Carte Blanche - (Odi Profanum Vulgus)- Cartero Loco


"La cordura consiste en comprender un solo aspecto del mundo con un grado de insuficiencia tal, que la realidad cobra sentido y se reduce a él. "
Omnifabulario de Natdul


De encontrar y perder cosas se trata la vida. Todo se reduce a eso.
Limpiar la habitación de días pasados, despojarla de aquellos souvenirs adquiridos-adheridos a nuestra biografía significa acaso efectuar un último balance, un racconto final, un itinerario azaroso por un tiempo ya ajeno.
Hojear un álbum de fotos, puede ser un modo de cambiar el sentido y paso del tiempo, transformándolo en algo así como granos de arena que podemos escurrir entre los dedos a la velocidad y dirección deseadas.
Y no es inusual que de entre los álbumes de fotos olvidados en los confines de la vida, caiga algo, largo tiempo olvidado y lleno de polvo. Algo como un sobre.
Un simple sobre de carta, amarillento, sin estampillas, que no recuerdo por qué guardé, que no recuerdo por qué no abrí.

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Caminaba a buen paso, repartiendo la correspondencia por media ciudad. Gastaba suelas. Se ha oído muchísimas veces a los ancianos sabios sentenciar que el polvillo de las calles de Natdul está compuesto por diminutos restos de las suelas del calzado de sus habitantes, pacientemente formado y acumulado a lo largo de los siglos. Es de suponer que varios centímetros del polvo son sin duda obra de los carteros; quienes, como él, estrechaban los lazos ancestrales de la comunicación, del modo correcto, como debe hacerse: en silencio.

Casi siempre caminaba a buen paso, repartiendo sus cartas y tal vez algún caramelo a los niños que acudían a recibirlo en los barrios, a los gritos y corriendo a su lado. Y quizás una o dos patadas a los perros que no querían ni podían entender que no se debe matar al mensajero.

Caminaba a buen paso. Pasos cada vez algo más cortos. —Cómo pesan estos zapatos—pensó (o dijo) un día. Y otro _las desgracias no son rengas_ se encontró jubilado, sin nada que hacer, y sentado en su mecedora. Los chiquillos jugaban a la pelota, bajo su mirada.

No vio el auto. El niño tampoco. Sólo sabe Dios si el conductor vio algo. El auto se fugó, calle abajo, acaso más rápido que como apareció.
Él, otrora tan ágil, llegó rengueando al costado del jovenzuelo. No supo qué hacer. A los gritos pidió una ambulancia.

No hay momento más terrible que cuando se hace notoria la impotencia de uno ante las cosas de la vida.

Sólo pidió más tiempo para el niño.

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"Cartero Loco" reparte cartas sin estampillas en el Hospital. Ha hecho buenas migas con "El Místico". No dice mucho, ni tiene familia. Cada tanto se fuga, vagando por las calles de noche dejando sus cartas sin mensaje, sin remitente ni estampillas en los hogares de aquellos casi sin tiempo, enfermos terminales, ancianos o parientes de accidentados. Tiene una habilidad increíble para escapar y más aún para dejar las cartas en los buzones de esa gente.


Rumores comenzaron a recorrer Natdul, de sobres vacíos que anunciaban muertes al abrirse. O al ser abiertos, para ser precisos, porque hasta donde se sabe, ningún sobre se abre solo. Puras habladurías, sin duda: Lo único real era que se había encontrado a varias personas muertas con un sobre en blanco, entre los dedos.

Hallaron al viejo cartero, acurrucado en el Museo Metropolitano. Eso mismo dijo el periódico. Nada más. No habló de muertes, ni sobres, ni del haloperidol que le inyectaron. Y mucho menos de la charla.
Mucho menos de la charla.

—No lo abra. Es su tiempo lo que hay dentro, le queda mucho ¿sabe usted? Sería una pena desperdiciarlo.—comentó.—Tiempo, tiempo reparto.—dijo con aplomo y enormes ojos brillantes, mientras entregaba este sobre entonces blanco _ahora amarillento_ que es sostenido.
—Es que el tiempo es bueno, hace que la gente pueda leer sus cartas y que los niños crezcan. Quizás hasta nos cure del peronismo que quiere invadir Natdul.

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Dicen, él falleció hace años.
No era el mismo que entregara el sobre. Su espalda se encorvó acaso por la medicación, sus rodillas cedían con frecuencia _Era ya viejo_ .
Cuentan que no hallaron un cuerpo, sino que sólo encontraron un sobre, las ropas, polvo y viento, y en lugar de recuerdo, acaso silencio.

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Tomó el sobre entre los dedos, dedos de médico, de psiquiatra: Más hábiles en la manipulación de ideas o bisturíes que de sobres de papel.
Recordó su infancia, los partidos de pelota, su miedo a los automóviles, el yeso, la internación, los dolores, la renguera final.
—Mi tiempo está acá adentro.— se dijo y sonrió. Lentamente abrió el sobre amarillento.
Se dio cuenta de pronto: Ya no era el mismo que abriera el sobre instantes antes.

La espalda se le encorvaba, sus rodillas amenazaban ceder mientras se aproximaba al lavabo.

—Tengo la garganta seca— se diría mientras abría el grifo.

Bebió de su mano con los ojos cerrados.

Al verse en el espejo gritó.
No vería acaso el automóvil._ El dolor fue breve _.

Luego, sólo polvo y viento.
Y tal vez, este silencio.