Sí, quiero.
Las horas detenidas se burlaban en cada rincón de la pieza en la que te estaba esperando.
Tomé el diario con el ingenuo deseo de olvidarte un momento. Faltaban algunas páginas. Debían ser las que había usado para limpiar el espejo de la cómoda.
Una foto me llamó la atención. Se veía en ella a una pareja que sonreía feliz a la cámara.
La novia era yo, y el novio, tú. ¿Cómo pudo volver a ocurrir?
El doctor dijo que estaba curada, que ya no vería cosas inexistentes, que la nueva droga había tenido resultados positivos.
Pero eras tú quien miraba desde la página del diario que comenzó a temblar entre mis manos. Era tu sonrisa que tanto conocía la que estaba retratada en la fotografía. Cerré los ojos y los abrí de nuevo confiando en que la foto cambiaría, pero no ocurrió nada de eso. Seguíamos ahí, sonrientes ambos. La fecha del diario no era la del día, pero eso ya lo había intuido y no me sorprendió.
¿Qué haría ahora? ¿Te lo diría? ¿O guardaría el periódico y me callaría para no preocuparte?
El doctor Adler decía que yo tenía un don o quizás una “alteración de mis células sensibles”. Ja. Yo creo no tenía idea de lo que me pasaba.
Pero no había dudas, el diario era real y la fotografía también.
Cuando te abrí la puerta preguntaste si habías tardado, mentí diciendo que no, pero la verdad es que me pareció una eternidad el tiempo que esperé por ti.
En un impulso que no sé de dónde nació decidí darte el diario para que vieras con tus propios ojos lo que había visto yo. Pero no lo encontré. Así que traté de olvidarme de él.
Estabas contento. Te habían ascendido en el trabajo y me pediste que nos casáramos.
Había soñado tantas veces que me dijeras:
-¿Quieres casarte conmigo?
Yo fantaseaba con la respuesta que te daría, cómo te la daría y qué te haría al dártela.
¿Mi ansiedad me había hecho ver nuestro futuro con esa fotografía?
Dijiste que me amabas, que el tratamiento daba resultados y que ya no querías esperar. Te correspondí los besos y callé lo que vi como una película acelerada al cerrar los ojos por breves instantes cuando estuve colgada de tu cuello.
La Iglesia llena de flores. La playa de arena blanca y fina, la luna reflejada en el mar mientras caminábamos de la mano mojándonos los pies. La casa blanca, con ladrillejos rojos en el frente, copudos árboles en la entrada, el pequeño jardín lleno de plantas.
Tú llegando a casa en el auto negro, yo esperándote en la puerta y hasta el beso que nos dimos y la comida que había preparado.
También vi la otra casa, grande, blanca, con muchos pilares y gente vestida de la misma forma.
Cerré los ojos, no quería ver más. Era mejor dormir. Pero alguien lloraba y me desperté. De un salto estuve sobre el moisés. Por un momento no sé qué hacía ahí, pero al rato, los recuerdos se ubicaron como niños obedientes en sus lugares respectivos. Tú dormías a mi lado con una expresión serena en el rostro. Alcé al bebé, le cambié y le di de mamar.
Tomé el teléfono pero lo dejé de nuevo, no recordaba a quién quería llamar. El humo me llevó a la cocina. Salía del horno; el pollo que había preparado se había convertido en un carbón con dos patitas. Ahí recordé a quién debía llamar. Al restaurant para que me enviaran un pollo asado.
-Dame el cuchillo, Laura.
¿El cuchillo? ¿Qué cuchillo? Yo no tengo ningún cuchillo. Él me mira con lástima pero no recuerdo nada. Le doy el cuchillo y veo a la muchacha que me mira con horror detrás de la puerta.
-¿Qué te hizo Ángela? ¿Por qué la perseguiste con el cuchillo?
¿De qué habla? ¿Quién es Ángela? Dice que es la doméstica que viene los jueves. No lo recuerdo. Le da dinero y ella se va. Es cariñoso conmigo, me dice que todo está bien y que vamos a ir a buscar a Kevin al colegio. ¿Kevin? ¿Nuestro hijo ya va al colegio?
No le digo que no lo recuerdo. Me baño y me gusta el agua que corre por mi piel trazando caminos caprichosos.
Y la reconocí. La casa grande de mi sueño. No es la escuela de Kevin. La escuela de Kevin no era blanca, era...bueno, no recuerdo cómo era pero no es ésta, él insiste que debo bajar del auto y como no quiero hacerlo, aparecen dos hombres que visten la misma camisa celeste y en vez de saludarme me toman de los brazos y los meten dentro de algo, quiero protestar, gritar, pero me ponen algo en la boca y no puedo hacerlo.
El doctor es gordo, no me gusta, me habla con voz de niño y me dice que si no tomo los medicamentos será peor. Lo miro y le digo que su esposa, la rubia estúpida de ojos grises, ahora mismo está con alguien delgado, calvo y con un lunar en el cuello. Y que no es la primera vez que le pone los cuernos.
El gordo se pone tenso. Duda unos instantes fuerza en los labios le digo: Sí, quiero.. Llama a una enfermera y le dice algo que no llego a oír. Antes de salir noto en sus ojos un destello de cólera.
-Laura, no me contestaste. ¿Quieres casarte conmigo?
Lo miro a los ojos. Es tan apuesto. Olvido todo y antes de besarlo con fuerza en los labios digo: Sí, quiero.
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