El corazón se acelera, la respiración agitada. La sangre se hiela, como heladas caen las lágrimas. El cuerpo tiembla, el alma muere. El odio provoca náuseas, los recuerdos hacen sollozar sin consuelo alguno. Mirar hacia atrás era el agujero negro que ahora es mirar hacia delante. No caigas; caeré. No dejes que tu espíritu luchador muera; ya murió hace siglos de lágrima y venganza que no será saciada. Belleza se refleja en el rostro triste, fealdad en el rostro alegre. Ya no están aquellas alas que me ayudaban a volar; el vació las consumió. Ya se fueron los bonitos recuerdos que adornaban el techo ayudando a conciliar el sueño. ¿Qué viene, después de este final? Otra caída más. No, está vez no me pararán. Mi vida, no existe. Mis sentimientos, hechos añicos como el corazón que no sobrevivió a cada arcada. Muerte, es muerte lo que veo al mirarme al espejo. Muerte, muerte preciosa que adorna del color del luto y las sombras de la felicidad. Muerte, muerte llena de vida. Pero esta vez, la muerte está llena de vacío, vacío que consume, carcome, arrasa, asesina y araña...Vacío que mata, tortura, cercena y ensaña...Es indefinible, indigestivo, incomprensible, inimaginable y soluble en las más oscuras malicias y penas del corazón muerto. Jamás se puede mirar al sol cuando la luna ya está muerta...Eso es el vacío, vacío que simplemente, mata.
El sendero se ensancha y se pierde la ruta del camino que creía marcado. La soledad ataca con su ejército de putrefactos que esperan consumir tu alma, el último de tus deseos, tu propia alma. Golpes, golpes que sacan fuera el odio, la impureza y la propia agitación de no poder matar. Matar. Mi vida es una guerra, y todos sabemos que la guerra nunca acaba. Escapar, se convierte en el mejor aliado. Soñar se convierte en el pasatiempo prohibido. A tu lado, los ángeles caen primero. Mirando con cierta compasión siento que mi caída está próxima. Golpes, otro golpe más. Me persiguen, esta vez no puedo escapar. Sentada en un pequeño hueco en el que nada me da cobijo espero. El sendero se estrecha, llegan los refuerzos. Pero la sangre se helará, como heladas caerán las lágrimas. No más, no puedo seguir más...
Siento que todo el sufrimiento vuelve, nada llena, todo mata, todo quema. El dragón rojo se abre paso por mi garganta...Una arcada, una arcada más y la vida se esfuma. Nada existe, porque nada soy, porque nada merezco. Gritos. Escucho mis propios gritos. Gritos de otros que desean mis lágrimas, mi soledad. Maldita vida, maldita visión del pasado que nunca se olvida. Sentada en un estrecho ventanuco observé las estrellas, que me contaron al oído que nada había en el cielo, sino vacío inmenso. Estrellitas que quisieron bajar al mundo que es el infierno, pobres de ellas, que murieron en el intento. Y allí estaba yo, sobreviviendo al tiempo que creía masacrado, con contados años, y con demasiada y malévola vida. Y aquí estoy yo, lágrimas que ya no hielan sino arrasan el rostro y queman. Cada triunfo de ese ser, es otra de mis derrotas. Y nada puedo hacer, es superior a mí, no es odio sino afecto lo que siento. Pido a gritos que me deje vivir, que no podría aguantar algo más. Pido a gritos que me deje seguir, pues ha conseguido la derrota del ángel que nunca se rendía. ¿Por qué no he de rendirme, por una fortaleza en mi interior que ya no está presente? Me duelen mis propias palabras. Esta guerra está perdida. En el angosto y oscuro ventanuco vuelvo a mirar a las estrellas, que triunfantes ahora me dan la espalda. Para nadie soy de agrado, para nadie. Para nada sirvo, nada merezco.
¡No, no vuelvas, maldito! ¿Qué te hice yo? Déjame vivir. Pierdo el control de mi vida, los sentimientos se desvocan y la propia sangre que fluye me sofoca. La respiración se hace espesa y caliente, nada es fresco, todo es gris, todo representa la muerte que me espera para llevarme a su reino donde mi dolor nunca cesará. No puedo mantener la calma, la espera se hace eterna. Se escucha el cerrar de una puerta. ¿Qué me espera ahora? Dejo atrás el orgullo, ahora siento miedo. Giro la cabeza y la realidad hace de mí un desesperado ángel caído que lucha por seguir sabiendo que no podrá ser nunca feliz. Los recuerdos aprietan mi garganta y el dragón sale fuera. Arcadas, arcadas, sangre, sudor, odio, tristeza, angustia, ojos exaltados y mente opaca que no puede demostrar la realidad en la que vive. Vuelvo a las andadas. Nada me llena. No merezco nada. Todas las desgracias son provocadas por una única cosa: mi culpa. Jadeo, sigo el camino. Aquel recuerdo que no olvido, ese que fue el que más dolió.
Ahora grito, cerceno, y caigo. Reaccionar es admitir que únicamente soy yo la culpable de mi sufrimiento. ¡Nada, nada merezco! Los recuerdos, el castigador, la vida. Ganaron la batalla. Las lágrimas no cesan, admito mi derrota, hago de mí la masacre.
¿Qué hacer cuando descubres que a pesar de que intestaste llegar más alto que nadie, el más tirano acaba con tu alma y sentimiento? La tristeza se hace furia, y la furia sufrimiento. Yo, en los despojos perdedores, él, en el podio. ¿Qué es esto?
Se llama respirar con odio. |