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Inicio / Cuenteros Locales / gatinho / Mi primer hijo en tu último adios

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(…) como a carcajadas reímos en la oficina luego de los informes, habría sido tan arduo el trabajo del día que no hice otra cosa que tenderme al llegar a casa. Las nubes y las ovejas circularon casi con displicencia por mi nebulosa, llegando a proyectar las anheladas cosas que en vida de realidad no existen. Mi consentimiento fue cuando mis ojos comenzaron a amanecer, un rayo imponente se veía tocar tu raso muslo. Venía llegando de encontrarme en mis más preciados tesoros para concluir frente a mis ojos que me encontraba frente al olvidado, el que sólo tiene lugar debajo de esa ropa que pesada caía y seleccionaba tu camino, una silueta que al no ser perfecta lo era aún más. Mis manos comenzaron a viajar hacía tu nuca, era el primer contacto de nuestros cuerpos sumergidos en sábanas en el desnudo hermoso que sólo se conecta con la belleza de los libros. Nunca sabré si estabas dormida en ese entonces, ya que comenzaste a sacudir tus cabellos de manera que ululaban en mi brazo gestando una risa que no pude contener, tuve que sacar la mano y junto con que notaras al ser disfrazado de extranjero, como un búho aproximaste tus ojos a los míos, y en una rápida centésimas de segundos, los envidiosos labios se juntaron como un coagulo que quiso explotar. Junto con acercar levemente nuestros sexos, tu mano marcando parte de su territorio, envío a un corsario que recorrió las tierras vecinas, como quien diría para conocer. Los coros pronunciaron el porvenir de tus piernas, que se ínter lazaban junto a las mías provocaron el coloquial rostro instaurado de goce. Era tan nuevo ese sentimiento de posesión y a la vez abstinencia, que una gota callo levemente por mis pupilas y se enfrasco en la puerta de tu aliento. Devolviéndomela, me dijiste te amo, y comenzamos a tocar nuestros sexos los que nos hacían sentirnos queridos, ardientes por la figura emblemática en las que nos habíamos consagrado. En tus gemidos encontré el don del gusto, sentido buscado por los hombres desde que se les enseñó de su existencia. Tú, te lo habías guardado hasta el momento en que nuestros sexos se encontraran. Y así fue, con lentos movimientos y una leve sonrisa pronunciada frente a la pudorosa situación. El paso estuvo marcado por mi respiración, la que junto con los movimientos aumentaba producto de los nervios. La sangre que recorría mi cuerpo parecía haber detenido su progreso, porque toso mis sentimientos se centraron en la alianza. Comencé a tiritar, y tus brazos poco tardaron en consolarme.
Fue como nació nuestra primera relación marital. Una vivencia que no volveré a repetir junto a ti, pero que sólo es de compararse con un libro. Por eso, te leo junto a tu madre y mi padre, este trozo de alma escrito con nuestro amor más puro, junto a nuestros hijos para que vean que nacieron de una relación hermosa, y junto a mí, fiel hombre que guarda en sus letras, tu inspiración luego de tu trágica muerte donde un indefenso hombre adulto no alcanzó a vislumbrar mi corazón.

Con todo mi amor, para este mismo.

Texto agregado el 13-10-2005, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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