Catedral sin salida
La verdad al comienzo no se entendía cuál era la entrada, o al menos cual de las puertas se podía usar para entrar; después de probar muchas veces vimos uno de los enormes bloques de madera ceder, abriendo un pequeño pasaje hacia la otra atmósfera. Obviamente el frío y la oscuridad no salían de su medio, pero tampoco dejaban entrar a sus antagonistas; de hecho el cambio no tenía etapas intermedias, sólo los ojos mientras se dilataban podían hacer creer que había un proceso de entrada; en realidad no había tal proceso, simplemente se entraba y todo cambiaba inmediatamente. De una atmósfera a otra sin cambiar casi de planeta.
Aunque la oscuridad pareciera agobiante, la temperatura y la presión bajas desencadenaban una falsa sensación de ligereza y libertad al desplazarse, inhibida poco después por el complejo de culpa e inferioridad que imponía el ambiente. Podía ser el deslumbramiento o el hecho que todos los demás actuaran igual, pero sólo nos lográbamos mover despacio, con mirada atenta pero tratando de no hacernos notar, mostrando un interés que garantizara al mismo tiempo pasividad respetuosa. Es naturalmente un espacio cerrado, pero adentro como afuera tiende al infinito, las columnas como robles milenarios suben hasta los arcos-ramas construyendo un techo como un cielo, tan lejano que inspira el imposible sueño de la ascensión. El primordial deseo de subir hasta la ultima frontera perceptible. Las bóvedas en piedra cierran del todo esta selva fría de los hombres. Y acá, mucho mas abajo, el piso es un gigantesco ajedrez de círculos, ondulaciones, flores y rombos ensamblados por millones de fragmentos geométricos de minerales colorados. A veces, rendijas pesadas delatan espacios subterráneos; bajo el piso se oyen gentes, coros; se perciben olores y temperaturas diferentes. No sin desconfianza se puede acercar, tal vez pararse sobre ellas, probar si resisten nuestro peso y ver - o mejor - no ver nada de lo que se siente debajo.
Periódicamente alguien encargado seguramente sólo para eso (y pagado, quien lo supiera, tal vez con las monedas y billetes de las tan frecuentes cajitas de ofertas infaltables a los pies de cada santo) acallaba la multitud que puntualmente, y después de un cierto periodo, volvía a los discretos niveles de algarabía irrespetuosa que determinaban de nuevo la entrada en acción de su ostentoso: ¡shhh!. Nos miramos y notamos que habíamos estado prácticamente hablando, cuando acá cuchichear (si no se está hablando con el interlocutor celeste) era ya una señal de que se estaba turistiando, comentando del angelito aquel, de la tumba ésta con la calavera en mármol tan macabra, de ésta otra que era de una princesa o algo así, de los vitrales y de las sillas que seguramente si son nuevas.
Seguimos caminando como deslizando, mucho más cautos que antes, porque aunque uno no comparta la fe siempre está el respeto por delante, no queríamos ser notados por vulgares, es más, no queríamos ser notados para nada.
Será el mismo intento de hacerse ínfimos que los hace resaltar, y ahora más que nunca visto que el bus de los alemanes y el de los japoneses se está llevando su ganado para otra meta turística. Parece que son los únicos visitantes en el templo, justo a la hora de la celebración de la ceremonia litúrgica.
Había tanto movimiento que no sabía que pensar, monaguillos que corren, velas encendidas y mucha gente que se dispone adorante frente a un altar recién preparado y perfumado, distorsionado en la lejanía por el calor de las velas y el humo del incienso, con varios indumentos de oro o al menos dorados que serían usados por el ministro del señor (del señor de ellos) en la futura misa; es más, en una próxima, en una inminente misa. Sólo esto faltaba: entrar justo a la hora de la misa.
¿Acaso eran las seis? ¿O las siete? O...¿a qué hora se hacen las misas?. Pensé que seguramente nos invitarían cordialmente a salir, notándose “claramente” que no éramos fieles que viene a cumplir con el sacramento sino viles turistas. No era nuestra culpa; si estas viejitas no se vistieran tan oscuro, si no caminaran tan lento y miraran un poco más las cosas tal vez hubiéramos podido confundirnos entre ellas, y aunque no lográramos nunca parecer autóctonos al menos no turistas.
Parecía que nadie nos hubiera notado, como si fuéramos invisibles o simplemente... ¡uno de ellos! Si, seguramente mi idea de vestir discretos había funcionado. De hecho lucíamos unos vestidos muy disimulados; lastima esos malditos tenis que ella había querido ponerse a toda costa, si no fueran tan rechinantemente blancos. La cámara al final de cuentas era pequeña y llevada con indiferencia podía parecer una simple maleta. Los mapas estaban bien guardados en su lugar y las gafas oscuras... bueno, también a un pobre parroquiano puede molestarle el sol, eso no tiene nada de malo. En cuanto al morral con sanduches, gaseosa y papas fritas... mientras no se conociera el contenido no se podía pronunciar sentencia; era probable entonces que hubiéramos pasado por gente local que se disponía a seguir la misa, por otro lado si no fuera así ya nos hubieran acompañado gentilmente a la salida. Pero eso sí el error había sido de ellos y no nuestro, por lo tanto no nos fuimos pero tampoco quisimos participar a la comedia esa; aparte del hecho que nunca he logrado entender cuando toca pararse y mucho menos sé completarle la frase al cura. Cuando era pequeño siempre me despertaba en la misa tratando de imitar a los demás, balbuceando un sonido parecido al final de la frase que todos repetían. Pero esta vez era diferente, se aprovecharía la calma del templo para visitarlo tranquilamente, sin turistas entre el lente de la cámara y el cuadro, sin japoneses en fila delante de la estatua, sin guías con una banderita en la mano para non perder a sus ovejitas y de pronto hasta con música de fondo... para algo debería servir el coro que se oía en los sótanos.
Por más que uno se crea erudito y quiera mirar todos los detalles, por más que la idea de pensar que no se volverá nunca mas a este lugar nos llevaran a darle la vuelta a la iglesia miles de veces, llega un momento en el que sinceramente es suficiente, no es necesario tratar de absorber mas de la monumental obra, se siente exorcizados del peligro de haber tomado a la ligera el templo, la visita termina; le habíamos sacado todo el jugo al ligar, habíamos sabido aprovechar al máximo nuestra envidiable conciencia artística y cultural que esos japoneses con tres cámaras al hombro ni se soñaban. Era hora de salir. De ir a devorar, en modo correcto, y no como turistas, otro sitio de interés que nos habría de aconsejar nuestra infalible guía turística. Sólo que la puerta parecía ser aun más pesada de cuanto de hecho parecía a la vista, era posible que no fuera esa la salida, al fin y al cabo a éstas iglesias les hacen siempre tres y hasta cuatro puertas; tanto que algunas son sólo para el papa, o las puede abrir solo el papa, o sus amigos, o quienes quieren ser sus amigos sus amigos, en fin. Sin embargo me acordaba que la puerta abierta era la del centro, que tenía un santo, un rey o alguien que parecía que nos miraba cuando habíamos entrado.
De hecho la entrada no es siempre la salida.
Había llegado la hora de ir con el rabo entre las piernas donde algún monaguillo, reconocer que no éramos feligreses y que queríamos irnos, salir, o... no, no era necesario humillarse tanto, uno puede aburrirse del sermón y querer irse un poco antes a la casa ¿o será que tiene que necesariamente que oír el ”vayan en paz" del cura? Me parecía una complicación técnica bastante poco religiosa, si uno hace el esfuerzo de venir hasta acá ya cumplió con dios ¿o, no?
De todos modos no había a quien pedirle ayuda, todos estaban reunidos entorno al ministro del señor (de su señor) y rezaban monopolizando toda la luz y el ruido del lugar. Eran como la única fuente de energía de la iglesia, una pequeñísima masa que difundía luz y calor abarcando sólo una ínfima parte del espacio. El monótono acompañamiento del rezo retumbaba por ser el único sonido admisible. Sin darnos cuenta la ceremonia se había tomado la catedral. El ambiente estaba completamente alterado, no parecía la misma iglesia. La ausencia de la tecnología de los japoneses hacia perder las referencias cronológicas, la luz de las velas no dejaba reconocer a través de los vitrales si era de noche o de día. No se veían oscuros, pero tampoco proyectaban luz hacia adentro; podría ya haber anochecido. Teníamos que salir, quería ver un McDonald’s, sentirme en el siglo XX.
Podía parecer ridículo pero empezaba a desesperarme, realmente la situación era ridícula, estábamos en una iglesia, no hay lugar mas seguro, bastaba esperar que acabara la ceremonia y salir con todos los demás.
Solo que mi idea del tiempo es muy diferente de la suya.
Solo que la misa no parecía terminar nunca: cantos, rezos, ceremonias, plegarias una detrás de otra sin mostrar una sucesión lógica que hiciera suponer un final. Me parecía que habíamos esperado horas, decidí acercarme a los feligreses, mi mujer me seguía, parecía estar distraída y tranquila.
A poca distancia se notaba que el zumbido coral estaba compuesto por pequeños murmullos todos diferentes, cada uno con un tono propio. Debían ser personas especialmente creyentes por que parecían singularmente concentrados, con los párpados cerrados con fuerza como tratando de hacer llegar la propia plegarias mas alto que las demás; mas cerca de dios. Las manos entrelazadas con los huesos evidenciados bajo la piel por la presión de la fe que las apretaba. Busqué el que parecía menos transportado por el fervor, pensé que con él me sentiría menos sacrílego interrumpiendo su contacto con el señor. Parecía que en esta iglesia el señor tuviera una cobertura excelente, la conexión debía ser tan buena y fuerte que parecía imposible desligarse. Una a una las ovejas del rebaño desatendieron o simplemente rechazaron mis solicitaciones, seguían obedientes e inmutables los imperativos litúrgicos de su pastor. La mayoría simplemente no me oía desde lo hondo de la propia oración, otros parecían mas bien estar simulando la propia lejanía, cuando desesperado les tocaba en tono respetuosamente vocativo la espalda o el hombro respondían con un mudo ¡shhh!, se llevaban un dedo a la boca separando las manos entre sí y la mente de dios por un segundo. En el momento de atención que obtenía veía siempre caras de sorpresa e indignación por haberme atrevido a tanto, parecía inatural no tanto el acto en sí cuánto el hecho de no estar rezando. La transgresión no era haberlos interrumpido si no haberme separado de mi plegaria, poder acercarme a ellos por haberme alejado de dios.
Habiendo recorrido toda la platea, o al menos cuanta necesaria para notar la inutilidad de la empresa me vi sin mas cartas para jugar. Luego vi mi situación desde afuera, me imaginé cuando tuviera que narrarla a alguien y noté como era ridícula; encerrados en una iglesia. A alguna hora tendrían que a salir, o entrar, entrar como nosotros, alguien debería entrar tarde o temprano.
Corrí hacia la puerta haciendo un ruido inevitado descaradamente. Como emocionado con el nuevo plan esperé que alguien entrara no sin antes tratar de abrir hacia adentro la puerta; descubierta la imposibilidad de halar la puerta plana – tratando de simular alguien que empujara desde afuera – me paré a esperar sin notar que mi actitud no cambiaba mucho la situación, sin notar que nadie había entrado desde hacia horas...¿días?
Me apoyé de espaldas a la puerta, a esa puerta con el santo afuera que reía cuando nos dejaba entrar; miré hacia el altar y vi que no veía a mi mujer, se había quedado con los demás.
Poco a poco se termina por contagiarse.
¿Dónde se había metido? Yo suponía que se había quedado con el resto del rebaño porque no había otro lugar a donde ir, pero tal vez estaba buscando otra vía de fuga, cosa no muy inteligente visto que dos cabezas piensan mejor que una, que el trabajo en equipo es mas... ¿cuál equipo? Hacia años - es decir - hacia mucho que no pronunciaba palabra; desde que habíamos entrado a la iglesia sólo me seguía como imitando mis expresiones faciales que habían ido desde la admiración típica del turista, hasta la cara de ratón encerrado que seguramente ofrecía al publico en ese momento.
Me parecía que no era el caso de dividir y por lo tanto reducir a la mitad mis energías entre buscar la salida y a la mujer, era también un problema suyo salir de acá, entonces era mejor que no causara mas problemas; es más, de seguro lo que estuviera haciendo seria útil, el mínimo que había hecho hasta ahora no me había ayudado de seguro pero tampoco había sido un problema. El hecho es que estaba pensando siempre en primera persona: “no me había ayudado a MI”, “no era un problema para MI” ¿por qué? ¿Por que razonaba en ese modo? Deberíamos ayudarnos los dos, debería haber sido nuestro problema ¿o no?...
Entonces corrí hacia el altar aun sabiendo que así abandonaba la ultima esperanza, la esperanza de salir antes que se cerrara la puerta mientras alguien entraba. Pero es que no quería que ella... no quería ver lo que efectivamente veía a lo lejos, estaba sentada tranquila con los demás. Era posible de todos modos que estuviera exhausta y no habiendo mas sillas a disposición... solo que no parecía descansar, actuaba como los otros, parecía estar rezando, balanceándose al ritmo de los coros, parecía... parecía por fin... ¡era uno de ellos!
Me acerque finalmente y al verla detalladamente no cambié mi impresión, todos mis artilugios matutinos para pasar desapercibidos parecían ridículos ante esa expresión fervorosa y ausente que la hacía un peregrino más. Me senté a su lado.
Se ven tan ridículos con sus vestidos turista disimulado, de turista que e4s turista pero odia al turista y no se le quiere parecer. Sin embargo no olvida los zapatos cómodos, cámara al hombro, sombrero o gafas para el sol y un buen mapa de la ciudad a la mano. “Es que son cosas necesarias para poder conocer bien un sitio, pero eso si no vamos a Mc Donald’s ni compramos souvenir”. Y creen que por eso no los voy a reconocer, con su carrito utilitario que ni el fabricante más ambicioso calcularía que lograra llegar hasta acá.
Han aceptado el consejo de su libro para turistas, aunque ellos no lo sean, al menos no como un turista cualquiera, pero es que “¿si no como hacemos para no perdernos de nada interesante?”. Y ahora entrarán en mi casa habiendo antes leído las recomendaciones para no perderse ningún detalle de interés.
Padre nuestro que estás en los bla bla bla hágase tu voluntad bla bla bla... por fin entra alguien mas, ya era hora, hace mucho que no venia nadie a dar una vuelta por la iglesia, a conocer las estatuas y los vitrales, a dar vueltas y mas vueltas y finalmente desesperase hasta atreverse a ¡shhh! interrumpir a quienes estamos rezando. Perdona nuestros pecados así como bla bla bla...
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