Su propia sombra le entorpecía los pasos, jamás lo admitiría.
La luz de cada día lo convertía en arena, sin embargo, no hablaba de otra cosa que no fuera del desierto que veía en mis ojos.

Su presencia virtual era una cuerda conocida en mi garganta y
su compañía, mi más acabada alucinación.

Lugares vanos, palabras quebradas defendiendo la libertad de mis sentidos.
Las calles, en su locura, pretendieron hacerme recordar un campo que, en realidad, jamás conocí.

Entre el amor y yo se levantaron tantas noches como paredes.

Fue entonces cuando renuncié a la ilusión de inventar palabras para desatar los nudos de su silencio.


© Cristina Chaca