El cielo opaco, tan opaco como nunca antes lo había visto, empezaba a arrojar unas pequeñas gotas que insinuaban un fuerte aguacero, me arreglaba mientras Daniel preparaba el vestido para otra aburrida reunión de mi padre, recuerdo que esta vez use el traje gris, unos grandes zapatos negros que brillaban con mucha fuerza y una lindo corbatín del mismo color de los zapatos, la verdad no importaba mucho que usara, esa era simplemente una reunión mas, y con seguridad estaría tan aburrido como en las demás.
Mientras bajaba lentamente los escalones antes de llegar al salón real la voz siempre atenta de Daniel me dijo: -Señor olvida su discurso- di media vuelta, y sin decirle nada y con una simple mirada de gratitud lo tome y seguí bajando, esta vez con mas prisa que al comienzo, llevaba ya tres minutos de retraso, y mi padre no soportaba la impuntualidad.
Llegue al salón y todo era tal cual me lo imagine, la orquesta tocaba una suave melodía, la unión de violines y violonchelos daban un toque bastante opaco a tan opaca reunión, una luz bastante tenue pero que permitía ver a la perfección a todos los invitados cubría el lugar, innumerables duques, condesas, alcaldes, gobernadores e incluso reyes estrechaban mi mano y hablaban en lo que para mi era otro idioma, yo simplemente asentía con la cabeza a sus comentarios y observaba detalladamente a cada uno de los invitados, tal vez con la esperanza de encontrar un rostro desconocido, alguien con quien hablar, que supiera hablar.
De pronto, en una de las esquinas del lugar, vi una figura diminuta, su cabello bastante rizado que caía suavemente sobre sus hombros, la hacia única entre las demás y sus ojos negros como la noche me invitaban a amarla, incluso ella misma, escribía poesía muda. Llevaba un vestido azul que moría en una larga cola que reposaba sobre el alfombrado piso, en sus manos unos mitones de ceda blancos que subían tímidamente hasta el codo, y entre sus dedos, una delgada copa con vino blanco.
Me acerque con el estilo propio de un futuro rey e intente hablarle, las palabras se me hacían esquivas, y mis manos sudaban como nunca, luego de mucho intentar, por fin, salí de la estupefacción que generaban en mi sus ojos, y lo único que atine decir fue... -Estas aburrida?- ella me miro de arriba abajo, y con la mas hermosa sonrisa dibujada en sus labios asintió con la cabeza.
De pronto, y antes de lo que esperaba se acabo la música, los violonchelos y violines descansaron por fin, y la expectativa creció en torno a mi discurso, había llegado la hora que todos, todos menos yo habían esperado, y la tarima me esperaba. Jamás fui amante de la multitud y el temor apenas lógico a equivocarme, teñía un rosa tenue en mis mejillas, mis manos sudaban tanto como cuando la vi por primera vez y tanto como sudarían cada una de las veces que la vería. Protocolos generales y un discurso en el cual asumía el mandato que mi padre dejaba luego de casi cincuenta años de lo que el llamaba un “buen trono”, sumaban a mi ya cómico vestuario una corona, una capa y una pequeña vara.
En medio de los protocolos mis ojos se perdieron de la firmeza de su mirada, sus rizos habían desaparecido y lo único que me quedaba de el esplendor de su belleza era un hermoso e inmóvil recuerdo. Y no sin antes preguntarle a los muros, me entere que era una doncella de un mundo extraño, amada eterna de un niño loco que moría por su amor, y que alguna vez profeso tal amor a su dragón guardián que aún ahora sus cenizas quemaban cuan fuego ardiente.
No entendía porque, pero una fuerza que ahora preferiría jamás hubiese existido me llevo hacia la salida del salón, mis ojos llenos de lagrimas sin sentido aparente, provocaron mil gestos de extrañeza, gestos y palabras que mi afanado paso dejó atrás sin el menor resentimiento. Habrían transcurrido cinco minutos cuando llegue entre sollozos y pasos firmes a el flamante caballo de mi padre, subí en su lomo perfectamente ensillado (aunque siempre estuviese sin silla no me pareció extraño que ahora la tuviera) y cabalgue durante toda la noche atravesando el bosque.
De pronto me percate del caballo perfectamente ensillado y de la poca guardia en las puertas del castillo casi a la vez el sonido de las herraduras sobre las hojas secas se duplico y entonces entendí que alguien estaba detrás de todo, antes de llegar a las mas diminuta conclusión un rutilante caballo blanco se asomo entre los matorrales y con la sorpresa de no sorprenderme Daniel tras una diminuta venia y una mirada de aprobación se puso a mis servicios en silencio, con el mismo silencio que ambos entendíamos.
El sol empezaba a asomarse y la noche dejaba su galante negro para dar paso al amanecer vestido de azul esperanza, el camino parecía no terminar, y aunque el rumbo era incierto la certeza de un final seguro alimentaba mi ilusión, caminamos sin descanso alguno durante semanas y el castillo de aquel reino encantado no daba señas de jamás haber existido, de pronto, y cuando sentí no aguantar mas, ante mis ojos se levantaba la fortaleza de la hermosa doncella. Entre los matorrales del jardín real el famoso niño que daba la vida por la doncella, el niño que ahora ya desgastado por el tiempo no era mas que el recuerdo de un sentimiento, sostenía entre sus fortalecidos dedos un puñal que parecía haber acabado de usar. Frente a una de las torres del castillo yacía agonizante el dragón, no quedaba mas que un ápice de memoria y su corazón exhibía tres crudas heridas que sin duda alguna habían sido causadas por el niño.
No habría avanzado tres metros hacia la puerta de la doncella cuando el niño que ahora era guardián de su sentimiento salto sobre mi y sosteniendo el puñal con su mano derecha ataco por mi desprevenida espalda, no recuerdo haber sentido mayor cosa, y no me habría enterado jamás del bajo ataque de no ser por la sangre caliente de Daniel que se esparció rápidamente por mi espalda. La razón se hizo cenizas y no hubo otra cosa que ira en mi corazón, desenvaine mi espada y arremetí ferozmente con el centellante sable sobre mi cabeza, el niño aprovechando los torpes movimientos de mi rabia, esquivo mi ataque y la espada chispeo contra el piso, mientras intentaba recuperar fuerzas para un segundo asalto el niño exploto en ira y con movimientos prontos intento clavar la daga en mi pecho, el puñal rasgo mis vestiduras y rayo tímidamente el dorso, mientras el retrocedía luego del intento fallido tome sus pequeñas manos entre mis dedos y lo obligue a soltar el cuchillo, ya sin armas desarrollamos un fiero combate que no culmino hasta que nuestros cuerpos agotados ya no respondieron a las ordenes del afán de triunfo, el niño yacía en el piso y yo a medio parar tome el chafarote de Daniel y de un golpe seco y final termine por siempre la historia del niño enamorado. Consumido me arrodille junto a la humanidad del niño muerto y de un momento a otro sentí una garra que golpeaba mi cuerpo con una fuerza descomunal, el golpe me dejo inconsciente por algunos segundos, pero cuando abrí de nuevo los ojos el dragón se exhibía flamante con el color del triunfo en sus ojos, mi alma invicta hasta el momento se hizo turbia entre el recelo y cuando ya estaba resignado a la derrota callo muerto y en su espalda Daniel clavaba mi espadín.
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