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A medida que se acercaba la hora de la cita, una extraña sensación, mezcla de impaciencia y miedo, se iba apoderando de Andrés que, sin embargo, deseaba ardientemente que el encuentro con Susana se realizara lo antes posible.

Hacía casi una semana que él le había pedido a ella mantener una conversación seria, para dejar claras las cosas de una vez por todas, pero había recibido por contestación un tajante: "No hay nada de qué hablar".
Inesperadamente,dos o tres días después, Susana le había llamado para complacer su deseo, habiéndole citado en un discreto hotel, a las afueras de la ciudad.

Andrés llegó al establecimiento, preguntó por ella y le dieron un número de habitación, a la cual se dirigió. Llamó a la puerta y le abrió aquella persona que tantas veces le había robado el sueño.
Aunque le recibió sonriente, su mirada era un tanto fría, lo que hizo que él se pusiera en guardia, pues había aprendido a conocerla muy bien, o al menos éso creía, a lo largo de aquellos tres años.

La habitación era ámplia, y en un rincón había una pequeña mesa y dos sillas, en las que se sentaron, frente a frente, mientras se estudiaban el uno al otro, como preparándose para una batalla decisiva.

Andrés habló primero, intentando a grandes rasgos explicar lo extraño de su relación, ya que durante el tiempo que se conocían sus peleas y reconciliaciones habían sido muy frecuentes, hasta que llegaron a un curioso pacto: Si en dos años más no habían encontrado un plan mejor, unirían sus vidas para siempre, bien casándose o yendo a vivir juntos, éso era lo de menos.

Al principio todo iba bien, y se llevaban mejor que nunca, pero después los acontecimientos se precipitaron. La madre de Andrés, su mejor amiga y confidente, falleció repentinamente, dejándole muy abatido y presa de una gran depresión, por lo que pidió a Susana que adelantaran el fin del plazo pactado, pero ella se negó, argumentando unas veces que no creía estar preparada y otras que aún era pronto y que había que respetar el tiempo acordado.

Por otro lado, para desesperación de Andrés, ella había vuelto a salir con Fran, su antiguo novio, que tiempo atrás la había abandonado de forma canallesca, difamándola por todas partes como si fuera una mala pécora y sumiéndola en un enorme abatimiento moral, habiendo tenido Andrés que hacer grandes esfuerzos para sacarla de aquel bache, pues Susana se había refugiado en diversos vicios para olvidar el desaire que había sufrido y casi había caido en un pozo sin fondo, del cual Andrés había logrado rescatarla.

A pesar de todo, seguía intentando mantener la relación con Susana, que unas veces le ignoraba, mientras que otras era ella la que le requería, casi siempre para pedirle un favor, que él raramente le negaba. Por fin, harto de sentirse manipulado, sin concretar su situación de una forma concreta, había pedido hablar con ella y dejar las cosas claras definitivamente.

"Susana -empezó a decir Andrés- ,ya han pasado casi dos años desde que hicimos aquel pacto y quisiera saber si estás dispuesta a cumplir lo que acordamos. Aunque nuestra relación no ha sido todo lo completa que yo hubiera deseado, creo que sabes perfectamente lo que siento por ti. Te conozco desde hace mucho tiempo, siempre te he respetado, ayudándote siempre que he podido y te he hecho buenos regalos cuando correspondía, incluso a costa de mucho sacrificio por mi parte. No creo que tengas queja respecto a cómo me he portado contigo, no ahora, sino desde que nos conocemos.
Recuerda lo mal que se portó Fran contigo, de lo mal que lo pasaste y de como te ayudé y te serví de apoyo en aquella época tan confusa que viviste, cuando te refugiaste en el alcohol y en el sexo sin freno.
No niego que muchas veces deseé disfrutar de tu cuerpo como otros lo hacían, tal como me contabas, no sé si por provocarme o sirviéndote de mi como si fuera un confesor.
Sabes que soy persona de ideas liberales y no me importa lo que hayas hecho. Tampoco soy celoso y siempre he dicho que toda persona es un ser libre; sin embargo ahora te pido que, según lo pactado, unamos nuestras vidas. Podemos casarnos o vivir juntos, éso es lo de menos. Lo que tú digas"

"Por favor, Andrés -respondió ella-, no empieces de nuevo con éso. Sabes que lo que me pides no es posible. Reconozco que siempre te has portado bien conmigo, pero con regalos no se puede comprar el amor de una persona. Por otro lado, he vuelto con Fran. Ya sé que te sentó muy mal y que intentaste convencerme para que lo dejara. Soy consciente de que, en su momento, me hizo mucho daño y no se lo perdonaré nunca, pero es la única persona a la que realmente he querido. Ya sabes que hay una máxima filosófica que dice: El corazón tiene sus razones, que la razón no comprende.
No. Es imposible. No puedo cumplir lo que pactamos."

-"Entonces, Susana, ¿Para qué me diste tu palabra? ¿Por qué me diste unas esperanzas que no iban a poder realizarse? ¿Por qué has jugado con mis sentimientos?".

Ella se le quedó mirando fíjamente y, aunque su expresión parecía seria, un cierto tono burlón se podía notar en sus palabras cuando le respondió: "¿No será que tú has hecho planes por tu cuenta sin contar con mi opinión? ¿Acaso no soy yo un ser libre, como tantas veces has dicho? Esos conceptos de palabra, honor, lealtad que tanto te gusta emplear pertenecen a otra época. Hay que saber vivir los tiempos actuales. Mi respuesta sigue siendo y siempre será la misma: No".

"Entonces -dijo Andrés con expresión sombría- creo que debemos poner un punto final a todo ésto".
Mientras pronunciaba estas palabras, metió la mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó un pequeño revólver que dejó con cuidado encima de la mesa.
"No temas -prosiguió- que no voy a utilizarlo contra ti. Soy yo el que desea acabar con todo ésto y así librarte de lo que pudiera resultarte una molestia.
Este revólver lo compré a un militar retirado, antiguo conocido de mi familia. Es un poco anticuado, pero quien me lo vendió me dijo que funciona perfectamente y no está registrado a nombre de nadie. Pero no tengo suficiente valor para usarlo, por lo que necesito que me ayudes. Toma el arma, por favor".

Ella, con aparente miedo e indecisión, alargó la mano y empuñó la pistola, pero Andrés, cogiendo la mano de Susana entre las suyas, apoyó el cañon a la altura de su corazón al tiempo que le decía: "No temas, dispara y así me iré para siempre. Por fin te librarás de mí".

Entonces se prudujo un repentino cambio, pues de la cara de ella desapareció toda expresión de miedo, a la vez que un extraño brillo surgió en sus ojos mientras, con gesto triunfal, apretó el disparador.
Pero en lugar del estampido de un disparo, sólo se oyó un "clic" al golpear el percutor la recámara vacía.
Con sorpresa y espanto a la vez, Susana se levantó y siguió intentando una y otra vez disparar contra Andrés, mientras le apuntaba al pecho o a la cabeza, pero sólo se oía "clic, clic, clic".

Simultáneamente, una sonrisa burlona apareció en el rostro del, aparentemente, deseperado amante, que le dijo: "¡Qué poco me conoces! ¿Crees de verdad que, después de cómo me has tratado, iba a querer quitarme la vida por ti? No estoy tan loco ni tan desesperado, pero quería saber si de verdad me querías y hasta dónde habrías sido capaz de llegar por mi. Ahora ya lo tengo claro. Sin embargo, había tomado mis precauciones".
Mientras decía ésto, metió su mano en otro bolsillo de su chaqueta y sacó seis balas, que dejó encima de la mesa, ante la atónita mirada de Susana que, de pié, derrotada y con el arma en la mano, le miraba inmóvil y pálida, como una estátua de mármol.
"Ésto te enseñará -continuó Andrés- lo peligroso que puede ser el jugar con los sentimientos ajenos. En cuanto a mí, no te preocupes, ya que hace tres meses que estoy saliendo con otra persona que se desvive por mi y sabe corresponderme en lo que necesito: Símplemente un poco de cariño.
Habría renunciado a ella si tu me hubieras dicho que sí a lo que habíamos pactado. Y ahora, si quieres, entiérrame en tu pasado. No te guardo rencor y, por ello, permíteme que te de un beso de amigo, a modo de despedida".

Andrés se acercó a Susana, que permanecía inmóvil y le dió un beso en la mejilla, que estaba fría como el jade, abandonando seguídamente la habitación.
Ella permaneció unos instantes más sin moverse, como paralizada. Por fin, como una sonámbula, se dirigió hacia la mesa, de la cual recogió las balas y, con gran calma, cargó las seis recámaras del revólver.
Después se dirigió a la ventana, desde donde pudo ver la silueta de Andrés, que se alejaba calle arriba.

Muy lentamente, levantó la mano con el arma, hasta apoyarla en su sien derecha.

Y apretó el gatillo.

Texto agregado el 11-10-2005, y leído por 211 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-11-2005 bueno!, suena a suceso policial. Pero me gusta celiaalviarez
12-10-2005 ¡Cuantas vivencias nos sirven de inspiración...! Buen trabajo Manuel. lilianazwe
 
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