Había mucha gente, como en todas las terminales, supongo, y mucho más en época de veraneo. Claro, la gente siempre quiere escapar de Buenos Aires cuando hace calor. Colas interminables para sacar los pasajes. Ella estaba delante de mí, hermosa, con su pelo negro, sujeto con una vincha. Se dio vuelta y sus ojos sé encontraron con los míos. Nos miramos unos segundos, los suficiente saber que sentía adoración por esa mujer que es la más hermosa que jamás haya visto. Por el número que tienen los boletos, me di cuenta que iríamos sentados juntos. Volvió a mirarme con, una sonrisa, mientras contaba el dinero que le habían dado de vuelto.
Algunos de los que seguían en la cola, no la miraban, la devoraban con los ojos sedientos de las fieras que quieren atrapar la presa.
Debo confesar que estaba trastornado por los celos, cuando la veía caminar con toda la gracia de una gran dama.
En un costado del micro, sobre la plataforma, estaba lleno de bolsos y valijas. Y seguía llegando gente con más bolsos y valijas repletos con todo aquello que seguramente, jamás van a usar estando de vacaciones.
Comenzamos a subir, y los parlantes anunciaban la partida y el destino del micro. Ella subió primero, mejor dicho; le cedí el paso con cara risueña.
Uno de los choferes, el que pedía los pasajes, se hizo el simpático diciéndole un chiste que solo a "él le dio gracia.
Qué tarado! - dijo ella entre dientes- Y yo, con toda la bronca del mundo, pensé...ma, qué tarado , Qué boludo!. Bueno; lo cierto es que, me alegró que ella haya dicho eso.
Tenía una revista sobre sus piernas, yo otra en la mano. Me contempló unos segundos, y sonriéndome, se puso a mirar por la ventanilla. Momentos después el micro se puso en marcha.
En el asiento de atrás, una gorda con voz chillona, le contaba a otra gorda que estaba del otro lado del pasillo, todas las enfermedades que había tenido.
Creo que si. Deben de haber sido todas, porque no terminaba nunca.
La otra...bueno, también tenía las suyas.
La causa de todo, -decía- es que antes yo era muy gorda. Ahora, como usted podrá ver...estoy en 67 nada más. Cuando dijo el peso, me di vuelta mirando para atrás muy disimuladamente. En el fondo, una pareja se miraba acarameladamente tomados de la mano.
Parada en el pasillo, una rubia de esas que, solamente hay en las películas, buscaba algo en un bolso que estaba en el portaequipajes. Un jovato sentado junto a ella, la miraba de pies a cabeza como diciendo: esta es la mía!. Y...se paró, nomás. Todo baboso, queriendo ganar puntos. Y...para colmo; toquetón el hombre. Agarrando una punta del bolso y rozándole la mano a la rubia, le dijo:
- Estas cosas son para hombres. Déjeme a mi, que para estas cos... No tuvo tiempo de decir más nada.
Como una tromba, se levantó un negro morrocotudo, también de las películas y dijo:
-¿Te ayudo, querida?
El jovato comenzó a sentarse lentamente hasta desaparecer en el asiento. Me di vuelta para acomodarme y de paso mirar a la gorda que dijo pesar 67 kilos. Otra que 67, 167, por lo menos!. La prueba era el señor que estaba sentado a su lado, todo achicharrado. La gorda ocupaba las tres cuartas partes de las dos butacas. Y seguía hablando: de la vesícula y de las operaciones de una amiga.
Me acomode para leer mi revista, pero...la fantasía rondaba mi cabeza. Miré‚ hacia la ventanilla y ella me contemplaba sonriente.
La convidé‚ con garrapiñadas.
Ella, siempre sonriendo, dijo: uno solito, gracias. Después me pidió permiso para pasar. Se dirigió al baño que estaba justo en el centro del micro. Volvió con un vaso de naranjada. ¿Querés?. -me preguntó.
Tomé‚ un traguito.
Gracias.-le dije dulcemente- Ella ojeaba su revista, y yo la mía. Y así, me quedé‚ dormido.
Desperté con mi cabeza apoyada en su hombro derecho.
Ella medio incómoda, me miraba con su rostro de diosa.
Volví¡ a quedarme dormido, pensando en esa mujer, que era como un símbolo de ternura. Entre sueños me di cuenta que me estaba acariciando el pelo. Sus labios rozaban mi cara dulcemente. Yo tenía entre las mías, una de sus manos. De pronto, se encendió la luz. Abrí los ojos, nos miramos en silencio. El chofer gritó Tandil!. Ella dijo; vamos nene! ya llegamos. Yo le contesté;
-Sí mami.
Omar Ordóñez
5-1989
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