Sucedió en Agosto de 1974. Yo llevaba carteándome con Edith, una chica húngara de mi edad, un par de años aproximadamente. En los años 70 se estilaba mucho el que dos personas de diferentes países mantuvieran correspondencia, para intercambiar ideas, inquietudes, aficiones, etc.
Aunque entonces existía cierta tensión entre las dos mitades de Europa, ya que la parte occidental (capitalista) miraba con mútua desconfianza a la oriental (socialista/comunista), parecía que había cierta apertura de cara al turismo, aunque el recelo continuaba, ya que en la zona oriental solían enseñar sólo lo que interesaba, como queriendo hacer ver a los capitalistas que allí también disfrutaban de cierta bonanza y libertad, sin dejar por ello de lado sus idealismos marxistas.
Yo había entablado contacto con Edith de una forma casual, pues en un semanal ya desaparecido (Sábado Gráfico) ví una dirección de una chica húngara que buscaba escribirse con gente de España. Yo respondí a aquel anuncio, y al poco tiempo recibí una carta de una amiga de la chica a la que había escrito. Me dijo que se llamaba Edith, que tenía mi edad y estudiaba el bachillerato. Con 16 años ya sabía hablar y escribir español, francés y ruso, aparte de ser muy guapa, según comprobé en una foto que me envió.
Poco a poco, fuimos intercambiando ideas y opiniones, y fuimos conociéndonos mejor mútuamente, así como a abrirnos mútuamente los ojos respecto a la realidad de nuestros respectivos países. Fué pasando el tiempo, y en una de esas cartas ella me invitó a pasar unos días en su casa de Budapest. Me contó que ella había perdido a su padre siendo muy pequeña, en la revolución húngara de 1956, y que su madre se había casado en segundas nupcias con un viudo que tenía un hijo, habiendo vivido ella 14 años sin padre.
Dió la casualidad de que en 1974 mis padres celebraron sus bodas de plata, por lo cual hicieron un viaje organizado de tres semanas por Europa, siendo Hungría uno de sus puntos de recorrido. Cuando estuvieron en Budapest, conocieron personalmente a Edith, y quedaron encantados con ella, por su simpatía y forma de ser, así como de su familia, que los colmó de atenciones durante su visita.
Coincidió también que el 74 fué mi primer año de Universidad, y lo aprobé todo en Junio, con buenas notas, por lo que mis padres me autorizaron a hacer ese viaje. Yo tenía entonces 19 años y estaba eufórico por todo, aunque en el terreno sentimental ya había empezado a tener algunos pequeños incidentes, pero por lo demás ¡Me comía el mundo!
Fuí planiificando cuidadosamente, procurando buscar siempre las circunstancias que mejor fueran a mi bolsillo, pues el viaje era largo, viajaba solo y por tierras desconocidas. Durante el invierno había ido dando algunas clases particulares a niños de mi barrio, además de haber ganado un poco de dinero ayudando en el negocio de mi padre, por lo que tenía algunos ahorros, pero había que buscar los precios más ventajosos posibles. En aquella época ya existía un servicio de viajes económicos para estudiantes, pero no había para todos los destinos, y menos aún para países del Este, por lo que tuve que ir averiguando diversas combinaciones, hasta que dí con la definitiva.
El plan era el siguiente: De Valencia iba a Madrid en autobús de línea regular, y desde allí tomaría un avión hasta Viena, aunque hacía escala técnica en París. Al día siguiente de llegar a Viena saldría en tren hacia Budapest.
La vuelta era un poco más complicada, pues de Budapest a Viena otra vez en tren, pero después el avión desde la capital austríaca sólo llegaba hasta París. En parte éso me venía muy bien, pues no conocía esa ciudad y así aprovecharía para hacer un poco más de turismo. Para volver desde París hasta Valencia, lo más económico era un autobús, que cubría ese trayecto en 24 horas. Era una paliza ese viaje, pero a los 19 años se aguanta de todo, y más si se está en buena forma física.
Los precios ya los tenía calculados hasta el último detalle, así como los horarios y frecuencias de trenes entre Budapest y Viena, de lo cual se había encargado Edith.
El tema de mi seguridad personal también lo tenía debidamente resuelto, pues en aquella época yo llevaba unos tres años practicando judo, lo que aparte de enseñarme a defenderme, también me mantenía en buena forma física, a la vez que hacía que estuviera siempre alerta y bien de reflejos.
Además, llevaba un cinturón todo él tachonado de monedas y dotado de una gruesa hebilla, que podía usarse como arma defensiva, llegado el caso. Como complemento, en el bolsillo trasero de mis tejanos llevaba una navaja de campo, de 12 centímetros de hoja, que había comprado en un viaje a Albacete, y que también tomé para mi viaje, por si acaso.
En principio, había pensado llevar el equipaje en mi mochila montañera, pero me dijeron que en aquella zona los "mochileros" no estaban muy bien vistos, por lo que al final me decidí por una maleta, grande y flexible, de lona a cuadros escoceses, para llevar lo más importante, mientras que las cosas de primera necesidad las llevaba en otra bolsa, de bandolera. El dinero lo llevaría repartido por varios bolsillos, incluyendo uno oculto dentro del pantalón, que mi madre me confeccionó al respecto.
Respecto a la documentación, aunque con el pasaporte español se podía ir a Hungría, en aquel país exigían unos visados, que me costaron cierto tiempo de lograr en España, pues aquí solo existía una "Representación consular y comercial" de Hungría, en Madrid, pero finalmente pude hacerme con todos los papeles necesarios para poder cruzar aquella frontera.
Y por fín llegó el mes de Agosto, saliendo el día 4 del mismo hacia Madrid, principio de mi viaje. Lo que más recuerdo de aquella ocasión, fueron las lágrimas de mi madre mientras yo subía al autobús...
(Continuará) |