“A la desgracia no se acostumbra uno, créame, porque siempre nos hacemos la ilusión de que la que estamos soportando la última ha de ser, aunque después, al pasar de los tiempos, nos vayamos empezando a convencer -¡y con cuánta tristeza!- que lo peor aún está por pasar […]
(Camilo José Cela, La Familia de Pascual Duarte)
Lo vi hace poco, estaba diferente, tenía el semblante de un hombre triste, ausente. En todo caso no era el mismo hombre que había conocido unos años antes, cuando dedicó una parte de su jornada para mostrarme las bondades de su tierra. “Vengo de la ciudad – le dije esa vez- busco la María”.
La inspección de la María quedaba a unos diez kilómetros arriba, por el camino de la montaña. “Siéntese patrón, ya le ayudo”, la otra gente me miraba con lástima, quizá temor, aunque mi atuendo inspiraba respeto. Venía de la ciudad, debía parecer importante. “Cuando nos vinimos para acá esto no era sino monte, pero ya colonizamos, vencimos a la selva”, señalando a la distancia me mostró su tierra, habló todo el camino hasta el lindero de su finca. Su sonrisa era sincera, franca y orgullosa. Estuvo conmigo unas dos o tres horas. Me enamoré del campo, en ninguna otra parte es tan evidente que el amor y la semilla dan su fruto.
Eso fue hace tiempo, antes de que la violencia los tocara. Como un cáncer que todo lo roba, que todo lo daña. Los que no se murieron se fueron. Lo vi hace poco en la ciudad, su expresión era la de un hombre que ha perdido lo que amaba. Me inspiro temor y a la vez lástima. Tuve esa sensación... lo peor está por venir.
Vi entonces el rostro de otros hombres que sufrieron y se levantaron. Las pruebas sacan lo mejor o lo peor de nosotros. Dependiendo de lo que escojamos. |