Anónimo
El número de visitas comenzó a disminuir en algún momento que no podría precisar. En rigor, tomé conciencia de la merma ex post, cuando intentaba reconstruir el proceso que me había conducido hasta ese punto.
Ello fue cuando dejé, definitivamente, de recibir visitantes: ni amigos, ni parientes, ni conocidos. Nadie.
Ni vendedores, por si no quedó claro.
Con el teléfono móvil sucedió algo muy similar, sólo que tres semanas después: el número de llamadas mermó hasta la extinción total.
El fijo enmudeció poco más tarde, repitiendo idéntico patrón. (Coincidió, de manera aproximada, con la época en que los vecinos dejaron de saludarme)
En el fondo no me importaba mucho: Internet estaba de pelos, yo tenía infinidad de amigos virtuales y no necesitaba de aquellas presencias, ni de esas voces…
Muy diferente fue cuando advertí que bajaba el número de mensajes en mi casilla, porque (ahora sí) la comprensión de lo que estaba sucediendo fue instantánea.
Por eso mismo, padecí con dolor y plena lucidez el paulatino cierre de la postrera ventana al mundo que me quedaba.
El último email (lo asiento sólo por deformación profesional de historiador) ingresó el 11 de julio, a las 14,25.
Es como si alguna fuerza extraña se estuviera empeñando en quitarme la existencia. Si no fuera por mis profundas convicciones racionalistas diría que hasta me voy reduciendo. De tamaño, quiero decir…
(El texto que antecede no es mío. Lo encontré ayer, en una pila de ropa que reposaba sobre un par de botines, como si alguien se hubiera fugado de ella)
051012
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