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Buenas intenciones
Fido corrió hacia Jacinto y lo mordió. Lo agarró con toda la potencia de sus mandíbulas y no quería perdonarlo. Estaba sordo, estaba ciego de ira. Que Jacinto haya osado poner sus feos brazos sobre la espalda de su amo era una abominación. Por eso, Fido no lo pensó ni dos veces. Corrió, saltó, gruñó y derribó a aquel tipo odioso. Estaba orgulloso de su fuerza, de su destreza y, sobre todo, de la muestra de buenos reflejos que acababa de ofrecer frente a su amo.
Fido no soltaba a su presa. Se aferraba a Jacinto con los colmillos. Al pasar cinco segundos, le dieron ganas de reanudar sus fuerzas y buscó la mirada de su amo. Sí, ya la quería ver: una de esas miradas asustadas y agradecidas. Lo buscó a la derecha, a la izquierda, agudizó el oído y por fin reconoció la voz de su amo querido: “¡perro hijo de puta!, ahora sí te voy a moler a palos, ¡soltalo!,¡soltalo!, disculpame primito, ahorita te lo quito...”
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Texto agregado el 15-10-2003, y leído por 188
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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10-01-2008 |
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jajajaj que chistoso... ojalá a winy nunca le pase!!! mapachita |
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15-10-2003 |
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jajaja, buena técnica narrativa. Asesina_Serial |
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15-10-2003 |
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Eso siempre pasa cuando ofreces lealtad a perros batichica |
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