Cada pequeño ruido, cada sonido que no debiera estar ahí lo ponía en alerta, su oído estaba entrenado para ello, como su mejor perro guardián este estaba alerta a detectar cada movimiento cerca de él. Después de mas de un año escondido en agujeros había logrado afinar sus sentidos como nunca pensó algún día hacerlo. Es verdad eso de que el medio hace al hombre, ya que el rata como lo apodaban se había convertido en eso, en algo así como una pequeña rata, con sentidos agudos y rápidos, siempre alerta, sigiloso, cauto, temeroso. A pesar de que ya había pasado mas de un año de los asesinatos la policía aun andaba tras él, habían estado muchas veces cerda de atraparlo, pero el Rata siempre escapaba, haciendo honor a su apodo se escabullía.
Lo cierto es que el rata vivía con el temor a ser encarcelado, cambiaba de escondite casi todas las noches, había recorrido todo el país huyendo de la policía, y su vida se había convertido en un constante lucha, en un constante huir, una guerra interna en la que el estaba perdiendo, una guerra que día a día iba diezmando sus fuerzas, y poco a poco lo estaba convirtiendo en un animal, en una persona temerosa, que no tenia vida propia, alguien que solo vivía a las sombras, cobijado por la noche, que era en la que se movía. Pero a pesar de todo la noche no era para él signo de tranquilidad, al contrario era en ella donde se sentía mas vulnerable, sabia que de noche le caerían, así que estas eran una tortura. Desde hace mas de un año que no sabia lo que era dormir en paz. Pasaba todo el día con su arma, que ya prácticamente formaba parte de él, era como una extensión mas de su famélico cuerpo.
Dormir, dormir, como deseaba eso, hubiese dado cualquier cosa por cerrar sus ojos caer en los brazos de Morfeo, pero no podía, cerraba los ojos apenas y nunca podía conciliar el sueño por mas de algunos míseros minutos. Que ganas de ser libre, a pesar de que estaba prófugo no era libre, al contrario, era preso de sus limitaciones, de sus escondites, de sus temores y angustias. A veces deseaba que la policía lo atrapara para solo poder dormir un rato, para dejar de sentir esa angustia constante en su alma. A veces pensaba, que de que le servia huir, si a pesar de todo no era libre, se supone que uno huye para ser libre, pero en esto caso para él huir no era mas que ser cautivo, y lo peor de todo ser cautivo de él mismo. En ocasiones miraba su arma, atento a su entorno, la veía como a su salvadora, a quien lo había mantenido con vida todo aquel tiempo, pasaba horas limpiándola, sabia que en cualquier minuto tendría que darle más libertad, aquella que el tanto anhelaba , pero esa libertad que es de verdad, la autentica libertad, la que no te encierra, la que no te hace preso de ti mismo, la de elegir y no que ella elija por ti.
Ahí estaba otra ves, oculto, solo, temeroso, la noche ya había tendido su manto y las estrellas se habían apoderado del cielo, cada día que esto ocurría los temores del rata aumentaban y la angustia hacia presa de él, maldita noche, malita huida, maldita fuga era lo que pensaba, como poder ser libre, como poder caminar por las calles tranquilo, mirar las vitrinas, poder observar el horizonte sin tener que mirar a cada rato para atrás. Como hacerlo, pero ahí estaba la maldita oscuridad, la que para el debería ser su calma, pero no era así, la noche lo oprimía, lo torturaba, cada ruido hacia que apretara mas su arma presto para oprimir el gatillo. Así pasó el rato, la angustia había anidado en su pecho y ya no se iría mas, tenía que hacer algo. Pero a la ves tenia claro que jamás se entregaría, eso iba contra sus principios, no dejaría que la policía pusiera sus manos sobre el. Pero quería dormir aunque fuera un rato sin sobresaltos, comenzó a sudar sabia que algo estaba pronto a pasar, tomo su arma con mas fuerza, no sabia que, pero sabia que pronto su lucha terminaría tomo su arma la puso sobre su sien y sin pensarlo percuto. El impacto invadió la noche rompiendo la calma de ella, el estruendo hizo eco en todas partes, y subió hacia las alturas, el cuerpo inerte del rata cayó al piso y una sonrisa se dibujó en su rostro, por fin pudo dormir en paz.
RODRIGO ALDUNCE PINTO
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