Muchas veces las sombras, me han llevado hacia el pasado; otras, solo se pronuncian en mí, para advertirme...
A los setenta, el sol explora mis sentidos, de manera diferente; la tibieza, se hace eco de mi cuerpo, como una caricia tangencial, que solo alimenta el alma. El vuelo del amor, se baña con la energía, que alguna vez hubo, para sustituir lo bello de las flores, por su esencia. Y los trinos se suceden en bandada, rondando el bosquejo de los días; acariciando el silencio que se mece dentro, como una hamaca infinita de felicidad. En mí, las horas entretejen, sus historias; galopando desde lo más punzante, a lo trivial; no hay límite; la eternidad corre abrazada de mi mente, como un silogismo sereno, que trasciende. Estoy en paz; las noches deleitan su espesura, en un recorrido suave, que amanece con mi ser; y soy yo, la que sueña tu partida, como un ave prolongada en el espacio, que no puede regresar; yo, la que desata imágenes, en medio de las sombras pasajeras. Ahora ya no estás; el cielo traficó con tu mirada, a cambio de la ausencia; para enredarme en el relato de tu historia, y llevarse algo de mí. No importa si la tarde agoniza, a la espera de su luna; debajo, mis pupilas se insertan en la concavidad del mundo, para abstraerse intactas; mientras, el aire me enriquece de recuerdos, que se delatan en los sueños, para nunca más, despertar en soledad.
Ana Cecilia.
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