MALDITA LLUVIA BENDITA
Después de los exóticos manjares
de la culinaria ritual de los
Yarihuacos y el jolgorio de las
danzas tradicionales, el Profesor
Alonso de Covarrubias y Cantalapiedra
obsequió al Jefe Yarunami el CD Player
que tanto lo había fascinado,y tras
un largo y emotivo abrazo al Jefe y
sus consejeros partió de regreso a la
civilización.
Seis horas después, con el CD Player
sobre su pecho enjuto de asmático,
encontraron al Jefe Yarunami con una
espantosa mueca de intenso dolor y los
ojos desorbitados.
El CD Player fué destrozado por
completo y después de incinerar
las trizas entre alaridos y frenéticas
danzas de dolor y dicterios de
venganza las enterraron detrás
del tagual.
Obedeciendo las órdenes del más
veterano de los miembros del
Consejo de Ancianos, revisaron
la choza donde había pernoctado
el Profesor Covarrubias hasta encontrar
bajo unas hojas de palmiche
un paraguas verde del Rhiga Royal
Hotel de New York y se lo entregaron
al shamán de la tribu.
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Ni siquiera el portento del interminable
Amazonas o el alucinante
caleidoscopio de sensaciones
atropelladas que acompañaban cada
una de sus llegadas al Trapecio
Amazónico podían competir en el
alma del Profesor Covarrubias con la
serena exaltación del milagro
diario de los atardeceres de Agosto
en La Caleta.
Con una mezcla irracional pero
inevitable de orgullo nativo el Profesor
Covarrubias disfrutaba más del pasmado arrobamiento del Dr. Ferris que del
milagro de colores que se
desplegaba en todo su esplendor
en el indescriptible cielo gaditano.
Nadie puede decir que conoce el
verdadero amarillo creado por Dios
hasta ver los atardeceres del Faro
del Castillo de San Sebastián,
pensaba una vez más el Profesor
Covarrubias.
"El famoso poeta hispanoamericano
Julio Escobar escribió una vez
que Dios titula los días en el
amanecer de Cali y les pone su firma
en los atardeceres de Cádiz",
comentó el Profesor en un
respetuoso susurro, pero el Dr.
Ferris no lo escuchó, concentrado
en capturar con su Camcorder el
intenso amarillo puro del sol con
su séquito de nubes doradas alrededor.
Los afanes de la tecnología y sus
complicadas parafernalias bloquean
la ruta milenaria que lleva las impresiones sensoriales al alma.
A sus cincuenta años el Profesor
Covarrubias podía fácilmente pasar,
con solo veinticuatro horas de reposo,
de las agotadoras jornadas de
la investigación antropológica
en las junglas suramericanas, al
empeño imposible de agotar en un
solo día de recorrido turístico todas
las posibilidades de encantamiento
que se prodigan una tras otra en el
recorrido en que llevó al Dr. Ferris
desde El Paseo Marítimo hasta La Zona
Franca.
El Dr. Ferris, con el proverbial pragmatismo americano, estaba más encantado aún
con los jugosos contactos que estaba estableciendo a cuenta de la distinción y
el prestigio del Profesor Covarrubias
entre las elites científicas e intelectuales de
Cádiz. En su primera diligencia de
la mañana el Profesor lo había llevado
a conocer La Plaza de Mina y en el
Museo Arqueológico el Profesor
Bernal le había prometido programar
una de sus conferencias para los
estudiantes de la UCA.
Al mediodía en la Plaza de San Juán
de Dios, después de varios trámites
en El Ayuntamiento, sentados
cómodamente en las bancas blanquísimas
del Parque disfrutaron unos deliciosos
quesillos de La Alacena mientras
contemplaban el grácil balanceo
de las palmas mecidas por la brisas cho-
carreras que llegaban de Algeciras
con el aroma dulzón de los vientos de
Tánger, y el ajetreo de las palomas
apalancadas frente a una pareja de
japoneses que gozaban viéndolas
corretear a través de los rombos del
piso del Parque en pos de las pepitas
de agraz que vendían en bolsitas
transparentes en un bache cerca de
la Plaza de Bécquer.
Después de entregar en Landigital
todo el material gráfico y audiovisual
de su estadía con los Yarihuacos
fueron a La Plaza Marqués de Comillas,
donde el Profesor Covarrubias se
embriagó en silencio del azul imposible
de la fuente y la policromía irrepetible
de las frondas de los árboles
circundantes y las nubes reflejadas
en las aguas cristalinas alrededor de
la fuente central, albísima y refulgente
de sol gaditano.
Al atardecer, tras un paseo por
Fernando Quiñónez entre la algarabía
de los párvulos y las parejas de turistas enamorados de sol y de romance,
el Profesor se desquitó de dos meses
de forzosa dieta junglamazónica con los
Langostinos de Sanlúcar que tenían
el glorioso sabor de España y la sazón
de las manos mágicas y amorosas
de Don Miguel Pérez.
Mr. Ferris, encantado con la gracia
visceralmente cantábrica de Mayté
Córdoba añadió entusiasmado a
La Viña como parte integral de su
itinerario gastronómico internacional.
En el trayecto entre el Estadio
Carranza y la Avenida Juan de la
Cosa hasta el Hotel Puertatierra
el Profesor Covarrubias remató
lujosamente su jornada de
anfitrión hispano contando al Dr.
Ferris la maravillosa historia de Don
Pedro Angel de Albisu, los dos
Torcuatos y el siglo y medio de
anécdotas de la construcción del
Cabildo de Cádiz.
Y ya En el hotel, entre sorbitos de
Napoleón y aceitunas de Tánger,
el esmulabao Dr.Ferris, después de
todo un día de guachisnáis, hizo el
infaltable comentario típicamente
americano del día.
Lo que más le había gustado de
Cádiz era el tapizado de las amplias
y cómodas sillas del Bar del Hotel,
con sus franjas rojas y blancas a las
que solo les faltaban las estrella
para èl sentirse como en casa,
cobijado por la incomparable
menstruación de colores de la
bandera americana.
Era el catorce de Agosto, el día
más soleado y gaditano del año en toda
el área de Gibraltar, sede del fabuloso
reino de la Atlántida, y último día
de sol que verían los ojos claros
del infortunado Profesor Alonso
de Covarrubias y Cantalapiedra.
Continuará Parte 1 de 2
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