Ayer en la tarde, a eso de las seis salí a caminar y de paso a fumarme un cigarrillo en el viejo parque de la 54, parque en donde conocí el amor pero no lo experimenté. En la vieja banca de cemento y hierro, en donde los años se hacían notar, sentado estaba a la espera de la noche que siempre me encantaba observar… al decir verdad, la sensación que tenía en esta etapa crucial de muerte y vida era excitante y perversa. Ella…, siempre iba a leer textos creo de Allan Poe, fumaba dos o tres cigarrillos seguidos, sacaba un cuaderno y escribía a toda velocidad, arrancaba la hoja con furia y la tiraba hecho una bola a la fuente de agua que en el centro dejaba ver los días de gloria de esta ciudad.
Lo que ella escribía siempre fue un enigma, nunca tuve la posibilidad de ver siquiera uno de sus escritos, uno de sus lamentos… todos se consumían con el agua y el tiempo, todos se iban a ese lugar secreto en el cerebro de esta mujer, en el fondo de su alma en donde suponía reinaba el dolor al igual que en la mía.
Pero una tarde, cuando el sol se resistía a morir, ella llegó, fumó sus dos o tres cigarrillos y comenzó una nueva historia quizá de amor, con la diferencia de que en su rostro afloraban lágrimas continuas pero silenciosas.
En esta oportunidad, ella no arrancó la hoja, la empuño y tiró al agua, sino que lentamente la guardó en su mochila, se levantó y partió hacia la banca en donde noche a noche vivía mis ficciones.
Supuse que en el fondo quería que alguien leyera su historia, supuse que por primera vez en su vida no quería estar sola; quería pensar eso porque era lo que experimentaba por esos tiempos... me acerqué y sin decir ni una sola palabra, tomé lentamente su mochila, saqué la historia y al comenzar la lectura mi visión se borró, se llenó de esa oscuridad que nadie quiere experimentar.
En su rostro había dolor, en su rostro había represión… quería huir y finalmente creo lo logró.
Doctor, yo no maté a esa mujer, de hecho… la amaba… doctor, le juro que no estoy loco….