Tus ojos saben a pan y madrugada
como cuando te veo y reconozco el tiempo
como cuando despierto y saboreo tu boca intrínseca
que no se mueve, que sabe a ti
pero resulta que no la encuentro, resulta que desaparece
como si en medio de toda aquella penumbra se desvaneciera
con tu cara, al igual que tus ojos, al igual que tu piel,
y
así quizá tuviera la oportunidad de buscarla, de hundirme y
de librar aquella lucha de siglos entre bocas tibias
con la cual solemos enamorarnos y de buscar el momento
en que por fin, en que por fin… nos encontremos.
Pero empecé hablándote de tus ojos y terminé en tu boca
no me alejé demasiado, ni quise hacerlo pero tuve oportunidad,
esa oportunidad con la cual viven los enamorados pecadores
y
quise saber a que huelen tus labios desde el primer momento en que te vi,
me refugié en ese supuesto que viene en los sueños, pero me negué a aceptarlo
me negué a un supuesto, quise comprobarlo: no pude, no te encontré.
No he perdido esperanzas ni tiempo ni sueños recurrentes,
al igual que la cara que no es tuya ni mía, que alguna vez se llegó a perder
entre penumbras y que se desvaneció como tus ojos que parecen dos estrellas que se difuminan en el cielo de tu cara, y que no encuentro, y que sé a que saben y veo que no se mueven, que intentó saborearte la boca intrínseca y que cuando despierto no reconozco el tiempo, y lo único que veo, soy yo, comiéndome la madrugada en el empezar del pan, viendo tus preciosos ojos.
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