Perdón señor?, yo a usted no lo conozco.
- Si lo se, y por eso vine, para que me conozcas y también para pedirte perdón.
- ¿Perdón por qué? ¿Por estar más de veinte años sin preocuparse de mí?
- Tu has estado todas las noches en mis oraciones, créeme te he extrañado tanto.
- ¡Patrañas! Ni usted mismo lo cree.
- ¿Por qué ese trato?
- ¿Merece usted otro?
- No, pero deberíamos darnos una oportunidad, más que mal, somos padre e hijo.
- Hable.
- ¿Hablar qué?
- Lo que tenga que decirme.
- Bien. - rascó su bigote en muestra de nerviosismo y tensión por el febril rechazo de su hijo -
- ¿Bien qué?
- Era joven, confuso, estaba casado y tenía una hija, cómo podría perder mi familia por un...
- ¿Por un bastardo?. Tener veintiocho años es una edad bastante madura como para saber los que es bueno y lo que no.
- Fue un desliz
- ¿Mi madre fue un desliz? ¿Qué se te ha imaginado?
- Estoy siendo lo más sincero contigo.
- Me conmueve enormemente -dijo en tono sarcástico Christian acompañado de una pequeña dosis de rabia-
- Fui un mal nacido, no debí
- Ya estoy crecido. Y por desgracia no me importas. Vete donde está tu mujer para que no sigas pensando que fue un desliz.
- Necesito tu perdón.
- ¿Para aliviar tu conciencia?. ¿Tienes acaso una enfermedad terminal?
- No.
- Está bien, te perdono, excúlpate y quédate tranquilo que no te irás al infierno, ahora vete de aquí.
- No, hijo.
- ¡Si no te vas te mato!. ¿qué prefieres? –gritó exasperado Christian.
- Tú no eres así.
- Si lo soy, ¿acaso mi madre no te comentó que tenía un loco por hijo?
- Sólo estás algo triste
- Ese es mi asunto. -dijo, finalmente rompiendo en llanto, cada vez más amargo.
- No te puedo dejar así.
- ¿y qué pretendes si en los momemtos en que más necesité la imagen paterna tú no estabas?. ¡nunca estuviste a mi lado! ¡mal padre!.
El hombre abrazó al muchacho consolándolo de todo el sufrimiento que expulsaba de su corazón, vaciábase enteramente ante ese hombre desconocido que hacía llamarse su padre, lo soltó impetuosamente y secó las lágrimas de germinaban de sus ojos con la manga de la camisa. El padre mostróse sorprendido ante las actitudes de acercamiento y rechazo de su hijo, perplejo miróle quietamente durante unos minutos, abriendo la boca para preguntarle.
- ¿por qué intentaste matarte?
- ¿Mi madre te lo dijo?
- Si.
- No debió habértelo contado.
- ¿Por qué no?
- Te lo dije anteriormente. No eres nadie. No tienes importancia para mí. Tal vez, alguna vez necesité de ti, pero ya no, el tiempo enseñó a endurecerme y a no sentirte imprescindible en mi formación.
- te pedí perdón, no se que más decirte, quiero llevar una relación de padre e hijo.
- ¿después de veinticinco años?. No me digas nada, a estas alturas ya no. Pues, el perdón no se pide con palabras, el perdón en un derecho que se gana, no puedo redimirte sin tampoco lo haces tu mismo, no eres tú el que debe hacerlo, ni yo, es tu conciencia, es el tiempo.
- Tienes razón. -los ojos comienzan a llenarse de lágrimas gruesas y cargadas de pesar, dolor, angustia y remordimientos, caían saladas sobre sus labios anchos y envejecidos, intentando disimular su llanto mientras succionaba el sabor de cada una de ellas .
Intentó contenerse pero le fue imposible, comenzó a llorar, de su bolsillo del pantalón sacó un pañuelo café con el cual seco las lágrimas, demás de hacerle entrega de una tarjeta de presentación a la cual Christian nuevamente rechazó, por dos singulares motivos; el hecho de que tratábase de una tarjeta profesional y por otro lado, no era al hijo al que le correspondía llamar al padre, sino él, quien debía insistir para, de una vez por todas, luchar por conseguir el perdón de un hijo abandonado.
- no soy yo quien debe llamarte, eres tú si lo deseas, yo no te debo nada.
- Era..... era por si lo deseabas. Tal vez necesitas alguna vez, dinero o empleo.... yo podría proporcionártelo.
- ¿tú crees que te buscaría únicamente por bienes materiales?, y aunque tal vez, como tú dices, si los necesitara, a la última persona en el mundo a la cual llamaría sería a ti. ¿te quedó suficientemente claro?
Tomás marchóse sin despedirse, encontrándose a la salida de la suite con Elisa, tomó del brazo nuevamente a la mujer, como hace veinticinco años atrás y la arrojó al piso insultándola, desatando y descargando toda su furia en ella.
- Tu bastardo lo único que hizo fue humillarme.
- ¿cómo que bastardo? ¿qué te has imaginado? También es tu hijo, además no le tuviste paciencia.
- ¿Para qué me forzaste a hablar con él? ¿Para qué? Si sabes que nunca deseé saber nada de ninguno de los dos. Nunca deseé saber nada de ustedes.
- Es tu hijo, lo quieras o no, siempre lo va a ser, por más que lo niegues.
- Ese ser desquiciado y repelente no puede serlo. Siempre dudé de mi paternidad, y si me acerqué a él fue más que nada por lástima,
porque me contaste que había intentado suicidarse, y quería tranquilizar mi conciencia.
- Tu no tienes, maldito cerdo, tu las has perdido al momento en que me dejaste sola con el niño. Eres un miserable, ruin y desgraciado, ojalá que algún día Dios te perdone, porque ni yo ni mi hijo podremos.
Una lluvia de puntapiés cayó sobre Elisa en el pasillo, nadie oía los gritos, ya que la mayoría se encontraba en una comida, nadie, excepto Christian, quien escuchaba detrás de la puerta todo lo que se decían y se golpeaban, parecía no importarle, escuchó un momento, lloró un par de minutos y fue al baño a tomar una ducha, para olvidar lo que sucedía desde el otro lado de la habitación. Al terminar de vestirse, abrió la puerta y vio a su madre dormida en el piso con el rostro golpeado y las manos sangrantes. Christian la contempló con ternura y le preguntó silenciosamente "¿por qué lo hiciste?".
Al día siguiente era la culminación del congreso, todo el mundo empacaba y llevaba de recuerdos botellas de costoso licor, postales y figuras de madera. Finalmente los días de abstracción, vacío y de crisis habían concluido para Christian, o al menos se verían interrumpidos momentáneamente. Subió al avión junto a su madre, dejaron las chaquetas a un lado, al encontrarse en el pasillo con Tomás, prepotente, el joven tomó el brazo del hombre y comenzó a golpearlo con profundo desprecio, su mirada estaba llena de odio y furia, los vacíos ojos de Christian enrojecían de rabia incontrolable. Un guardia tuvo que detenerlos, y el muchacho, al verse inhibido a seguir dando palizas escupió el rostro de Tomás
insultándole de la peor manera, con las peores palabras que nacían de aquel hombre impetuoso y herido, pero por sobretodo herido, ya que no soportaba la lástima de nadie, menos de una persona vil y miserable como su padre, esa indiferencia que circulaba por su alma se transformaba en el más puro odio, siguió ofendiéndole, a lo que Tomás, por guardar las apariencias decía frente a todos, ya que si se sabía el nexo que los unía, corría el riesgo de ser rechazado por su círculo de amistades, o incluso, perder su empleo, se mantuvo al límite de la rabia, se contuvo para no despertar sospechas, tranquilo, lo apartó gritando a viva voz: "a éste ni lo conozco, es un loco, no sé que le pasa".
El hijo, por el contrario decía "éste caballero es un poco hombre y un desgraciado y abusador, golpeó sin piedad a mi madre, y se hace llamar importante, no tiene dignidad, ni para reconocer que yo soy su hijo, por eso le golpeo y le deseo que se vaya al infierno, aunque eso, es mucho para él". Después de escupir su odio hacia el padre, jadeó, cansado, fatigado, esperando soportar los rostros de las personas.
La gente sorprendida por las últimas frases colocaba rostro de asombro con la hipocresía que los caracterizaba, mientras murmuraban entre sí mirando de reojo a Christian y a su madre, sobre todo las esposas de los ejecutivos, mujeres envidiosas y resentidas, devastadas por el trato que se les hubo dado, siendo humilladas espiritualmente por sus esposos, por una simple cuestión de estatus y clase, muchas veces siendo éstas golpeadas también, pero que, por resguardar las apariencias, fingían vivir en la más
perfecta rectitud, tomando aire hipócrita para enjuiciar aquella situación. "¿será verdad lo que dijo el muchacho?" "eso significaría que esta mujer es una perdida, que anda pariendo hijos por el mundo, y que aquel hombre es un cobarde y miserable", obviamente, sería motivo de noticia, probablemente algún periodista escribiría una nota acerca del percance dentro del avión ejecutivo, pronto la prensa escrita, sacaría a la luz la verdad de la asistente del embajador, y de uno de sus periodistas, involucrarían, además, a un tercero, el cual, no tenía interés alguno en figurar en los medios, menos como el “bastardo”.
Al llegar a la ciudad, Christian despidióse de su madre, tomando éste, un bus para ir a Concepción.
IX
Llamó a Naty, preocupado por las pesadillas continuas que padecía cada noche, y las alucinaciones que ya eran más fuertes que él, pero que pudiéronse evitar, si Christian hubiese tomado los medicamentos, si hubiese tenido paciencia para soportar un tratamiento, a su vez, los efectos secundarios. Si hubiese obedecido las recomendaciones del psiquiatra, su mente estaría menos perturbada. Después de los días insoportables, volvía su existencia habitual, sin trabajo fijo, sin asistir a las terapias, todo transformado en un desorden que acababa por ocasionarle crisis de pánico y de angustia.
Fueron al cine, no recordaba que película estaban viendo, pero no le interesaba, pues, tenía de compañera a la mujer que siempre había deseado, a la "elegida".
- Christian, tengo que proponerte una cosa
- dime.
- En una semana más es la fiesta de despedida de cuartos medios, quería pedirte si tu.... si tu deseas acompañarme.
- Si, si, por supuesto que voy contigo. Y dime,¿ ya tienes arreglado todo? Pues yo puedo ayudarte.
- No te preocupes, el vestido ya está, sólo me faltaba decirte, me alegro que hayas aceptado.
- Te vas a ver hermosa, la más hermosa de las estrellas de esa noche, la más pura y linda flor.
- Eres tan tierno.
- Te amo, Natalia, te amo.
- Y yo a ti.
Christian caminaba por la ciudad, respirando el aire urbano que no sentía desde hacía días, lo único que percibían sus pituitarias eran olor a nieve, a pinos, y a hipocresía, acompañada de violencia, además de haber sentido desde lo más profundo de sus fosas nasales, el olor a entrañas, a páncreas, a hígado, a sangre, a vómito, a jugos gástricos y otras secreciones corporales. Cada paso que daba era un nuevo horizonte en su vida, los árboles, el cemento, las casas, las veredas, los restaurantes, el pasto en los costados, la gente, todo, todo era hermosamente conmovedor para Christian, pero, al verse fatigado por la caminata, el calor que se apoderaba de su cuerpo, comenzaba a sentir hastío por aquellos árboles, la gente y demás. Se sentó en un parque, leyó un par de páginas de temor y temblor, se levantó y decidió ir a la consulta a dar nuevas explicaciones de su ausencia.
- Doctor Oskar.
- ¿quién es?
- Soy yo... Christian.
- Hola, pasa. ¿Por qué no habías venido?
- Es que... fui a la nieve, a una reunión con mi madre. lo pasé horrible.
- ¿quieres contarme?
- Está bien.
- Toma asiento.
- ¿Pero no está ocupado?
- Si, pero los demás pacientes pueden esperar. Cuéntame lo que te ha pasado este último tiempo.
- He sentido una angustia tremenda, y todo mezclado con ansiedad. Verás.... es muy complejo.
- He escuchado de todo, no temas.
- Hace un tiempo atrás....mi alma se bifurcó nuevamente. Ésta vez con dolores, sudé helado, mis sienes iban a estallar, y la cicatriz en mi espalda abríase nuevamente, pero lo más extraño es que, al día siguiente, mi cama, las sábanas, todo, tenían grandes cantidades de sangre, tuve que removerla con una cubeta. Aún no entiendo el origen de ella.
- ¿qué más sucedió?
- Dos hechos más.
- Cuéntame.
- En las termas, allá en Buenos Aires, un niño, un adolescente mejor dicho, de unos catorce años de edad, vestido enteramente de blanco, se acercó a mí, tocando mis labios con sus manos, para después, dirigirse a un precipicio y lanzarse, extrañamente, no habían rastros de sangre.
- ¿Le comentaste eso a alguien?
- Si, a un sujeto que rondaba la montaña, evidentemente no me creyó.
- Y qué más sucedió.
- Antes de venirme, pasó algo parecido a lo primero, ésta vez, exploré mi interior, en un principio todo estaba en perfecto orden, ¿me entiende?, mis huesos, mi sangre, todo, pero de pronto, estallaron mi órganos y comencé a vomitar sangre, bilis y flemas,
las sienes se destrozaban junto con mi cráneo, fue terrible, tuve
que dar la llave para quitarlo del suelo. Después me quedé dormido producto del desvanecimiento, y al despertar, ya se había quitado y no habían restos de flujos por ningún lado, tal parecía que hubiesen limpiado mientras estaba bajo el estado de inconsciencia.
- Que extraño todo eso. - El psiquiatra quedó pensativo analizando otras posibilidades de enfermedad.- ¿te has tomado tus medicamentos?.
- Nnnnnnop.
- ¿Pero para qué te los receté?
- Está bien.
- Mira, te voy a dar unos un poquito más fuertes, tienes que tomártelos eso si, o si no, seguirás teniendo alucinaciones.... a todo esto, las voces, ¿siguen?
- Sí, más acentuadas que nunca, están personificadas, cada voz, representa una gran sombra de color. –tomó aire y sonrió, luego añadió- hay azules, verdes, anaranjadas.
- Esto es más serio de lo que pensé, por ahora, toma las medicinas, y si los síntomas persisten tendré que, bueno, no nos pongamos en el caso todavía, dentro de un mes te sentirás mejor, sólo, no descuides tu tratamiento.
- Está bien doctor, gracias
- Cuidate, adiós
Por cada palabra que Christian dirigía al médico, sus ojos refulgían con vacía opacidad, interesado en cada palabra que emitía. Cerró la puerta con sentimientos de orgullo, de satisfacción, por haber logrado preocupar al terapeuta, caminó lentamente por el pasillo hasta que encontró a Juan Pablo, quien toma su brazo en señal de saludo.
- ¿Christian, cómo va?
- Aquí, un montón de cosas me han sucedido, el doctor las llama "alucinaciones" ¿y tú?
- Bien, en realidad estoy harto.
- ¿Por qué?
- Bueno, porque ya no soporto a mis padres, cada vez que vienen me tratan como si fuera un desquiciado, afirmando la vergüenza que sienten al tenerme como hijo, además, creo que llegaron de un viaje, y me dijeron que había un tipo, loco de remate, que golpeaba a un hombre en el avión.
- ¿Dónde fueron tus padres?
- A Buenos Aires.
- ¿quieres saber algo? Ese loco de remate era yo. ¿Y sabes por qué golpeaba a ese hombre?
- ¿era tu padre?
- Si, es un desgraciado, ¡lo maldigo! ¡Lo maldigo!
- Estás muy exaltado, -díjole El menor a Christian.- mejor me cuentas en otro momento, cuando estés más relajado, te das una vuelta por acá pronto, eso sí.
- Gracias Juan Pablo, ya he tenido suficiente por esta semana, no imaginas lo difícil que ha sido todo esto para mí.
- Lo sé y lo entiendo a la perfección.
Más cansado aún, Christian, se dirigió al centro comercial para verse un terno con el que asistiría a la fiesta que se realizaría en un club de campo que alquilaría el colegio por aquella noche, unos seis o siete kilómetros fuera de la ciudad. Miró vestones, pantalones, hasta que optó por un conjunto gris con una camisa roja y corbata azul marino, las compró y llevó a casa.
Los días que restaban para la despedida transcurrían rápidamente, pasando totalmente inadvertidos tanto para Christian como para Natalia, durante esos días, no pudieron verse ya que estaban en período de exámenes, y Naty tenía que estudiar para subir sus notas en biología y química, donde tenía más bajo que años anteriores, por otro lado, Christian asistió a una sesión más con el psiquiatra sin encontrarse con Juan pablo ni hablar del asunto pendiente, tomaba sus medicamentos como lo indicaba el doctor, pero para su desgracia, seguía oyendo las voces y teniendo visiones, pero menos acentuadas, o sólo no se daba cuenta de que las presenciaba y vivía. Además intentó conseguir un nuevo empleo, compró varios días el periódico para encontrar algo con administración, recorrió todas las oficinas de la ciudad, hasta que salió un trabajo en un edificio cerca del establecimiento donde estudiaba la adolescente.
El día de la despedida había llegado.
X
Christian se arregló muy bien para aquella ocasión tan especial, la fiesta sería en un complejo, a un par de kilómetros de la costa, era todo perfecto, y se dijo a sí mismo, así como la primera vez que asistió a una fiesta donde estaba Natalia: "hoy es el gran día", "puede salir todo como lo esperas, o puedes echarlo todo a perder", temió perderla, temió confesarle la verdad, acerca del mal que padecía, pues sabía que su conciencia se vaciaría de manera automática. Afeitóse cuidadosamente y vistió con sus prendas adquiridas en ese día de intensa caminata, peinó su dócil cabellera castaña cuidadosamente, sin aplicar gel encima, dejándola espontánea, igual que siempre. Parecía un pequeño príncipe, estaba seguro que a su amada le gustaría su atuendo.
Tomó el auto, dio unas vueltas por el centro de la ciudad, saltándose los semáforos, con intención de controlar los nervios, y a eso de las once y veinte minutos, recogió en su casa a Natalia. Veíase tan hermosa, ante sus ojos, ésta salió de las puertas de su casa tan niña, tan pura, tan llena de elegancia y hermosura, la faz de la luna iluminaba su piel, acariciándole y colmándole su inocente rostro de un brillo único, vestía con un corsé ajustado color lila, que moldeábase a su cintura y a sus redondeadas caderas, y una falda delgada del mismo color pero un poco más oscuro, bellísimos collares de piedras envolvían su cuello moreno y lozano, sus ojos de
perla negra refulgían con más intensidad que nunca, y su sonrisa, su hermosa sonrisa, fue la que hizo estremecer a Christian, quien había quedado sin palabras al ver belleza de tal magnitud.
Llegaron al recinto a las doce un cuarto, bebieron champagne, unas cuatro copas cada uno aproximadamente y un par individualmente de vaina y compartieron con las demás compañeras de Naty y sus respectivas parejas, salieron al patio y contemplaron la luna una hora aproximadamente, mientras algunos fumaban y el resto bebía, el cóctel ya estaba finalizando y en cosa de unos minutos sería la comida. En sus platos había un trozo de carne con champiñones y verduras, diente de dragón, arvejas, porotos verdes, acelga, entre otras hojas verdes que no se distinguían. Natalia, al ser de naturaleza vegetariana cedió su porción de carne a Christian, y éste le cedió las verduras, discretamente, para que los demás no notasen.
Al culminar la comida subirían al segundo piso, el cual, se transformaría en un lugar para bailar, estaba habilitado únicamente como pista de baile, no habían asientos, ni bancas, ni barra para ir en busca de alcohol, sólo era una superficie plana, luces de colores y música. Eran las tres de la mañana con cuarenta minutos, y como ni a Christian ni a Natalia les gustaba el baile, se retiraron del evento, en busca de algo más emocionante, no avisaron a nadie sobre su paradero. En el auto, como Christian lo tenía pensado, fueron a la playa, estacionaron el vehículo entre las rocas y la arena, para luego salir a caminar por ésta, empapados por el agua, arena y pequeñas piedrecillas adheridas a los trajes.
- La luna está hermosa.
- Si. Pero no más que tú.
- Tengo algo para que bebamos.
- ¿qué es?
Sacó del morral negro, que había llevado además de la cartera lila, envuelta en un trozo de género del color de su vestido, para hacer disimulo, una botella de vino blanco, y un sacacorchos pequeño, sin mucho esfuerzo, abrióla lenta y cautelosamente, para no derramar, y comenzaron a beber por sorbos el licor transparente, mientras se miraban y conversaban como si se conocieran de toda la vida, pero siempre, Christian con tristeza en sus ojos, la misma que tenía Naty, a diferencia de que ésta, no se encontraba enferma mentalmente.
Al finalizar la botella, la enterraron para no dejar evidencias de que habían bebido alcohol, ninguno de los dos estaba embriagado, sólo con leves síntomas, encontrábanse semi - borrachos, con esa excitación característica que produce el vino, que, pese al viento helado, sus cuerpos estaban tibios, aunque remojados por el agua y empapados de brisa nocturna marina. Antes de besarse, Christian miró fijamente a los ojos a Natalia, sintiendo el deber, la obligación, pero sobretodo, la necesidad de explicarle lo que estaba pasando con respecto a su salud, sin saber cómo empezar, sin saber cómo sería su reacción. Tomó tímidamente la mano de la niña y miróla hacia el fondo de sus pupilas negras, pero más claras esa noche, por el reflejo de la luna sobre éstas.
- tengo que decirte algo.
- Dime. -respondió dulcemente Natalia.
- Estoy enfermo.
- ¿Enfermo?. ¿Enfermo de qué?
- Estoy loco.
- No, tú no lo estás.
- Sí, lo estoy. Tu sabes solamente hasta que caí al hospital.
- ¿Hospital?
- Si, hace un tiempo atrás, unas semanas, o más, calculo, intenté quitarme la vida, con vodka, gin y tranquilizantes.
- Christian.... -miró sorprendida pero con ojos repletos de ternura.
- Pero... eso no es todo, sigue mucho más.
- Dime, te escucho todo lo que quieras.
- Naty.... yo.... he escuchado voces desde antes que me intentara suicidar.
- Yo también las escucho.
- Si, pero no con la misma intensidad que yo, yo las tengo como parte de mí, no dejan de molestarme, me persiguen, me susurran, estoy desesperado.
- ¿qué más sientes?
- He tenido alucinaciones.
- ¿De qué?
- ¿Tienes paciencia para escuchar?
- Sí. si te amo, ¿cómo no voy a querer escucharte?.
- Verás, cuando estuve interno en el hospital psiquiátrico, el terapeuta me diagnosticó paranoia, me recetó fármacos, los
compré pero dejé de ingerirlos, entonces, comenzaron los problemas. Natalia, yo a ti te amo demasiado, pero estoy enfermo y no quiero dañarte.
- Y no lo haces.
- Si, en cierto modo si lo hago. Perturbo tu inocente mente de niña con mis estupideces.
- Pero no lo son.
- Tal vez no, pero te afectan.
- ¿Qué quieres decir?
- Bueno, yo..., tu sabes, te amo, pero es imposible que pueda seguir contigo
- ¿Por qué?
- Porque te daño, porque no mereces un loco, tu mereces el hombre más especial del planeta.
- Pero yo a quien quiero es a ti, a nadie más. Tú eres el más especial, el único con el que podría llegar a ser feliz.. Por favor, no me dejes, que si tú te vas yo... me muero de pena. -los ojos de Natalia implorábanle a Christian que no la dejasen, a lo que Christian no pudo dejar de sentir conmoción al ver que de sus ojos nacían frágiles lágrimas de cristal, éste, arrepentido por las palabras pronunciadas con anterioridad, puso su mano sobre el cuello de Naty-
- ¿Tú realmente no quieres que te deje?
- No. No quiero
- Pues bien, no quería causarte daño, pero tampoco podría vivir sin ti.
Natalia, sin importar, y dejando de lado todo lo que habíale confesado el enfermo, cubrió el rostro de christian de besos, con aroma a vino, a canela y a clavos de olor, dulces como la miel y suaves como el algodón, con una ternura sublime e inocente, el hombre, acariciaba su rostro, hasta que Natalia, tomó su mano izquierda y la puso sobre su pecho. Hundiéndola en éste cada vez más en forma circular.
- ¿está segura que eso es lo que quieres?
- Si, Christian, creo que ha llegado el momento.
- Pues, no sé.
- ¿qué es lo que no sabes?
- No sé cómo hacerlo.
- Pero, ¿cómo?
- Es que nunca he tenido contacto sexual con nadie.
- ¿en serio?. Yo pensaba que sí.
- Creías mal. Pues, soy tan virgen como tú.
La niña, con aún más ternura besaba el cuello de Christian mientras desabotonaba su camisa, el joven, nervioso, tomábale con más intensidad los pechos morenos y pequeños, todo el ambiente tornabáse silencioso, más sólo oíase el sonido de las olas y los gemidos y susurros que emitían sus labios, Natalia, bajó su vestido arrojándolo a un lado en la arena, Christian hizo lo mismo con su terno, ambos cuerpos puros y virginales uníanse por primera vez, bajo el brillo de la luna y la brisa marina, sus sombras surcaban el
suelo, con efluvios de romanticismo, sus manos entrelazadas se hundían bajo la arena.
El aliento de sus bocas se fusionaban lentamente, como una vela encendida cuya cera se derrite, sus párpados se cerraban recíprocamente al oír los gemidos del otro, la sangre comenzaba a aumentar su temperatura más aún, sus cuerpos sudaban, Christian tomó de la cintura mientras la hacía suya, besábale el cuello, tomábale sus cabellos, dejaba fundir la calidez de su cuerpo en la piel de la inocente muchacha, saboreaba el dulzor de sus hombros mediante interminables ósculos, mientras sus dedos, largos y delgados, se enredaban entre sí, dejándose caer sobre la arena, el agua de mar remojaba sus cabellos, más nada les importaba en aquel momento, sólo tenían de cómplice a la cálida y ligera brisa que los cubría.
Transcurrieron los segundos paulatinamente, el reflejo pálido de la luna se posaba sobre los cuerpos desnudos que yacían sobre los charcos de arena húmeda y salada. Al culminar aquel sublime acto de amor, permanecieron taciturnos durante un largo lapso de tiempo, más el ardor en sus pupilas refulgía más que nunca.
Christian interrumpió el silencio que albergaba la tranquila noche, besó los labios de la pequeña, mientras deslizaba el dedo índice sobre sus mejillas, Natalia sonrojó, sus ojos se llenaron de espesas lágrimas de emoción y ternura, volteóse hacia el lado del joven, y se acurrucó entre sus brazos, el frío que desencadenaba la noche les produjo sueño, se durmieron el uno al lado del otro.
XI
Por la mañana, cuando recién asomábase el sol por el este, entibiando con sus pequeños y débiles rayos de mañana, aun desvestidos, tras haber desfogado la llama que habitaba en sus cuerpos, ardiendo intensamente, quemando sus entrañas, dormían sobre la arena húmeda por el frío de esa noche, y por el agua salada que había caído sobre ella, sus pieles estaban entumecidas, pero irradiaban calor desde lo más profundo.
Un niño de ocho años, extremadamente delgado por la pobreza, la falta de alimentos, y la desnutrición que ésta le provocaba. Vestía un pantalón corto gris y una polera desastrada color blanco, sucia, impregnado el olor a algas en ella, pasó por el lado de los muchachos, sintiéndose enormemente atraído por la condición desnuda de ambos seres, nueva para él, miró durante varios segundos, para después correr espantado por lo que había presenciado, avanzó a paso rápido para avisarle a su padre, un pescador borracho y agresivo, vestido con andrajos, una camiseta grisácea, debido a la mezcla del sudor y la suciedad, sin mangas, pantalones rasgados con grasa a los bordes, un hombre de gruesos y macizos brazos, carente de musculatura, alto y de contextura gruesa, cabellos oscuros y piel trigueña, aunque rojo por el lado de los pómulos. Quien golpeaba a su esposa y a sus cinco hijos, también desnutridos, cada vez que ingería licor de la botella, cuestión de
todos los días, todos los que habitaban el sector le apodaban "el
jefe", las razones, desconocíanlas.
El jefe, bebía afirmado de un bote de madera húmeda y putrefacta, junto a un grupo de hombres de su misma calaña. Al oír los gritos del menor, preguntó enfadado cual era la razón de lo que tanto le hacía chillar, como para ver interrumpida su tomatera. Dejó su botella de malta al costado para prestar oídos a lo que el niño tenía que decirle, los otros pescadores rieron, mientras el licor caía de sus bocas, mojando sus sucias y canosas barbas.
- Papá, vi algo extraño, una niña con un caballero sin ropa en la arena. -añadió gritando el niño-
- Jaja, la imaginación de estos cabros, mente morbosa. - dijo el hombre disimulando los gritos sobándole con la mano derecha los cabellos despeinados-
- ¿qué es morbosa?
- Nada, ya, vete a jugar y déjame tranquilo.
- Papá, ¿de nuevo estás con la botella?
- Ese es asunto mío, y si le dices a tu madre, te la voy a dar con la correa.
- Pero anda, mira.
- Está bien, pero si me doy cuenta de que me estás mintiendo, aquí mismo te agarro a golpes. -díjole enseñandole la hebilla del cinturón, la cual resplandecía al brillo del sol, cegando los ojos por un momento del padre y del hijo.
- Ven papá es por acá.
Christian despertábase en medio de bostezos plácidos y alegres, estirándose delicadamente para no pasar a golpear a la muchacha, acariciando con sus suaves manos pálidas el hombro descubierto de Natalia, besaba su largo cuello tostado y lozano, con la otra mano hacíale cariño en su larga y frondosa cabellera negra azabache, perdiendo sus largos dedos en los rizos que formaba cada cabello.
La joven despertó mirando tímidamente a los ojos de Christian, con una pequeña sonrisa infantil y traviesa, agachando la vista, inclinó su pequeña cabeza sobre su pecho, e intentó taparse con el vestido al presenciar de cerca, una sombra gruesa y de aura maligna.
- ¿así que están ensuciando la arena con sus actos impuros par de sucios? ¿acaso no encontraron otro lugar mejor para hacer sus inmundicias?
- Disculpe señor si le molestamos -añadió asustada la joven aun desnuda.
- Mmm... estás muy bonita, crecida y bien formadita, así me gustan las niñitas -díjole mirando sus miembros con ojos mórbidamente lascivos.
- No la mire, déjela en paz.
- ¿quién te crees tú muchachito?
- Suéltela le digo ¡Déjela!
- Estás muy bonita.... te llevaré a mi casa y ni imagines lo que voy a hacerte.
El hombre forzaba a la joven a subirse en su hombro tirándola del brazo, la niña ponía resistencia con sus uñas, pero fallidamente, en medio de un mar de sollozos, Christian intentaba defenderla golpeando al fornido hombre por su ancha, gruesa y sudorosa espalda, pero éste golpéale la cabeza con el puño, con la misma fuerza con la un martillo aplasta un clavo, dejándolo caer inconsciente al suelo, y haciéndole sangrar la frente. Llevóse a la niña quien sabe dónde.
El pescador lleva a su casa al hombro a la menor, sosteniéndola de sus muslos, la vivienda estaba desocupada, ya que la esposa trabajaba toda la mañana y tarde en un taller de costura a varios kilómetros de la costa, y los chiquillos pasaban el día en la escuela. Natalia lloraba con la amargura de estar a punto de ser ultrajada, temerosa, rogábale al hombre que no le hiciera daño, que le daría dinero si así lo deseaba, pero "el jefe", bruto, tozudo, resentido y malintencionado, no hacíale caso y miraba obscenamente aquel pequeño cuerpecito de niña que recién había experimentado el amor, descargaba su furia por ello, dándole golpizas en su espalda y jalándole el cabello, la pequeña, sabía que si lloraba, éste la dañaría aún más, intentó contenerse mientras su interior imploraba ayuda.
Tras un largo lapso de miradas indecentes y famélicas de perversión, Miguel, el hombre fornido, comienza a frotar sus oscuras y ásperas manos en sus partes, violentamente, mientras sostenía sus rodillas en el catre, que apenas soportaba el peso de la niña con el pescador.
Christian, con el intenso brillo del sol que daba sobre su cabeza, despierta de su inconsciencia, medio aturdido y exaltado, se viste y pregunta a todos donde se encontraba la casa del pescador, una señora, de contextura gruesa y ojos saltones explicóle que quedaba unos metros más hacia el norte. Al seguir las indicaciones de la vendedora de pescados, logró dar con una casa, pequeña, humilde, toda de madera; en medio de la ira, Christian abrió violentamente la puerta y sorprende al hombre haciéndole tocaciones a Natalia por todo el cuerpo, mientras la joven llora desesperadamente, invadido por la cólera, toma un cuchillo de cortar pescado que estaba sobre la mesa, a punto de ser usado, ya que el hombre, después de violarla, tenía intenciones de asesinarla para que la menor no lo denunciase a la policía, Christian acercábase lentamente sin hacer ruido, en medio del llanto de la niña, éste atraviesa rápidamente el cuello grueso del hombre, sin poder extraer de éste, el arma, debido a la gordura que nacía desde su cabeza, hasta los hombros del hombre, ésta vez, dejándolo caer, rodeado de sangre y exánime, quedóse el muchacho, aún nervioso y temblando sus manos asesinas, con el rostro y el cuello de la camisa empapados.
Ambos aterrados por aquel brutal acto, pero que no dejaba otra opción, ya que no podía permitir que sucediera como en su sueño, no podía dejar que el hombre violase a la mujer que amaba, antes, prefería darle muerte, y convertirse en un criminal y así fue. Natalia, al verse rescatada por Christian, corrió a los brazos de éste, aún llorando por el susto y por contemplar el cadáver ensangrentado,
pero aliviada por no haber alcanzado a ser penetrada. Christian la miró detenidamente, mezclando el descanso con la melancolía, diciéndole entre sollozos.
- Naty, por favor, perdóname.
- Christian, tu me salvaste, no tengo nada que perdonarte.
- Me convertí en asesino, justo para el día de tu fiesta, si tal vez no hubiésemos venido acá a la costa, nada de esto estaría sucediendo.
- Si no hubiésemos venido hasta acá, no habría sido tuya completamente. Christian. Yo te amo, y estoy dispuesta a todo, a lo que sea.
- No. No puede ser así, tu no puedes amar a un loco, y ahora, más encima, que soy un criminal.
- Pues, es así. ¿qué haremos con el cuerpo? Estoy algo confundida, nunca había estado en esto.
- No lo sé. ¿qué dices tú?
- Enterrarlo me imagino.
- ¿ y el arma?
- Lo enterramos con ella.... pero las evidencias.
- Busquemos alcohol.
Con un paño seco, hasta el punto de permanecer rígido, y aplicando fuerza casi sobrehumana, lograron arrancar el arma incrustada en el cuello del maléfico hombre, para ello, utilizaron un tercer elemento, para poder abrir la arteria, y así removerla
cuidadosamente para que la sangre no evacuara a chorros. Lo limpiaron con alcohol y después con lavalozas, lo dejaron dentro del cajón de los cubiertos, para no levantar sospechas, removieron la sangre del piso y tomaron el cuerpo con la camisa de Christian, dejándolo en el patio, mientras con una pala que encontrábase allí, excavaron más de cinco metros de profundidad. Lanzaron el cadáver al vacío en la tierra, y taparon minuciosamente el agujero, sin dejar huellas de aquel brutal homicidio.
- Esto parece una de mis visiones.
- Créeme que no lo es, es tan real como lo que estás tomando. -Christian sujeto aún a la pala-
- Es que me cuesta creerlo.
- Lo sé.
- Te pido una vez más perdón, por haberte hecho mi cómplice, nunca habías estado en esto y desgraciadamente por mi culpa te ves envuelta.
- No, por favor ya no más, no pidas más perdón, esto que estoy haciendo es por amor, es por el inmenso amor que siento por ti, además, tu viste, ese hombre merecía la muerte, era un ser malvado, quizás a cuántas muchachas inocentes ha violado, quedando todo impune. Por lo demás, tú tampoco habías estado en este tipo de situaciones, y tampoco te verías envuelto si no hubiese sido por algo importante, era su vida, o la mía, te amo aún más por demostrarme tu amor, por convertirte en asesino para poder salvar mi vida .
Al concluir, Christian, ya convencido de que la muerte de aquel pescador era por defensa propia, además de que era un hombre que causaba daño al resto de las personas, por ende, merecía la muerte, o por lo menos algún castigo, pero sin dejarle tranquilo, aún ansioso, bajo cierto grado de desesperación, introdújose en el único dormitorio que había en la vivienda, donde entraban, apretadas, sin espacio, cinco o seis pequeños y angostos catres de madera casi pútridos por la humedad, buscando alguna prenda femenina, un vestido o alguna falda, lo que fuese, para cubrir el cuerpo helado, desnudo y tembloroso de Naty, lívido por el entumecimiento y por los golpes recibidos en la zona de los pechos además del vientre, también amoratándose las piernas, debido al prolongado tiempo descubierta, encontrándose expuesta al viento y a la humedad. Tras un largo rato de impaciente y oligofrénica búsqueda, y de desorden, apareció, bajo la cama, en un cajón pequeño, con pocas prendas dentro, de las cuales se veían poleras pequeñas agujereadas, pantalones cortos y un vestido largo azul marino, bastante ancho, que doblaba a la cintura de la joven, pero sin regodearse, vistió rápidamente a Natalia para que subiera al automóvil sin que la viesen sin ropa, y de la más veloz manera para no levantar sospechas ni ser registrada la patente del vehículo, ya que por los alrededores se apreciaba gente, aunque en menor cantidad; dentro de éste, le colocó nuevamente el vestido de gala, aun húmedo y con granos de arena impregnados sobre la parte mojada. Esperaron unos minutos para calmar la tensión que los agobiaba, sus respiraciones estaban aún más agitadas que la noche anterior, esperaron, aún nerviosos,
aún perseguidos, hasta que repentinamente, echó a andar el motor, mientras, de la vivienda del lado, se veía en la ventana apoyada detrás de unas cortinas rojas semitransaprentes, una señora bordeando los cincuenta años de edad con rasgos parecidos al del pescador, demacrada por el trabajo excesivo característico de la gente que vive en la costa, cuyos ojos saltones, enrojecidos e hinchados, observaban minuciosamente, cada movimiento de los jóvenes, de manera curiosa y malintencionada, pese a ello, éstos, que la paranoia corroíales hasta perturbarlos, no pudieron percatarse de tal suceso.
Eran las once de la mañana con cuarenta minutos, y los padres no sabían nada de Natalia, angustiados por no tener información sobre su paradero, esa noche, se dirigieron al recinto en busca de la muchacha, teniendo como respuesta que ésta junto al joven se habían marchado, hacía más de una hora y media, ya que la fiesta les parecía aburrida, cuando llegaron a casa, esperaron un rato en vigilia, mientras bebían a sorbos cada uno, una taza de café, al cabo de un par de horas, durmieron. Éstos, sumamente preocupados, llamaron a su celular, el que no podía contestar debido a la falta de cobertura, perdióse la señal.
Christian estaba como un loco, o más bien, era un loco, no paraba de sudar, tenía que detenerse cada cinco minutos a respirar profundamente mientras frotaba con mano empapada de transpiración los dedos delgados y también sudados de Natalia, en ocasiones afirmábase del volante dejando caer su cabeza y mirando fija y descontroladamente hacia los pedales. Era primera vez que
daba muerte a una persona, y tal suceso teníale aterrado, pese a que éste lo merecía, tal vez su pánico no se debía del todo, por el miedo de ir a la cárcel y recibir una condena de una década o más, sino más bien, por haber tomado la vida de ese hombre, por misérrima y vil que fuese su existencia.
Al llegar a casa, Naty intentaba hacer el menor ruido posible para no ser descubierto su paseo a la playa, abrió con llaves el portón y la puerta de entrada, mirábale concentradamente un hombrecillo bajo de ojos celestes y cabello ondulado color ceniza grisáceo, pero de buenas intenciones, quien rió de los subterfugios que empleaba para entrar, dejó las llaves sobre la mesa de centro, sacóse los zapatos que tanto le incomodaban, mientras caminaba cautelosamente por las escaleras, de puntillas, afirmándose de la baranda para no caerse, ya que perdía constantemente el equilibrio, tan sólo escuchábase el lamento de los crujidos de los peldaños de madera, cuando, al hacer ingreso en su dormitorio, abriendo calmadamente la puerta, vio a sus padres, sentados en su cama con rostro no muy amable, mezclándose en sus faces la angustia, la preocupación y el enfado por no haber tenido noticias de ella, miráronla a los ojos, pidiéndole explicaciones, enojados por no haberse aparecido durante la noche.
- ¿dónde estabas Natalia?
- Papá, yo...
- ¿dónde te encontrabas?
- En la fiesta.
- Por favor, ya no nos mientas, no consigues nada con mentiras, porque a las cuatro de la mañana tu madre y yo te fuimos a buscar y nos dijeron que te habías ido con el muchacho ese -dijo exaltado el padre-
- Lo siento.
- ¿Así que lo sientes? Nos tuviste casi la noche en vela ¿y lo sientes? ¿A donde fuiste?
- A.... a ... la costa.
- ¿A la costa? Y que se suponía que tenías que hacer por ese lugar, dime.
- La fiesta estaba aburrida.
- ¿Que acaso no te das cuesta las cosas que estás haciendo?, ese joven te está metiendo en problemas, lo mejor es que no te involucres más con él.
- ¡Pero papá! Lo amo.
- ¿Lo amas? Y tu piensas que el amor consiste en arrancarse sin avisar a nadie y tener a tus padres preocupados durante toda la noche. Dime, sinceramente, mirándome a los ojos, ¿estuviste con él?
- No entiendo.
- ¿Cómo que no entiendes?. Responde, entre ese hombre y tú pasó algo?
- Si.
- ¿Qué hicieron?, ¿él te obligó?, ¿te engaño con las típicas frases prometedoras? ¿Intentó forzarte a que sucediera algo entre los dos?
- No papá, yo puse sus manos en mi cuerpo y después, me desvestí.
- Pero..... -el hombre enfurecido con la confesión de su hija, indignado por el comportamiento, oprimía de rabia su puño diciéndole- O sea, tu lo provocaste.
- Papá estoy enamorada de él.
- ¿Ah si? ¿Y qué sucedería si quedaras embarazada? ¿Has pensado eso? Has pensado las consecuencias de tu acto irresponsable, al menos ¿te cuidaste?.
- No papá, no me cuidé -inclinóse avergonzada con sus pómulos enrojecidos- no se, no se nada, no he pensado si quedo o no embarazada.
- Ah... ¿pero estás muy enamorada cierto?, entonces te sientes con el derecho y puedes llegar e intimar con un hombre que apenas conoces.
- Si. -respondiendo fríamente a la sardonia- Y si insistes en separarme de él....
- ¿Si insisto qué?
- Nada.
- ¿Cómo que nada? ¿Por qué eres tan rebelde?, ahora responde, ¿si insisto que?
- Ya papá, no quiero discutir, te pido disculpas por lo que pasó, se que me excedí en algunas cosas, pero por favor no me pidas que lo deje de ver.
- Según como te comportes, pero escuchaste ya. Nada de relaciones entre él y tú.
- Lo prometo papá.
- Ya, ahora quédate acá un rato y duerme, después tu madre vendrá a dejarte algo de almuerzo para que comas. -cerró la puerta y dirigióse al comedor junto al resto de la familia para almorzar, sin decir nada de lo que había sucedido.-
Natalia lloró alrededor de una hora y cincuenta minutos, casi dos horas, con sus manos apoyadas en su cabeza, la cual afirmábase en la almohada, que estaba ya empapada con las lágrimas, después, al verse con los ojos hinchados, tornándose a un color rojo intenso y su rostro ojeroso y pálido, limpióse la cara enrojecida, irritada y manchada por el maquillaje, con una toalla húmeda y un poco de crema, al sentirse un poco más calmada y consolada, volvió a tomar su morral negro de lana, puso dentro de él un libro, un cuaderno y un lápiz color negro y otro azul, y salió a dar un paseo por el barrio, esperando repirar mejor e intentar olvidar todo lo que pasó, incluido el incidente de la costa, sacó las llaves que había dejado en la mesa y dejo una nota al lado del teléfono, diciendo que se ausentaría unos minutos, tal vez unas horas.
Al salir de su casa y caminar algunos pasos camino al parque más cercano, ya que su intención, era reflexionar sobre los últimos sucesos acontecidos. Levantó la vista tímidamente, ya que en el cemento observaba una sombra que se dirigía hacia ella, encontróse repentinamente con una extraña mujer, alta, rubia, de ojos claros y tez blanca, algunos años mayor, de la edad de Christian, ésta se le acercó y le preguntó.
- ¿tú eres Natalia?
- ¿Si, por qué?
- Porque soy una ex novia de Christian, Antonia, no sé si él te ha hablado de mí, somos novios de la enseñanza media, el me quiso o mejor dicho me quiere mucho, pero vengo a hacerte una advertencia, escucha, él está desquiciado.
- ¿por qué me lo dices?
- Porque el no te ama, el me ha dicho lo mismo millones de veces, según él, me ama locamente, yo no se como decirle que no siento lo mismo por temor a que tome venganza.
- No lo sé.
- ¿qué dices? Estás ciega, ¿cómo no te das cuenta de la clase de hombre que tienes al frente tuyo?, podría llegar a cometer alguna locura, como matarte.
- ¿matarme?, ¿qué sucede contigo?. Tendría que escucharlo frente a las dos para creer lo que estás diciendo, no tienes pruebas para demostrarlo, a menos que lo llames.
- Está bien. Llamémoslo.
Un cuarto de hora tardó Christian en llegar después de recibir aquel llamado, casi estrellando el vehículo con un poste de luz debido a la violenta frenada, ya que, aun encontrábase paranoico; la intrigante Antonia afirmaba el desamor del hombre hacia Natalia, mientras, perplejo, Christian, decía lo contrario. Tomó delicadamente el brazo de la persona amada.
- ¿por qué dudas de mi amor por ti Natalia? ¿qué te ha dicho Antonia?
- No lo estoy haciendo, jamás lo haría, tan sólo dile a esta mujer que no la quieres, y que no estás desquiciado, imagina que dijo que podrías llegar a matarme.
- Antonia, entiende que no te amo. La desquiciada eres tú, cómo crees que llegaría a matarla, si la amo.
- Estás completamente loco Christian.
- Tal vez lo esté pero no importa, pues enamorado estoy de mi Natita.
Marchóse furiosa la mujer, sin haber conseguido llevar a cabo su extrañamente perverso propósito, Natalia aprovechó el momento para decirle lo de la prohibición de su padre, la que consistía en nada más de intimidar, extraña prohibición, ya que el padre al ver que la niña amaba al hombre, tuvo que ceder a que se frecuentaran, solo con la condición de que no sucediera nada más entre ellos, lo que Cristián aceptó sin vacilar, con tal de no ser despojado de su amada, también la niña le planteó el riesgo que corría de quedar embarazada, ya que aquella noche, no tenía previsto entregarse en cuerpo y alma, por ende, no tuvo precaución alguna a la hora en que aconteció aquel acto de amor.
- Christian, yo... no me cuidé.
- Lo sé, yo tampoco lo hice.
- ¿qué crees que suceda?
- No lo sé. Pero pase lo que pase voy a estar contigo, si tengo que
asumir mi paternidad lo haré, y te apoyaré en los estudios para que
sigas adelante, no te preocupes, pues te amo, y de alguna manera saldremos adelante.
- ¿De verdad harías eso por mí?
- Por supuesto mi niña, si eres lo más lindo que me ha pasado en esta vida.
- Tu también, Christian.
De la mano fue a dejar el joven a la muchacha, quien, exhausta, sin haber pegado un ojo llegó a su casa y púsose a dormir profundamente sin taparse en la cama. Christian llegó a la suya, también cansado, recostóse sobre su cama, leyó un instante, para después dormirse.
Los días que siguieron, les fue sumamente difícil verse, algunos días veíanse después de clases, de siete a un cuarto para las ocho, ya que Natalia no podía descuidar sus estudios, habíale prometido a su progenitor que cambiaría de comportamiento y actitud a cambio de que éste le permitiera ver a Christian, entre un montón de promesas más, las cuales consistían en dejar la rebeldía y el retraimiento a un lado, para restablecer las buenas relaciones que tenía con sus padres.
Christian, por otro lado, aburrido de lo rutinario y monótono de su trabajo, cambió nuevamente de oficio, por uno en el que ganaba un poco menos, pero que a su beneficio, le dejaba mucho más tiempo para realizar sus trámites. Al terminar su jornada, pasaba a
almorzar a un restaurante que quedaba a la vuelta del edificio, donde
habitualmente almorzaba papas al horno con verduras y carne, y una o dos copas de vino tinto, si hacía frío, y blanco si había un poco más de sol.
Una tarde soleada, calurosa, a eso de las siete y media, cuando finalizaba su ardua jornada laboral, Christian fue al hospital psiquiátrico a su sesión semanal con Oskar, nervioso y tembloroso, al llegar a la sala, éste le mira sorprendido y avergonzado, sin el muchacho conocer las razones de su mirada extraña y elocuente, anormal en cuanto a las otras ocasiones, ya que comúnmente mostrábase sereno, pero esa mirada se debía precisamente por haberle dado un mal diagnóstico, por hacerle tomar los fármacos equivocados, que tal vez producían otro efecto. Al hacerle pasar a su consulta, el doctor le habla con voz ronca y quebradiza.
- Christian, espero me disculpes, pues di un mal diagnóstico de tu enfermedad, tus síntomas fueron engañosos, me confundí enormemente, por ende, receté otros medicamentos, los que tú, afortunadamente no tomaste, o ingeriste pocos, pero a causa de eso, tu enfermedad ha tenido avances trágicos que son notorios y perjudiciales.
- ¿qué es entonces lo que tengo? ¿por qué se complica tanto en decirme la verdad?
- Espero me disculpes por ello, si me complico es porque de verdad es preocupante, verás, tenía un concepto claro de lo que padecías, pero eso de las alucinaciones, las voces en tu cabeza, la sensación
de persecución, tus dolores de sienes, y todas esas cosas que te han alterado y cambiado últimamente me llevaron a investigar, cavilando afanosamente, tratando de saber a qué se debía, estuve muy preocupado por tu situación médica, aunque no lo creas, es en serio...
- Pero no hable con rodeos por favor, usted está tratando de decirme algo, sin embargo, no es claro para decírmelo, ¿acaso es algo grave?.
- Christian, tu tienes esquizofrenia paranoide. - dijo el médico con voz fuerte, intentando ocultar su tensión aumentando la voz en cada letra que nacía de sus cuerdas vocales, al pronunciar aquellas palabras, un silencio absoluto apoderábase de la consulta, Oskar, seguía mirándolo a los ojos, esperando reacción alguna, para después, Christian, impertérrito, mirando hacia abajo, sonriendo con una melancólica mezcla de sardonia y amargura, levantó la vista mordiéndose los labios, miró al médico a los ojos, y dijo-
- Lo suponía, las cosas que veía no eran tan normales como para ser de un simple paranoico. Gracias doctor, era en el fondo, lo que deseaba y necesitaba oír. Deseaba escuchar que realmente estaba loco, y que es irreversible, desgraciadamente. Creo que todo esto ha llegado a su fin, no hay nada porque luchar, si esta enfermedad no tiene cura..
- ¿Por qué su fin?, si podemos iniciar un tratamiento, esto aún tiene remedio.
- pero no lo estimo conveniente.
- ¿Y acaso tú prefieres tener alucionaciones y ver sangre, oír voces chillonas en tu cabeza? Christian, te estoy hablando en serio, tu enfermedad puede ser perniciosa para ti y los que te rodean. Los riesgos que tu corres al no tratarte son perjudiciales. Podrías llegar hasta matar.
La última palabra que habían pronunciado los labios del psiquiatra, corroían como ácido dentro de Christian, sencillamente porque ya había pasado totalmente los límites de la cordura, y no podía volver a recuperarla. Había llevado a cabo la peor de las suposiciones de Raskolvovich, y no había marcha atrás, no existía nada que devolviera la vida del asesinado, ya había dado a muerte a una persona, aunque tal vez hubiese sido lo más perverso de este mundo, nada justificaba lo sucedido. Salió completamente helado y angustiado de la consulta y el poco brillo que poseían sus ojos, habíase desaparecido. El mutismo adormeció sus cuerdas vocales, se sintió incapaz de pronunciar palabra alguna, en el fondo, lo que sentía, era una tremenda sensación de vacío, de angustia, de pesimismo, ya que sabía, que la enfermedad que acababa de diagnosticársele, perpetuaría por el resto de sus días, viviendo eternamente una existencia fútil.
- ¿Christian sucede algo? ¿Christian? ¿Christian? -una tibia mano delgada y pequeña acariciábale el hombro haciéndole indicaciones de que encontrábase tras él, era su amigo y ex compañero de hospital Juan Pablo, quien había notado en el
rostro del muchacho y predecía en éste lo mal o lo sorpresivo que era tener una nueva enfermedad.
- ¡Ah! ¿Hola como has estado?. -díjole con voz desanimada y melancólica.-
- Bien, bien, supongo que en las mismas.
- Oye.
- ¿Dime?
- Nada.
- Dime pues
- Estoy loco.
- ¿Ah? ¿qué estás hablando? Tu no lo estás, no entiendo a qué viene eso..
- Si lo estoy, en serio, Oskar acaba de decirme que padezco esquizofrenia paranoide, ¿sabes lo que es eso?, es irreversible, dijo además que podría llegar hasta matar, y no está muy equivocado.
- No entiendo, ¿lo has hecho ya? ¿cómo se manifiesta la enfermedad?.
- Bueno, el retraimiento, las alucinaciones visuales y auditivas, la sensación de ser perseguido, todo eso influyó notablemente en mi diagnóstico. Me preguntas si lo he hecho, pues.... no podría explicarte....
- ¿Explicarme qué? ¿Cómo se trata?
- Con medicinas supongo, lo único que quiero es dejar de ver lo estoy viendo, sentir lo que estoy sintiendo, de verdad que ya no puedo dar más, todo lo que siento y pienso es tan difícil de expresar, por eso dije lo que dije.
- Tienes que tomártelas, ¿cómo sabes en una de esas tu enfermedad podría tener remedio?
- Si, si. Lo intentaré, aunque, sinceramente te digo, que va a ser una pérdida de tiempo.
- ¿y qué tienes pensado hacer?
- Ir a comprar las pastillas, supongo que hay que hacer un esfuerzo para recuperarse, sigo con la misma convicción de que no me mejoraré.
- Pero cómpralas, ten un poco de fe, tu no estás loco, sólo un poco desorientado.
- ¿Dime y tú cómo estás? -dijo Christian tratando de sellar el tema sin reabrirlo ya que le comenzaba a incomodar las palabras lastimeras que Juan Pablo le decía.
- Bien, acostumbrado ya a este lugar, mis padres no han venido a verme, mi padre ha de estar ocupado con sus negocios, y mi madre, acompañándole, pero hay que seguir adelante, solo o con tu familia..
- Igual de optimista que yo. Ya tengo que marcharme, adiós y cuídate.
- Tu igual, Christian.
XII
Los días seguían transcurriendo monótonamente, ya finalizaban las clases y Christian estaba con todo el trabajo encima, datos que incorporar, gente que contactar, al parecer, su nuevo empleo era igual de molesto, incómodo y agotador que los otros, pero que para ventaja del joven, era un milagro que no le despidieran, pues, se ausentaba por lo menos una vez por semana, sin dar explicaciones en su retorno, lo que a sus superiores les extrañaba y en ocasiones molestaba.
Sus nuevos medicamentos producíanle extraños efectos, a veces sueño y fatiga, otras, agilidad compulsiva, similar a que si inhalara cocaína, no tenía idea sobre lo que estaba tomando, pero claro era que sus alucinaciones habían disminuido de manera notable, aunque no habían desaparecido del todo, además, su estado de ánimo encontrábase más inestable que antes, sumergido en la angustia, recurría algunos días, generalmente dos veces a la semana, a beber descontroladamente diversos tipos de alcohol, y a su vez, como acompañamiento a su dosis etílica, ingería más de algún comprimido de tranquilizantes. Su vida se desordenada en todos los aspectos, incluso, ya no llamaba a Natalia tan seguido como antes, no por dejase de quererla, sino que su prioridad era calmar la amargura que lo poseía, aunque de igual manera extrañaba a la joven, sólo que "a su modo".
Su madre habíale llamado aquella noche, cuando el verano comenzaba a manifestarse los primeros día de Diciembre con inmensas e insoportables olas de calor, Christian encontrábase sentado solamente en polera y pantalón corto, descalzo, escuchando el “sister” de sonic youth, justamente el tema que le identificaba "schizophrenia", cuando sonó, en medio del silencio, repentinamente el teléfono, inquietándole sus cavilaciones, haciéndolo saltar del susto, para luego, ponerse de pie, bajar el volumen de la radio e ir a contestar. La mujer desesperada y angustiada, contábale jadeante, que recibía constantes amenazas de su padre y que al parecer estaba enfermo al igual que su hijo, increíble le parecía, pero cierto era que el hombre habíase obsesionado con la idea de acabar con la madre de su hijo extramatrimonial, según su postura, había arruinado su vida.
Tomás, hacía un par de semanas o un poco más, decíale mediante mensajes telefónicos y por notas que insertaba debajo de su puerta, en tono agresivo y como el de una persona completamente desquiciada, que acabaría con su vida y la de su hijo, muy pronto, que más bien cuidárase, porque todo lo malo que en un tiempo más sucedería, se debería únicamente a él. Christian, intentando tranquilizarla, aunque sin mostrar mayor interés hacia el asunto díjole con voz suave e indiferente: "no te preocupes", sin proporcionarle serenidad a la madre, ésta silencióse repentinamente durante un rato por el lado del auricular, respirando asfixiada y con dificultad, dejando caer más de alguna lágrima triste y desolada que tenía atravesada en su garganta, ya que no podía pasar más tiempo
con su hijo, era tarde, veía venir la hora, y el que habían estado juntos fue en su totalidad desagradable e inmensamente incómodo para el mancebo.
Respiró fuerte, se escuchaba por el fono unos quejidos pequeños, como si padeciera asma, o si se hubiese llevado alguna impresión fuerte, acelerábanse los latidos cardíacos de Elisa, los cuales eran percibidos por Christian, su frente húmeda y fría comenzó a sudar, ya lo había visto; del lado izquierdo de la pared se apreciaba claramente una maligna y oscura sombra que acercábase cada vez más con una navaja de afeitar en la mano, movíanse rápidamente sus manos para finalmente dejarla esconder en sus mangas. El paso era lento y sigiloso, funesto y fúnebre, la hora ya estaba cerca, quizá era un ladrón, tal vez sólo visiones, probablemente se apoderaba de ella el mismo mal que en christian, pero lamentablemente, éste no era el caso, puesto que realmente daban las posibilidades de que algo malo sucediera, fuere lo que fuere era un aura maléfica, armada y dispuesta a todo. La señora seguía tomando el teléfono, la respiración se hacía casi incontenible, los gemidos de dolor aumentaban de intensidad, sus ojos tornaban a cristalizarse de espanto, su boca adormecida por el pánico le permitió tan sólo decir por el auricular una y otra vez silenciando el tono agudo de su voz "está aquí.....y viene por mí", repitió varias veces la misma frase para ser oída por Christian, para que tal vez, éste proporcionásele ayuda alguna, para que éste le salváse la vida, o por último, hiciese su muerte un poco menos trágica, ayudándola a morir en paz; cada letra pronunciada con más dificultad, la sequedad
en todo su organismo impedíale realizar movimientos, tan sólo quería acabar de una vez por todas con todo ese infierno terrenal, aunque sería el modo más terrible y doloroso, la peor manera de morir que tiene el ser humano, la manera, más indigna y patética. Ser víctima de un cruel, despiadado y brutal homicidio. Intentaba tragar saliva e idear algún plan rápido para poder escapar de esa mente enferma, colérica y llena de odio incomprensible, ya que Tomás era quien había causado daño, era, sin duda, un resentimiento injustificado, pero érale imposible, pues ésta, sintiendo la agitación corroerle, ya tenía sobre su espalda la imagen del hombre, quien enterróle violentamente el enorme y afilado cuchillo bajo el vientre, por el costado, bajo las costillas, y al ver que la mujer aún vivía, que aún respiraba, comenzó a hundirle más profundamente el arma, levantándole la daga sobre los órganos, principalmente los pulmones, haciéndoselos reventar, fluyendo a chorros la sangre por el suelo y manchando sus ropas femeninas. La mujer, aún temeraria, sabía que era su final, que toda esto terminaría por siempre, que ya no había marcha atrás, y que sus remordimientos seríanle purificados, simplemente por la gracia de fenecer, seguía el sepultamiento y desenterramiento del arma blanca, con fuerza y presión casi sobrehumana. Los ojos criminales de Tomás fulgían con aquella malignidad y vesania que también hubo de heredar Christian, y que ya había reflejádose en el joven, la locura entonces era proveniente de su progenitor, quien daba muerte lentamente a la madre de su hijo, las puñaladas continuaban, intermitentemente, una tras otra.
Christian oía los suspiros, gritos y el llanto agónico de su madre, sin inmutarse, impertérrito, oía todo lo que sucedía en aquel cuarto de hotel en Santiago, la madre gritaba reiteradamente la palabra "hijo", desgastando las últimas fuerzas que le quedaban, sin recibir respuesta, se dejó llevar por la muerte y cayó sobre la alfombra empapada de sangre, aferrando su mano al auricular sin soltarle, dejando de respirar por la eternidad, sin haber escuchado de su hijo ninguna palabra de perdón.
Al terminar de escuchar la agonía maternal, miró por la ventana, tomó su frente, con la mano izquierda, afirmando el codo en la mesa de centro y colgó el teléfono, luego colocó en el equipo de música nuevamente el sister de sonic youth, escuchando una y otra vez "schizophrenia", sin intentar calmarse, ya que de por sí estaba sereno, pese a que se le había arrebatado la vida brutalmente a su madre, precisamente por la persona a la cual condensaba en su espíritu todo el resentimiento y el odio de un hijo despechado, a un padre que nunca lo quiso, que nunca lo reconoció como tal y que más de alguna vez deseó verlo muerto, inexistente en su vida hipócrita, ficticia y llena de pudrición. Realmente, no era mucho lo que perdía, según lo que consideraba, a esas alturas, todo, o la mayoría de las cosas estaban dejando de importarle.
El hombre, después de haber aniquilado a la mujer que destruyó su matrimonio, lavóse cuidadosamente las manos y las uñas, aplicándose abundante jabón y detergente para quitar el hedor a coágulo de su piel, secóse con la toalla dejádola levemente manchada y se fue. Nunca más se supo nada de él, nadie se
preocupó de la madre, y el cadáver permaneció en el cuarto hasta que comenzaba a expeler el olor putrefacto de los cuerpos que llevan días tras perecer.
El calor se hacía insoportable, el sol ardía sobre la piel desnuda durante la mañana y el mediodía, había que esperar hasta después de las siete u ocho para salir a pasear, en ese entonces, recién comenzaban las brisas, aún cálidas, pero viento al fin y al cabo. Quizás el cadáver estaba calcinado por el calor que penetraba por la ventana semiabierta. Transcurrieron varios días, quizás una semana, tal vez un poco más, sólo que un día llamaron a la casa reportándole
el fallecimiento de Elisa, Christian perplejo, tuvo que encargarse de reconocer el cuerpo, y los funerales, y cuando la policía acercóse a interrogar por su madre, ya que era evidente de que se trataba de un homicidio, éste respondía lacónicamente "no se, no se nada, por favor déjenme en paz". Se suponía que Christian estuviese ligado al homicidio, no necesariamente como autor o cómplice, sino que más bien, tenía en conocimiento la identidad del criminal sólo que alguna razón le impedía decirla, quizás, no le interesaba en lo más mínimo que se hiciese justicia, por ello, tampoco se esmeraba en dar con el nombre del asesino.
Durante el tiempo transcurrido, las sesiones con el psiquiatra se hacían hipócritas y ficticias, habían perdido todo sentido, ya que, el joven, no tomaba su medicina, simplemente porque no se acordaba, sintiendo los mismos síntomas que antes, las voces agudas, las visiones, las náuseas, todo igual de acentuado que antes, aún veía sangre y oía las voces disfrazadas de sombras de colores,
sólo que ahora, se le sumaban pesadillas que tenía con su madre, y en cada una de ellas, veía, cómo el hombre insertaba dentro de su cuerpo el arma que le quitó la vida, despertándose todos los días a las cinco y media de la mañana en punto, todo eso volvía a sentirlo, y para no recibir un reproche de Oskar, simulaba ingerirlas y decir que ya no sentía nada de eso, que increíblemente estaba mejor, pero no podía mentirle a Natalia, ella sabía, mejor que nadie lo de las voces, ella ya era partícipe de su enfermedad, sabía casi todo, incluso lo de Elisa, ella apoyaba en lo que fuese a Christian, era sólo una niña enamorada dispuesta a soportar un enfermo crónico, el que más de alguna vez la insultó solamente por el hecho de que sus personalidades eran diferentes, además de tenerle paciencia y fe en muchos otros aspectos. Pero que, emocionalmente comenzaba a deteriorarse, a desgastarse.
Una noche, al salir a caminar Christian, escuchando mentalmente una canción de suede, tropezó con un hombre de unos treinta años, de estatura alta, con una barba larga, oscura, y de vellos gruesos, extremadamente delgado, tan flaco, que veíanse las costillas desde su camisa a medio abotonar. Quien miró profundamente de pies a cabeza a Christian, sin éste comprender el modo de su mirar, preguntóle medio acobardado que le sucedía, por qué dirigía su vista de esa forma.
- ¿por qué has de mirarme de ese modo?
- Porque hay algo en ti.
- ¿qué?
- Eso es lo que estoy intentando averiguar, déjeme observar tu alma, por favor. -las palabras del hombre desconcertaban a Christian, quien sentía por primera vez miedo, miedo de aquella figura casi sin forma, ya que no sólo era delgado, sino que sus brazos, eran más largos de lo normal, sus ojos más grandes, y sus piernas aun más delgadas que sus mismos brazos.
- Discúlpame si te ofendo, pero ¿tú estás enfermo de algo?
- ¿Enfermo de qué?
- Diabetes, sida, es que eres demasiado flaco, no comprendo, tus huesos sobresalen.
- No, no lo estoy, simplemente vengo de otro lugar.
- ¿De qué lugar?
- Un poco más lejos que de esta ciudad.
- ¿Lejos de qué? No te estoy entendiendo, dices que estás viendo mi alma, pero te veo mirando hacia el suelo, además me dices que vienes de un poco más lejos, ¿es esto una broma?
- Tú sabes que yo no bromearía, menos contigo.
- ¿Entonces quien eres?
- Alguien que dejaste ir hace mucho tiempo.
- Explícate por favor.
Christian no comprendía la complejidad del asunto, no sabía quien era la persona que observaba sus movimientos y que impedíale el paso para seguir, no tenía claro si era una broma de mal gusto, o tal vez un ebrio, pero no tenía olor a alcohol, ni tampoco sus ojos reflejaban una mala broma, era precisamente todo eso, lo que le
parecía extraño, más que extraño insólito y anormal. Pasó una hora y ambos estaban inmóviles, mirándose a los ojos, hasta que el joven comenzó a sudar, se sentía nauseabundo. La secreción había iniciádose en la frente, para después dejar fluir el líquido sebáceo desde los poros de las manos, el rostro, las piernas, el pecho, dejando su camisa completamente empapada, hasta que decidió quitársela, la dejó sobre un pedazo de concreto, sin forma, que pertenecía a un muro destruido. Tragó saliva varias veces, víctima del nerviosismo y la tensión, miró la luna llena, casi amarillenta, respiró con dificultad aunque profundamente, y díjole al personaje de apariencia excéntrica.
- ahora dime, ¿quién eres?
- ¿No te quedó claro lo que te dije antes?
- La verdad es que no me quisiste decir nada.
- Mmm, -sonrió con sarcasmo- pues, yo soy alguien que te perteneció.
- ¿ahhh?
- Fui parte de ti alguna vez.
- No te comprendo, ¿acaso eres un loco?
- El loco eres tú. Yo sólo te digo que estuve en ti.
- ¿por qué no hablas más claro?
- ¿acaso me has olvidado?
Las palabras que oía Christian, le hacían perder la paciencia casi inmediata, puesto que nunca le había pertenecido a un hombre,
y viceversa, menos con esas características, se trataba de otra cosa,
quizá. Siguieron mirándose durante otro lapso de tiempo, para después, añadir el raquítico.
- soy tu antigua alma.
- ¿Mi alma? -mirándole perplejo, echó una carcajada, la cual, todas las personas que paseaban por esa calle miráronle con ojos extraños, y despectivos-
- ¿ te acuerdas de la primera escisión que tuviste?, ¿la que estuviste inconsciente durante dos semanas?, ¿ sin señales de vida? ¿sin siquiera pensar?, ¿lo recuerdas?
- Si, creo -asintió con su pequeña cabeza, mientras un anciano mirábale desde la ventana de una casa, atento a cada palabra pronunciada por el enfermo.
- Tu tuviste una lucha dentro de tu alma.
- No recuerdo exactamente lo que sucedió, sólo tengo en mi mente los horrendos dolores que mi cuerpo experimentó, el sangramiento y el dolor de sienes.
- Ahora te estoy explicando. Esa noche, estabas perturbado, pero a la vez emocionado, pues la niña que tu amas te besó por primera vez, o tu la besaste, el punto es que estabas sintiendo algo completamente nuevo para tu alma, la cual tuvo cambios, la cual no sabía como actuar, y tuvo que optar por partirse en dos, el proceso fue complejo y doloroso, de ahí el dolor intenso y el sangramiento.
- Mmm, pero... ¿por qué perdí la conciencia?
- ¿preferías estar atento y ver cómo tu alma destruía tus órganos para poder salir de tu cuerpo y poder dividirse sin mayores complicaciones?
- No. Pero aun no me queda claro.
- ¿qué deseas saber?
- ¿los sangramientos posteriores?
- ¿Cuáles?
- En mi casa una noche, y en la nieve, en el cuarto de hotel en Argentina.
- Mmm, no lo sé, debe ser tu actual trozo de alma que no logra adaptarse a tu cuerpo. Yo soy la parte buena, la perversa fue la que anidóse en tu interior.
- ¿Y por eso.........?
- Por eso diste muerte a ese hombre, por eso estás perdiendo el interés en lo que antes tu amabas.
- ¿y qué haces tú aquí?
- Me aparecí, pues quería corroborarlo.
- ¿Hay algo que te envía hasta acá?
- Tú mismo.
- No puedo entenderlo, hasta ahora, estaba quedándome toda esto claro, pero ahora vuelves a confundirme. -gritaba, mientras la gente seguía observándolo, el viejo de ventana aún miraba con rostro enternecedor la faz alterada de Christian, hablándole a la nada.
- Si realmente lo deseas saber, está bien, tu desesperación, tu comportamiento enfermo ha hecho que viniera hasta acá. Ahora
dime, realmente ¿estás dispuesto a que me incorpore en tu cuerpo desechando la otra?
- ¿qué acarrearía?
- Tu libertad emocional. En este momento estás dependiendo mucho de las visiones, y también de lo que piense tu psiquiatra, si me dejas entrar ya estarás sano, y podrás rehacer tu vida con la mujer que amas.
- Necesito tiempo.
- El tiempo se acaba.
- No entiendo.
- Estoy desvaneciéndome lentamente al no poder estar dentro de alguien. Dame una respuesta pronto, tengo la necesidad de estar en ti.
- Dame algún tiempo.
- Está bien. En seis días más, te esperaré en este lugar, a eso de las once y media de la noche, cuando la luna esté igual de este mismo color azufre, esperaré tu respuesta, piénsalo bien. Ahora, tengo que marcharme.
La forma llameante, siguió su camino, introdujo sus huesudas manos dentro del bolsillo de sus pantalones oscuros, sin despedirse de Christian, cruzó rápidamente la calle y avanzó derecho, hasta que su silueta perdióse con el viento y los árboles, los postes de luz, dejaron de alumbrar al momento que ésta ánima transitó por la calle, después de diluirse en medio de la noche, las ampolletas volvieron a encenderse. Christian, al observar el fenómeno provocado por el ser
extraño y misterioso, permaneció atónito, sin mover los músculos de la boca durante varios minutos. El anciano que aún estaba asomado, sale hacia el exterior, tomándole el hombro, muy gentilmente le dijo, en muestra de su preocupación.
- ¿No te sientes bien cierto?
- No realmente.
- Pasa un rato a mi casa si quieres a beber un poco de té y comer algo, tu rostro se ve fatigado.
Christian recogió del pedazo de escombro la camisa ya seca, y púsosela, para después aceptar la invitación del hombre mayor a tomar té y conocer su casa, quizás charlar sobre algo. Era una vivienda modesta, sin mayores lujos, pero de hermosa decoración, tenía algunos cuadros puestos en el comedor y el living, y más allá, en un dormitorio apartado, tenía un estudio. Crisóstomo, vivía solo, era viudo desde hace más de una década, sin hijos, desde joven dedicábase a la pintura y a la escultura, ejerciendo todavía como pintor. El anciano invitóle a conocer las habitaciones, todas con cuadros, dibujos, y en cada una se apreciaba una infinidad de libros, obras literarias de todos los tiempos, sin duda el pintor dedicábase a leer en sus tiempos libres, ya que oficialmente era jubilado, disponía de todos los días y noches, aunque, increíblemente ya había leído por lo menos dos veces cada libro que se encontraban en los estantes, sin tomar el tiempo, estuvo casi toda la noche hojeándolos, todos eran de su interés, al tomar un ligero descanso, comenzó a
revisar carpetas llenas de dibujos en distintos tipos de papel, con distintas técnicas ejecutadas, diferentes tonos y calidades de lápices y pinturas, que él mismo había creado, ordenados cronológicamente desde su juventud hasta ahora, que ya tenía más de sesenta y tres años. Las imágenes consistían en figuras humanas, árboles frondosos y secos, objetos, muebles, animales, objetos inventados, obras incomparables nunca sacadas a la luz, sin ser reconocido como el genio que era, su modestia lo mantenía en el más absoluto anonimato, desde que tuvo uso de razón, y descubrió el talento que poseía, siempre deseó guardárselo para sí.
Tomaron, al principio, dos tazas de té cada uno, mientras conversaban amenamente y sin interrupción, comieron pan y algunas masas dulces rellenas con manjar y mermelada de frutas, para después, sacar de un mueble antiguo, algo polvoriento, una botella de licor, a lo que Christian preguntóle de qué se trataba, sin acordarse Crisóstomo que licor había sacado, sólo sabía que la botella estaba sellada, y que hace algunos años, cinco o seis, una muchacha de unos veinte años de edad, que trabajaba en una botillería cerca de la casa donde vivía antes, a la cual pintó, se la obsequió por haber recibido la tela en la que estaba plasmada, agradeciendo la belleza de su obra. Acabaron rápidamente con la botella sin presentar síntomas de embriaguez, sin duda, el licor era de excelente calidad, además de su sabor dulce y agrio, tranquilo y violento, que acariciaba sus paladares y sus lenguas a cada sorbo, a cada roce de sus labios con sus copas. Mantuviéronse toda la noche conversando, sin sentir aburrimiento uno del otro. Dieron las doce
del día, y Christian, marchóse al trabajo, sin haber pegado pestaña, despidiéndose gentilmente del pintor, prometiéndole regresar en seis días más, sucediese lo que sucediese.
Atrasado llegó a su empleo, eran más de dos horas de diferencia con el horario de llegada, y Christian no había alcanzado siquiera a tomar desayuno, recibió por primera vez retos por su irresponsabilidad y a su vez, amenazas de perder el trabajo, por parte del jefe y dos de los supervisores. Éste, sin mostrar mayor interés, sentóse en su puesto habitual y comenzó inmediatamente a llenar de datos y contactar clientes, pese a las ojeras que cubrían su rostro y el desgano por haber pasado la noche en vela, al momento en que consultaron el motivo que le impidió llegar a la hora, el joven prefirió mantenerlo en reserva, ya que, uno, no le creerían en lo absoluto, y otro, sus jefes no eran nadie como para merecer semejante confesión, no le había contado a Crisóstomo, menos a unos hombres que le eran totalmente desconocidos. Llenó su estómago vacío de tazas de café cargado, y sin azúcar, para mantener su efecto de vigilia, ya que los párpados se le cerraban por sí solos, haciéndolo perder la concentración en lo que realizaba, para contrarrestar los síntomas producto del trasnoche, se llevaba a la boca una taza tras otra, rápidamente, le mantenía levemente despierto, pero que como consecuencia, le acarreó un terrible y molesto ardor en su abdomen, la cafeína estaba devorándose en llamas al jugo gástrico produciéndole esos síntomas de gastritis, pero que eran más que nada, un sobrecargo de líquido sin haber consumido nada durante la mañana, al verse incapacitado de seguir
trabajando, se dirigió disimuladamente al baño, sin que sus compañeros lo notaran, y revesó todo lo que había ingerido la noche anterior, toda la comida, las masas dulces, el pan, el licor extraño, todo, en medio de un chorro de café fermentado y maloliente. Aún mareado, observaba el vómito, el color que tomaba, los pedazos flotantes de alimentos, lo que había hecho recordar que una vez, en su época estudiantil, por el tercero o segundo medio, un día miércoles por la tarde, cuando le correspondía clases de religión, él, junto a un grupo de compañeros, que no tenían deseos de oír la prédica de un hombre fanático y cerrado de mente que proclamaba la omnipotencia de Dios, tratando a los seres humanos con la insignificancia que no siempre merecían, un hombre cegado por la excesiva fe, llegando a perturbar a los que lo rodeaban inculcándoles el miedo frente al gran jefe, haciéndoles temer por los pecados cometidos y orar a lo menos treinta padrenuestros y otras oraciones católicas para ser absueltos, pero que sin embargo, ni a Christian, ni al resto del curso le surtía efecto, simplemente no escuchaban, y cuando lo hacían, era para valerse de argumentos para cuestionar y criticar al maestro, para humillarle y hacerle entender que su miedo y su fe no producía nada en ellos, que lo único que conseguía, era que se mofaran de él. Cierto día, se reunieron en casa de otro a tomar vino tinto, compraron un bidón de cinco litros, del más económico, de ese al que llamaban comúnmente "bigoteao", ya que cuando no venía en bidón, lo vendían suelto, en botellas desechables o por cañas, a los viejecitos sedientos que vagabundean por las calles y pasaban a beberse un vasito; tras abrir el envase, sin tener
control de la situación bebió, aunque también, habíase dejado llevar un poco por la angustia, ya que en ese tiempo, era probable de que quedase repitiendo de curso por sus bajas notas, sobretodo en matemáticas, ya que en todas las evaluaciones sacaba la nota mínima, además de que había perdido toda fe de que Antonia le correspondiese, no habían señales de que éste le interesara, así que, inmaduramente siguió ingiriendo para olvidar, hasta que se sintió realmente mal y fue trasladado por su amigo al dormitorio de uno de los de su curso, para respirar un poco de aire, acercóse a la ventana para que llegara viento, ya que esa tarde estaba lloviendo, fue ahí cuando comenzó a vomitar desde aquel lugar de la habitación, manchando en gran cantidad por fuera la muralla; todo lo que había comido durante el día y el vino, se adherían a la pared, en el exterior, que para su desgracia, era de color blanco, el color de la mezcolanza que vaciaba su estómago era morado, y recordaba sobretodo, que esa ocasión había ido a verle preocupada a la pieza, Antonia, tiempo antes de iniciarse una relación entre ellos, mostraba preocupación por el adolescente desorientado, y al ver ésta que manchó el pantalón, tomó un secador de pelo del baño y lo pasó minuciosamente por éste para que se secara, intentando a su vez dejar sin manchas de alcohol en la tela, sin sentirse asqueada por el olor ni el espesor del fluido. Mientras su mejor amigo le sujetaba de los hombros y lo sentaba sobre la cama, ya que a Christian todo le daba vueltas, parecía cosa de nunca acabar, más, cargaba con la preocupación de que en su casa no sabían que estaba en otro lado, su madre tenía en conocimiento de que se encontraba en clases, eran las
siete de la tarde y tenía que estar en su casa antes de las ocho y, para empeorar la situación, seguía embriagado, más encima con el buzo manchando de flujo gástrico, aquel asunto lo tenía sumamente nervioso y urgido, descuidando la mancha de la ropa. Al irse en microbús, mareado, pero ya sabíalo disimular, tras un larguísimo recorrido llegó a su casa sin que su madre notara la borrachera, ya que no estaba, una tía estaba de visita, siendo ella quien le abrió la puerta, pasó por su lado y se saludaron muy de cerca, sin embargo, no se dio cuenta del suceso. Antes de retornar a su casa, Antonia le había dicho con voz dulce y consoladora "era hermoso el color de tu vómito". El episodio vivido en la oficina, le hizo evocar aquella situación bochornosa pero favorable, en el sentido, que sintió más cercanía con quien había sido su amor platónico durante tanto tiempo.
Al limpiarse la boca, lenta y cuidadosamente con una toalla de género, dejándola un poco manchada y tirándola al suelo para esconderla dentro de algún armario o estante, usó además para terminar de remover en su rostro las manchas, unos trozos grandes de papel higiénico doblado en cuatro partes, levantó despacio su cabeza para no marearse ni sentir nuevas náuseas, pese a que todo le daba vueltas, y sentía en su nariz, el olor del café amargo, produciéndole más deseos de vomitar, los que logró contenerse, después, se quedó mirando fijamente en el espejo su aspecto durante algunos minutos, al mirarse percibía en su imagen que algo en su rostro era diferente, no sabía distinguir, pero sus facciones no eran las mismas, no tenía claro si era por la revesada o si hace algún
tiempo a las marcas de su cara cambiaron de posición, aunque era más probable lo segundo que lo primero, ya que el hecho de que padecía de insomnio, tomaba altas dosis de medicamentos tranquilizantes y estaba enfermo mentalmente para sumar, cambiaban uno que otro rasgo físico o emocional y éstos percibíanlo todos los que lo rodeaban, Naty, Juan Pablo, el psiquiatra y en cierto modo, el anciano que dedicábase a la pintura, Crisóstomo, todos, pero nadie era capaz de encararlo y decirle que realmente estaba loco, Naty fue la única, y cuando lo intentó, recibió un fuerte reto de éste, pero a todos les era sumamente difícil ver en qué se había convertido Christian, y lo peor, lo más duro, era que él también estaba completamente conciente de su situación médica. Finalmente, salió y prosiguió en lo que hacía antes de irse al baño, llenar papeletas y desinfectando un computador de un virus, dejando todo en orden y limpio en el lugar de la revesada, escondiendo la toalla sucia en el botiquín, entremedio de las gasa, algodones y una botella de alcohol a medio cerrar, la cual volteó sin querer sobre el lavamanos mientras cerraba la puerta de la caja de madera, limpió con pedazos de papel higiénico, y el baño, adoptó el aroma del alcohol, disipándose así, el del vómito.
Las horas se hacían largas, casi interminables, el reloj hacía girar con lentitud las manecillas largas y delgadas de los segundos, aún hacía calor, el ventilador que colgaba del techo se había descompuesto hacía días sin tener intenciones de mandarlo a reparar, al abrir las ventanas por ambos extremos, sólo entraba una gran masa de aire caliente que envolvía y sofocaba, así que optó por
cerrar las cortinas y trabajar por el resto de la tarde en compañía del calor, parecía que el sol desquitábase, refulgiendo y quemando el rostro de Christian, sudaba de una manera impresionante, la cual tuvo que soportar durante el transcurso de su tediosa jornada de trabajo.
Toda la tarde había pensado en la proposición de su alma, tenía que tener una pronta respuesta, le quedarían solamente cinco días y algunas horas, y no tenía nada decidido, ni una idea, por vaga que fuese, entonces pensó en consultar a alguien de confianza para así, tal vez llevar a cabo la opinión de otro, que analice la situación de manera más objetiva y con la mente más fría, neutral, ya que de aquella decisión dependería el resto de su existencia, lo que equivaldría, al su bienestar o malestar por toda la eternidad. Dentro de sus opciones, Natalia, quedaba totalmente descartada, quizá ella pensaría que en verdad estaba enfermo, que no presentaba mejorías, y lo que menos quería era darle esa impresión, ya bastante le había hecho sufrir como para preguntarle si aceptaba otra alma o no, era ilógico, aunque en el fondo de su alma, sabía que Natalia tenía esa idea de él, y que estaba a su lado por dos motivos, o le tenía una profunda lástima, o realmente estaba enamorada, no quería decepcionarla con respecto a su mal, era un tema que algún día tendrían que conversar, más no era tiempo, esperaría a que se normalizara un poco la situación, las tragedias estaban aún frescas, la sangre que marcó sus almas aún no se coagulaba, intentaría escapar de esta nueva adversidad por sus propios medios, sin depender de ella, sin perturbarla de nuevo, ésta vez, tendría más
consideración, ya que era un ser vulnerable y sumamente impermeable. Por otro lado, el pintor de edad avanzada, lo acababa de conocer como para revelarle un secreto tan íntimos, así que tomó la determinación de consultarle a Juan Pablo, era la persona indicada, el ideal para saber semejante problema, se lo haría saber de inmediato, en cuanto terminase de arreglar el ordenador y llenar las papeletas, en cierto modo, contento y emocionado de poder aclarar, finalmente la incertidumbre que lo aquejaba atrozmente.
Y fue molestosamente interminable el día, las horas y los minutos no sólo se le hicieron largos, sino además, tuvo que hacer horas extras por el atraso, dos, tres, cuatro, no las había contado, pero lo más probable era que hubiese cumplido cuatro, precisamente por los múltiples atrasos y por las inasistencias sin explicaciones, salió a la nueve y media, ya nadie quedaba en la oficina, siendo Christian quien tuvo que cerrar, sólo le esperaba el portero, para cerrar el edificio. Cuando se dirigía al hospital, ya se había marchado Oskar y no quedaban más que los auxiliares de turno, no se le era permitido el ingreso en otro horario a otro tipo de persona que no fuesen empleados o internos. Decidió arriesgarse y estacionó el automóvil a cierta distancia, acercóse a la ventana que daba al dormitorio de Juan Pablo por el lado de la calle e hizo retumbar un par de veces los nudillos contra el vidrio para captar su atención sin que el resto se diese cuenta, y al no recibir respuesta, ya que la luz estaba apagada, siguió caminando, casi arrastrándose, hasta que encontró una ventana con un nítido y débil brillo, tocó, y un muchacho de rasgos hermosos se asomó preguntando sereno, pese a
que bien podría tratarse de un ladrón que deseara asaltarle, sin mostrar signos de miedo ya que se sentía completamente seguro de sí mismo, y de lo que vería detrás de la cortina, se afirmó miró hacia fuera y preguntó con voz cálida.
- ¿qué has de buscar?
- a Juan pablo, necesito hablar con él un asunto de suma importancia, ¿se encontrará?.
- ¿a Juan Pablo? ¿a esta hora?
- Si, es algo importante, no pude venir antes.
- ¿quién eres? -su tono de voz ya no era tan dulce, el hecho que un hombre buscase a Juan Pablo, provocaba la molestia en aquel jovenzuelo.
- Soy, un antiguo amigo, jeje, soy Christian.
- Ahhhh, no te había reconocido, has cambiado bastante, disculpa mi actitud.
- ¿me conoces? ¿quién eres?.
- Jaja, ahora eres tú quien me interroga, bueno, pues, yo soy, Ignacio.
- Mmm, ahora veo.
- Espera un momento, voy por él, eso sí, si ves a los auxiliares, agáchate para que no te vean.
- Está bien.
Comenzaba a hacer frío y Juan Pablo no llegaba, tal vez Ignacio se había marchado sin decirle nada, ya que veía en su rostro
que éste se sentía molesto e incómodo por la visita del muchacho, mil especulaciones nacían de su mente, quizás olvidaron que estaba Christian esperándoles, fuese lo que fuese estaba haciéndole perder la paciencia al joven, había pasado ya media hora, y las luces de los postes apagábanse y encendiánse, algunas chispas azules caían desde los cables, estando proclive a electrocutarse o a cualquier ataque de algún criminal, ya que se movilizaba en automóvil y podían robárselo, o simplemente, agredirlo por el más puro placer de dañar al prójimo, además de que el sector era oscuro, y la gente no solía transitar por ahí, por el miedo a ser asaltados. Estaba dispuesto a esperar no más de diez minutos, antes de que transcurrieran cinco, según su reloj de pulsera, asomábase Juan Pablo excusándose por su demora.
- disculpa por haberte hecho esperar tanto tiempo, Christian.
- No importa.
- Ignacio, ¿nos podrías dejar solos?
- Claro.
- Ya Christian, cuéntame, ¿qué te trae por acá?, tu no vienes al hospital por cualquier cosa, creo que te sucede algo ¿y deseas contármelo, o me equivoco?.
- No, no te equivocas, es algo terrible, aunque pienses que estoy completamente loco.
- Vamos, cuéntame.
- Verás, yo... ayer.., iba caminando cerca de mi casa y se apareció mi alma.
- ¿tu alma?
- Si, bueno, estaba personificada, era un hombre flaco, esquelético de facciones marcadas, moreno, no recuerdo más.
- Bueno ¿y qué te decía?
- Que, necesitaba anidarse en mí, te conté lo de la separación, ahora desea entrar nuevamente.
- Eso significa que la mala tiene que salir.
- Así es.
- Lo que me pide, es mi consentimiento, si yo deseo recibir aquella forma llameante.
- ¿qué dices?
- No lo sé. Por eso recurro a ti, mi sabio amigo.
- Yo.... yo pienso que no.
- ¿no qué?
- No deberías dejarla. Piensa esto. Se fue, y al irse fue sumamente doloroso, era la buena, imagina qué pasaría si saliera la mala, las cosas que volverías a sufrir.
- No quiero ni pensarlo.
- Además la mala no ha hecho efecto en tí, así que en nada te ha dañado.
- Pues no estaría tan seguro.
- ¿por qué?
- No puedo contártelo.
- Vamos, recurriste hasta acá, a éstas horas para contarme esto que es realmente serio y no vas a contarme algo que podría ser una insignificancia.
- ¿consideras que es una nimiedad el hecho que haya matado a un hombre?
- Ehhh, ¿mataste a alguien?
- Si.
- ¿cómo lo hiciste?
- Le enterré un cuchillo no me acuerdo si en el cuello o por la espalda, pero fue un cuchillo de cortar pescado, creo, fue en la costa, hace un tiempo atrás, en realidad me cuesta trabajo recordar bien como sucedieron las cosas, es un tema delicado para contar en este momento.
- En ese caso, deberías dejar penetrar tu alma.
- No entiendo.
- Mira, ahora no puedo darte una respuesta, estoy algo confundido con lo que acabas de contarme, vuelve mañana a esta hora, y lo habré analizado. ¿bueno?
- Está bien, adiós.
- Cuídate.
Al marcharse Christian, Juan Pablo cerró con pestillo la ventana, y se marchó hacia la habitación donde se encontraban los demás internos, más, no volvió a dormir a su cuarto es anoche. El joven perturbado por el grave problema que afectaba a su ex compañero de dormitorio, miró la llama de la vela de la habitación en la cual se encontraba, mientras todos charlaban amenamente, éste se retraía del grupo, observaba el movimiento del objeto lumínico, cuya llama, alargábase y recogíase, mientras pensaba que sin duda se encontraba en un estado crítico, y consideraba injusto, que un
loco estuviera suelto, y una persona casi sana, con sus facultades mentales intactas, estuviese encerrada en un manicomio, estaba confundido, no sabía si inventarle una solución, o advertir a Oskar sobre el comportamiento oligofrénico del joven, ya había pasado los límites hace rato, y si nadie detenía su actuar y su manera de pensar, podía acarrear consecuencias peores. Al cavilar durante una hora, llegó a la conclusión de informarle a Oskar y preguntarle qué hacer en ese caso, consultarle si debe dar alguna respuesta o decir simplemente "no se", se despidió de su amigo Ignacio y se fue a dormir al salón, sobre un húmedo e incómodo sofá, para no regresar a la habitación, por miedo, a que su amigo volviese, esperando el día siguiente, el que tal vez, definiría completamente la existencia y el historial médico y criminal de Christian.
Eran las seis menos veinte y Juan Pablo ya estaba en vigilia, carcomido por la angustia, la incertidumbre y el remordimiento, apoyando su rostro a la almohada, para llorar por última vez, por la traición a su amigo, que pese a su estado de locura, le estimaba y le era leal. Afeitóse nerviosamente la barba, haciéndose cortes en la zona del mentón, sacándose sangre, y produciéndole intenso ardor, sobretodo al hacer contacto con la loción para después de afeitarse, sin continuar, se duchó, y en medio del agua no podía dejar de sentirse mal, volvió a llorar, más desconsolado que cuando despertó,
la culpa no le dejaba tranquilo, estuvo a punto de arrepentirse y no decir nada, tal vez dejar las cosas como estaban, lo que implicaría que éste, se estuviese convirtiendo en cómplice, de un crimen, porque ya no era solamente médico, sino que acarreaba un tema
judicial, ya había dado muerte a un ser humano, aunque no conocía las razones, pero era asesinato al fin y al cabo, y tratábase de un criminal enfermo, consumido por la esquizofrenia, paranoico, depresivo, maniático y sicótico, peligroso para que estuviese suelto, aunque indefenso a simple vista, y era eso, precisamente, lo que más asustaba, que se mostrara como una persona sana, tranquila, pero que sin siquiera provocarlo pudiese presentar alguna reacción violenta. Su novia Naty podría ser la víctima siguiente, lo desconocía, y por ello, Juan Pablo estaba dispuesto a protegerla, pese a que no la conocía, la prevendría del todo lo malo que vendría, intentaría salvarla de un trágico fin.
Durante el desayuno, bebiendo un vaso de leche con galletas, el jovenzuelo permaneció bajo el efecto del mutismo, a diferencia de otros días en el que era uno de los que más hacía ruido y desorden, se mantuvo inerte, mirando durante toda la comida hacia el suelo, en otros momentos fijaba su vista en la leche, en las galletas, en los zapatos de sus compañeros, pero sin dejar de pensar en Christian. Inmediatamente todos se dieron cuenta de su extraño comportamiento, y cuando uno decidió acercarse, éste lo desplazó casi insultándolo, se encerró en su pieza, y llegó a los cinco minutos Ignacio, dispuesto a oírlo.
- ¿te dejó mal?
- ¿qué cosa?
- La conversación con ese hombre.
- No te lo puedo decir.
- Pero Juan Pablo, te ves tan mal, triste y opaco, tu no eres así, por favor cuéntame.
- No le digas a nadie por favor.
- Lo prometo.
- Christian está loco. Mató a un hombre y ahora piensa que su alma se quiere adentrar. No puedo ser cómplice de su locura, tengo que hablar con Oskar.
- ¿y qué es lo que te tiene así?
- El remordimiento, la culpa, de tan sólo imaginar que lo delataré anónimamente, y que por mi culpa se internará, o peor aún, irá a la cárcel, teniendo en conocimiento que Christian siempre ha sido leal.
- Pero si dices que está loco y que mató un hombre. ¿no te haría sentir mejor denunciarlo?
- No. Aunque haya cometido un crimen no me siento capaz de hacerlo.
- No queda otra opción. ¿o esperas acaso que mate más gente?
- Es que no sé lo que le harán.
- Meterlo aquí obviamente.
- Pero sabrá que fui yo quien lo delató.
- Lo niegas todo. Tan fácil como eso.
- No tengo valor.
- Tienes que tenerlo. Te apoyaré.
- Está bien. Iré a hablar con Oskar, seguro él sabrá qué hacer. Pero por favor, no se lo menciones a nadie.
- Si, te entiendo.
Un poco más tranquilo y más convencido hizo tiempo hasta que el psiquiatra entrara, caminó por el patio, mirando a los demás enfermos, dióse cuenta de su triste situación, no sabía realmente el motivo por el cual encontrábase claustro, ya que no tenía alucinaciones de ningún tipo, no actuaba extraño como los demás, sólo que sus padres lo internaron para deshacerse de la carga que éste les causaba, siguió su camino hasta que un árbol lo detuvo, un frondoso olmo de hojas pardas, como los ojos del muchacho, similares. Miró hacia la copa de éste, observó el tronco y las arrugas y marcas que se forman en la corteza, respiraba el olor a madera seca que éste emanaba, y su cuerpo, helado por la brisa matinal, sentía penetrar el aroma de las hojas, del pasto, del olmo, de los enfermos, todo transformábase en energías que nutrían y lo llenaban de valor, sintióse más relajado, más tranquilo, más feliz, con menos culpa, porque más que mal, cumplía con un deber moral y si éste era delatar a su amigo, sería netamente por el bien de éste, para que no siguiera eliminando personas, no tenía claro si esa alma de la que hablaba podía ser una persona y que al momento de encontrarse con ésta diera muerte, no sabía tampoco las razones de su primer homicidio, parecíale un hombre totalmente desconocido al que había
visto por primera vez internado por intento de suicidio, ya su amistad importábale poco, porque a Christian tampoco le importaba, sólo recurría a él porque era la única persona que avalaba sus momentos de locura, el único que no le miraba extraño, o tal vez una de las pocas personas que lo soportaban, pero era tarde, era hora de que el psiquiatra supiera que la enfermedad de Christian estaba peor,
todo se había hecho tan irreversible, que el psiquiatra merecía saberlo, si no era para someterlo a un tratamiento más estricto, sería para internarlo definitivamente, con su consentimiento o sin éste.
Golpeó tímidamente la puerta de la consulta de Raskolvovich, cuando éste le abrió, le miró sorprendido por tener una visita a tan temprana hora.
- Ah Juan Pablo, ¿qué te trae por aquí?
- Un asunto del que debemos conversar.
- ¿Sobre qué?
- Sobre Christian. -Oskar acomodó los anteojos y mejoró su postura sobre la silla giratoria, poniéndole mayor atención, ya que sabía que si trataba de Christian era porque ciertamente era un tema complejo, algo importante que seguro Juan Pablo tenía que decir.
- Dime.
- Christian vino a verme anoche. Me contó que su alma se le apareció y que quiere anidarse, no sabe qué hacer, ya que según él, en su cuerpo hay una maligna.
- Es terrible lo que me dices, eso significa que no ha tomado sus medicinas...
- Pero, Oskar, lo peor, es que mató un hombre.
- No puede ser, Christian debería ser internado.
- Es mayor de edad y él puede decidir, si no lo desea no puede.
- Entonces hay que hablarlo con la policía para que den una orden.
- Pero lo van a meter preso.
- Ese el riesgo que se corre, pero yo voy a interceder para que lo den por loco y quede interno aquí.
- Está bien. Ah doctor, se me olvidaba preguntarle algo.
- Dime.
- ¿qué le respondo a Christian?, hoy va a venir a conocer mi opinión.
- Ah, dile que la deje entrar.
- Gracias, hasta luego.
Al cerrar la puerta, tiróse violentamente al piso y lágrimas nacían de sus grandes ojos claros, grisáceos y parduscos, sintiéndose tan mal, por la amargura de haber hablado acerca de su amigo, al hombre que le tenía confianza. Tomábase la cabeza con sus pequeñas manos pálidas y cubría su ojeroso rostro con ellas. Afirmaba su cuerpo sobre el piso helado, acurrucándose mientras lloraba. Desde afuera de la consulta podía oí a Oskar decir ".... de un hombre loco" "pero debería encontrarse interno..." "...está bien, espero su visita", y al escuchar cada frase, más deseos sentía de llorar, y el remordimiento ardía en su alma impidiéndole vivir, acortábasele la respiración, mientras perdía la conciencia.
XIII
Al cabo de treinta minutos lograron reanimarlo con algodones con alcohol sobre la nariz, golpes suaves en el rostro y en la cabeza, le humedecieron la frente para que recobrara la consciencia más rápidamente. Al recuperarse recostóse para dormir durante la tarde, para olvidar momentáneamente el dolor que su interior manifestaba, levantándose a eso de las siete, cuando llegaba por algún extremo del sanatorio, Christian.
- Amigo Juan Pablo, supe que estabas algo enfermizo, vengo a preguntar tu opinión.
- Christian, la verdad es que, debes dejar que penetre sin vacilar.
- ¿por qué cambiaste de opinión?
- Bueno no se, es lo que prefiero supongo.
- Ah, entonces te haré caso, confío plenamente en ti..
- Como gustes.
Al oír la confesión de su amigo, el muchacho se sintió peor, ya que, éste, no confiaba en nadie, y el hecho que le dijera que él si le producía aquello, le provocó el mismo malestar de la mañana, se imaginaba los suceso que pronto acontecerían si llevaba a cabo la decisión que tomó en compañía de su amigo Ignacio. Christian notó
en cosa de segundos la frialdad anidada en la mirada de Juan Pablo,
sabía que algo extraño ocultaban sus ojos, ya que el brillo en ellos era diferente, un brillo en medio de la opacidad de sus pupilas y no se atrevía a averiguar, por dos razones, una, su principal problema era el de hablar con su alma, segundo, no deseaba averiguar algo que tal vez lo dañara, pues eso presentía cuando miraba al fondo de su globo ocular, llegaba a casa a escuchar un rato el disco de sonic youth, para después llamar a Natalia y pasarla a ver a su casa al día siguiente.
Su día laboral había sido igual de cansador que los anteriores, se sentía aproblemado, angustiado y deprimido, pero a la vez exhausto, con ganas de terminar con todo de una vez por todas, pensó en morir en ese mismo momento, pero se lo negó rotundamente, más, no descartaba del todo la idea del suicidio, seguía latente dentro de mente enferma. Por la tarde pasó a la casa de Natalia, en la que no se encontraba nadie más que su hermano seis años menor y ella, el pequeño, sintió simpatía hacia éste ya que Christian le había enseñado algunos trucos en los juegos de peleas. Al salir, decidieron llevar consigo al hermano e invitarle a comer helados y dulces, pasearon por el centro, pareciendo una especie de familia. Cuando repentinamente Christian le habló al hermano de Natalia, diciendo.
- ¿quieres ir a los juegos?
- Si.
- Entonces ve y compra las fichas que quieras.
- Gracias.
Natalia, perpleja por la reacción inmediata, le miró y preguntó sin inhibiciones.
- Christian, ¿qué está susediendo?.
- Necesito preguntarte algo.
- ¿Qué?
- Naty, tu, ¿tú estás conmigo por lástima?
- ¿lástima?
Los ojos negros de Natalia se llenaron de lágrimas, miraba hacia al cielo y luego al suelo para no dejarlas caer, mientras afirmaba su puño en el bolsillo de su polerón, no sabía los motivos que llevaron a Christian a hacerle aquella pregunta, pero sin duda la dañaba, le dañaba oír de la persona que más amaba las dudas de su amor hacia él. Intentó de mil maneras contener el llanto que se aproximaba a escapar, dejó de respirar momentáneamente, mordióse los labios, mas, fue inevitable que de sus ojos nacieran dos pequeñas y transparentes lágrimas. Cuando Christian observó la reacción de la joven, decidió retractarse, pero era tarde, tenía que salir de la duda.
- No entiendo por qué me preguntas eso.
- Necesito saberlo.
- ¿es que no te das cuenta que yo estoy enamorada de ti? ¿qué si hubiese querido dejarte lo habría hecho cuando mi padre me lo prohibió?
- No lo sé.
- ¿qué no sabes? Explícate Christian por favor, no te das cuentas lo que estoy sintiendo en este momento, estás dudando de mi amor por ti.
- Lo siento, discúlpame.
- No seas irónico.
- No lo estoy siendo
- Deja de ser frío por favor.
- No puedo ser de otra manera, date cuenta que estoy enfermo.
- ¿tu quieres que me de cuenta de tu estado, y tú no eres capaz de darte cuenta de lo que siento por ti?
- No hablemos más de esto.
- Ahora no deseas hablar más, cuando ya me heriste.
- Ya te dije que lo siento.
Natalia decidió no dar respuesta a la última frase pronunciada por el enfermo, prefirió callarse antes de decir algo que sí le doliera a Christian, la niña percibía que poco le importaba su sufrimiento, que lo mejor, aunque inmensamente doloroso era dejarlo libre de lazos emocionales, ya que éstos, precisamente eran los que lo hartaban, era difícil, pero podría sobrevivir sin él, ya no sentía las fuerzas para soportarlo, para tener que guardar los malos tratos y la indiferencia que ya sentía para con ella, le dolía, pero sus cavilaciones no le conducían a otra salida más que ésta, abandonarlo, no era su decisión, sino la de él, expresada implícitamente. Lo miraba por instantes, mientras éste, dirigía su vista hacia los lados para evadirla, miraba la hora, extraía objetos de
su bolsillo, sin mostrar interés por el incidente, sin mostrar preocupación por lo que sentía la joven, como si se tratase de un día normal, sin preocupaciones, como si no se hubiese dado cuenta del daño que le causó a la niña, de lo mal que actuaba, de lo desquiciado que se encontraba, su enfermedad ya no conocía límites, estaba en un estado cuasi terminal de la enfermedad, en el que su apogeo es llegar a terminar con la vida de alguien, en medio de grandes e increíbles alucinaciones, perdiendo todo interés por lo le rodea, sin dar importancia, siquiera a su propia existencia. Siguió durante varios minutos sin hablar, pendiente del movimiento de la gente y de las agujas de su reloj de bolsillo, ansiando el momento de marcharse hacia su casa, hasta que irrumpió diciendo.
- Podemos ir por un helado.
- Podemos ir por mi hermano, me quiero ir.
- Vamos, no te molestes
- Christian, me das rabia.
- ¿y por qué?
- Por nada.
- Jejeje, ahora el que no entiende soy yo.
- ¡deja de decir estupideces!
- Deja de ser tan llorona.
- Voy por mi hermano.
Caminó rápidamente por el centro comercial hasta los juegos, para no ser alcanzada por Christian, ya que más que amor y
decepción, en aquel momento le invadía un profundo pánico, tomó al infante del brazo diciéndole "nos tenemos que ir", sin darle mayores explicaciones, corrieron hasta que tomaron un colectivo para irse a casa, Christian les siguió en el auto, pero los perdió de vista, además, no conocía el recorrido de la locomoción, tenía la seguridad de que ésta llamaría más tarde con intenciones de arreglar el malentendido, tenía fe, y estaba totalmente convencido en que esa insignificante y pequeña discusión para él tendría alguna manera de arreglarse, aunque tampoco importábale lo que sucediese, puesto que ya sus sentimientos hacia Natalia no eran los mismos, la indiferencia y el rechazo era lo que realmente sentía el hombre, ningún sentimiento aparte de ese.
No fue así, aquella noche no recibió llamada alguna de ninguna persona, Natalia no tendría intenciones de buscarlo, ahí, finalmente se dio cuenta del error que había cometido, y más por orgullo que por amor, fue, que al día siguiente iría a buscar a Natalia para aclarar e intentar dar solución al problema.
Al retornar a la casa, después de pensar en la manera de relatarle la situación tal cual, pero sin confundirlo, separó sus labios para confesarle la problemática que había entre la relación amorosa de ambos. Naty le explicaba acongojada al menor la situación, sin entrar en detalles, pero haciéndole saber el estado mental de Christian, la enfermedad que hacía un tiempo había dado señas de manifiesto, le contaba además que el joven padecía de alucinaciones, por grave que pareciera, pero el niño ya era lo suficientemente maduro como para discernir y escuchar el problema
que fuese, lo que podía dañarle, advirtió que la mentalidad de Christian era de extremo peligro, para después, cansada y agobiada, tomó un ducha y se durmió, quería darse una tregua con lo cuál, debía lidiar a diario.
La noche del incidente con Natalia, Christian retomó las escrituras en sus cuadernos, los cuales, había dejado de lado hacía tiempo, debido al ajetreo que le acarreaba su último empleo, las horas extras, y el tiempo que ocupaba en Natalia. Decidió llenar nuevamente las líneas con palabras, para hacer una intensa reflexión sobre el asunto, para analizar bien la situación , antes de añadir algo que pudiera ser pernicioso para Christian, no anotaba en él, desde el asesinato, en realidad, no recordaba si había hablado sobre ello, así que hizo mención en su incesante redacción:
"creo que estoy enloqueciendo, no se bien si es así, pero estoy diferente, emocionalmente, no se como definir el estado en el que me encuentro, pues, no me siento bien, pero tampoco me siento mal, he entrado en la más absoluta neutralidad, puesto que todo lo que alguna vez presentó importancia para mí, me he es totalmente indiferente, no lo niego, he intentado con todas mis fuerzas no abandonar lo que debería importarme, pero no me importa, mis intentos son en vano, hace un tiempo atrás asesiné a un hombre, pero me tiene sin cuidado, también encuentro raro estar escribiendo estas líneas, si, quizás, nunca tendré oportunidad de leerlas. - descansó,
tomó un poco de aire, confundido por lo estaba haciendo, desorientado, no sabía si seguir o terminar, finalmente tomó la
pluma y comenzó a deslizarla sobre la hoja de papel nuevamente - he sido grosero con la mujer que más he amado en toda mi existencia, la vida es un escarnio, y yo, un garboso gazmoño. Mi mente mefítica me está privando la oportunidad de ser feliz, de valorar lo que tengo, de disfrutar lo que se me ha dado. Pero me es imposible, estoy incapacitado para amar y para ser amado, un hombre como yo, es merecedor de la más trágica y patética de las muertes, pero, tengo una misión, la cual me ha dejado el alma escindida; purificación, putrefacción, solidificación, unificación, bifurcación, son mis opciones, más, he de elegir una de ellas para así llevarla a cabo, tal vez, sea la oportunidad de volver a sonreír alguna vez en esta funesta existencia".
Sudado, horrorizado, se recostó. Su cuerpo cansino descansó sobre el colchón, quien había sido testigo de todo el historial de Christian, las bifurcaciones, el sangramiento, absolutamente todo. No despertó hasta un par de días después, durante el tiempo en que dormía, no recibió llamados ni noticias de Natalia. La joven había decidido finalmente no buscarlo nunca más, en contra su voluntad, hizo el sacrificio por doblegarla.
Había llegado el día, según la percepción de Christian, en tan sólo algunas horas, el hombre tendría encuentro y contacto con su alma, pese al gran acontecimiento que daría lugar en aquella calle lóbrega y solitaria, con aspecto lúgubre, como si se tratara de algún cementerio abandonado, donde los cadáveres residentes sufren la putrefacción por sobre las tierras tiernamente húmedas y resecas a su
vez, expeliendo el hedor de los muertos, el olor a carne descompuesta, así mismo, se mostraba la calle ante los ojos perturbados del mancebo, el que no presentaba ansiedad ni signos de nerviosismo, más, había tenido una noche tranquila, plena, sin esas horribles pesadillas que transformaban su mente y sus pensamientos enormemente, produciéndole, muchas veces, llanto e impidiéndole dormir, todo bajo un manto de pánico, al parecer, el distanciamiento de Natalia produjo en él, un gran alivio. Descuidó su aseo personal, sin peinarse, ni bañarse, sin siquiera cambiarse de ropa, se dirigió al callejón donde le esperaría su alma, el sector ya no estaba solo del todo, unos niños jugaban en la calle con una pelota, y le observaban disimuladamente, ya que en el hombre, escuálido, de piel amarillenta, con líneas surcadas en el rostro, los ojos hundidos en la faz, formando pliegues debajo de ellos, dobleces color negro, ojeras verduscas, la mirada le era más opaca, más funesta, producía en quienes pasaban por su lado una sensación de repudio y en cierto modo desprecio hacia él.
El anciano no se veía desde afuera, quizás se encontraría ejecutando alguna obra, o bebiendo un poco de licor, las luces parecían no estar encendidas, la ventana se encontraba cubierta con la cortina, extrañamente el cielo estaba claro, unas cuantas nubes claras, rojizas, celestes, bañaban el fondo azul cada vez aclarándose más, con rapidez, como si el transcurso de las horas, aumentaran frenéticamente, aunque no le preocupaba eso en lo absoluto a Christian, ni la reacción que causaba, nada, nada más que encontrarse con su alma benigna, darle respuesta afirmativa, sentir
dolor por la penetración en su cuerpo de la forma llameante, y acabar de una vez por todas con todo, su fin ya se veía venir y él estaba totalmente consciente de ello, no le restaba mucho tiempo en su vida y tenía que dejar todo concluso, reparar algunos daños y despedirse de lo que valoraba, que cada vez era menos, ya no sentía aprecio alguno por lo tangible, lo palpable, lo que en su interior posea alma, nada de eso le importaba, sólo sentía algo de afecto por los objetos, su reloj, su disco de sonic youth, su ropa, y sus cuadernos de anotaciones, el que había extraído del cajón con llaves para haber añadido un par de días antes, la tragedia de estar vivo, la insipidez de su nueva vida.
El reloj de Christian indicaba las doce en punto, ya para su sorpresa la callejuela encontrábase casi llena de gente, los niños que jugaban y las personas con rostro poco amigable que transitaban, gente alegre, plástica y anormal frente a Christian, gente miserable, vana, de cuerpos vacíos, sin pensamientos, personas que vivían ficticiamente, que presentaban sentimientos, los que en el fondo, Christian envidiaba, ya que su condición le incapacitaba para amar, para sentir, aunque la presencia de aquellos seres, no le importunaba del todo. Sentía hambre, pero aguantábase para recibir en él la nueva figura intangible que se adentraría en poco tiempo más, su otra alma se extinguiría, moriría por siempre, sin vagar, sin interrumpir, sin causar daño, lo que paradójicamente, le entristecía y le regocijaba, sus emociones se entremezclaban desconcertándole, pero el dolor diminuía con el paso de los minutos. Pasaron algunos minutos para Christian, y la gente comenzaba a desaparecer, una persona tras otra, los infantes buscaban sus pelotas inflables, sus juguetes y los
llevaban consigo, bajo sus delgados y débiles brazos infantiles, las luces en las casas se prendían, todas a su vez, iluminando la oscura callejuela, aún con el putrefacto hedor que respiraban las fosas nasales de Christian y el cielo comenzaba a cubrirse de lodo azul, violeta, negro, mezclándose entre sí, fundiéndose cada color en el otro, en un juego de tonos que maravillaban la vista del esquizofrénico, encendiéndose las primeras estrellas, tan sólo para él habían transcurrido algunos minutos, y todo se volvía mágico, increíble era para él, que en unos segundos el cielo cambiara su forma y su color, pero en realidad eran las seis de la mañana y ya estaba anocheciendo, a ello se debía el hambre y los demás síntomas biológicos, eran, claro, las seis de la mañana, según su reloj, el que había acabado de ajustar, ya que no le concordaba el estado del cielo con la hora que realmente era.
Exhausto y taciturno, miró hacia el cielo, desorientado, sin saber qué hora era realmente, ya que ver la hora no le servía de nada, ya que el estar orientado en cuanto a tiempo no le haría aparecer esa energía, ese trozo de espíritu, que, en un principio, había sido una carga, una molesta preocupación, pero que en aquel momento, se había convertido en una necesidad, se había transformado en una obsesión. Tras intentar haber despejado su mente y sus cavilaciones, caminó hacia una avenida, donde aún pasaba gente, y le preguntó a un hombre de sus mismo rasgos, la hora. "Son las once veinte", a lo que respondió con el laconismo que le caracterizaba "gracias". Aún más confundido volvió al lugar donde se encontraba anteriormente,
y esperó, esperó, no contó los segundos ni los minutos, sólo esperó
su alma sentado en la fría y tétrica acera de cemento, humedecida por la neblina.
Nunca llegó, sintió hambre, frío, sed, esperó, esperó tanto, que sus extremidades se acalambraron, el frío corroía sus huesos, y no encontraba con qué arroparse, se sentó, se puso de pie, ningún movimiento hacían volver en sí sus brazos y piernas, se encontraba hambriento e inmóvil, más aún, desesperado, por no haber tenido encuentro con su alma. Buscó en los bolsillos de su pantalón mojado, y en el de la camisa algo para ingerir, pero no vio más que una cajetilla de cigarrillos, sin tener fuego, se acercó a un local de comida rápida a pedir encendedor. Prendió cuidadosamente la punta del cigarrillo, la cual se tornaba de un color cada vez más anaranjado, se consumía lentamente entre los dedos de Christian, quien, por unos segundos, dirigió y concentro la vista en una mujer, de rasgos similares a la muchacha del hospital, Marcela, con la misma tristeza que sus ojos reflejaban, al igual que Natalia, una hermosa mujer, un poco más madura, de veinte años o más que discutía con un hombre de su edad, moreno, alto y macizo, quien la forcejeaba y tiraba de sus delgados y frágiles brazos, haciéndole sollozar y derramar más de alguna lágrima, él, inmóvil, sin poder actuar en su defensa, volvió a lo que estaba haciendo y siguió fumando el cigarrillo hasta que éste se consumiera por completo, ensuciando sus brazos y su ropa con la cenizas que de éste se formaban, pasó a quemarse la palma de la mano, la cual la escondió en su bolsillo para no recordar que tenía una quemadura en aquella zona y así, no sentir dolor por la herida. Se sintió más débil, más
mareado, se fue desvaneciendo, a ratos caía al suelo, el olor a putrefacción se acentuaba cada vez más, las paredes giraban en círculos y un gran malestar le invadió, el dolor en las sienes regresaba, latíanles haciéndole perder el sentido de la audición, pero, sin embargo, sentía nuevamente aquellas voces extranjeras en su mente, miraba a su alrededor encontrándose con nadie más que su sombra, la que se ampliaba y disminuía. El dolor de estómago se hizo más intenso y no pudo contener los deseos de revesar, recostado en la acera, volteó su rostro hacia el lado de la calle y comenzó a vomitar, derramó por su boca pequeño flujos de sangre y bilis, estaba levemente deshidratado. El dolor de sienes y las voces desaparecían, todo estaba nuevamente en silencio, algunas luces en las ventanas, la piernas inmóviles, débil, fue desvaneciéndose lenta y casi agónicamente perdiendo el conocimiento y dejando caer su cabeza de golpe en el suelo.
Rato más tarde, después de haber mirado por la ventana a un hombre tendido en el piso, salió Crisóstomo, con dulce mirada, con intenciones de socorrer a la persona que se encontraba ahí. Al ver el cuerpo exánime, cubierto de vómito, pálido, más delgado, con los ojos adentrados en el enflaquecido y huesudo rostro; al verle el rostro a aquella persona macilenta, se dio cuenta que se trataba de Christian, lo levantó, limpió el flujo de su cara y de sus ropas, lo llevó a su casa haciendo esfuerzos por sostenerlo en sus hombros, sin que éste cayera al suelo, su aspecto le preocupaba realmente, y no sabía si llevarlo a su casa, o si llevarlo a un hospital para que lo examinaran.
Notó que había pasado tres o cuatro días sin comer ni dormir, no con exactitud, pero sí, se percató del estado deplorable en el que estaba, en un principio no respondía frente a los estímulos que éste intentaba proporcionarle, no respondía a los algodones con alcohol que pasaba frente a su nariz, ni a los paños de agua fría que colocaba sobre su cabeza, causándole gran preocupación estando a punto de
llamar una ambulancia, hasta que, al cabo de una hora, recuperó la conciencia, el viejo artista intentó darle algunos alimentos, pero éste los rechazó, una y otra vez, hasta que lo forzó a llevar bocado a la boca, ofreciéndole de obsequio, una de sus obras, la que eligiese, sólo así pudo comer, bebió un poco de leche fría y un trozo pequeño de pan, comía de a poco para no volver a vomitar, al terminar de ingerir el pan y la leche, durmió, muchas horas, muchos minutos, tal vez días, pudo sentir, a través del sueño, el descanso que su cuerpo había esperado desde hacía mucho, muchísimo tiempo.
XIV
Oskar había hecho la denuncia correspondiente, respondiendo la policía que necesitaba testigos, personas que declararan y comprobaran la demencia del criminal, del muchacho, no les bastó con tener en conocimiento que había dado muerte a un pescador, ni oír de labios de su propio psiquiatra la series crisis que padecía, los extraños síntomas que presentaban, que le hacían dudar si era esquizofrenia o si era algo peor, pero debido a la indeterminación de su modo de actuar, de lo que sentía, de lo que escuchaba y de lo que pensaba, impedíanle dar un diagnóstico preciso, no bastó decir todo eso, sino que además, requerían de pruebas, para enjuiciarlo justamente, pruebas, que ellos, no estaban dispuestos a conseguir, además de requerir de exámenes físicos para comprobar que realmente éste padecía un trastorno mental y que demostrara que debería estar interno lo antes posible, previamente a que consumase algún crimen macabro, lo que, la policía desatendía justificando que aquella tarea correspondía al psiquiatra, dejando en manos de los denunciantes el incierto futuro que le esperaba a Christian. Llamó a su oficina a Juan Pablo, para persuadirlo de que declarase, por el bien de la sociedad, de Natalia, pero por sobretodo de sí mismo, ya que realmente tenía en conocimiento la gravedad de su situación, de las consecuencias que acarrearía, y de la irresponsabilidad en su
actuar al no tomarse adecuadamente los fármacos que le habían recetado, en el fondo, a causa de su desidia, tenía que ajustar cuentas con la justicia, pero su peor condena, sería de la de ajustar cuentas con su propia mente enferma y desquiciada, estar condenado eternamente a su locura y la incapacidad de pensar y actuar como cualquier otro ser humano, aún peor, actuar como un ser muerto en vida. Era eso precisamente lo que marcaba la diferencia, su enfermedad le dañaría cada vez más, irreversiblemente, viendo gente inexistente y oyendo voces que le perturbasen el sueño todas las noches, aquella, estando en libertad o enclaustrado, sería el peor castigo que cumpliría; lo mejor era que se internase y recibiera el tratamiento correspondiente, ya que, le favorecería también para expiar sus culpas.
El jovencito se había negado a declarar, ya que había irrogado mal en contra de su amigo, y consideraba su conducta insidiosa, terriblemente maligna, su consciencia no podría cargar con nada más. Finalmente aceptó, ya que intervino además Ignacio, quien obraba sabiamente ante cualquier situación, era una persona, pese a sus cortos años, que actuaba con cautela y reflexionaba antes de llevar a cabo una acción, debido a ello, tenía plena confianza por parte de Juan Pablo.
- Juan Pablo, mañana, a las doce del día vendrán a tomar tu declaración, la mía y la de Ignacio. También necesitan conocer el punto de vista de Natalia, es fundamental para la investigación. ¿sabes cómo ubicarla?.
- No, sólo sé donde estudia, pero ya deben estar de vacaciones, lo otro sería preguntar en el establecimiento su dirección e ir a buscarla a su hogar.
- .... me acuerdo de algo.
- ¿de qué?
- Christian, al intentar suicidarse, dejó una carta para esa muchacha, aún está en mi poder, a pesar de que prometi devolvérsela, podría servir de evidencia, además de que en la parte posterior del sobre indica un domicilio, podría ser la del lugar de residencia...creo que no sirve. Sale la dirección del colegio. Y si llamamos para allá. ¿consideras que sería mucha la impertinencia?.
- No. Se trata de un asunto de vida o muerte, ante eso, ninguna situación, ningún hecho podría considerarse impertinente, debemos llamar.
Descolgó el auricular, en presencia de Juan Pablo, marcó el número del colegio en el cual estudiaba Natalia, sus manos temblorosas comenzaban a sudar, el médico y el muchacho transmitían nerviosismo y culpabilidad en sus miradas, ambos eran, se sentían también como cómplices de lo que le esperaba al paciente y amigo, con el que había formado estrechos lazos de amistad y familiaridad, a través que aquella llamada estarían comenzando a traicionar al hombre que alguna vez confió y pidió consejos frente a sus alucinaciones. Contestó una voz viril, al parecer, sería el subdirector.
- Buenas tardes. ¿en que le puedo ayudar?.
- Soy el psiquiatra Oskar Raskolvovich, director del hospital psiquiátrico, necesito dar con el número de teléfono de una alumna.
- Lo siento señor, no podemos proporcionarle ese tipo de información.
- Es un caso especial, esta persona puede ser pieza clave de un asunto policial, necesitamos dar con su paradero.
- ¿Podría ser más claro?
- Ella conoce a una persona la cual necesita ayuda médica, más no puedo contarle.
- Está bien, será una excepción, dígame el nombre de la alumna por favor.
- Natalia.
- Pero aquí hay varias alumnas con ese nombre, hay una por lo menos en cada curso. ¿Sabe el apellido?
- No.
- ¿El curso?.
- Estaba en tercero medio, o cuarto creo.
- Tengo registradas tres niñas de nombre Natalia, una de ellas del tercero A, una del tercero B y otra del cuarto medio B ¿cuál desea que le proporcione?.
- ¿Me daría los tres números por favor?.
- Tome nota.
- Ya, gracias.
- Que agradece, hasta luego.
Tres números, de niñas diferentes y cursos distintos, difícil de acertar y dar con su paradero, pero claro era, que una de ellas tres sería la joven que más conocía sobre Christian. El subdirector, poco convencido con los argumentos del médico, cedió a facilitar la información que le era solicitada, para más que nada, sacarse de encima la insistencia del doctor, ya que no esperaba visitas en el colegio, además de pedagogos, y en caso de ser cierto, tampoco esperaba a la policía.
Al llamar al primero, respondió una señora, al parecer la madre, el psiquiatra le preguntó si conocía a un muchacho llamado Christian, pero la mujer afirmó no conocer a ningún hombre de ese nombre, colgó sin despedirse desconcertada por ese llamado extraño, sin mostrar disposición alguna para ayudar al psiquiatra, proporcionándole información. El turno siguiente fue de Juan Pablo, tras unos extensos minutos de vacilación y nerviosismo, marcó dificultosamente el siguiente número de la lista que le habían facilitado, esperó unos segundos, y una voz femenina contestó, al parecer si era ella, por la candidez del tono con el que contestaba el llamado.
- buenas tardes, ¿Natalia se encontrará?
- Si. Soy yo. Respondió una voz melancólica y silenciosa, tímida y apagada, se oía una leve respiración a través del fono, casi a punto de desfallecer.
- Hablas con un amigo de Christian, disculpa que te moleste, y sobretodo a éstas horas.
- ¿ah si? -la voz de la muchacha comenzaba a temblar, esta nerviosa, triste, no sabía cómo reaccionar, hasta que añadió: ¿está él contigo?
- No, no lo está. Necesito pedirte un favor.
- Dime.
- Christian está enfermo.
- Ya lo sé, sé que está terriblemente mal, pero no sé cómo ayudarlo. - su voz, frágil, se quebrantó aún más, ya que rompió en llanto-
- No llores, puede mejorarse, pero depende en parte de ti.
- ¿por qué de mí?
- Necesitamos tu declaración, para que este pueda internarse.
- Si es por su bien, yo.... estoy dispuesta a lo que sea.
- ¿Podrías venir mañana a las doce?
- Si, claro. ¿Es donde se atiende cierto?
- Si. Te esperamos.
Natalia lloró, desenfundó la tristeza que guardaba condensada en su alma, lloró sin detenerse, colocando su cabeza sobre la almohada, cuando su madre golpeó la puerta, la niña, rehusó a abrirla, se encerró durante toda la tarde, sin alimentarse ni recibir llamados telefónicos, para salir en la noche, algo débil por no ingerir bocado alguno, a conversar con sus padres, explicarles la situación con la que cargaba desde hacía unos meses, sus padres, al fin y al cabo, su única familia, los únicos seres en el universo capaces de comprenderla, prestaron oídos al terrible relato que procedería a
contar Natalia, diría por fin que fue lo que realmente sucedió en aquella fiesta de despedida, en la cual, los padres habían ido a buscarla sin saber más que se encontraba con Christian, lo que les indignó sobremanera. Limpió las lágrimas que cubrían su rostro, y se acercó a contar, todo, de manera ininterrumpida, tomó aire, y escupió todo.
- Hasta hace unos días, cuatro, cinco aproximadamente, yo estaba saliendo con Christian. Bueno, aquello terminó, por razones obvias, no se si lo notaban, pero estaba enfermo, desquiciado, alucinaba, su estado era como el de un esquizofrénico, ya no mostraba interés por nada, ni por nadie, dejé de ser algo para él, y...
- Hija, respira un poco, estás muy acelerada. - dijo la madre al ver que su hija hablaba sin pausa y casi sin respirar, para no dejar escapar ninguna idea, para poder expresar y contar, con todos los detalles correspondientes el comportamiento del hombre y su actual misión -.
- Madre, déjeme explicar, no es fácil para mí.
- Lo sabemos, habla.
- Está bien. - tomó más aire, exhaló, y prosiguió - pero eso no es todo... Yo le conocí enfermo, claro que no tan loco, pues sólo había intentado suicidarse. En la fiesta de despedida me lo confesó, y eso, en realidad me hizo sentir más amor por él, y fui yo, fui yo quien le puso su mano sobre mí, fui yo quien lo deje acariciarme, fui yo quien le pedí esa noche que sucediera algo - las lágrimas caían por sí solas, dejando perplejos a los padres - Al
día siguiente estábamos en la playa, sin ropa, y un pescador lo golpea y me lleva con él a una cabaña, me toca, me lastima, intenta ultrajarme. En eso llega Christian y le atraviesa su cuello con un cuchillo de filetear pescado que se encontraba en una mesa, dándole muerte inmediata, nos vestimos con ropajes. Así llegamos a casa.
- Hija, tu... presenciaste un asesinato y no nos dijiste nada.
- Entiendan que yo amo a ese hombre.
- Pero él cometió un crimen.
- Fue para defenderme.
- ¿y qué hicieron con el cadáver?
- Lo enterramos.
La madre de Natalia sufrió un desmayó de inmediato al oír de labios de su hija, el haber enterrado a un hombre, y su padre comenzó a llorar al darse cuenta de que su hija era cómplice de un asesino, que había presenciado un homicidio de la manera más horrenda y despiadada, y ayudado al criminal, por amor. Estaba consciente de la gravedad del asunto, pero, pensando en su niña, y en todo lo que tuvo que pasar, sin importar lo que hubiese hecho, pensando más como padre que como verdugo, sin enjuiciarla ni hacerle recordar episodios que le dañaban, la abrazó y le prometió no dejarla sola en ningún momento, intentando consolar lo que parecía inconsolable, minutos más tarde, la madre recobró el conocimiento, se levantó del sillón donde la habían ubicado, atinó a preguntarle:
- ¿por qué estabas así esta tarde en tu dormitorio hija?
- Porque el fin está cerca.
- ¿cómo es eso?
- Me llamaron por teléfono, mañana la policía va a tomar mi declaración. Es muy probable de que vaya a la cárcel, o....... que lo internen en el hospital psiquiátrico, de por vida, debido a su condición mental. Era eso.
Marchóse a su dormitorio y continuó llorando, se durmió con lo que llevaba puesto, su polera roja manga corta, y sus pantalones de mezclilla azul; llegando su madre a colocarle el pijama un cuarto de hora más tarde, mientras le acariciaba los cabellos despeinados y sedosos, pasaba por cada rizo sus dedos desgastados por el tiempo y la amargura, sabía que lo que estaba afrontando Natalia no era nada fácil, ni física ni espiritualmente, estaría delatando a la persona que más amaba, y a su vez, se arriesgaba a una posible venganza del hombre, enfermo.
A la mañana siguiente, la joven tomó una ducha, quedó unos minutos bajo el agua tibia que caía sobre su piel, y sus pensamientos se nublaban sedando por lapsos de tiempo el dolor que le acongojaba, y a medida que su mente aclaraba, más triste se sentía, dejando, nuevamente caer las lágrimas de sus ojos, bañando su desnudo cuerpo de niña de tristeza.
Después de vestirse, escuchó una conversación de sus padres mencionando que al terminar con toda esa desastrosa situación, una vez que encerraran a Christian, Natalia, viajaría con destino a algún
lado, con alguna amiga o un grupo de personas de similares gustos a ella, para despejar su mente e intentar olvidar todo lo malo que había tenido que vivir, para borrar de su frágil memoria ese horrible episodio, que aún no terminaba, que aún le faltaba mucho para darse por concluido. Pero interrumpió la conversación, para impedir que siguieran planeando, diciendo en tono melancólico y cabizbaja: "estoy lista". Se dirigió hacia el hospital en compañía de su padre, quien la llevó en el vehículo.
A la entrada del hospital, se encontraban Juan Pablo y el psiquiatra esperando a la muchacha, eran las once cuarenta, y aquella mañana de verano, estaba helada, el viento álgido traspasaba piel y músculo, enfriando el interior de los huesos y articulaciones, causando leves dolores, además, se mostraba un cielo grisáceo, resultaba una mezcla homogénea entre las nubes oscuras y el fondo celeste, quedando de coloración plomiza, opaca, fúnebre, donde las enormes nubes negras obstaculizaban la penetración de los rayos de sol, más, se filtraban entre ellas, pequeños haces de luz que refulgían sobre el rostro triste y melancólico de Natalia, quien tenía los ojos ojerosos e hinchados causados por el llanto, con el borde de sus párpados rojos. El padre saludó cordialmente a los hombres y se marchó, encargándole a la joven llamarlo en cuanto termine el interrogatorio.
Al entrar a la consulta, el doctor le hizo beber un poco de café acompañado de galletas de mantequilla y chocolate, al igual que a Juan Pablo, ya que ambos, se veían débiles, sin ánimo, pero sobremanera, tristes. Oskar se marchó por unos instantes, y dejó
conversar a Naty y al adolescente, los dos, un tanto tímidos, callados, mirándose de soslayo, hasta que Juan Pablo rompió el silencio preguntándole sutilmente cómo se sentía. La niña, respondióle con un tono de voz más repuesto que en la conversación telefónica que habían llevado el día anterior, sin la misma amargura, dijo, que se encontraba mejor, que sus padres ya sabían toda la verdad, y que pronto olvidaría a Christian. Juan Pablo, no cesaba de mirar a los ojos de Natalia, sentíase magnetizado por algo en sus pupilas, algo le llamaba la atención, su candidez y pureza, su simpatía, su belleza, la naturalidad en su modo de hablar, su esencia, todo lo que había descubierto en ella, era totalmente diferente a todo lo que había visto antes, sin darse cuenta, se estaba dejando llevar por lo que emanaba la joven, olvidando por completo de que tratábase de la novia de su amigo, a quien ya había dado traición una vez, se fijaba precisamente, en lo mismo que había atraído y enamorado a Christian, entendía perfectamente las razones que tuvo éste cuando se enamoró a primera vista, se encontraba frente a él, un ser especial, distinto, pensó en otra cosa y evitó mirarla profundamente para no pecar con el pensamiento, para no traicionar una vez más a Christian.
Tras unos minutos pudieron llegar a tener una conversación fluida, y dirigirse con más confianza el uno al otro, en la que, incluso, tras bastante tiempo sin hacerlo, Natalia sonrió. Juan Pablo, estaba fascinado con lo que tenía frente a sus ojos, de pronto, Naty, se atrevió a preguntar, avergonzada, por los motivos que lo tenían encerrado.
- yo estoy aquí, porque soy raro.
- ¿raro? Yo te veo de lo más normal.
- No se. es lo que mis padres opinan, supongo que porque soy algo callado. Ellos trabajan y viajan todo el tiempo, no pueden hacerse cargo de mí.
- Pero tú no estás loco.
- Yo se que no. Pero no queda otra opción.
- Pronto saldrás.
- Cuando cumpla los dieciocho, supongo.
- Y ahí estaré.
Sonrojó al decir semejante proposición, el joven también, el acto había mostrado reciprocidad, hasta que llegó, a eso de las doce con diez minutos, Oskar Raskolvovich y dos policías, los que ingresaron al cuarto a preguntar por separado. Primero entró Juan Pablo, quien, aterrorizado respondía sucinto cada pregunta que se le realizaba, uno estaba encargado de hacer las preguntas, mientras que el otro apuntaba las respuestas dadas por el interrogado. Algo similar sucedió con Natalia, pero finalmente contó todo lo que tenía guardado, la parte final de la investigación consistió en volver a la costa y averiguar si efectivamente el pescador fue muerto, sólo así, obtendrían la orden de arresto que derivaría en la internación del sujeto al hospital psiquiátrico, para ello, debían ir en compañía de la joven para que les señalase el lugar donde estaba sepultado el cuerpo del pescador, el viaje, estaba planificado para la semana que seguía, y Juan Pablo, se había ofrecido a ayudar a la muchacha y también para que no se sintiera sola.
Christian, por otro lado, ya más saludable, hizo abandono de la casa del pintor, para ir en busca de Natalia, camino al hogar de la joven, varias personas le miraron extrañamente, a lo que éste respondía con agresividad reflejada en sus ojos. Golpeó con fuerza la puerta de su casa, siendo su madre quien abrió. Y al ver la imagen del hombre ojeroso, esquelético, de rostro verdusco y ojos hundidos pero saltones, con aspecto ya de esquizofrénico, de enfermo terminal, porque eso es lo que era, un enfermo mental en su fase terminal, reconoció a Christian y le cerró la puerta frente a sus ojos, horrorizada, más por miedo que por rabia, ya que la mirada del hombre, se había convertido en lo más horrendo y temible que había podido presenciar en su vida, su mirada era la de un psicópata, la de un asesino, una persona sedienta, con deseos frenéticos de saciarse, sin importar lo que hubiese que hacer.
El hombre dio un grito, colérico, diciendo "¿dónde está Natalia?" una y otra vez. La mujer armóse de valor para decirle "no está en este momento y tampoco estará nunca más para ti". Christian, aún más iracundo gritaba y golpeaba la puerta febril, amenazando con destruir la casa, con acabar con ellos, ya que le habían privado de la mujer que amaba, en ello, oportuna y favorablemente para la vida de la madre, se estaciona fuera de la reja, el auto gris del papá de Natalia, bajándose de éste, el progenitor y su hija, a quien llevaba tomada de la mano. Christian corrió a tomarla del brazo, esperando que ésta decidiera huir con él, pero el padre, intentándolo impedir, lo empujó derribándolo al suelo, la joven entró horrorizada corriendo a los brazos de su madre, el padre,
temerario, impulsado sólo por la rabia, le gritó a Christian, echándole de la casa a puntapiés. El joven se marchó, se levantó y se alejó, prometiéndole vengarse, llevarse a Natalia, sin que éstos pudiesen hacer nada, marchóse caminando, desorientado en el tiempo y en su ubicación.
Al irse, los padres atemorizados por un posible acto vengativo, llamaron a la policía, haciendo una nueva denuncia en contra del hombre, ésta vez, por acoso y amenaza, Christian, consciente de la situación, prediciendo lo que se veía venir, optó por huir, corrió, hasta llegar nuevamente a casa del pintor, sabía que ese era el único lugar que lo acogería mientras era buscado. Éste, le recibió sin titubear ofreciéndole hospedaje por la cantidad de tiempo que estimase conveniente, al verlo en escuálidas condiciones, el loco, se recostó planeando un posible ataque a la familia de Natalia, sin llegar a nada concluso, su incapacidad de organizar ideas, estaba perdiéndose, se levantó, y pidió encarecidamente al pintor negar de su presencia en aquella vivienda, más, iba por un momento a recoger algunas cosas a su casa, las que le servirían en algún momento, ya que su mudanza era definitiva.
Entró, y se encontró con la llave de agua dada, saliendo el líquido a chorros, cerró y cortó el torrente de agua potable, avanzó algunos pasos, buscando un bolso de tono oscuro, en cual puso algunas prendas de vestir, un poco de dinero para contribuir con la ayuda del artista, útiles de aseo personal, y su cuaderno de anotaciones, el que, minutos antes de partir, releyó una y otra vez, para después añadir:
"es cierto que mi esquizofrenia y mi paranoia han aumentado notablemente, es extraño, pero en este momento me siento lúcido, sin esas malditas lagunas que me perturban y desconciertan. Ahora. Está claro, estoy cerca del final, sin cumplir mi misión, pero al menos, por lo menos, dejaré mi huella en la vida de Natalia, algo que no desaparecerá de su mente, aunque no se, no se me ocurre, esta maldita incapacidad de concentrarme me está volviendo más loco aún, estoy desesperándome, he perdido el hilo de lo que estaba escribiendo".
Tras un impulso, y un deseo incontrolable de arrancar de su alma la furia, la ira y la demencia que lo poseían, corrió a la cocina, tropezándose antes de llegar, en busca de un cuchillo, tomó el más grande, volvió a su dormitorio y comenzó a clavarlo en su brazo reiteradas veces, intermitentemente, abrió sus venas, de las cuales brotaba sangre en chorros, manchando el suelo, sus ropas y parte del
cuaderno, manchó un par de hojas con gotas espesas, y una hoja entera, tomó el lápiz con su brazo sano, sosteniendo el herido en la alfombra, mientras estimulaba la vena para que sangrara y comenzó a escribir.
"he cortado impulsivamente mi cuerpo para purificar mi alma; de la sangre que emerge se va el odio, se va lo perverso, se va todo lo que me tiene así, estoy desvaneciéndome, y pierdo la noción del tiempo, vuelvo a sentirme desorientado, creo que iré a curar las llagas que he dejado"
Buscó vendas y detuvo la hemorragia, se desinfectó la herida con agua hervida y alcohol, mordióse para soportar el dolor, envolvióse en los trozos de tela y siguió ordenando su maleta para marcharse de casa, temporalmente, sin que lograsen dar con su paradero, ya que, preveía que la familia de Natalia le denunciaría, regresó a la casa de Crisóstomo, camuflado, cubierto por anteojos de sol, una gorra, y una chaqueta larga.
- ¡Muchacho! -exclamó- ¿qué te ha sucedido? ¿qué te has hecho en tu brazo?
- Crisóstomo, estoy tan impuro, necesito la amnistía por mis pecados.
- Pero cortarse no consigue nada.
- Estoy en disensión conmigo mismo, sirve de algo, estoy partido, cortado, en dos, en dos, dividido, en dos, en dos, en dos, en dos, en dos.
- ¿pero...?
- en dos, en dos.
Crisóstomo no lograba comprender, pese a los intentos que efectuaba por hacerlo, la incoherencia en las palabras de Christian, no encontraba la relación entre la impureza de su alma y su escisión, los cortes en su brazo, tal vez, en su mente, la causa de su sentimiento de polución espiritual era la división mental entre sí mismo, y la necesidad violenta que tenía en recibir perdón por lo mal que había actuado, pero más sin sentido le resultaba la serie de
sinónimos que planteaba a su situación, "en dos" "partido" "cortado", pero sobretodo, en la cantidad de veces que repetía "en dos".
Christian se recuperó tras unas horas de descanso, sobre una cama habilitada especialmente para él, para sanarse momentáneamente de aquella crisis de angustia, escuchando pequeñas voces que le llamaban a cumplir con una misión encomendada hacía mucho tiempo, había olvidado por completo el asunto de sus almas bifurcadas, la buena que quería anidarse y la mala que poseía, las hemorragias, las voces y todo aquello había dejado a un lado, para priorizar, su nuevo acto brutal, para ello, debía acabar con la persona que más amaba, con lo único que había sido capaz de hacerle sentir esa sensación humana y vital, que no había logrado experimentar durante veintiséis años: Natalia; tenía que idear un plan, para así dar muerte a aquella muchacha en muestra de sacrificio hacia quien le enviaba ese deber y hacia sí mismo.
Pero la problemática era cómo arrebatarle la vida, si en las condiciones que se encontraba, tendría el doble de dificultad para ejecutar su plan sin que la policía lo metiera en la cárcel, o sin ser descubierto. Pensó en clavarle un cuchillo en su cuerpo, pero, la agonía duraba alrededor de quince minutos, sentía un poco de consideración hacia Natalia, y por el hecho de que ella le hizo sentir amor, pensó en darle un disparo, el que acabaría de inmediato con su vida, sin hacerla sufrir demasiado, para ello, tenía en su poder, papel moneda dentro de su billetera, y algunas tarjetas de crédito, nada
costaba comprar a largo plazo un revolver, ya que, asesinaría a la joven y luego se quitaría la vida, esta vez, sin fallar, como aquel intento frustrado de dio lugar en su casa antes de tener un mayor acercamiento hacia la menor, no deseaba por nada del mundo estar interno nuevamente, y sería, ésta vez, distinto, ya que no se quedaría por una semana, sino que para siempre, debido a sus antecedentes médicos. Se tomaría el tiempo que fuese necesario, pero ese plan, no podía ser arruinado por nada, por nada.
XIV
Esa mañana se despertó a eso de las seis y media, y rápidamente, llevando un bolso negro, el mismo en el que había acarreado la ropa desde su casa a la del pintor, se dirigió, caminando sólo unas cuadras, a una tienda donde adquiría hacía algún tiempo objetos de valor, una especie de tienda de excentricidades, sin duda, no le negarían la venta de un arma de fuego, era cliente casi preferencial, y los dueños del local le tenían estima al hombre, ya que lo conocían desde niño, desde que a sus cortos cinco años iba con su abuela a comprar objetos novedosos, generalmente, juguetes antiguos. De manera ilícita comercializaban armas de fuego, tan sólo bastaba con llevar una licencia especial y la vendían a un precio módico, sin necesidad de inscripción. El muchacho sabía aquello a la perfección, ya que una vez, su abuela compró una, para ocultarla bajo el velado, en caso que fuese asaltada, mas, al momento en que la asesinaron, no tuvo tiempo para ir en busca de ella.
Sin vacilar, ingresó firme, saludando a los locatarios, quienes no le reconocieron en primera instancia, para después, oír de los labios del comprador "soy yo, Christian". La esposa del comerciante, le miró a los ojos, su aspecto no era el de antes, su rostro estaba más huesudo, pálido y flaco, igual que sus hombros, no se veía igual que en los tiempos en que llegaba con la abuela a comprar. La señora sólo atinó a decir algo asombrada "vaya
muchacho estás cambiado, más delgado, ¿estás enfermo?". Christian se quedó en silencio, más incómodo que desconcertado por la interrogante de la funcionaria, siguió callado unos instantes hasta que respondió:
- algo así. disculpe, ¿usted tiene algún revolver que me pueda vender?.
- ¿y para qué deseas un arma?
- Ah, es que me dedico a dar muerte a animales.
- ¿muerte de animales?
- Si, verá, estoy trabajando en un laboratorio de la universidad, desde hace unos meses, y necesito la pistola para darle muerte a los animales que presentan enfermedades crónicas, incurables, que a la larga les van matando causándole dolor, para así no prolongar su sufrimiento.
- ¿y tienes licencia?
- Si, la buscaré.
Christian metió ambas manos en los bolsillos de su chaqueta, simulando que buscaba aquella licencia para hacer adquisición del arma de fuego, fingió también rostro de preocupación, teniendo en conocimiento, que la señora y su marido se percatarían de aquello, y mostrarían frente al joven, compasión, permitiéndole comprar la pistola, sin necesidad de tener la licencia, creyéndole plenamente las argucias del muchacho, tras unos minutos, miró a la señora, diciéndole en tono de súplica:
- creo que lo he perdido, ¡no puede ser que haya sucedido esto! ¡me lo han robado!
- Lo siento, pero aunque te creamos no podemos venderte la pistola, tu sabes que te conocemos, pero si llegan a saber que te vendimos un arma, pueden multarnos, o incluso enviarnos a la cárcel.
- Lo sé, disculpe.
- ¡espera muchacho!
- te conozco desde hace tanto tiempo que bien podría hacer una excepción.
- Muchas gracias señora.
- ¿cómo lo pagas?
- Con tarjeta, a seis cuotas.
- Muy bien, elige.
Miró el mostrador de madera que la dueña sacó de una caja fuerte de metal, éste la abrió y la observó durante un largo lapso de tiempo, consideraba dentro de sus opciones, algo diminuto, que fuese fácil de hacer desparecer, en lo posible liviano, hasta que, después de media hora, llegó a escoger, después de tanta indecisión, un arma pequeña, que cabía en la palma de la mano, pero de balas gruesas y pesadas, que sin duda alguna, aniquilarían de un solo balazo a la inocente jovencita, cuyo único pecado había sido enamorarse del extraño hombre esquizofrénico, quien ahora deseaba, con todas sus fuerzas, darle muerte. Tras envolver el revolver en un pañuelo, después en un estuche y finalmente,
guardándolo en su bolso negro, se dirigió lentamente, satisfecho con su compra, hacia la casa de Crisóstomo a terminar los últimos detalles de su plan, la adquisición le había hecho sentirse más decidido que nunca, que las consecuencias poco le importaban, tenía la convicción de que después de consumado el crimen, escaparía, residiría unos días en casa de su nuevo amigo pintor, para luego, marcharse lejos, sin que nadie supiese nunca más noticia alguna de él, nada podría salir mal, según sus cálculos.
Ya estando dentro del inmueble, Christian examinó cuidadosamente el arma, abriendo el estuche y echándole una mirada de reojo al bolso en que se anidaba ésta, y dentro de éste, removía el pañuelo que le cubría. El revolver oculto, hacía refulgir sus partes del color del acero, cegando por instantes la visión del espectador, quien observaba detenidamente, sin estar totalmente concentrado en la pistola, sino más bien, pensando en la manera de eliminar a Natalia, maravillado por el efecto que provocaría la nueva adquisición.
Por otro lado, desde la habitación contigua le vigilaba con sigilo el pintor, extrañado por el comportamiento confuso del joven, por la salida repentina a muy tempranas horas de la madrugada, entre otras cosas. Su manera excéntrica de observar lo que ocultaba dio a demostrar cierto grado de paranoia en aquel minuto, lo cual despertó curiosidad frente a lo que realizaba en el sofá, Christian, se acercaba lentamente para no ser descubierto, pese a que no lograba distinguir lo que ocultaba, se mantenía en silencio, por si sacaba a la luz lo que guardaba para sí.
Levantóse de su puesto, tomando el bolso con ambas manos, y decidió partir, olvidando entre los cojines del sillón, un recibo de la tienda donde había adquirido aquel elemento que encubría afanosamente. Crisóstomo no tardó en advertir aquel pedazo de papel, y corrió hacia él, para averiguar de qué se trataba. Enorme fue su estupor al ver en el detalle de la transacción en la boleta, el valor de la compra que equivalía al de un arma de fuego. Se acordó además de los cortes de su brazo y del soliloquio de carácter enérgico y alterado que llevaba fuera de su vivienda, cuando éste le hizo la invitación de hacerlo pasar a beber licor y comer algunos alimentos, tuvo la extraña impresión, y el presentimiento que lo que ocultaba dentro, no era ni más ni menos que un revolver.
Claro estaba que aquel hombre que habitaba en calidad de residente era un vesánico y que tenía siniestras intenciones con la pistola, quizás se dirigiría a ultimar la vida de un ser humano, más seguro que nunca, apagaría la existencia de Natalia con un solo impacto de bala. El anciano, sin demora, completamente seguro de lo que efectuaría, se colocó su chaqueta, y salió en busca del joven para evitar una tragedia, el que comenzó a seguir, Christian, caminaba dificultosamente cojeando en la vereda, sin haber logrado avanzar muchos metros, algo le impedía aumentar su velocidad, y su deficiencia no era precisamente de tipo físico, sino, era, una deficiencia del alma, de la mente, la máquina en su interior, encargada de mecanizar cada idea, pero debido a la sobrecarga de cavilaciones y la incapacidad para pensar fluidamente, producían en ésta, un caos terrible, he ahí el problema para caminar, una de las
graves secuelas de su demencia, la que agrietó su motricidad y su intelecto. La máquina se sobrecalentaba llegado al límite de la explosión.
El pintor, seguíale minuciosamente, ocultándose tras los postes de alumbrado público para no ser visto, en caso de ser sorprendido por Christian quien continuamente, a raíz de la sensación de persecución que sentía en sus entrañas, volteaba la cabeza para cerciorarse de que nadie le seguía, y así, podría, llevar efectuar, su macabro plan sin interrupciones, sin el seguimiento de aquellas horrendas presencias que le perturbaban durante el día continuamente, e incluso, en sus sueños.
Las células musculares de sus piernas se adormecieron, obligándole a tomar un descanso; se sentó en al acera, mientras contemplaba los vehículos que transitaban. En medio de la inmensidad de automóviles, llamó su atención, uno gris, amplio, similar al del padre de Natalia, habiendo dentro, dos personas, de las cuales sólo se distinguía su silueta. Miró con mayor detención y concentración al interior del automóvil, y se llevó la impresión, y la
coincidencia favorable para Christian de que era, el padre de la joven junto con la madre. Era su oportunidad, la muchacha estaría sola en su casa, tendría tiempo. Para sentirse más seguro aún, observo la patente de éste, coincidiendo con la que tenía en conocimiento.
Se puso de pie y reanudó la caminata, Crisóstomo, agotado, extrajo fuerzas desde el fondo de su interior para seguir adelante, para descubrir finalmente lo que su hospedante se traía entre manos
y para evitar así, un posible desastre. El joven corrió varias cuadras, sosteniendo su pecho en la mano derecha, ya que su corazón comenzaba a cansarse, manifestándose en taquicardias, parecía que la sangre se le escaparía por los poros, hasta que se detuvo, frente a la casa de Natalia, contempló las nubes que se posaban sobre su cabeza y el sol, que comenzaba a refulgir, ardiendo sobre sus cabellos.
Se aferró a la reja, de sus ojos arrancaron lágrimas compulsivas de dolor, de ansias, de felicidad y de cansancio; no sabía realmente qué emociones experimentaba, más, no claudicaba frente a la presión que su subconsciente imponía, la cual consistía en dejar todo, olvidarlo, largarse de una vez, sin llevar a cuestas un crimen del que jamás se desprendería, muy por el contrario, éste permanecería tan impregnado a él, hasta en sus más profundos pensamientos, asfixiándole lentamente y provocándole una dolorosa agonía, la cual culminaría con su muerte, quizás no, quizás le perseguiría por toda la eternidad, en cualquier lugar o espacio de tiempo, aunque lo más probable era que, al fenecer, su alma vagaría, en otras dimensiones. Aún así, sabiendo su triste final, siguió adelante con su plan, golpeó la puerta, y ocultó su mano derecha en el interior del bolso, el nerviosismo le carcomía todo su interior, intentó reforzar la voz para dirigirse a Natalia sin quebrarse emocionalmente.
La puerta se abrió despacio, un rostro funesto se asomaba, la luz solar iluminaba la oscuridad de su faz; era Natalia, cuyos ojos fuliginosos y secos, miraban sin dirección, apuntando hacia el rostro
del joven, quien le sonreía amargamente, con una mezcla de exaltación y angustia. Con aquel gesto facial acababa de firmar sentencia para la existencia de la muchacha. Ésta fijó su vista en los ojos asépticos de Christian, esperando alguna argucia que excusara su llegada hacia su casa.
Los recuerdos abordaron su mente, en una fracción de minuto, todas sus vivencias aparecíanse en forma de imágenes, mordióse los labios para evitar llorar, su interior volvía a revolucionarse ante semejante figura que se posaba, a tan sólo metros de ella. Aquella figura, a la cual creía haber olvidado desde la última vez que se vieron, de quien se despojaría sentimentalmente, para quizás, rehacer su vida, recomenzar su existencia, al lado de Juan Pablo, pero el amor, hacia el psicópata, parecía ser más fuerte que cualquier voluntad . Sentía cómo el alma se le despedazaba al tener frente a ella la única persona que realmente había amado, cada extracto de su espíritu ardía, más, paradójicamente, apagábase hasta el punto de desfallecer. Su lengua atrofiada movíase dificultosamente, intentando decirle algo, intentando acabar con su dolor de una vez por todas, abrió su boca para decirle, pese a que sus deseos, por medio de su mirada dulce y melancólica, reflejaban lo opuesto.
- Christian, nosotros... no podemos vernos más.
- ¿quién lo dice? ¿por qué?
- Christian... tu sabes que yo te amo con todas las fuerzas de mi alma, pero tu no estás bien, yo tampoco, necesitamos ayuda, lo nuestro es imposible.
- No lo es.
- Si, desgraciadamente estamos condenados a vivir uno separado del otro, distintos caminos.
- Pero yo quiero ser parte de ti.
- Y lo eres, créeme que nunca te podré arrancar de mí.
- Natalia.
- No digas nada. Por favor vete.
- No puedo.
- No lo hagas más difícil.
- Necesito de ti.
- Mis padres no están.
- Salgamos a caminar, es lo último que te pido.
- No lo sé.
Crisóstomo miraba, oculto tras un poste de luz, sin saber qué hacer, si denunciarlo, si detenerlo, su mente permanecía en blanco, aterradamente impertérrito. Ambivalente. Observaba la faz de la pequeña, tan apagada, tan triste, y sin poder impedir nada. La adolescente, sin importar nada de lo que debía hacer, salió fuera de casa, cerró la puerta, mirando a los ojos a Christian, le dijo: “está bien, ésta será la última vez, nuestra última vez, pero, deseo yo escoger el lugar”. Sorprendido por la respuesta, le tomó ambas manos, y las besó, en señal de arrepentimiento, como muestra anticipada de redención, aunque más bien, aquel gesto aparentemente sublime, no era más que un beso de Judas. De sus ojos, se desprendieron algunas lágrimas, las cuales cayeron sobre los
cabellos ondeados de la muchacha, en su secreción ocular se mostraba que ya no estaba vacío, mas, nunca se había sentido tan vivo como en aquel momento, le abrazó, y caminaron tomados de la mano, hasta el paradero de autobuses.
¿Dónde deseas llevarme?.- esa era la pregunta cada cinco segundos le hacía Christian, en cuyos labios se esbozó inconscientemente una sonrisa, olvidando por unos instantes la misión que lo conducía hacia Natalia. La besó profundamente, removiendo de sus entrañas todo lo que se encontraba perdido, adormecido, recóndito. Afloró dentro del joven todo el amor que alguna vez había sentido por quien deslizaba sus labios, jugueteando con su lengua. Había recobrado la capacidad de estremecerse tan sólo al sentir su respiración sobre él, sintió nuevamente lo que era palpar la piel de otra persona. Su abstracción se borraba de su alma, la luz iluminaba nuevamente su espíritu, en aquel minuto, supo realmente lo que era la felicidad. El autobús se detuvo frente a un gran portón negro, con piedras pintadas de blanco alrededor, ésta le llevó hacia un santuario. No había gente. Sólo eran los árboles, los santos, y ellos, nadie más.
Escalaron el pequeño cerro de arena, para ubicarse entre dos árboles, las ramas de los arces, sacudíanse dejando caer sutilmente sus hojas amarillentas, sobre las cabezas de ambos, resquebrajándose al rozar con el suelo, tras una mirada recíprocamente tímida y espontánea, Natalia desbotonó la camisa de Christian, descansó su mano a la altura del corazón, y le dijo: “está será la última vez, por eso te traje hasta aquí”.
Sus cuerpos comenzaban a entibiarse, el uno junto al otro, lentamente, sus pieles olían a tierra húmeda y a hojas secas, sus cabellos como la miel, sus respiraciones se tornaron aromáticas y dulces. Una vez más, consumaron su amor, bajo el resplandeciente y cálido sol estival. Parecía no haber ningún ánima, tan sólo dos estrellas refulgiendo por última vez antes de apagarse para siempre, sus manos acariciaban por última vez la primera y única piel que habían sentido, saboreado y respirado.
El joven, embriagado por el placer y la felicidad, permaneció abrazado a Natalia, hasta que el sueño se apoderó de éste, la muchacha respiraba el aroma de sus hombros, de su cuello, le besaba mientras descansaba sobre su cuerpo, ya entumecido por el viento que se había desatado. Crisóstomo se marchaba, aclarando sus dudas, lo del arma era sólo para despistar, sus intenciones eran tener contacto sexual con la adolescente. Caminó hasta alejarse evaporándose todos los malos pensamientos que tenía, ya sus sospechas se habían disipado.
De su bolso a medio cerrar resplandecía un trozo de metal, el cual, llamó la atención de Natalia, lo observó durante varios minutos, hasta que introdujo la mano para averiguar de qué se trataba. Había descubierto que el objeto que tanto escondía era un revolver. ¿Para qué llevaría consigo un arma de fuego?, ¿acaso iba a matarla?. Una sensación de ahogo y desesperación se apoderó de ella, vistióse lo más rápido posible para huir de él, sin que éste se diera cuenta, ya tenía claro que a partir de ese minuto, no habría esperanza de volverlo a ver, era el adiós definitivo, pero, al
momento de correr, tropezó con una rama seca que se posaba justo frente a ellos, el ruido despertó a Christian, el cual, estupefacto, colérico, miró con ojos dilatados a Natalia, interrogándole con el pensamiento.
- Me voy. Antes que me mates.
- ¿matarte?
- Vi el arma. –mantúvose inmóvil y más perplejo aún, paralizado, sin poder dar explicación alguna. Hasta que, repentinamente, casi por acto reflejo, extrajo el arma que estaba cubierta dentro del bolso negro, le apuntó durante varios segundos, amenazándola de eliminarla, desesperado al ser descubierto.
- Christian.... no lo hagas.... tu... me amas...
- Yo no amo a nadie. –gritó colérico-.
El grito se escuchó hasta las afueras del recinto, el pintor, quien ya se dirigía al paradero a tomar el autobús, sintió la violencia en las palabras de ambos y decidió acercarse, la duda se asomaba. Las manos que sostenían la pistola comenzaban a temblar, el joven palideció, se acercó lentamente hacia la muchacha, la cual, horrorizada, no hizo más que permanecer quieta, los nervios la paralizaron. Christian le abrazó, como si fuese la última vez que se aferraría a alguien, se adhirió a sus brazos, como nunca, desnudo, con el arma abajo pero aún sostenida por su mano zurda, lloró, le besó los labios y el cuello, finalmente, tras varios segundos de redención repitió:
-Fuiste lo único que realmente amé.
Tras aquella confesión, nacida desde lo más profundo de aquella alma nauseabunda, agónica, los ojos de Natalia se cerraron previamente, sentía miedo de oír el resto de su declaración, cubrió su oído izquierdo con la mano, víctima del pánico, sus párpados se apretaron hasta causarle dolor en el globo ocular, producto del estrepitoso ruido que habíase emitido, un ruido ensordecedor, Christian había tirado del gatillo.
Al abrirlos, no encontró más, que un cuerpo tendido, sin vida, con la cabeza abierta hacia ambos extremos, sangrando a chorros, inconteniblemente, exánime, ya sin señales de vida. En su mano izquierda, el arma suicida, el gatillo, permanecía aferrado a su dedo índice. Cuando ésta deslizó la mano por su cara para limpiar las lágrimas, encontró que estaba bañada en sangre, al igual que la tierra. Un enorme charco rojizo teñía trágicamente el santuario esa álgida tarde, un corazón había dejado de latir, un espíritu emprendería un vuelo eterno por la nada.
Se acercó, lentamente al cuerpo, lloró desconsoladamente, hasta desvanecerse completamente y sufrir un desmayo, fue ahí cuando Crisóstomo volvió en sí, corrió en busca de un teléfono público denunciando un suicidio. Treinta minutos más tarde, una ambulancia, y dos patrullas rodearon el lugar. Hicieron ingreso, los paramédicos, no cabía duda alguna que su cuerpo había fenecido, el color de su piel era diferente, violeta, azul, su sangre, ya se había enfriado, tomarlo era como coger un trozo de hielo. Envolvieron el
cuerpo con nylon de color negro, sellándolo con cinta de embalaje, y se lo llevaron al servicio médico legal, esperando vanamente que fuese reclamado, ya que no tenía a nadie más en el mundo, su madre había sido asesinada, y a su padre, poco le importaba. Natalia fue trasladada al hospital de urgencia, posiblemente, teniendo como secuela, una sordera crónica.
Despertó aturdida y desconcertada, observó el rostro de preocupación de sus padres, en su madre, las arrugas se habían surcado aún más, los ojos se le habían enrojecido de tanto llorar, y el peinado se había cambiado de lugar. Miraba a su alrededor atónita, sin encontrarle una explicación lógica a su estadía en la clínica, perdió durante unos minutos la noción del tiempo. Podía oír las voces de quienes permanecían a su lado, no estaba sorda, como un acto milagroso, aquella mano que cubría su oreja izquierda, le había salvado el tímpano. Instantáneamente recuperó la lucidez, las imágenes del suicidio reaparecieron en su mente, el arma en el bolso, cuando le apuntó, el abrazo de redención, el ruido del disparo, el cadáver tendido junto a sus pies, el desmayo. Todo lo que acaba de evocar le daba vueltas, provocándole intensas náuseas, además de un inmenso dolor del alma, su respiración se cortó, inhaló una bocanada de aire con dificultad, tragó de saliva para humectar su paladar, su garganta y su lengua, abrió la boca, tan sólo para decir: “ha muerto. Se ha muerto”. Volteóse hacia el costado de la cama y vomitó. Lloró dos noches seguidas, hasta que su organismo no resistió más, producto de la fatiga, permaneció sin despertar alrededor de tres días y medio, acompañado de una fuerte dosis de
sedantes, los cuales le eran inyectados cada cierta cantidad de horas, a medida que ésta se mostrase inquieta. En sus sueños se aparecía, le sonreía, le acariciaba sus hombros, le besaba, todo era tan hermoso, tan real, que deseó marcharse hacia donde se encontraba Christian mientras dormía, rezó durmiendo, para que esa noche, la vida se le extinguiera definitivamente, para que no sufriese al otro lado de la vida.
Al despegar sus párpados, la culpa se apoderó de ella, al desear traicionarlo, al declarar para que la policía lo detuviese, se llevase a cabo un juicio y finalmente fuese sentenciado a permanecer encerrado en un hospital psiquiátrico por el resto de sus días. Volvió a llorar. Deseó morir. Deseó vivir para pagar su deuda. Deseó sufrir para sacrificarse, para buscar el perdón por medio del dolor. Se recostó nuevamente, y un suave golpe en la puerta le señaló que llegaría la policía, a interrogarle. En efecto, un hombre bajo, con el rostro cubierto de pelos, uniformado, se acercó con una libreta de apuntes en la mano, le hizo declarar, y al finalizar la entrevista, el hizo entrega de una carta.
Guardó el sobre entremedio de la almohada y su funda, esperando a que el oficial se marchase para dar paso a la lectura de la misiva, el policía cerró la puerta de golpe. Tomó el sobre de donde lo había escondido, más, no se sintió capaz. Esperó a que se le diera el alta.
Días más tarde, al evolucionar positivamente su crisis nerviosa, gracias a la inyección de fármacos y sedantes, pudo retornar a su hogar, más tranquila exteriormente, pero con un vacío en el alma
Que le hacía arder por dentro dejándole nada más que cenizas, lidiando con la agonía interna, el remordimiento le perturbaba, jamás volvería a ser la misma. Jamás.
Aquella mañana de Domingo, el sol refulgía como hacía mucho que no lo hacía, su luminosidad alcanzó incluso para ella, quien, estaba dispuesta a leer, por fin, la epístola póstuma de Christian, sería una mañana diferente, diferente a todas las mañanas de Domingo que vivió durante diecisiete años. Aquella mañana la exculparía de todos sus pecados, el sol resplandeciente, era la mejor señal, el día era propicio para leer la misiva.
Peinó cuidadosamente su cabellera, ordenó los libros de su dormitorio y los sacudió, limpió su dormitorio, bebió un vaso de jugo de naranja, mientras, recostada en la cama, se dejó llevar por la inspiración, escribió en un cuaderno, línea tras línea sin interrupciones, cuidando el orden y la letra, luego, las páginas escritas, las arrancó de la libreta y las colocó dentro del cajón del velador, junto a otras pertenencias y un pequeño árbol de madera que ella tenía pensado obsequiarle a Christian algún tiempo atrás, no pudo evitar cogerlo, no pudo evitar contemplarlo, no pudo evitar llorar. Cerró sin llave el velador, comenzaba a escribir otra nota, ésta, la ubicó sobre la cama, del dormitorio de sus padres.
Llevó la figura de madera consigo, en su puño derecho, mientras su mano izquierda sostenía el sobre aún sin abrir. Miró desde la ventana hacia la entrada, con la esperanza de encontrarse nuevamente con Christian, quien, la esperaba afirmado de la reja horas antes del disparo, permaneció alrededor de media hora,
sintiendo su presencia dentro de sí. Ésta vez, no sería muy diferente, el ánima vagante de su enamorado la esperaría en las puertas de la muerte, y juntos, juntos darían un eterno paseo por los espacios infinitos. Natalia saboreó la idea muy bien antes de llevarla a cabo, nada se lo impedía, estaba completamente decidida, nada tenía que perder, sólo esperar. Cuando ya se sintió segura del todo, de poder dar el gran paso, se desnudó, posó su cuerpo sobre la tina de baño, y dejó correr el agua. Rompió el sobre con un abrecartas de metal, extrajo el papel, y comenzó a leer la carta, mientras se sumergía lentamente de espalda, esperando a que el agua gélida alcanzase y traspasase sus fosas nasales, le arrebatara paulatinamente la respiración, y la condujera por una senda dulce y placentera hacia el reencuentro.
The END
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