Antonio pensó –soy el hombre más dichoso de todo el mundo-, al mismo tiempo que observaba como el colectivo se alejaba por la avenida desierta. Sabía que allí iba la mujer de su vida y en ella estaba la ilusión de vivir completamente feliz el resto de su existencia. Dio media vuelta y corrió unos cuantos metros, se sentía extasiado como si estuviera bajo la influencia de algún narcótico o elixir amoroso. Estaba obnubilado e inmerso en su recuerdo más inmediato, ese que le evocaba los momentos de alegría que acababa de experimentar apenas unas horas antes. Pero se detuvo buscando mecánicamente con su mano izquierda unas monedas en el bolsillo del pantalón para pagar el boleto en la taquilla y así poder abordar el tren que lo llevaría hasta su destino próximo. Miró su reloj y se dio cuenta que ya pronto sería media noche y comprendió que si no apuraba el paso el último tren de la noche lo dejaría varado en un lugar desconocido. Comenzó a andar más aprisa y descendió por unas estrechas escaleras, ya estando abajo siguió a su izquierda y llego directamente a la taquilla pagando la cantidad exacta –me da un boleto por favor, ¡pero rápido que me deja el tren!- dijo Antonio. Cogió el boleto sin mirar siquiera a la mujer que se encontraba detrás del cristal de la taquilla, sabía que si no corría estaba perdido. Introdujo el boleto en uno de los torniquetes y de dio grandes zancadas hasta llegar a otras escaleras que subió inmediatamente, cuando se encontraba a la mitad de éstas escucho un timbre que advertía la partida del tren. Subió rápidamente y al llegar al andén observo como milagrosamente un pie impedía que las puertas del vagón se cerraran por completo y estas se abrieron automáticamente. Cuando estaba dentro y más tranquilo supo que un hombre pequeño había sido su salvador, agradecido dijo con una voz muy agitada –¡gracias pensé que me dejaba!-.
Inspecciono el vagón y noto que se encontraba casi vacío. Apenas unas cuantas personas iban en él. Ocupo en el asiento más próximo a su izquierda sintiendo un gran alivio y diciendo entre dientes –que suerte-. Antonio movió un poco el rostro y casi frente a él vio el cartel que señalaba las estaciones que le faltaban, eran cinco para llegar al lugar donde saldría el camión que lo dejaría a unas calles de su casa. Nuevamente observo su reloj, eran las 23:50 y se percato de que estaban llegando a la siguiente estación, deslumbrado por la gran intensidad de luz que había a los costados del tren. Hecho una mirada fuera del vagón y noto que el anden se encontraba completamente vacío. El vagón fue invadido por un profundo silencio, escuchándose apenas a lo lejos un silbido proveniente del oscuro túnel dejado atrás. Antonio sintió recorrer un gran escalofrío y se froto los brazos, nuevamente sonó el timbre y se cerraron las puertas del vagón. Antonio perdió su vista en los anuncios publicitarios que pasaban ante sus ojos cada vez más a prisa, hasta que una ráfaga de luces le provoco un leve mareo, que desapareció en cuanto sus ojos se quedaron inmersos en la oscuridad. Al instante sintió un gran vacío en el estomago, cortándole un poco la respiración. Se sentía sofocado. Penso que algo le iba a suceder. Tenía miedo. En ese momento inspecciono el vagón y vio que el hombre pequeño no le quitaba los ojos de encima, con una mirada que le taladraba hasta los huesos. Rápidamente paso la mirada al costado contrario y noto que un par de jóvenes con chaqueta de cuero negro iban hablando y lo observaban insistentemente. Antonio sintió pánico y de inmediato bajo la mirada, visualizándose a sí pálido, sintió como la sangre le bajo de golpe. Sujeto fuertemente con su mano el tubo que estaba a su derecha y penso –tienes que bajarte en la que sigue. Su mano izquierda recorrió lentamente su cabeza, deteniéndola en la nuca e inclinándola a su izquierda.
Respiraba cada vez mas a prisa como si el aire estuviera escaseando, sentía que su boca y nariz eran insuficientes para jalar todo el aire que necesitaba le empezó a escurrir el sudor por sus patillas y casi como en cámara lenta sintió como una gota de sudor se deslizaba muy lentamente por su mejilla, pasándole por la quijada y recorriendo todo su cuello, hasta disolverse en su camisa sport.
Apretaba más fuertemente el tubo y se lamentaba de haber abordado ese tren y ser tan cobarde. Fue entonces que el tren llego a la próxima estación y la mana sudorosa que sujetaba el tubo empezó a temblar. Las piernas de Antonio no tenían fuerza y comprendió que había perdido toda energía para realizar movimiento alguno.
Se quedo congelado, muy lentamente logro alzar la cabeza y vio como los dos jóvenes de chaqueta de cuero se levantaban de sus asientos para caminar a la puerta y salir del vagón entre risas mientras lo miraban sonó el timbre y el tren avanzo dejando atrás el temor y el miedo de Antonio.
Antonio esbozo una leve sonrisa y dijo para si.- carajo, que entupido soy-
Ya más tranquilo volvió a mirar al hombre pequeño y se animo a sonreírle, este le regreso el gesto muy cortésmente con un movimiento de cabeza, regreso el rostro e inspecciono nuevamente el vagón, vio que a su derecha estaban sentados unos novios que iban abrasándose y besándose más allá una persona que no supo distinguir si era hombre ó mujer, estaba recargado en el vidrio dándole la espalda. A su izquierda estaban el hombre pequeño y unos viejos que rayaban los 70 años, los dos bufaban. Antonio se sintió completamente seguro. El tren salió del hoyo y entro a la luminosidad de la estación, pensó que ya solamente le faltaba una estación para llegar a su destino. Las puertas se abrieron y entro un señor con un traje gris, camisa azul y corbata vino con un portafolios de piel en su mano izquierda Antonio miro el reloj y faltaban 10 segundos para que dieran las 23:57.
Nuevamente sonó el timbre y el tren avanzo. Antonio puso sus manos en sus rodillas y se balanceo unos segundos. En ese instante volvió a su mente el recuerdo de la tarde dichosa que había pasado con la mujer que amaba, recordó su boca, sus ojos y sus manos suaves.
Sabía que mañana la volvería a ver y que no había nadie en el mundo capaz de separarlo del amor de su vida.
La dicha lo invadió por completo y en un movimiento repentino se levanto de un brinco de su asiento silbo una cancioncilla que traía en su mente desde hacía unos días y se coloco al lado del señor de traje gris, camisa azul y corbata vino lo miro por el hombro y tontamente le sonrió. El señor iba muy serio y balanceándose en sus pies.
Llegaron a la estación y muy cortésmente con la mano derecha el señor le cedió el paso a Antonio él le dijo gracias y salio del vagón. Camino a su izquierda y escucho el timbre y como se cerraban las puertas del tren, éste avanzo más rápidamente hasta que desapareció ruido alguno. El tren se perdió en la profundidad del túnel Antonio caminaba lentamente y escuchaba sus pasos en medio del silencio y la absoluta soledad del anden, de pronto sintió como una mano tocaba su hombro izquierdo y volteo estrepitosamente, vio al señor del traje gris, camisa azul y corbata vino, Antonio se relajo, casi al mismo tiempo que su fugaz miedo desapareció. Entonces el señor le dijo – Me dices tu hora por favor. Antonio noto que el señor sostenía el portafolios con la mano derecha mientras la izquierda la metía en la bolsa izquierda de su saco y le contesto – son las 24 horas en punto, ósea son las cero horas, es media noche señor.
El señor de traje gris, camisa azul y corbata vino sonrió al tiempo que de un solo movimiento saco su mano izquierda del bolsillo del saco y rápidamente introdujo un cuchillo en el estomago de Antonio mientras le decía –Dichoso tú que sabes la hora de tú muerte.
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