Era noche avanzada y Eduardo daba vueltas en su cama, el sueño lo vencía y él se esforzaba por permanecer despierto, tenía terror a sus pesadillas nocturnas, eran siempre las mismas. Un hombre de aspecto grotesco, con una cabeza enorme y largos dientes amarillos se acostaba a su lado tratando de morder su cuello, despertaba sobresaltado, cubierto de sudor y el corazón retumbando como un tambor.
Desesperado, visitó un curandero recomendado por unos amigos.
Ingresó al consultorio del “Mano Santa” con aprehensión; un cuarto mal iluminado, una camilla al fondo cubierta con una cobija desflecada, a un costado una mesa de madera y dos sillas desvencijadas, en un mueble, gran cantidad de santos de yeso, crucifijos, velas encendidas, frascos con pócimas y yuyos para infusiones. El curandero pasó sus manos por la cabeza y cuerpo del paciente a la vez que convocaba a las almas de difuntos, lo salpicó con una solución blanquecina y concluyó vaciando sus bolsillos y billetera ofreciéndole brebajes milagrosos y consultas diarias que no lograron desterrar sus pesadillas. Eduardo tomó una determinación, llevó un cuchillo a su cama, en sus sueños esperó al monstruo y le cortó la cabeza.
Actualmente delira con que un decapitado chorreando sangre, yace sobre su cuerpo.
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