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Siempre bajo cualquier escenario me hacía sentir bien, ya sea caminar a su lado en la madrugada sin tener a donde llegar, con el punto inevitable de nuestros hogares, o terminar abandonados en el carro, mirando a lo profundo, tratando de traducir todo con metáfora.
Si pudiera tener la forma de pedirle que no se vaya. Tal vez no quiero hacerlo, y quiero que lo note para que termine con las palabras que quiero escuchar.
Esta no es la historia de una pareja, en la que termino enamorado y esperándola para siempre, o en la que ella se da cuenta que me quiere justo cuando ya no me puede ver. Aunque talvez esta idea en un plano transparente tenga un poco del matiz de ambos. Sólo hablo de mi amiga, aquella persona que me mostró que la nada se encuentra a solo un pensamiento, la persona que vive a doce casas de la mía, e interrumpo a altas horas de la noche con mensajes ociosos de celular.
La vi, cada mañana cuando partíamos hacia la primaria, aunque no íbamos en la misma escuela. La conocí por primera vez hasta el ultimo año de bachillerato, y digo primera vez, porque cuando conoces a alguien es “hola, adiós y quizá nos volvamos a ver” y así paso con nosotros durante un tiempo, hasta la segunda vez cuando realmente la conocí. Nos encontramos en la facultad e intercambiamos números después de una plática que no recuerdo. Unas semanas después me fui a la playa con mis amigos, y sin querer hacerlo pensé en ella.

Nuestras primeras pláticas ocurrieron en los columpios de un parque que se encontraba entre nuestras casas. Hablamos sobre las personas que en ese tiempo queríamos, claro que dentro de un tema de un amor no correspondido.
La primera vez que salimos, fuimos al cine, es ahí donde se haría notar una de las tres maldiciones. No importando que tuviéramos un buen criterio, cada vez que íbamos al cine juntos, siempre nos tocaba ver una mala película. Si la película era buena, la casualidad jugaba con el destino, y nos impedía verla juntos, o siempre llegábamos tarde a la función.
La segunda maldición, era que siempre destruía mis esquemas de flujos, pensara lo que pensara, nunca ocurría tal cual lo esperaba, talvez eso pasa con todo lo que imaginamos, pero ella era más impredecible; quizá ocurría porque era la única persona que me preguntaba en que pensaba. De ahí nació un juego muy tonto que dejamos de jugar conforme nos conocíamos, se llamaba “ve al grano” consistía en esperar una mirada perdida y una esencia dispersa, para preguntar - ¿En que piensas?- Y no importando qué, debíamos contestar, fuera lo que fuera. Era un juego en el que yo mentí varias veces, porque cada vez que me preguntaba, en mi cabeza, siempre se trataba de ella. Alguien dijo que en ese juego acabaría ocurriendo una de dos cosas: hacerse de un novio o un enemigo, cosa que no había sucedido.
Ella tenía una cualidad que al mismo tiempo era un defecto, su “valemadrismo” le valía todo, pero no hablo de un todo en general, talvez en las cosas que podía moldear con su actitud, dudas que no veía más allá de cinco minutos; una duda que talvez no necesitaba pensar mucho. En ocasiones respondía con esa forma de ser, y yo pensaba que lo hacía para mostrar una fortaleza hipócrita, pero quizá lo hacía porque se sentía muy cobarde, una cobardía que no se veía a sus anchas, algo que afectaba mas a los que pensaban en ella, que sus propios conflictos, pero lo disfrazaba con una tenue seguridad.
Siempre le decía que tenía magia o una suerte muy extraña. Cada vez que salíamos juntos, las situaciones se acomodaban mas a su conveniencia, tal vez era porque no pensaba tanto las cosas y las dejaba pasar sobre si mismas.
Entre todos esos sucesos ocurrieron infinidad de distracciones, distracciones que aunque fueran pequeñas y muy borrosas, no dejaban de importar, como ir a la facultad en bicicleta, momento que identificábamos con la canción de una película infantil, situaciones en que no decíamos mucho, sólo algunas cosas perfectamente intencionadas que nos hacían sentir cómodos. O jugar en “la maquina de futbolito” donde gastábamos todo el cambio que encontráramos en los bolsillos. Ella me enseño a jugar, y llegamos hacer muy buenos. Jugamos desde la maquina de un billar, hasta el futbolito de una feria de Huamantla.
Antes de conocerla yo no viajaba mucho en carretera, después de eso, le pusimos por nombre a mi auto“carretón”.
Ella pensaba una idea y yo la secundaba, terminábamos en un lugar ajeno al que pensamos en un principio, como ir por tamales a Querétaro en la madrugada, y terminar comiendo en “las Guerras Hidalgo” a esas ideas y situaciones les pusimos nombre “Dios proveerá” no era tan difícil, cuando no llegábamos a ningún lado, y nos acercábamos a la orilla del mundo, salía una idea, que al final terminaba siendo ideal.
Y eso, sólo ocurre cuando estoy con ella.
Llegamos a viajar a infinidad de lugares, siempre con la ayuda fiel de carretón. Comúnmente yo manejaba de ida y ella de regreso, no importaba la distancia que fuera, podría ser a Tlaxcala, al cine, o por un simple cigarro. A veces nos perdíamos al tratar de llegar a un lugar que no existía, y el “Dios proveerá” tomaba otro giro, y cuando la ocasión se tornaba incomoda entre nosotros, simplemente cambiábamos de lugar, de copiloto a piloto, pues decíamos que nuestras esencias se guardaban en los asientos, y cuando cada quien tomaba el lugar del otro, explayábamos un excéntrico ánimo con singularidad.
Como todas las parejas, teníamos nuestra canción, era el guapango de “la bruja” canción que llegamos a escuchar mas de quince veces seguidas en un solo viaje. Había una parte que decía:
…hay dígame dígame y dígame usted ¿Cuántas criaturitas, se a chupado usted?... Ninguna ninguna, ninguna no sé… ando en pretensiones de chuparme a usted…
Una idea que nos explotaba con aplomo y nitidez, pues nos hacia sentir tantas cosas por la forma en que esa frase jugaba con la elegancia, una frase que sabia cortejar. Podíamos sentir lo que sentía el otro, nuestras impresiones eran las mismas, aunque en un punto cambiaban, y era por quitarme del plano y mirarla a ella.
Como todo, nosotros siempre mirábamos más allá, fuera una critica o un pensamiento, la tergiversábamos a palabras moldeables que entendíamos. Una vez, llegamos muy lejos juntos, y sin la ayuda de carretón.
Fuimos a tomar un café en la noche y hablamos de cosas muy graduales y controversiales, y llego un momento en que simplemente ella quería volar hasta el poste que estaba sobre nuestras cabezas, así que cerramos los ojos, y rompimos orbitas, viajamos a la nada, no sé si eso es posible, pero en ese momento lo fue. Nos alejamos juntos a otro mundo, un lugar que no existe y que apenas estaba comenzando.

Teníamos humores distintos, pero nos reíamos de las cosas que inventábamos, por eso creamos un mundo para nosotros, en donde nos alejábamos de todo y de todos, donde podíamos ser tontos siendo inteligentes, y tan absurdos que podíamos vernos dentro de una caricatura, un lugar en donde nunca nos abandonábamos por muy malo que fuera el episodio. En ocasiones doblegábamos el filtro social, para fichar un simple momento en algo significativo, y podíamos vernos de mil formas. Ella se plantaba en un gaznápiro escenario y decía en burla inocente que yo era un conejo, y al negar con incredulidad al tonto juego, decía que en ese instante me salían orejas de la cabeza. Eso era nuestra caricatura, yo hacia lo mismo, pero quizá con otra intención.
El nombre de ella solo tenía cinco letras, aunque yo solo usaba cuatro, pero de cariño, le decía tortuga, y no solo por encajar en nuestro plano de caricatura, o porque en sórdidos momentos formara esos gestos que me gustaban y hacían reír, si no también era para evitar caer en alguna palabra cursi que ninguno de los dos soportaría decir.

¿Y cuándo comienzan los giros de esta historia? En el momento en que se muestran nuestras dependencias y fingimos delirio e hipocresía por lo que pensamos del otro. Ella me dijo que nos conocíamos lo suficiente para lastimarnos; lo mejor de esto, era que nos conocíamos lo suficiente para no hacerlo.
Siempre pensé que dependíamos del otro, pero era nuestra envidia en donde se encontraba nuestra razón, ella me necesitaba para poseer un control, y yo la necesitaba para tener un conflicto en mi vida. Ella necesitaba a alguien para poder ser diferente y absurda, y yo buscaba lo mismo. Yo necesitaba a quien querer, como ella necesitaba alguien que la quisiera como yo.
Hay cosas que nosotros no hablamos por incomodidad, y son las mismas sombras en las que se ocultaba el juego de darle la razón al otro. Se cómo me veía en ocasiones, pues a quien no se le doblega el “ego” al saber que lo quieren. Misma razón que sentía, que uno debía pasar desapercibido su humor voluble. Yo le permitía creer que nuestra intención se acomodaba en esa idea, pues me da el motivo de saber hasta donde podía llegar. Pero el juego esta, en que ella me permitía creer que no lo sabía.
Ella tenía novio, no tengo que decir que esa situación me hacía sentir algo, ella lo sabía. Su novio, podría decirse, que no era de mi completo agrado, simplemente era una persona que era fácil de ignorar, pero no cuando estaba con ella, no es que fuera desesperante, o que tuviera algo contra mi, era justamente lo contrario, era alguien que siempre despedía una sonrisa, y te contagiaba, igual que la risa da risa; pero no pasaba de dos muecas interpretado por su pésimo humor, digamos que así, no se podría tocar la nada.
Sé que podría decir mil cosas, pero se como sonaría, como “celos”. Simplemente no lo conocía, y solo estoy hablando de su fachada. Para mi solo era un factor que no entendía de ella, creo que eso resume la anagnórisis que puede caber en un párrafo, que en realidad nunca me importo.
¿Que siento por ella? Una vez le dije, que la quería más cuando la extrañaba que cuando estaba con ella. No me entendió. No significaba que prefería idealizar lo que me gustaba, y esperar eso a su lado. Era tener su presentimiento, ser comunes, y romper la soledad en su ausencia; en otras palabras, era simplemente recordarla para no querer extrañarla, y poder verla.
Aquí es donde se puede ver la pequeña historia entre líneas. Un conejo conoce a una tortuga, ambos vislumbran y se marcan un camino que siguen con capricho. El conejo sabe que puede llevar la ventaja y terminar el camino sin dificultad, pero por primera vez se detiene para mirar quien tiene a su lado. La tortuga con su paciente lentitud, utiliza su sabiduría para marcarse un mundo en donde corre a pasos agigantados, desconociendo al tiempo, por eso piensa que un día le alcanza para todo. El conejo utiliza esa ventaja para saltar a su lado, y ver el camino a través de los pasos lentos de la tortuga, y darse cuenta que esta vez el camino es diferente. Entonces el hace triquiñuelas y se posa frente a la tortuga, sabiendo que le costara mas trabajo rodearlo que pasar sobre el. ¿Qué hace la tortuga? Es lo que el conejo ha estado esperando saber.

Se corta la atención del escenario, ya no tengo que seguir a pie del ultimo recuerdo, hace cincuenta reglones solo era alguien que conocía, ya no debo prestar argumentos a esta ordalía. Ahora sólo puedo ver los recuerdos que no tienen tiempo y que se detienen para simple gusto, como verla tratar de encerrar una imagen en sus ojos, y ver como se aguanta con una sonrisa y se rinde con un suspiro. Ver como opina a su razón hasta acabar con el tema. Es alguien que ya no tengo que esperar, simplemente vernos, y continuar en esta absurda caricatura. Tengo a mi amiga, alguien que comprende sin gestos cualquier incomodidad que nos causemos. Ya no vemos los conflictos porque sabemos como aprovecharlos, y como romperlos en cualquier momento. Ella tenía razón; supimos en que momento conocernos. Y todo en la mitad de tiempo que uno cree conocer a alguien.

En trece horas se va a Francia, y talvez nunca la vuelva a ver, es en este momento donde se hace presente la ultima maldición: decía que todas las personas con quien había entablado una relación, al terminarla, ellos siempre se iban lejos y encontraban al amor de su vida.
Hace mucho tiempo le propuse que debíamos ser novios antes de que se marchara, para así poder despedirme e irme a otro lugar. Ella me dijo que estaríamos juntos una semana antes de que pisara las calles de otro continente.
Llevamos tres meses como novios, pero ahora sé a que se refería con una semana; estuvimos noventa y tres días juntos, pero sólo siete días fuimos una pareja, en todo ese tiempo nunca dejamos de tratarnos como amigos, sólo fue dentro de esas ciento sesenta y siete horas en las que se marcaban, cuando la abrazaba o me daba un beso, cuando se preocupaba por mí y cuando la veía dormir, y todos esos minutos que utilice para pensar en ella, sólo fueron esas horas las que utilizamos para vernos como algo mas.
Ahora el final ideal, seria dejarla ir y darme cuenta cuan enamorado estoy de ella, e irme muy lejos para seguirla; pero no es así, es mi amiga, además nunca le he dicho un te amo a alguien, y se que no siento eso por ella, quizá el amor es algo que e idealizado tanto, que nunca podré sentirlo, nunca podré aceptar esas dos palabras, y si nunca lo he de sentir, entonces no quiero desperdícialas en alguien mas.
En este instante sólo pienso en una cosa:
Le dije una vez, que la quería mas cuando la extrañaba, que cuando estaba con ella.

Texto agregado el 12-10-2005, y leído por 298 visitantes. (0 votos)


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