Al despertar estabas a mi lado todavía.
Tu mirada era triste. Tenías los ojos rotos.
Habíamos mojado la cama de tanto sudar esa noche. Teníamos sed. Entonces tomé nuestros vasos de whisky para echarles algo de bebida y hielo. Esta vez, sin licor.
Tus ojos me dejaron un tanto ciega y tropecé torpemente por la escalera. Recuerdo mi grito mudo que no escuchaste.
Había mucho dolor en ese ambiente. Subí a nuestro dormitorio en medio de las tinieblas y te extendí los vasos con mis manos sangrantes.
Me acosté mirando tus ojos rotos mientras tú metías tus dedos en mis cuencas vacías.
Texto agregado el 14-10-2005, y leído por 245
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