Y no podía ser de otra manera. El talento supremo, unido a la impecable tradición de perro violento de caza, lo hacían perfilarse para ganar siempre el primer lugar.

A su sombra estábamos nosotros. Cualquiera que se topara con su brillante consecuencia. Cualquiera que se cruzara con su iluminado camino...
A su sombra estábamos los que no vamos para ningun lado. A su sombra estamos los que pierden.

Porque, evidentemente, esta es una historia de ganadores. Los perdedores sólo nos conformamos con una pequeña palabra de apoyo. Con un mínimo toqueteo en la espalda. Con una ínfima y patética palabra de aliento.

No puedo afirmar que alimentemos a los iluminados. Ellos ya son... tan impecables, tan brillantes, que cualquiera a su lado palidece. Y a pesar que el rosado color de las mejillas ganadoras me enferma -sé que no llegaré jamás a ese estadio- me reconforta saber que estoy cerca del nivel del suelo. O tal vez al mismo nivel.

De desvariar, nadie se extrañará... obvio. Como se van a extrañar de lo que fue siempre evidente. Si después de todo, los perros violentos de caza siempre ganan el primer lugar. Nosotros sólo somos sombra para sus luces.