Párteme y llévate los fríos que me asolan,
párteme y saca las razones y los miedos,
párteme hasta dejarme sin nada
-ausencia perenne del amor profundo-.
El viento viene
-igual que tú-
asolando mi piel hasta dejarla dormida
-o muerta o quieta o muda-
golpeándola a rachas continuas,
convirtiendo mi cuerpo en un paisaje kárstico
-formas a fuerza de cuñas de hielo-:
fuertes depresiones, barrancos, precipicios,
laberintos y alacranes, selva y víboras
-veneno que recorre la boca de quien me besa-,
grietas y corrientes subterráneas de agua
-caminos, vías, estrías, canales de tu querer-;
¡imágenes de un animal salvaje rodeado de fuego!
¿Cómo huir del calor si tengo frío
-no lo hay-
y cómo cruzar las brazas si tengo los pies descalzos?
¿Cómo amarte si me amarras a tu mirar?
Sí, te amo, aunque el huracán que traes me destroce
y me deje sin cuerpo
-¿lo tuve alguna vez?-.
Sí, te amo, aunque nunca vuelvas
-¿estuviste alguna vez?-.
Sí, te amo o te amé o te amaré
y mis besos y mis lágrimas
-líquidos de mis sentires muy hondos-
te acogerán en un vientre quedo que pregunta,
que interroga, que habla sin parar,
que vive, que ríe, que sueña, que es
aunque no sea
-no es pues no fue-
y que te rodea
-cuna de tu soledad más profunda-
hasta que ya no seas tú
-solo será él-.
Ven amor, ven, que mi pecho te espera
-y como el deseo furtivo-
solo permanece alerta mientras tú dudas,
mientras la selva indómita no te deja
y tu sorpresa se cose a mis labios
y tu labio
-puerta de tu interior-
tiembla y me besa a oleadas
-espuma que te trae el mar verde-
y después
-¡oh, amor!-
te sigo amando.
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